Por Sergio Chouza *
La Prensa,
18.06.2023
La producción
resiste, a pesar de todas las dificultades de un año complejo por el efecto de
la sequía y el arrastre de cinco años en crisis macro. La inflación de tres
dígitos alimenta todo tipo de inconsistencias y distorsiones que impiden el
buen funcionamiento de los mercados. Aún así, cierto fenómeno de “repudio a los
pesos” le pone un piso alto al consumo y la inversión interna, a pesar de las
rigideces de oferta. Con todo, la etapa final de esta gestión muestra a un
gobierno tratando de administrar los excesos de demanda de divisas mientras
flotan en un océano de restricciones.
Los datos
concretos marcan un crecimiento módico en el primer trimestre del año, que
acumuló una variación positiva del 1,5%. Para dar cuenta de este desempeño se
destaca la producción industrial con un avance del 4% en los primeros cuatro
meses.
Así, la actividad
manufacturera en abril tocó niveles máximos en 65 meses, con un aceptable nivel
de utilización de la capacidad instalada (67,5% en marzo). En la misma línea,
acompaña el rubro de la construcción con tres de los últimos cuatro meses para
arriba (+3,4% mensual en abril).
En contraste, el
sector primario verifica números espantosos. La producción de granos registra
caídas en casi la totalidad de cultivos, destacándose una merma del 43,1% para
el trigo entre la campaña 2021/22 y la 2022/23.
En orden de
magnitud siguen las magras cosechas de soja (-42%) y maíz (-31%). El sector
primario (excluida la pesca) tiene un peso reducido de incidencia en el PBI,
explicando una décima parte del total. No obstante, su retracción genera
efectos indirectos en otras actividades.
Algunos sectores
están desvinculados de las fluctuaciones del ciclo económico. El mejor ejemplo
es el sector hidrocarburífero, que no deja de romper récords de actividad y
empleos. En el primer cuatrimestre del año la producción de gas superó los
15.400 millones de m3 con una suba del 1,2% interanual y tocando máximos desde
2019.
En igual período
la extracción de petróleo crudo fue cercana a los 12 millones de m3, con un
alza del 11,1% interanual y alcanzando el mayor nivel desde 2008. Otro rubro
que muestra una dinámica relativamente autónoma es el automotriz. Con empresas
de primer orden global de tradición histórica en Argentina, el eslabonamiento
con la economía brasilera permite generar las escalas y complementariedad
necesarias para poder competir en la región.
Así, la producción
de vehículos promedia un crecimiento de las unidades del 26,6% y presentó el
parcial para los primeros cinco meses más elevado desde el 2013. También marcan
un buen desempeño la siderurgia, la metalmecánica vinculada a la construcción,
la industria mueblera, y algunas economías regionales no afectadas por la seca.
Una teoría
novedosa que tomó volumen en los últimos meses trata sobre una cierta
“prosperidad barrani”, vinculada a la economía informal y que tracciona el
crecimiento económico. Según esta estrafalaria narrativa, la proliferación de
actividades no registradas es endógena al régimen de alta inflación, además de
ser causada por la excesiva carga tributaria y regulatoria por parte del
Estado. Lejos de asignarle al proceso una carga valorativa negativa, los
cultores de estas ideas son optimistas del desempeño económico a futuro.
Quienes pregonan
la hipótesis de prosperidad barrani se basan en una supuesta observación
vivencial sobre la demanda en restaurantes, actividades culturales (teatros,
cines, shows musicales) y eventos deportivos. El consumo masivo en segmentos de servicios “no
esenciales” sería evidencia suficiente para descartar un escenario de crisis
severo, y el pesimismo exacerbado estaría guiado principalmente por
motivaciones políticas.
Es un hecho que
los grandes centros urbanos no presentan un fenómeno de depresión semejante al
de otros contextos históricos. Aún así parece difícil generalizar conclusiones
sobre el estado del bienestar económico de la población sólo a partir de la
percepción del consumo. Al respecto, proponemos hablar de una Argentina
partida, donde el sistema de alta inflación impacta de manera asimétrica en los
distintos bloques de la pirámide distributiva.
* Segmentos altos
no asalariados. Ya sea gracias a mantener stocks de ahorro suficientes como por
su alta capacidad de cobertura ante la aceleración de precios.
* Segmentos medios
asalariados formales, con cobertura de paritarias. En este caso puede existir
cierta erosión del poder adquisitivo, pero es relativamente acotada y afecta
poco las decisiones de consumo.
* Segmentos
informales, desocupados y grupos en vulnerabilidad. El proceso de alta
inflación erosiona fuertemente los ingresos que no ajustan a igual velocidad.
En general estos sectores acceden a canales de consumo en los que no rigen los
programas oficiales de control de precios.
En el plano
prospectivo, las proyecciones siguen siendo aciagas, con números de algunas
consultoras que llegan a superar el 4%. A la luz de los números previamente
analizados, parece precipitado pensar un desplome de semejante magnitud. No
solo los números de los primeros cinco meses del año se dan de bruces contra
esta posibilidad, sino también la misma “inercia productiva” que arrastra la
economía.
Ocurre que, a
pesar de todos los obstáculos y restricciones para acceder a reservas para
traer insumos, la mayor parte de las empresas encuentra alguna salida del
laberinto. Ya sea usando dólares propios, comprando en el mercado financiero,
obteniendo financiamiento o esperando los tiempos burocráticos, el sector
privado tiene incentivos muy fuertes a no frenar la producción dado el vigor de
la demanda.
Nuevamente, los
bienes y servicios como “refugio” ante la erosión inflacionaria permiten
sostener los niveles de consumo privado. Además, toda persona jurídica que
puede acceder a importaciones lo hace, anticipando un eventual encarecimiento
en el marco de la futura normalización del mercado de cambios.
El Ministerio de
Economía hace malabares para resolver el dilema de manta corta que enfrenta,
donde no puede abastecer simultáneamente la demanda de dólares para la
producción y la acumulación de reservas para intervenir en el mercado. En
tiempo de descuento y sin poder político no hay soluciones mágicas.
La sequía fue la
estocada final sobre una gestión cuyo activo era la recuperación productiva.
Sostener el crecimiento es una misión casi imposible. Una “derrota digna” que
acote la caída del PBI a la zona del 0,5% al 2% no parece mal resultado.
* Director de la
consultora Sarandí.