la nueva religión antihumanista que venera a
la tierra y a los animales
Claudia Peiró
Infobae, 16 Abr,
2023
En agosto de 2021,
en plena huida de occidentales y locales de Kabul por la retirada de las tropas
estadounidenses, una asociación de protección animal fletó desde Londres un
avión a la capital afgana para evacuar a 200 perros y gatos de un refugio. El ministro
británico de Defensa de entonces, Ben Wallace, autorizó personalmente el
aterrizaje de ese vuelo en el aeropuerto de Heathrow con los animalitos
rescatados y varios asientos vacíos, cuando todavía Kabul hervía de gente que
intentaba escapar frente a la inminencia del regreso de los talibanes al poder.
Recientemente,
España ha aprobado una ley referida a los animales domésticos por la cual para
ser dueño de uno de ellos habrá que hacer un curso. Sí, capacitarse. La norma
regula el tiempo en el que se puede dejar solo a un animal doméstico (24 horas
en el caso de los perros y 3 días en el de los gatos) y fija multas de hasta
100 mil euros para los infractores. Por motivos obvios, los legisladores,
aunque originalmente no lo pensaron porque parece que legislar fuera de la
realidad es un mal extendido, tuvieron que excluir de esta parte de la norma a
los animales de caza o de pastoreo, esos que viven y/o trabajan en el campo. A
riesgo de frenar actividades productivas. Detalle menor para los fanáticos.
La ley también
restringe la cría y la venta de animales que en adelante será solo resorte de
profesionales. Nada de “prestame a tu perro que tengo una hembra de esa raza y
quiero que tenga cachorritos…” Comprar un bebé estará mejor visto que adquirir
un perro con pedigree.
El mismo Gobierno
español que legalizó la eutanasia humana -en junio de 2021- pretendía “una ley
de sacrificio cero” para los animales. Hasta los gatos callejeros
—“comunitarios” o “colonias felinas” en la terminología del proyecto de ley—
iban a estar a salvo de la eutanasia. Luego tuvieron que limitarse, por motivos
obvios.
Entre nosotros,
dos por tres aparece un alma caritativa preocupada por la persistencia de la
tracción a sangre —la animal, no la humana, ni siquiera la infantil—, y no
faltaron los exaltados que quisieron agarrárselas con los gauchos de la
Exposición Rural…
Además, como
nuestros legisladores no tienen una agenda propia, que contenga las demandas
reales, urgentes y colectivas de los argentinos, sino que siguen la corriente
mansamente, por figuración o por algún tipo de sensibilidad ante los lobbies,
se presentó acá un proyecto de ley para que los animales sean considerados
personas no humanas. El texto no distingue entre animales de compañía,
silvestres o de cría; quiere declararlos a todos sujetos de derechos. En
consecuencia, propone modificar el Código Civil para que, por ejemplo, en un
divorcio la mascota no sea parte de los bienes a dividir sino un miembro más de
la familia cuyo destino habrá que definir en función de lo que sea mejor para
el animalito.
Increíblemente,
este proyecto superó la grieta. Se pusieron todos de acuerdo kirchneristas,
peronistas no kirchneristas, cambiemitas… Lo firmaron Leonardo Grosso (Frente
de Todos), Graciela Camaño (Frente Renovador) y Facundo Manes (Juntos por el
Cambio).
“Los animales no
humanos, cualquiera sea su especie, son considerados personas físicas no
humanas y en consecuencia sujetos de derecho. Se les reconoce plenamente su
sintiencia (sic) y quedan excluidos de cualquier otra caracterización que
afecte su también reconocida dignidad (...). Ejercerán sus derechos por
intermedio de personas humanas o jurídicas”, dice el proyecto. Los abogados
patrocinantes de estos animales podrán accionar penalmente contra quienes los
ofendan o maltraten y reclamar las correspondientes reparaciones. Esto permite
avizorar un nuevo rebusque en el horizonte de la profesión.
Un anticipo lo
tuvimos cuando la orangutana Sandra fue representada por un célebre
constitucionalista que logró que un juez le concediera un hábeas corpus para su
liberación. “Esto sólo se aplica al caso de Sandra y de los grandes primates,
que tienen el 96% de identidad genética con los seres humanos”, aclaró el
abogado en su momento. El proyecto presentado ahora no distingue en cambio
entre simios y otras bestias. Cuatro años más tarde, en 2018, el mismo
patrocinante de Sandra se presentó en el Congreso para abogar por la
legalización del aborto argumentando que el feto humano no es un sujeto de
derecho, como sí lo era la orangutana.
Todo esto nos da
una idea de hasta qué punto está penetrando esta nueva religión que adora a la
tierra y a los animales y los pone por encima del ser humano. El antiespecismo
es la ideología que pretende igualar a animales y humanos en su esencia,
negando una diferencia de naturaleza o de grado entre el hombre y el animal.
