días de locura colectiva en una universidad
tomada por el wokismo
Claudia Peiró
Infobae, 23 Abr,
2023
El caso del
Evergreen State College, cercano a Seattle, estado de Washington, ocurrido en
2017, es una muestra o anticipo del extremo a que pueden llegar algunas
reivindicaciones identitarias en boga. Escraches, insultos, cancelación de
profesores y apriete a las autoridades en nombre de la lucha contra un racismo
inexistente.
Cabe aclarar que
el Evergreen State College está en el top ten de las universidades más
“liberales”, en el sentido estadounidense del término, o sea progresistas,
incluso izquierdistas, de ese país.
Los profesores se
presentan ante los estudiantes con fórmulas tales como (textual): “Soy
cisgénero, mujer negra y hetero”; “soy una mujer cisgénero [Nota: la neolengua
llama cisgénero a quien se identifica con su sexo de nacimiento], blanca,
queer, no soy discapacitada, soy gorda”; “mi color de piel es diferente a la de
mucha gente poderosa, soy un hombre, cisgénero, hetero, muy educado, mi campo
son las matemáticas y la física, lo que a muchos les da espacio para decir ‘la
ciencia no está para ocuparse de la justicia social, la ciencia se ocupa de la
verdad’...” etcétera. Nótese el mensaje de que la ciencia no debe ocuparse de
la verdad y ya podemos percibir el clima que se respira en Evergreen.
Esto explica
también por qué a algunas universidades argentinas se les ocurrió pedir a sus
docentes que se reempadronaran de acuerdo a su autopercepción de género: cis,
binarios, trans, etc. Toda moda llega.
Los profesores de
Evergreen no se presentan como individualidades, sino que se identifican por su
pertenencia a grupos definidos por rasgos físicos, incluso raciales, de género
o de orientación sexual.
Ahí no acaba la
cosa. Si alguna de esa identidades conlleva privilegios, deben hacer acto de
contrición. Reconocer públicamente su condición de privilegiados. “De la lista
de identidades que aportan privilegios, puedo marcarlas todas: mujer, blanca,
educada…” -confiesa una, lo que no la va a salvar de la agresión cuando estalle
el motín-; “cuando entro a un lugar, no sé si prima el privilegio masculino, el
blanco, el educado, los tengo todos, soy un blanco, cisgénero, heteronormado,
que trata de saber qué hacer con todas esas cartas de privilegio para hacer
avanzar la justicia social en forma respetuosa…”, dice otro culpable.
En el universo
Evergreen, hay dos categorías: se es víctima o victimario, oprimido u opresor.
Los blancos son todos victimarios.
Presentación de
los profesores en la Universidad de Evergreen, en 2016
Guay del que se
atreva a poner en duda que hay racismo. En Evergreen sólo se debate sobre cómo
se manifiesta el racismo en cada situación. El statu quo racial es cómodo para
los blancos, dicen. Los profesores blancos gozan de una mayor legitimidad.
La realidad es que
Evergreen no tenía problemas de racismo, siendo una institución tan
progresista. De hecho, no existían quejas ni denuncias concretas. Pero sí un
relato impuesto que dictaminaba la necesidad de una lucha permanente contra el
racismo “estructural”, omnipresente y a la vez invisible.
De nuevo, ¡qué
casualidad que el inefable Instituto Nacional contra la Discriminación (INADI)
haya declarado en 2020 que en Argentina existe un racismo estructural…!
Evergreen adhiere
a las teorías de la socióloga Robin DiAngelo, cultora del concepto de nuevo
antirracismo crítico, y que en una charla en ese college explicaba: “El racismo
es un sistema cuya existencia no depende de los individuos. Está profundamente
anclado en la sociedad, en todas sus instituciones, normas prácticas,
políticas, formas de enseñar la historia. Asegura una distribución desigual de
absolutamente todo entre las personas de color y los blancos. Es inevitable que
yo tenga pensamientos y comportamientos racistas”.
Por si no bastara
con eso, agregaba: “Sólo el grupo dominante puede ser racista, sexista,
clasista. Sólo los blancos pueden ser racistas. No se puede evitar ser
socializado en una visión racista del mundo cuando se es blanco”.
