por Enrique
Guillermo Avogadro
“Es necesario
tener miedo para tener esperanza”. Jorge Dezcallar
La semana pasada,
antes del nuevo arcabuzazo de Cristina Fernández contra su propia creatura,
preguntaba si quedaban opciones. Pues bien, sí las había, como demostró la tan
oportuna renuncia de Martín Guzmán a su silla de Ministro de Economía (cuya
responsabilidad eludió ella ayer, en Calafate, calificándola de
irresponsabilidad política, después de haber exigido su cabeza durante meses) y
su tardío reemplazo por la devaluada Silvina Batakis: la emperatriz hotelera
tomó todo el poder y su penoso y emasculado mandatario, Alberto Fernández,
quedó relegado a ser un simple mascarón de proa de este Titanic ya hundido en
que la dupla ha convertido a la Argentina; en el camino, también deglutió las
esperanzas del aceitoso Sergio Massa de convertirse en Jefe de Gabinete como
plataforma de lanzamiento para sus tan ilusorias aspiraciones presidenciales.
El kirchnerismo
que, como no es idiota, grita pero se aferra a las cajas más suculentas del
Estado y presiona sin pausa para obligar a continuar en ese rumbo demencial a
través de nuevas moratorias previsionales, de “salarios” universales, de la
reconfiguración de los planes sociales para pasar su administración a
gobernadores e intendentes adictos, la denuncia del acuerdo con el FMI, el
aumento de las retenciones agropecuarias, etc., incrementando el desbocado
gasto e imprimiendo a destajo billetes tan depreciados (el más grande equivale
a menos de US$ 4) que sólo sirven como papel picado, como demostraron los
hinchas de Corinthians en la final contra Boca Juniors.
Los mercados
reaccionaron dramáticamente ante los carnavalescos gestos que sólo empeoran la
imagen de nuestro país: el peso se devaluó 30% en sólo ocho días y esos bonos
soberanos, con los cuales la Argentina se ha endeudado hasta el tuétano, se han
hundido de modo tal que ya ni siquiera resultan apetecibles para los fondos de
inversión más audaces, aunque redundan una tasa en dólares equivalente al 40%
anual. Lo perverso es que se sigue engañando a los menos informados,
convenciéndolos de que los precios suben culpa de los “formadores” (aunque
actúan en todos los países de la región, sólo son perversos aquí), de los
especuladores y de la prensa “concentrada”, y ocultando la realidad: es el peso
el que reduce diariamente su valor por el gasto, la corrupción y la emisión
enloquecida.
Ahora bien, ¿qué
significa todo eso para nuestro futuro? Hacer populismo radical sin dinero
resulta imposible, salvo que el Gobierno empobrezca tanto más a la sociedad que
fuerce todos sus integrantes a mendigar al Estado su magro sustento. Los
ejemplos “exitosos” sobran; lo hicieron Fidel y Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel
en Cuba, Hugo Chávez Frías y Nicolás Maduro en Venezuela y Daniel Ortega y
Rosario Murillo, en Nicaragua. Basta contemplar esos países, cuyos ciudadanos
se ven obligados a emigrar arriesgando su vida para huir del hambre y la
asesina tiranía de sus jerarcas, todos involucrados en el narcotráfico, con el
que han corrompido a las fuerzas armadas, sentándose sobre sus bayonetas.
En el párrafo
final de la nota anterior dije que sólo una hecatombe social podría hacer que
todos aceptáramos los monumentales cambios que se deben introducir para evitar
que la Argentina desaparezca como nación independiente (reformas tributaria,
fiscal, previsional, laboral, sindical, educacional, social, económica y, sobre
todo, judicial) ya que no parece que estemos dispuestos a admitirlos por las
buenas. Olvidé consignar, sin embargo, que el riesgo, a la vista de cuanto ha
sucedido en Chile, Perú y Colombia, es que la taba caiga del lado equivocado y
la izquierda termine destruyendo lo poco que queda en pie
Un amigo me
planteó como posible que Cristina Fernández, que había escuchado a economistas
racionales, asumiera la Presidencia –previo despido de su mandatario- y
aplicara un programa que le evitara al país el enorme sufrimiento que implicará
aguantar hasta el 10 de diciembre de 2023. Pese a sus recientes apelaciones a
la oposición para discutir políticas bimonetarias, y a la vista de su
permanente ataque a la Corte Suprema, lo descarté de plano ya que no tiene
interés alguno en la suerte del país, en alfombrar el camino a su sucesor, que
seguramente será de otro signo político, ni incinerar el mito anti-ajuste con
el que ha construido su relato, tanto como no quiere en verdad construir un
indispensable gasoducto que sólo aprovecharía, por los tiempos que demandará, a
la oposición.
Los rumores
arreciaron y aturdieron a la sociedad durante toda la semana, y mencionaron
renuncias y hasta golpes de puño y carpetazos entrecruzados. Uno de ellos,
concretamente, daba por cierto que Alberto Fernández, empujado hasta el borde
del olvido por su jefa, dejaba el sillón presidencial. Sostengo, como vengo
haciendo hace tiempo, que eso no sucederá porque, básicamente, Cristina
Kirchner no tiene interés alguno en asumir en forma pública –ya lo es, en
realidad- el comando de una situación que va hacia el desastre inevitable; tampoco
en hacer una verónica y pasar la responsabilidad a Claudia Abdala de Zamora ni,
menos aún, a Sergio Massa o a Horacio Rosatti, aunque sólo fuera por unos días,
ya que además perdería la indemnidad de arresto que hoy la protege.
El panorama
general, sumamente enturbiado por los inexplicables vuelos de aviones
iraníes-venezolanos en la Argentina y en la región, se ha oscurecido aquí más
aún. Cuando la PresidenteVice está más cerca que nunca de una condena con pena
de cárcel incluida, se produjo un extraño episodio: desconocidos ingresaron a
una oficina del Consejo de la Magistratura, violaron las selladas declaraciones
juradas de los magistrados que están juzgándola y de los familiares de éstos y,
en un claro gesto de intimidación, dejaron expuestas las constancias de la
incursión. Un dejá vu respecto a lo sucedido con el Fiscal Alberto Nisman,
asesinado dos días antes de presentar ante el Congreso las pruebas de la
complicidad de Cristina Fernández con los terroristas iraníes que volaron la
AMIA; incluso nos recordó el secuestro del hijo del Fiscal Eduardo Taiano
cuando éste debía apelar, en 2005, el sobreseimiento que el Juez Julián
Ercolini había dictado a Néstor Kirchner en una causa por enriquecimiento
ilícito sin siquiera investigarlo.
Hoy mismo, a las
1600 horas, estaremos voceando nuestra indignación contra tanto atropello
contra la República y sus instituciones, y tanta corrupción impune, en el
Obelisco, la Plaza de Mayo y el resto de las plazas y lugares icónicos de todo
el país pero, ante todo, lo haremos bajo el grito que nos unifica y nos
hermana: ¡VIVA LA PATRIA!