Mons. Héctor Aguer
Fuerte advertencia
del Arzobispo Emérito de La Plata: «el “Instrumentum laboris” [del próximo
Sínodo] plantea cómo asumir eclesialmente la mundialista Agenda 2030»
[Nota: las
“negritas” son nuestras]
[FVN] 5-7-2023
“Estupor” es la
palabra que sube a mis labios al conocer el contenido de las 50 páginas del
Instrumentum laboris, para el Sínodo que viene programándose “democráticamente”
desde 2021. [El Diario] “La Prensa”, de Buenos Aires, titula así la noticia:
“El Vaticano difundió la espinosa hoja de ruta del próximo Sínodo”. El
documento incluye la pretensión de una “necesidad profunda de imitar a nuestro
Maestro y Señor en cuanto a la habilidad de vivir una paradoja aparente:
proclamar agresivamente su enseñanza auténtica, y al mismo tiempo servir de
testigo para una inclusión y aceptación radicales”. ¡Vaya imitación de Cristo,
agresiva, paradójica! Este propósito es insólito: la Iglesia sinodal formula
una glosa progresista al Evangelio. El Instrumentum laboris plantea cómo asumir
eclesialmente la mundialista Agenda 2030. Es admirable de qué modo la monarquía
pontificia hace decir a la “democracia sinodal” lo que ella quiere que esta
“democracia” diga. Es algo así como tirar la piedra y esconder la mano.
El itinerario de
la futura Asamblea que lleva ya dos años de preparación, hace hablar y votar a
la “Muchedumbre”, especial y novedosamente a la femenina. Es lo que yo
insinuaba con el conocido ejemplo de la piedra. Cuando el diseño de esa otra
Iglesia esté consumado, el Sumo Pontífice, ante las críticas que no faltarán,
podría decir: “Yo no fui”.
Al recoger el
resultado del camino recorrido desde 2021, el documento que vengo comentando
afronta la cuestión de una nueva eclesiología: la Sinodalidad. Una digresión:
“sínodo”, “sinodal”, significa “caminar con” (del griego syn y hodós) pero no
expresa “hacia dónde”. La meta, entonces, puede ser la nueva Iglesia
progresista, heterogénea respecto de la gran Tradición eclesial. Vayamos todos
juntos hacia allá. Uno de los tópicos de la agenda, que atrae rápidamente la
atención, es “cómo puede la Iglesia ser más receptiva de las personas LGBTQ+”.
Es de notar que ya no se usa la expresión “personas con tendencias
homosexuales”, que aparece en varios documentos romanos, y en el Catecismo de
la Iglesia Católica. Tampoco se menciona el nombre de otros “colectivos”, que
se han sentido marginados o ignorados. Se continúa afirmando que los pobres
“ocupan un lugar central”; se introducen nuevos ámbitos, como el cambio climático,
y los movimientos migratorios, a los cuales se refiere frecuentemente la
predicación pontificia.
En el Sínodo que
se proyecta participará un 75 por ciento de obispos, y un 25 por ciento de
laicos, entre ellos mujeres, con derecho a voz y voto. Si no he leído mal, me
parece que los presbíteros son ignorados, lo cual es muy llamativo, y señala
cómo su número desciende continuamente en todas las diócesis. Las vocaciones
sacerdotales ya no constituyen una prioridad. Otra vez ha llegado “la hora de
los laicos”.
El texto prosigue
indicando que “existen quienes no se sienten aceptados en la Iglesia, como los
divorciados vueltos a casar, las personas en matrimonios que solían llamarse
irregulares, o las personas LGBTQ+, y hay formas de discriminación racial,
étnica, de clase o de casta que llevan a algunos a sentirse menos importantes,
o menos bienvenidos dentro de la comunidad”. El propósito de superación se
formula, entonces: “¿Cómo podemos crear espacios en los que aquellos que se sienten
heridos por la Iglesia, y rechazados por la comunidad pueden sentirse
reconocidos, no juzgados, y libres para hacer preguntas? Y ¿qué medidas
concretas son necesarias para llegar a las personas que se sienten excluidas de
la Iglesia a causa de su afectividad y sexualidad?”. Estas serán preguntas que
se formulará la Asamblea Sinodal. Arriesgo una interpretación: ya no cuenta la
verdad objetiva y el reconocimiento de preceptos a tenor de los cuales se juzga
y se reconocen la virtud y el pecado. Lo que ahora importa es cómo se sienten
los que se consideran excluidos; es su sentimiento, y no el estado objetivo en
que se hallan.
Otro punto clave
es la necesidad de “que se aborde la participación de las mujeres en el
gobierno, la toma de decisiones, la misión y los ministerios a todos los
niveles de la Iglesia, con el apoyo de las estructuras adecuadas para que esto
no quede en una mera aspiración general”. Como se ve, el programa no se atreve
a plantear el posible “sacerdocio femenino”. Esta observación concreta sobre
“las estructuras adecuadas” vuelve a las socorridas aspiraciones al cambio de
estructuras. Aunque parezca curioso observarlo, la Iglesia Católica comienza
tardíamente a recorrer la ruta que abrió la Reforma Protestante, cuando desde hace
tiempo el protestantismo ha sido tragado por el mundo. Este es el momento de
citar lo que escribió en su Diario, en 1848, un luterano danés que fue un gran
filósofo cristiano, Soren Kierkegaard: “Justo ahora que se habla de reorganizar
la Iglesia, se ve claramente qué poco Cristianismo hay en ella” (IX A 264). En
la misma página habla de “la desgraciada ilusión de la Cristiandad, que
reemplaza el ser cristiano por ser hombre”. Esta desgraciada ilusión es la que
engaña ahora a la Iglesia Católica.
El programa
sinodal, al igual que el del Sínodo Alemán diseña otra Iglesia, heterogénea
respecto de la grande y unánime Tradición. ¿Cómo reaccionarán los católicos
fieles? En diversos países ya se configura felizmente una reacción que suele
ser descalificada como “conservadora” por el progresismo oficial. La
Providencia del Esposo y Señor de la katholiké, inspira e ilumina aquella
contemporaneidad con Cristo que expresa el cumplimiento de la promesa
evangélica: “Yo estaré siempre (todos los días) con ustedes hasta el fin del
mundo” (Mt 28, 20). El texto griego dice: hasta la synteléias del cosmos. La
fórmula “fin del mundo” es una traducción ambigua; el cumplimiento es la
plenificación de la Historia, según los planes misteriosos de la Providencia.
En el misterioso ámbito de la Providencia divina se inscribe el juego de las
causas segundas, a las que ordena según designios inescrutables. En la
Providencia se manifiestan la justicia y la misericordia de Dios. Esta
Providencia, entonces, incluye la dialéctica de las causas segundas, y por eso
se puede decir que permite el mal.
Los designios de
los fautores del Sínodo son esas causas segundas, libres para hacer el mal.
Franqueza
¡Cómo me atrevo a
expresarme en estos términos! Reconozco y venero a Francisco como Sucesor de
Pedro, Vicario de Cristo. Pero Francisco sigue siendo Jorge Bergoglio. Ahora
bien, conozco a Jorge Bergoglio desde hace 45 años. Es una “causa segunda”. Eso
explica lo dicho, y aún lo muchísimo más que podría decirse.