En concreto, según
la doctrina DiAngelo, se es racista por default, es decir, aunque uno no haga
nada racista, es cómplice por el solo hecho de ser blanco. Si además es
cisgénero, heterosexual y con un alto nivel educativo, su condición de
privilegiado, opresor y victimario se potencia. Es la famosa
interseccionalidad: identidades superpuestas que pueden acentuar el privilegio
o la victimización.
La ideología
oficial de Evergreen es por lo tanto el antirracismo interseccional, que los
obliga a una vigilancia constante y que los ha llevado a elaborar 39 preguntas
para los blancos, una suerte de guía para la detección de su racismo innato:
¿Cómo sabes que eres blanco? ¿Cuán seguido piensas en que eres blanco? ¿Cuándo
caíste en la cuenta de que eres blanco? ¿Cómo te diste cuenta de que eres
blanco? ¿Hablas con tus amigos acerca de ser blanco? Etcétera, etcétera…
Cuidado con
atreverse a preguntar en qué o cómo se manifiesta la supremacía blanca en una
de las universidades más progresistas de los Estados Unidos, porque la sola
pregunta revela racismo.
Pero bueno,
siempre hay un pez que quiere nadar contra la corriente y eso sucedió incluso
en el paraíso de la corrección política.
Todos los años, en
Evergreen se celebraba el Día de la Ausencia: una fecha en que los estudiantes
y los profesores negros no asistían a clase. Así hacían notar -“visibilizaban”-
lo que representan para la institución como personas y académicamente. Que el
resto de la comunidad universitaria fuese consciente de lo mucho que aportan.
Pero en 2017 se
decidió que esta vez eran los blancos los que debían ausentarse. Esto no le
gustó a Bret Weinstein, profesor de biología con 15 años de antigüedad en
Evergreen, y envió una carta al comité organizador para exponer sus argumentos.
Una cosa era que un grupo se ausentara por su propia voluntad para expresar
algo y otra muy distinta era que esa colectividad decidiera que otro grupo
debía ausentarse. Eso le parecía contrario al espíritu de los derechos civiles.
“Como judío, escribió Weinstein, cuando la gente empieza a decirme a dónde ir y
a dónde no ir, me suenan las alarmas”.
El Comité publicó
la carta en el periódico del College. Inmediatamente Weinstein vio su despacho
rodeado por un grupo de estudiantes enardecidos. Fue escrachado, insultado y
apretado para que renunciara. Racista fue lo más suave que le dijeron. El
profesor intentaba explicar su postura, pero le costaba hacerse oír en medio
del griterío. Una estudiante le hizo una pregunta pero luego no lo dejaba
hablar. Weinstein: “¿Puedo responder?” Ella: “¡No!” Weinstein osó decir que no
había actos de racismo en el campus. Le dijeron que había perdido su derecho a expresarse.
El escrache al
profesor Bret Weinstein
La violencia iba
en aumento. La policía apareció para sacar a Weinstein del tumulto y entonces
los estudiantes que estaban patoteando al profesor pasaron a victimizarse,
asegurando que éste no quería dialogar y que llamó a la policía para que
atacara a los estudiantes negros. Los agresores llegaron a decir que habían
temido por su vida, cuando nada grave pasó. No hubo golpes, ni heridos, nada.
Pero el grupito radicalizado lanzó un “relato” victimizante.
Weinstein quiso
dialogar y ellos lo llamaron “pedazo de mierda”. La interseccionalidad no
funcionó acá: un profesor judío, que bien pudo haberse victimizado en nombre de
la persecución a su pueblo, fue atacado por estudiantes negros que se sienten
con derecho a la venganza por el esclavismo de siglos pasados.
Cuando el director
de Evergreen, el muy progresista George Bridges, convocó a una asamblea y quiso
hablar con los estudiantes, no le fue mejor: éstos reaccionaron con los
habituales “fuck you” y hasta le exigieron que dejara de mover las manos al
hablar porque eso era un comportamiento agresivo… y él les hizo caso. Más
todavía, les dio la razón en todo y les prometió poner en caja a los profesores
díscolos que, si no aceptaban ser reeducados, serían despedidos.