Los activistas
veganos antiespecistas son como una secta de extremistas que lanza sus anatemas
e imprecaciones a diestra y siniestra, llegando en ciertos casos a la acción directa
violenta. “Los animalistas, dice el ensayista y periodista canadiense Jerôme
Blanchet-Gravel, no condenan solamente la crueldad hacia los animales: es
Occidente en su relación con el mundo lo que está en su mira”.
Pero como las
feministas, que creen que inventaron la igualdad sexual o que les debemos a
ellas los logros y derechos de que gozamos las mujeres desde hace años, los
veganos están convencidos de que inventaron el amor y el cuidado a los
animales; principios que hace tiempo están incorporados a nuestra cultura.
La Argentina, como
casi todos los países occidentales, cuenta con una Ley que ampara a los
animales desde 1954 (n°14.346), hace casi 70 años. También, desde 1981, con una
de protección de la fauna silvestre (n°22.421). La orangutana Sandra bien pudo
ser liberada y trasladada al santuario donde hoy se encuentra sin necesidad de
declararla persona; bastaba con aplicar las normas ya existentes.
¿En qué momento se
pasó del modelo “Sociedad Protectora de Animales” al extremismo anti humanista
de hoy? La protección de los animales, la lucha contra el maltrato y un
preservacionismo equilibrado son prácticas positivas y hace tiempo reguladas, y
sus objetivos no son incompatibles con el uso de los animales para la
alimentación y el trabajo humanos. Se aspira sí a que ello sea con la menor
crueldad posible.
Aunque para los
veganos los simples defensores de animales sean unos reformistas cómplices de
su explotación, lo cierto es que casi todos los logros en materia de protección
de especies les corresponden a ellos. La limitación del uso industrial, la
eliminación de las riñas de gallo y de las peleas de perros, los animales de
crico, la regulación de la caza, todo eso es anterior al veganismo.
Hasta que aparecieron
personajes como Peter Singer, con su teoría de la “liberación animal”, quien
considera que el uso de animales para necesidades humanas solo se puede
justificar en casos extremos. Así es como surgen las corrientes veganas
radicalizadas, o antiespecistas, que militan por los derechos de los animales.
Vale recordar que en Holanda llegó a haber un Partido de los Animales,
obviamente constituido por personas, incongruencia que no hace mella en la
ideología animalista.
El creador del
término “especismo” fue Richard D. Ryder, psicólogo y filósofo británico, que
afirma que la relación entre el homo sapiens y los demás animales es de total
dominación. Creó la palabra especismo para designar lo que considera una
pretensión humana inaceptable: la de que existe una diferencia entre las
especies, una superioridad, algo que Ryder y sus seguidores niegan, contra toda
evidencia. De acuerdo a esta teoría, los animales deben vivir libres de toda
tiranía y explotación humanas.
El animal es un
ser sensible, que experimenta sentimientos similares a los del humano; es
incluso capaz de pensar. Por lo tanto, corresponde que tenga los mismos
derechos que el humano. De los deberes no hablemos. Costaría un poco hacérselos
entender.
El antiespecista
dogmático coincide con el ambientalista fanático: el gran predador es el
hombre.
En su humanización
de los animales, formulan denuncias disparatadas: las vacas inseminadas son
vacas violadas; ni hablar de las gallinas, cuyos huevos les son robados; huevos
que, en la jerarquía vegana, están por encima del feto humano.
Entre los puntos
flojos, por decirlo suavemente, del razonamiento antiespecista está el de la
indistinción entre especies animales. ¿Se puede equiparar a insectos, moluscos
y mamíferos? ¿Sujetos de qué derechos son las moscas o las cucarachas? ¿Es lo
mismo un caballo que un sapo? ¿Es lo mismo un caniche que un dogo que caza
jabalíes?
¿Y qué tienen que
decir los antiespecistas de la ley que rige el mundo animal según la cual el
grande se come al chico? ¿Un animal puede ser carnívoro y el humano no? ¿Cuál
sería el fundamento de esta discriminación? Muchas especies no podrían
sobrevivir si no fuera devorando a otras.
El periodista y
ensayista Paul Sugy es uno de los detractores de la ideología anti-especista.
En su libro L’extinction de l’homme, le projet fou des antispécistes (La
extinción del hombre, el proyecto loco de los antiespecistas), denuncia la
negación cada vez más radical de la esencia de la especie humana. Los veganos
han pasado de las acciones simbólicas a la violencia, como los ataques contra
carnicerías y queserías denunciando la explotación del animal por el hombre.
En su obsesión por
salvar a los animales, el antiespecismo predica “un nuevo sometimiento: el de
los hombres”, sostiene Sugy. Se puede amar a los animales, dice, considerarlos
compañeros, sentir gran apego hacia ellos, pero hay dos distinciones que marcan
una evolución muy diferente del humano por sobre las demás especies: la bípeda
estación (caminar erguido sobre las dos extremidades inferiores) y un
desarrollo extraordinario de las facultades cerebrales que permitió la
escritura.
