y la política como vocación
POR ELENA VALERO
NARVÁEZ
La Prensa,
28.08.2022
Por política
entiende, el reconocido sociólogo Max Weber, la aspiración a participar en el
poder, o influir en su distribución entre los distintos grupos que componen un
Estado, considerado a éste, como la asociación política que tiene dentro de
cierto territorio, como medio especifico, el monopolio legitimo de la
violencia. Para subsistir necesita que se acate la autoridad que pretenden
tener quienes en ese momento gobiernan. Esa dominación se apoya en el principio
de legitimidad, el cual puede basarse en la costumbre, el carisma personal, o
en la legalidad, orientación a la obediencia de las obligaciones legalmente
establecidas. Estos son los tres tipos puros de dominación, se encuentran
raramente en la realidad, por lo general se dan combinaciones, sin ellos
viviríamos en la anarquía.
De los tres tipos
ideales, el que le interesa a Weber para explicar la política como vocación, es
el de la legitimidad basada en el carisma, porque en ella arraiga en su más
alta expresión la idea de vocación. Se obedece no porque lo marque la costumbre
o una norma legal sino porque hay confianza, es a una persona, a sus
cualidades, al que se le entrega el sequito, el partido. En Occidente, dentro
del marco constitucional, lo representa el jefe de partido, es un producto
específico de la cultura occidental. Los políticos profesionales, viven para y
por la política, gozan con el ejercicio del poder que poseen o le dan con ello
un sentido a su vida, al ponerla al servicio de una causa. Cual ha de ser la
causa para cuyo servicio busca y utiliza el político poder, es ya cuestión de
fe. Puede servir finalidades nacionales o humanitarias, sociales, éticas o
culturales, seculares o religiosas, lo que importa es que siempre ha de existir
alguna fe, cuando falta, incluso los éxitos políticos aparentemente muy
sólidos, llevan en sí, la maldición de la trivialidad.
EL PODER COMO
MEDIO
Quien hace
política, explica Weber, aspira al poder como medio para la consecución de
otros fines, ya sean idealistas o egoístas, o solamente para gozar del
sentimiento de prestigio que él confiere. Toda lucha entre partidos persigue no
solo un fin objetivo sino también, y ante todo, el control sobre la
distribución de los cargos. La militancia espera la ansiada retribución, a esta
tendencia se opone la evolución del funcionario moderno que se va convirtiendo
en un trabajador, altamente especializado, mediante una larga preparación y,
cuyo valor supremo, es la integridad, cuando ello no existe, se cierne sobre la
sociedad, una terrible corrupción y una incompetencia generalizada.
La actividad del
político -manifiesta Max Weber- está bajo un principio de responsabilidad
distinto, y aun opuesto, al que orienta la acción del funcionario, el cual se
honra con su capacidad de ejecutar precisa y concienzudamente, como si
respondiera a sus propias convicciones, una orden de la autoridad superior,
sobre la cual descarga, toda su responsabilidad; sin esta negación de sí mismo,
se hundiría toda la máquina de la Administración. El estadista dirigente, por
el contrario, asume personalmente la responsabilidad de todo lo que hace, no la
puede rechazar o arrojar sobre otro.
Los partidos
modernos son hijos de la democracia, del derecho de las masas al sufragio, de
la necesidad de hacer propaganda y organizaciones de masas y, de la evolución
hacia una dirección más unificada, y una disciplina más rígida. La empresa
política ha quedado en manos de profesionales, formalmente se ha producido una
acentuada democratización, el partido designa candidatos y delega el poder a
quienes sigue la mayoría.
LAS CUALIDADES
La conciencia de
tener una influencia sobre los hombres, de participar en el poder sobre ellos
y, sobre todo, el sentimiento de manejar los hilos de acontecimientos
históricos importantes, elevan al político profesional, incluso al que ocupa
posiciones fundamentalmente modestas, por encima de lo cotidiano.
La cuestión que
entonces se plantea es cuáles son las cualidades que le permitirán estar a la
altura de ese poder y de la responsabilidad que sobre él arroja. Aquí entramos
en el terreno de la ética, pues a ella le corresponde determinar, qué clase de
hombre hay que ser para tener el derecho a poner la mano en la rueda de la
Historia.
Puede decirse que
son tres las cualidades decididamente importantes para el político: pasión,
sentido de la responsabilidad, y mesura. Pasión en el sentido de entrega
apasionada a una causa, al dios o al demonio que la gobierna, no en el sentido
de esa actitud interior de excitación estéril, propia de un determinado tipo de
intelectuales, que giran en el vacío y están desprovistos de todo sentido de
responsabilidad objetiva. Pero, no todo queda arreglado con la pura pasión, por
muy sinceramente que se la sienta, la pasión no convierte a un hombre en
político si no está al servicio de una causa, y no hace de la responsabilidad
para con esa causa, la estrella que oriente la acción.
Se necesita, y
esta es la cualidad decisiva para el político, mesura, capacidad para que la
realidad actúe sobre uno sin perder el recogimiento y la tranquilidad, es
decir, para guardar la distancia entre los hombres y las cosas. El no saber
guardar distancias es uno de los pecados mortales de todo político y una de
esas cualidades cuyo olvido condena a la impotencia.