La visión de esa
asamblea impacta por el nivel de grosería y las humillaciones a las que los
estudiantes someten a Bridges [ver video más adelante]. La comida de la
cafetería y las sillas fueron reservadas a los estudiantes negros. El reclamo
de los exaltados era alucinante: denunciaban que la carta de Weinstein, su
negativa a plegarse al Día de la Ausencia, había traído “al supremacismo
blanco” a la puerta de Evergreen. Uno increpó a Bridges: “¿Qué vas a hacer
desde ahora para asegurar nuestra protección? La blanquedad es el sistema más
violento que existe. Mis ancestros eran esclavos, no los de ustedes. ¡A la
mierda vos y a la mierda la policía!”
La palabra
“blanquedad” es usada por el wokismo para designar el racismo innato de las
personas blancas, a diferencia de “blancura” que sólo alude al color.
Recordemos que en
Evergreen no había pasado nada violento contra los estudiantes; sí había habido
un apriete de ellos al profesor. Que se extendió luego a todos los docentes y a
las autoridades del college.
En una reunión con
directivos, recriminaron: “Ustedes nos pusieron en peligro. Su silencio es el
de la violencia blanca. El silencio blanco es violencia”.
La cosa fue in
crescendo y se vio una escena lamentable en la cual los estudiantes gritaban:
“¡Bajá las manos George! ¡Bajá las manos! ¡No señales con el dedo George! ¡No
es correcto!”... y el director obedeció.
Los pocos
estudiantes negros que osaron defender a Weinstein fueron acusados de
“traidores a su raza”. La locura fue creciendo y un día después de la asamblea,
el campus fue tomado por los ofendidos que hasta se armaron con gas pimienta
para asegurarse de que nadie saliera, en especial los blancos.
Se sirvieron de
una discusión en la que un docente señaló con el dedo a una colega negra para
inventar una agresión inexistente. Como esos rumores que se propagan en medio
de una insurrección y generan escenas de terror, los estudiantes negros pasaron
al extremo de la victimización, asegurando temer por su vida mientras
encerraban a todos los blancos -docentes y administrativos- en una habitación
bajo vigilancia y les decían que se pusieran a trabajar en cómo iban a
satisfacer sus reclamos. Para ir al baño, los profesores tenían que pedir
permiso y eran acompañados por un estudiante.
Los estudiantes de
Evergreen insultan a los profesores y al director
Algunos activistas
se paseaban por el campus con bates de béisbol en el rol de vigilantes. Entre
las exigencias para poner fin a la toma estaban la de imponer a los profesores
programas de reeducación política y el derecho a entregar sus trabajos con
demora.
Cuando la noticia
llegó finalmente a los medios nacionales, hubo más pedidos de expulsión de
Weinstein con el argumento de que “había provocado una reacción violenta del
supremacismo blanco”, al dar a conocer lo ocurrido. Una estudiante dijo que él
había incitado acciones de supremacistas blancos y nazis en contra de ellos. “Y
eso no debe ser protegido por la libertad de expresión”, sentenció,
justificando su derecho a impedirle hablar.
El director apañó
a los estudiantes, los felicitó y hasta nombró a uno de los cabecillas en el
Consejo Asesor sobre Igualdad con la misión de reescribir el código de conducta
estudiantil. Ante semejante indefensión, Bret Weinstein terminó renunciando,
pero todo esto no fue gratuito para el College que debió indemnizarlo con medio
millón de dólares.
Como la cosa ya se
salía de cauce, intervinieron las autoridades estatales porque la universidad
es pública. George Bridges tuvo que ir a dar explicaciones al Senado estatal.
La matrícula de Evergreen se derrumbó al año siguiente. Y entonces esta lucha
por la equidad llevó a la necesidad de aumentar el costo de inscripción y en
consecuencia perjudicar aun más a los no privilegiados que todo este movimiento
delirante decía querer defender.
También Weinstein
fue convocado al Senado: “Lo que vi fue algo que funcionaba como una secta,
cuyo objetivo sólo es entendido por los líderes y los demás están seducidos por
una ficción hábilmente construida. La mayoría de los involucrados en este
movimiento creen estar actuando por una causa noble: poner fin a la opresión.
Sólo los líderes saben que se trata de crear una nueva opresión”, dijo en su
testimonio.
Bret Weinstein
había protestado ante sus colegas y autoridades por ese continuo machacar de
que Evergreen era una institución racista sin que se diera la menor prueba o
ejemplo de ello. El muy díscolo se atrevió a sugerir que se hiciera una
consulta a los estudiantes y profesores que estaban sufriendo la “supremacía
blanca”, para que dieran ejemplos de discriminación en Evergeen. La respuesta
fue: “Debemos dejar de preguntarles, porque les hacemos daño. Preguntarles eso
es Racismo con maýuscula”.