Pero para el
anti-especismo no hay diferencia de valor entre el humano y el animal. En su
empeño por eliminar todo sufrimiento animal, dice el autor, llegan a comparar —sin
la menor prudencia ni respeto— la cría de gallinas con la esclavitud humana y
la faena vacuna con la Shoah.
Sugy sostiene que
el proyecto antiespecista apunta a destruir al humano en su especificidad y
grandeza, a abolir su estatus superior y radicalmente diferente al de las demás
especies vivientes. El hecho de que el libro haya sido calificado de “valiente”
habla a las claras de un clima en el cual una serie de corrientes
reivindicativas de sectores minoritarios —reivindicaciones muchas veces antojadizas
o delirantes— se imponen como dogmas que no se pueden contradecir, aunque vayan
contra el sentido común.
Entrevistado por
la revista Causeur, el 18 de junio de 2021, Sugy advertía que el proyecto
antiespecista implica una verdadera revolución intelectual. El especismo —la
diferencia entre especies— sería según ellos una discriminación. Y por ello
quieren abolir la diferencia entre los “animales humanos” y los “animales no
humanos”. La distinción filosófica entre naturaleza y cultura sería obsoleta. Sugy
precisa sin embargo que aunque todos los antiespecistas son veganos, no todos
los veganos son antiespecistas. El veganismo es un estilo de vida, el
antiespecismo una ideología.
La conciencia del
humano acerca de su superioridad por sobre las demás especies es para ellos
infundada y la denuncian como discriminación, explotación, sometimiento. Paul
Sugy relaciona esta ideología con otras corrientes de moda en el presente. El
antiespecismo, dice, se confunde con el pensamiento queer y lo prolonga: después
de la indefinición de los sexos, viene la de las especies.
Otra confirmación
de que para los veganos el humano está en el fondo de la escala es que el mismo
ímpetu que ponen en proteger la leche vacuna para los terneros lo ponen en
promover la vasectomía para frenar la natalidad. En Australia hay un verdadero
boom de esta práctica promovida por los veganos para los cuales dar a luz a un
niño es parir un nuevo contaminador del ambiente. Para ellos es mejor el
humanicidio que el ecocidio. Se hacen esterilizar porque la humanidad daña el
ambiente. En esta lógica, cabe preguntarse para quién preservan la tierra.
En Argentina, el
mismo gobierno que promueve la vasectomía y la ligadura de trompas entre
adolescentes, firma un decreto para que las farmacias acepten las recetas de
veterinarios. Destacando la medida, un funcionario dijo que “esta decisión
presidencial la ubica (a la profesión veterinaria) en una valoración
equivalente a los médicos, lo cual es muy importante”. Y agregó que “el rol de
los médicos y de los veterinarios se mancomuna en pos de un mismo objetivo: la
salud pública, animal y ambiental”.
Entre los
fundamentos de los antiespecistas para equiparar a los hombres con los animales
está el de que éstos tienen “conciencia”. Deberían aclarar qué entienden por
esa palabra. Las obligaciones, el deber, la distinción entre el bien y el mal o
la autorreflexión son cosas por completo ajenas a los animales que, vale
reiterar, tampoco son iguales entre sí. No es comparable un animal
domesticable, que puede convivir con nosotros las 24 horas, con uno salvaje que
jamás se adaptaría. Además, las especies que llegan a dominar su instinto lo
hacen gracias al entrenamiento de los humanos; no por conciencia ni por
razonamiento. Los que sostienen que existe la inteligencia animal olvidan
agregar que es de un orden muy distinto a la humana.
El mundo es
inteligible —hasta un punto— por y para el hombre, que es quien tiene la
capacidad de enunciarlo y pensarlo. Por eso tenemos responsabilidades sobre
todo lo creado. Pero sin degradar nuestra condición. El antiespecismo no es
preservacionismo animal sino justamente una forma de degradación humana.
A propósito de la
proliferación y humanización de mascotas, la antropóloga María Carman, autora
de Las fronteras de lo humano (Siglo XXI, 2017), advierte que “esta visión
humanizante de los animales corre el riesgo de corresponderse con una visión
biologizante de los humanos”, llamando la atención sobre “algunas
organizaciones que parecen más preocupadas por el caballo que tira el carro del
cartonero que por el cartonero” (citada por José Natanson en Página 12,
9/10/18).
No es la
protección o preservación del reino animal lo que está en juego, sino una
concepción del mundo. Priorizar a los animales por encima del hombre, visto como
vulgar depredador de una naturaleza endiosada, tal es la nueva religión
panteísta que se quiere imponer.