El problema es
precisamente cómo puede conseguirse que vayan juntas, en las mismas almas, la
pasión ardiente y la mesurada frialdad. Solo el hábito de la distancia, en
todos los sentidos de la palabra, hace posible la enérgica doma del alma que
caracteriza al político apasionado y lo distingue del simple diletante
político, esterilmente agitado.
El político, por
ello mismo, debe vencer cada día, y a cada hora, un enemigo muy trivial y
demasiado humano, la muy común vanidad, enemiga mortal de toda entrega a una
causa y de toda mesura, en este caso, de la mesura frente a sí mismo. El pecado
comienza en el momento en que esta ansia de poder deja de ser positiva, deja de
estar exclusivamente al servicio de la causa para convertirse en una pura
embriaguez personal.
En último término,
no hay más que dos pecados capitales en el terreno de la política: la ausencia
de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad, que frecuentemente,
aunque no siempre, coincide con aquella. La vanidad, la necesidad de aparecer
siempre que sea posible en el primer plano, es lo que más lleva al político a
cometer uno de esos pecados o, los dos a la vez. La ausencia de finalidad
objetiva le hace proclive a buscar la apariencia brillante del poder, en lugar
del poder real; la falta de responsabilidad lo lleva a gozar del poder sin
tomar en cuenta su finalidad.
El poder es el
medio ineludible de la política, el ansia de poder es una de las fuerzas que la
impulsan, no hay deformación mas perniciosa de la fuerza política que el
baladronear de poder con un advenedizo, o complacerse, vanidosamente, en el
sentimiento de poder, es decir, adorar el poder puro en cuanto tal, de hecho,
actuar en el vacío y sin sentido alguno.
¿Cuál es el lugar
ético que la política ocupa? La ética puede surgir a veces con un papel
extremadamente fatal, una ética que, en vez de preocuparse por lo que realmente
corresponde al político, el futuro y la responsabilidad frente a él, se pierde
en cuestiones políticamente estériles, como por ejemplo, sobre cuales han sido
las culpas en el pasado.
LA ETICA
Weber analiza la
verdadera relación entre ética y política, les responde a quienes piensan que
no tiene nada que ver la una con la otra, o que es cierto que hay una sola
ética válida para la actividad política como para cualquier otra actividad. Se
cree que solo puede ser cierta una o la otra, o que es indiferente para las
exigencias éticas, que la política tenga, como medio especifico de acción, el
poder, tras el que está la violencia. Para Weber, la política se rige por la
ética que tiene en cuenta más que las intenciones, las consecuencias, por eso
se refiere en su análisis a los medios. Nos dice que la ética acósmica nos
ordena no resistir el mal con la fuerza, pero para el político, lo que tiene
validez es el mandato opuesto: "Has de resistir el mal con la fuerza pues
de lo contrario te haces responsable de su triunfo".
Toda acción
éticamente orientada puede ajustarse a dos máximas fundamentalmente distintas
entre sí, e irremediablemente opuestas: puede orientarse conforme a la ética de
las intenciones o conforme a la ética de la responsabilidad. Hay una diferencia
abismal entre obrar bien dejando el resultado en manos de Dios, u obrar según
la ética que tiene en cuenta las consecuencias previsibles de la propia acción.
Ninguna ética del
mundo, explica el eminente sociólogo, puede eludir el hecho de que para
conseguir fines buenos hay que contar, en muchos casos, con métodos moralmente
dudosos o, al menos peligrosos, con la posibilidad, e incluso la probabilidad,
de consecuencias laterales malas. Ninguna ética del mundo puede resolver,
tampoco, cuando y en qué medida, quedan santificados por el fin moralmente
bueno, los medios y las consecuencias laterales, moralmente peligrosas. Quien
hace política, asegura Weber, pacta con los poderes diabólicos que acechan en
torno de todo poder.
Quien busca la
salvación de su alma y la de los demás, que no las busque por el camino de la
política, el genio o demonio de la política vive en tensión interna con el dios
del amor, incluso del dios cristiano en su configuración eclesiástica, y esta
tensión, puede convertirse, en todo momento, en un conflicto sin solución.
De todos modos,
aunque la política se hace con la cabeza, en modo alguno se hace solo con ella,
pero, un político, no debiera inflamarse con concepciones románticas, es más
maduro quien siente, realmente, esa responsabilidad por las consecuencias y
actúa conforme a ella y al llegar a cierto momento, dice: Llego hasta aquí. me
detengo.
De este modo,
ambas éticas son complementarias, concurren para formar al hombre autentico, al
hombre que puede tener vocación política, que no emprende una huida mística del
mundo, sino que está a la altura de sus propios actos, a la altura del mundo
como realmente es, y a la altura de su cotidianeidad.
Termino este
incompleto resumen, Max Weber nos dijo que no se consigue lo posible si no se
intenta lo imposible, una y otra vez, pero para ser capaz de hacer esto, no
solo hay que ser un político, sino también un héroe, soportar la destrucción de
todas las esperanzas sin quebrarse, cuando el mundo se muestra demasiado
estúpido, demasiado abyecto, para lo que él le ofrece. Solo quien es capaz de
responder frente a todo esto y es capaz de responder con un "sin
embargo", solo un hombre de esta forma construido, asegura Weber, tiene
vocación para la política.
* Miembro de
Número de la Academia Argentina de la Historia.