¿Y QUÉ?
Alberto Buela (*)
Ganó Lula y ya salió todo el mundo a
hablar maravillas de lo que será su próximo gobierno. Es natural que así sea,
pues ante cada nuevo gobierno se abrigan esperanzas de cambio y mejoras, por
aquello que “escoba nueva siempre barre bien”. Pero no es lógico si nos
atenemos a algunos datos mayúsculos.
Granó por menos del 1% de los votos, lo
que indica que Brasil está políticamente partido en dos, lo que se le hará muy
difícil gobernar a su gusto porque además tiene el Congreso en contra.
Es cierto que Lula tiene mayor
sensibilidad social que Bolsonaro. Aquél es progresista y éste conservador. Y
esta es una falsa disyuntiva política hoy en día, tanto dentro de las
naciones-Estado como en el orden internacional.
Hoy la disyuntiva es entre gobiernos
progresistas o soberanistas.
Los progresistas constituyen la mayor
parte de los gobiernos occidentales con Estados Unidos a la cabeza, casi la
totalidad de los europeos y de los iberoamericanos.
Los gobiernos soberanistas los
podemos enumerar a casi todos: Rusia, Irán, China, India, Turquía, Israel,
Indonesia, Namibia, Hungría, Polonia, Somalía, Cuba, Ecuador, Paraguay, Taiwan
y algún otro.
Lula militó, milita y militará dentro de
los gobiernos progresistas de corte globalista, que son aquellos gobiernos para
los cuales la idea de soberanía es una rémora, una cosa del pasado y por tanto
desatendible.
Los gobiernos progresistas tienen flojo
“el no”, salvo para todo aquello que represente la tradición y los valores del
pasado. ¿por qué? Porque, se mueven siempre en el éxtasis temporal del futuro,
de ahí que su lema sea “estar siempre en la vanguardia”, en la cresta de la
ola. Su mayor pecado es que le digan que son antiguos.
Por supuesto que Lula se va a llenar la
boca con la idea de soberanía, así como hacen los Cristina y los Fernández con la idea de Patria, pero que en el momento
de defenderla, como sucede con “los que trabajan de indios”, apoyan a éstos en
desmedro de la Nación.
Mirado fríamente, los gobiernos de Lula y
Bolsonaro son intercambiables puesto que ambos son globalistas y están de
acuerdo con el Nuevo (des)Orden Mundial. Así ante la guerra ruso-ucraniana los
dos están a favor de Ucrania. Sus gobiernos permitieron ambos, la depredación
del Amazonas. Ante la cuestionada tesis del calentamiento global los dos
respondieron igual. Ante el reemplazo de la energía nuclear ambos opinan lo
mismo y así podemos seguir poniendo ejemplos de coincidencia.
Brasil es un país continente qu, desde
siempre, salvo alguna honrosa excepción, tiene gobiernos vicarios, esto es, que
representan a otros y no los intereses genuinos del pueblo brasileño.
Lo lamentable es que en Argentina el
peronismo en su conjunto y en sus distintas variantes se haya hecho eco de esta
falacia, en lugar de tomar criteriosa distancia y desensillar hasta que aclare.
Si Argentina tuviera un gobierno soberano
(la idea de soberanía la sepultó el canciller de Alfonsín en 1983) le conviene
el gobierno de Lula que debilitará al Brasil porque es un gobierno
ideológicamente débil, estructurado sobre una democracia discursiva donde se
repetirán hasta el hartazgo los lugares comunes de la religión laica de los
derechos humanos, las ideologías de género, arco-iris e indígena. Es decir, que
el poder real del Brasil (sus industrias, su minería y su agricultura) será
marginado en favor del poder simbólico de ciertas minorías.
La teoría del multiculturalismo va a
remplazar a la del crisol de razas o interculturalismo que hizo posible la
existencia tanto al Brasil como a la Argentina.
(*) arkegueta, aprendiz constante