A LA POLÍTICA DE ENCARNACIÓN
Jorge Soley
Se cumplen 60 años de la revista Verbo y de Ciudad Católica y para conmemorarlo nos han regalado un número de Verbo extraordinario, en los dos sentidos de la palabra. Un número diferente de los habituales pues incluye textos de algunos de los más significativos colaboradores de la revista a lo largo de todos esos años, pero extraordinario también por la calidad de los textos reproducidos.
Basta repasar la lista de quienes aparecen en este número para darse cuenta del nivel: Vegas Latapié, Wilhelmsen, Canals, Gambra, Elías de Tejada, Molnar, Vallet de Goytisolo, Galvao de Sousa, Álvaro D’Ors y Ruíz de Galarreta. No es raro acusar a quienes defienden el pensamiento tradicional, contrarrevolucionario, de haber renunciado al ámbito intelectual. Tras leer este número, la acusación se viene abajo: estamos ante un pensamiento potentísimo, de un vigor y claridad envidiable. Otra cuestión es que haya sido ignorado o preferido, por comodidad, orillarlo.
El número, además,
contiene dos introducciones de Miguel Ayuso y Danilo Castellano utilísimas para
poner en perspectiva la labor llevada a cabo durante estos 60 años.
He disfrutado de
todo el número, tomando notas y subrayando sin cesar, pero voy a detenerme en
el de Federico Wilhelmsen, titulado «Hacia una política de encarnación» y que
fue publicado en la revista Triumph. Es un artículo apasionante. Es cierto,
como señala Miguel Ayuso en su introducción, que «no todos los juicios expresados
han conservado íntegramente su vigencia», pero es imposible quedar indiferente
ante la avalancha de reflexiones que vierte aquí Wilhelmsen. Artículo muy rico,
abre diversas líneas de estudio y discusión, sorprende, provoca, te obliga a
replantearte muchas cuestiones y está sembrado de certeros comentarios. Por
fijarme en alguno de los aspectos que señala, creo que es un texto que ayuda a
enmarcar mejor el debate sobre la opción benedictina, al que Verbo dedicó no
hace mucho tiempo un iluminador número.
Me ha llamado la atención que Wilhelmsen señala como factor clave de ciertas actitudes (que él califica de integristas, pero que creo que se pueden ampliar a algunos de los promotores de ciertas versiones «benedictinas») la desesperanza.
En efecto, escribe el filósofo norteamericano, «aquellos de nosotros que estamos interesados en la política católica podríamos dejarnos guiar fácilmente por el consejo de la desesperación… podríamos concluir que hemos fallado en algo, que hemos desaprovechado nuestras oportunidades, o que la ola de la modernidad simplemente ha sido demasiado poderosa como para nadar en su contra sin esperanza razonable de éxito». El integrista anhela una restauración, pero como no es un soñador ni un iluminado, «tiene el buen sentido de ver cómo esa restauración no va a venir al instante, y por tanto, se desespera».
Hay que
reconocer que esta actitud, la desesperanza de que el mundo pueda sanar (algo
que resulta más evidente con cada día que pasa), está detrás de muchas opciones
de retirada. Esta desesperanza, «se traduce en un movimiento interior en
espiral» que reduce el ámbito en el que la Fe impacta a «su propia vida, la de
su familia y la de los que piensan como él». Aparece entonces la «tentación de
ser una tribu más como el resto del mundo, una tribu católica envuelta por un
simbolismo cristiano que coexiste con nuevas tribus que proliferan», una
tentación de repliegue y elitismo.
Junto a esta tentación, señala Wilhelmsen un hecho que me parece trascendental: no existen instituciones neutras, «tras la Encarnación una política neutra viene a ser algo contradictorio. Todo sistema tiende la sacralidad o se aleja de ella, tiende a certificar la Encarnación o a alejar esa eficacia». Y añade una reflexión importante: «entre la muerte de San Agustín y el nacimiento de Santo Tomás surgió un mundo completamente nuevo que no estaba dirigido por cristianos buenos y santos dedicados a administrar instituciones forjadas por los paganos, sino por hombres buenos, malos e indiferentes que administraban instituciones moldeadas a la sombra del cristianismo». Es lo que Wilhelmsen denomina «política de Encarnación», que añade una dimensión al orden político.
«La
política sigue siendo política, no se transforma en religión», precisa, pero
asistimos a «una sacramentalización de lo real, una sacralización de la
creación», que se traduce en «ermitas, flotas pesqueras bendecidas, cementerios
bendecidos, gremios dedicados a los santos y a la Madre de Dios, juramentos
proferidos ante el tribunal…». Trasformando así a toda la sociedad: «La familia
no es una institución específicamente cristiana, pero la familia cristiana se
hace más fuerte y adquiere un nuevo significado en un orden católico. La
dignidad humana no es algo específicamente cristiano, pero los hombres ganan
una dignidad nueva y profunda dentro del orden católico. La responsabilidad y
el autogobierno no son únicamente cristianos, pero la sociedades cristianas
parecen crear y a continuación reforzar instituciones que permiten un máximo de
ejercicio de responsabilidad personal y autonomía».
¡Qué sugerente e
iluminador me ha resultado este artículo, que estas breves líneas no agotan! Si
comparten esta impresión, háganse con este extraordinario número extraordinario
de Verbo; vale la pena.
(Infocatólica, 18.07.22)