La población disminuye, y no son buenas
noticias
Ricardo Cascioli
Brújula cotidiana,
19-01-2023
El hecho de que,
por primera vez en 60 años, la población china haya disminuido en 850.000
personas en 2022 con respecto al año anterior habrá sido acogido como una buena
noticia por todos aquellos que buscan la “contención” tanto política como
demográfica de China. En
realidad, las cifras publicadas ayer por la Oficina Nacional de Estadística de
Pekín son sólo la punta del iceberg de un desastre demográfico chino que
también tiene graves repercusiones para la seguridad mundial. Al fin y al cabo,
aunque el número de la población china asuste (1.412 millones de personas), no
es menos cierto que la densidad en China es de 137 habitantes por kilómetro
cuadrado, muy por debajo de la densidad en, por ejemplo, Italia, que es de 189
habitantes por kilómetro cuadrado.
Sin embargo, las
cifras dicen que los nacimientos han caído por primera vez por debajo de los 10
millones, mientras que el porcentaje de nacimientos por cada mil habitantes ha
alcanzado un nuevo récord negativo al situarse en 6,77 (era de 7,52 en 2021),
una cifra aún más significativa si tenemos en cuenta que a finales de los años
80 todavía había 23 nacimientos por cada mil habitantes en China (en Estados
Unidos es ahora de 11,06 y en el Reino Unido de 10,08).
La situación
demográfica de China, de hecho, reproduce lo que ya ha ocurrido en Occidente
(hoy China tiene la misma tasa de fecundidad que Italia, 1,2 hijos por mujer), pero esto ha ocurrido mucho más rápido debido a la
“política del hijo único” impuesta de forma férrea en 1979 y con unos niveles
de bienestar y asistencia social muy inferiores a los de los países
desarrollados. Lo cual también significa que las repercusiones de la crisis
demográfica llegarán más rápido y con mayor impacto, con el riesgo de una
agitación social difícil de controlar. El “arrepentimiento” del Gobierno
chino ha llegado demasiado tarde: en 2016 se permitió el segundo hijo y en 2021
el tercero, pero la realidad es que mientras tanto los jóvenes en edad de
casarse ya no tienen como prioridades la familia y los hijos. Por ello,
aunque el líder chino Xi Jinping, en el último Congreso del Partido Comunista
celebrado el pasado octubre, hizo del aumento de la natalidad una prioridad
gubernamental, alcanzar el objetivo no le resultará fácil.
Al mismo tiempo,
de hecho, China está experimentando una dramática crisis de matrimonios, que
prácticamente se han reducido a la mitad en diez años: en 2013 había 13,5
millones, en 2021 bajaron a 7,6 millones, y se estima un nuevo descenso del
10-15% para 2022. Aunque también hay que tener en cuenta el impacto de los
confinamientos por el Covid en los dos últimos años, la tendencia es muy clara:
los jóvenes chinos se casan cada vez menos y, en cualquier caso, mucho más
tarde. El impacto de la crisis matrimonial en la tasa de natalidad es
enorme: en China sólo el 1% de los niños nacen fuera del matrimonio; a título
comparativo, en Italia es del 40% y en los países escandinavos supera
ampliamente el 50%.
También ha
contribuido a esta situación un aspecto de la política de desarrollo iniciada
en los años 80 por Deng Xiaoping al mismo tiempo que la “política del hijo
único”: la creación de Zonas Económicas Especiales (ZEE), en las que concentrar
las inversiones y los incentivos al desarrollo. Una de las consecuencias
inmediatas fue un movimiento migratorio interno sin precedentes: se calcula
que, en menos de veinte años, unos 150 millones de personas se trasladaron del
interior a las regiones costeras orientales y de las zonas rurales a las
ciudades.
Las consecuencias
de estos desplazamientos para las familias han sido enormes, ya que la mayoría
de las migraciones han afectado a un solo miembro de la familia, y cuando era
una pareja la que se trasladaba, a menudo dejaban a un hijo en el pueblo de
origen, con los abuelos o solo: una investigación del Consejo de Estado chino
estimó que entre 20 y 25 millones de niños fueron dejados en los pueblos
rurales por sus padres migrantes; mientras que entre 1990 y 2003, el porcentaje
de niños “sin padre migrante” aumentó del 2 al 10%. La desintegración familiar
resultante de esta situación y los efectos estructurales sobre la natalidad ni
siquiera necesitan explicación.
A esto hay que
añadir otro elemento grave, a saber, el desequilibrio en la proporción de
varones y mujeres generado por la combinación de la “política del hijo único” y
la preferencia cultural-económica por el hijo varón que se deja sentir
especialmente en China. Esto ha generado el trágico fenómeno de los abortos
selectivos (con las mujeres como víctimas) e incluso los infanticidios. El
resultado es que hoy en China hay casi 33 millones más de hombres que de
mujeres (722,06 millones frente a 689,69), una diferencia aún más notable si se
tiene en cuenta que las mujeres en China viven de media cinco años más que los
hombres. Es decir, hay varias decenas de millones de hombres en edad
casadera que no tienen una mujer con la que casarse. Este fenómeno, además de
afectar evidentemente a la natalidad, es precursor de otros fenómenos sociales
desestabilizadores: tráfico de mujeres procedentes de los países vecinos,
especialmente Corea del Norte y Vietnam, marginación, violencia, alcoholismo,
etc.
Toda esta
situación en conjunto es una de las principales razones de la desaceleración
económica de la que hablamos por separado y que puede ser una peligrosa fuente
de inestabilidad social en un país que ya es escenario de miles de revueltas,
lo que –es una conclusión de libro- puede hacer que el gobierno de Pekín sea
más agresivo frente a un enemigo exterior.
Sin embargo, este
panorama no estaría completo si no nos diéramos cuenta de que la lógica
demencial que llevó al régimen comunista chino a la “política del hijo único”
está en dramática armonía con la ideología antinatalista que, bajo el liderazgo
de los países occidentales, se ha convertido en principio rector de las
agencias de la ONU. El fracaso de la
política económica de Mao Zedong y del “Gran Salto Adelante”, que causó unos 40
millones de muertes por hambruna entre 1958 y 1961, se atribuyó al crecimiento
demográfico y no a la desastrosa planificación comunista. Así, Deng Xiaoping
convirtió el control de la natalidad en la base del desarrollo económico de
China, hasta el punto de recibir en 1983 el Premio de Población de la ONU,
entregado por el entonces Secretario General de la ONU, Pérez de Cuéllar, al
Ministro de Planificación Familiar chino, Qian Xinzhong.
Por eso no debe
extrañar que ese mismo año el propio Pérez de Cuéllar creara la Comisión
Internacional sobre Desarrollo y Medio Ambiente presidida por la ex Primera
Ministra noruega (socialista) Gro Harlem Brundtland, que en 1987 publicó el
Informe que codificaba el concepto de “desarrollo sostenible”. Subyace la
creencia de que el control de la natalidad, junto con la interrupción del
crecimiento económico, es el requisito previo para el desarrollo y la
protección del medio ambiente. Y estos son también los principios que ahora
guían las políticas mundiales, desde la economía hasta la transición
energética.
En resumen, el
desastre de China no hace sino reflejar nuestro proprio desastre.