o la realidad que interpela
Por Miguel Ángel
Iribarne
Palabras pronunciadas en la UCA en recuerdo de
quien fue el fundador de su Escuela de Ciencias Políticas.
Pido que se me excuse
por iniciar esta evocación –entrañable para mí- con una breve nota
autorreferencial.
No me incorporé al
claustro docente de la UCA por intervención de Francisco Arias Pelerano –a
quien entonces no conocía personalmente- sino de la mano de Alfredo Di Pietro y
Bernardino Montejano.
Sin embargo, muy
rápidamente –gracias a la proverbial disponibilidad de Pachi y a marcadas afinidades temáticas- se
desarrolló entre nosotros una relación franca, abierta y para mi carrera
académica ciertamente enriquecedora.
Como primer resultado de ella, dos años después de mi ingreso al
Instituto, en un café de Diagonal Norte, me propuso ser su Adjunto en la
cátedra de Ciencia Política II que entonces encabezaba o –como se la nombraba
en la jerga interna de la Casa- Sociología Política.
En ese rol lo
acompañé durante quince años, hasta que, decidido a retirarse progresivamente
de sus responsabilidades docentes, me pidió lo sucediera al frente de la
materia. Las reformas al programa que
abordé en los años subsiguientes se hicieron en clara continuidad intelectual
con su magisterio, continuidad creadora que ha sido mantenida por quien fue mi
Adjunta y hoy me sucede, María Cristina Domínguez.
Si hubiese que definir
el carisma intelectual de nuestro homenajeado, lo resumiría en una frase: estar
atentos a la realidad que nos interpela.
Trabajamos en ámbitos donde parece difícil escapar a las sólitas
deducciones y las fáciles sistematizaciones, Pachi, en cambio, tuvo la virtud eminente de atender
prioritariamente a aquello que Maquiavelo llamara la realtá effettuale. Es decir, obedeció como pocos a la consigna
orteguiana: “Argentinos, a las cosas..!”.
Y qué cosas impactaron
particularmente la libido cognoscendi de Arias Pelerano en una circunstancia
histórica que él anticipó y hoy nosotros vivimos plenamente? Por un lado, el
irresistible proceso de globalización, insólitamente ausente de las
preocupaciones de la mayoría de los politólogos y otros intelectuales
argentinos en la misma década del ’70. Aunque él rara vez usó la palabra, hoy
tan llevada y traída: prefería hablar
del “empequeñecimiento del mundo”, o describir al “Imperio”, sin que hubieran
en esta última alusión connotaciones agresivas ni laudatorias.
Era ese nuevo mundo,
tempranamente intuído por Arias, lo que le llevaba a prestar especial atención
al otro aspecto de la realidad que lo impactaba prioritariamente: el fracaso y
la necesaria reconstitución de las élites argentinas. Estaba persuadido de que
en la nueva etapa histórica, menos que nunca, se le perdonaría a los países la
carencia de minorías rectoras actualizadas y eficaces. De estas cosas hablaba con su equipo y estas
mismas cosas comunicaba con pasión, pareja a su libertad de espíritu, a los
alumnos.
Me atrevo a decir que
para contribuir a forjar tales élites, y no para otra cosa, fundó los estudios
políticos en la UCA. No es que subestimase el esfuerzo de
investigación pura; simplemente era ajeno a las tentaciones, a los vicios y a
los tics del mandarinato y aspiraba a que la
Carrera contribuyese a generar nada menos que una nueva clase política.
Por esa misma razón esperaba que sus profesores no se limitasen a conversar
entre ellos, sino que dialogaran constantemente con los políticos prácticos,
los empresarios, los sindicalistas, los periodistas, los diplomáticos, los militares…
Hasta donde llega mi
memoria no recuerdo que Arias se demorase demasiado en los preámbulos
epistemológicos o metodológicos de la disciplina. Y, sin embargo, estaba claro
qué era lo que quería conocer y lo que buscaba comunicar. Se trataba –como diría Miglio- de las
regularidades, es decir de las invariantes perceptibles en los procesos
politicos a través de la inducción del método histórico-comparativo. No se trataba, pues, de reflexionar sobre la
moral social, aunque sí de mantener la contiguidad y la apertura hacia ella.
Era cuestión de toparse y describir la realidad resistente, que condiciona de
mil maneras la conducta ética del político y refracta sus ideales. Si la frase “física social”, -usada por Comte-
parece demasiado restrictiva, el concepto de “fisiología social”, forjado por
Gustave Thibon quizás no resulte inapropiado para ese haz de “cuasi-leyes”o
tendencias probabilísticas aludido reiteradamente por Arias.
Es claro que asentarse
en esta problemática implicaba ubicarse en un plano epistemológico distinto del
de la Ciencia Política Clásica –de índole filosófica. Pero no por ello se confundía con el
“hiperfactualismo”, preferentemente matematizable, que prevalecía en los
ámbitos académicos norteamericanos. En
realidad, tendía más bien a converger con la Ciencia Política de cuño
conceptual que se vino elaborando en Europa desde Mosca hasta la actualidad, y
en la que ocupan lugares señeros Pareto, Michels, Weber, Schmitt, Brunner, Freund, Jouvenel, Aron, Monnerot, Miglio,
Fernández de la Mora, Negro Pavón, entre otros, y que en la Argentina
ilustraron señaladamente Ernesto Palacio, Germán Bidart Campos y José Luís de
Imaz.
Junto a la Filosofía
Política, y con sus propias conclusiones abiertas a las preguntas específicas
de aquélla, la disciplina desarrollada por Arias hasta 1993 constituyó el eje
–o el tronco, si se prefiere- de la formación politológica de nuestros
estudiantes.
Desde el inicio de los
estudios de esta índole en la UCA –hace
ya más de medio siglo- , dos demandas se han planteado persistentemente al
desarrollo de aquéllos: el imperativo de excelencia y el de identidad. No se
trata de pretender el logro de uno a través del sacrificio del otro. Para atender parejamente a ambos podemos
recurrir a la inspiración que dimana de los textos y de la memoria de los
dichos y conductas de Francisco Arias Pelerano. Podemos, también –en el
presente permanente de la Eternidad- pedir sobre nuestras autoridades, docentes
y estudiantes- la intercesión de nuestro entrañable amigo ante Dios Nuestro
Señor.-