Hay racismo aunque
no se lo vea. Punto.
Este caso de
histeria colectiva, en que los individuos son arrastrados por el grupo y
adoptan conductas que no tendrían aisladamente, demuestra además lo que las
personas pueden hacer cuando desaparece la autoridad. Las escenas que se vieron
en Evergreen parecían salidas de El señor de las moscas.
Pero esta
radicalización y acción directa estudiantil no es un fenómeno limitado a
Evergreen, aunque allí adquirió dimensiones impresionantes, sino una tendencia
que se extiende a muchos campus.
Al concluir el
2017, Jonathan Haidt, psicólogo social, profesor en la Universidad de Nueva
York, y uno de los intelectuales críticos del wokismo, hizo un balance: “Este
año vimos un aumento en las tácticas de intimidación, el comportamiento incivil
y la violencia real en el campus. Lo más alarmante es que los estudiantes se
unieron a activistas locales para utilizar la violencia como herramienta para
detener a oradores no deseados, primero en la Universidad de Berkeley y luego
en el Middlebury College. En términos más generales, asistimos a un fuerte
aumento del uso de tácticas de intimidación y de gritos organizados -el veto
del interrumpidor- para detener a los oradores y disuadir a los estudiantes de
asistir a las conferencias, como ocurrió en el Claremont McKenna College y en
el Reed College. Vimos cómo toda una universidad se sumía en la anarquía cuando
Bret Weinstein empezó a cuestionar las nuevas y engañosas políticas de equidad
de la Evergreen State College”.
En un artículo en
Causeur, el 13 de abril pasado, Jonathan Sturel, habló de “terror woke”: “Allá
(en Estados Unidos), las feministas de pelo fluorescente, los ‘racistas’
antiblancos y los transidentificados se organizan en un ejército que intimida
al resto del grupo, incluidos los profesores, que se ven obligados, por la
presión social y la laxitud de la dirección, a dejar que se extienda el terror
woke. Allí, cada palabra que dices, incluso la más insignificante, tiene que
ser sopesada porque es probable que ofenda a alguien por una razón u otra. Como
en el infierno estalinista, el infierno woke impone una autocensura permanente,
ejerce una presión que constriñe la expresión de la palabra y, obviamente, la difusión
de opiniones contrarias”.
Sturel también
advierte sobre el riesgo de contagio a Francia de esta moda victimista por la
que los supuestamente ofendidos se creen con derecho a ofender. Y no estamos a
salvo en la Argentina, ya vimos anticipos de esto como la invención de un
racismo estructural (o la del patriarcado) o la creciente uniformización del
pensamiento en las universidades.
“El wokismo [N. de
la R: del inglés woke -despierto- alude a la actitud vigilante ante el racismo
y ante cualquier otro factor real o supuesto de desigualdad social]-concluye
Sturel-, que es un asistencialismo mental que conduce a todo tipo de pereza
social, intelectual y humana, debe combatirse con toda la energía necesaria.
Más vale ser hoy el hijo de puta de unos pocos que mañana el verdugo de todos”.
Sturel advierte de
que Evergreen es un ejemplo de “microsociedad woke” y que por lo tanto “no hace
falta esforzarse en imaginar los daños causados” por esta tendencia.
Lo que está
pasando con el nuevo antirrracismo, se asemeja a la radicalización del
feminismo, que ha pasado de la lucha por los derechos politicos (sufragismo) y
civiles (igualdad) de décadas anteriores, al revanchismo y la guerra de sexos
de hoy, a un discurso cada vez más agresivo contra el sexo opuesto, culpable de
todos los males, actuales y pasados.
Del mismo modo, en
Estados Unidos, se pasó de la heroica lucha por los derechos civiles encabezada
por Martin Luther King. que puso fin a las leyes de segregación racial, a la
agresividad y el “derecho” a la venganza del presente, respaldado por la
llamada teoría crítica antirracial que en el fondo justifica un racismo contra
los blancos, un deseo de vengar en el presente agravios del pasado, cuyas
víctimas y victimarios se remontan a varias generaciones atrás.