Gustavo González
Presidente y CEO
de Editorial Perfil
Perfil, 17-12-23
Pasó apenas una
semana para que se empezara a criticar al Presidente por no cumplir con sus
promesas. Más específicamente, con la que decía que “el ajuste no lo va a pagar
la gente”. Se volvieron a emitir reportajes en los que Javier Milei repetía que
“por primera vez lo va a pagar la casta”.
Sin embargo, creo
que detenerse ahora en quién va a pagar el ajuste es secundario. Porque la
promesa de fondo de Milei fue que llevaría adelante “el mayor ajuste de la
historia”, bajo el supuesto de alcanzar rápido el superávit fiscal.
Por lo demás, es
de esperar que con más inflación, más crisis, más desocupación y más
conflictividad social, el ajuste lo vamos a pagar todos.
Y Milei fue claro
en ese sentido. Dijo una y otra vez qué pasaría si llegaba al poder. Lo reiteró
en su discurso de asunción y por el cual fue vitoreado: “¡Javier, querido, el
pueblo está contigo!”.
Era sincero cuando
prometía un ajuste pocas veces visto. Empezó a cumplir. Es cierto que decía...
Por eso, a esta
altura, la cuestión no es tanto el ajuste, sino cómo va a quedar la Argentina
después del ajuste.
Estado afuera. Ya
se conocieron los primeros anuncios. Todos conducen en la misma dirección: el
objetivo es que la presencia del Estado vaya desapareciendo hasta llegar al
ideal anarcocapitalista de que no exista más.
El Estado no
fomentará más la obra pública. Si los privados lo hacen, en buena hora; si no,
no habrá nuevos gasoductos, ni carreteras transitables, ni más represas, ni
planes de vivienda. No habrá ayuda para las provincias y se tenderá a que no
haya para las personas.
Es cierto que,
antes de ser presidente, había jurado bajar los impuestos y ahora los quiere
subir, incluso el de Ganancias, cuya eliminación viene de votar. Promete que
“el esfuerzo es transitorio”, lo mismo que el aumento de las retenciones. Bajo
la consigna de que, desde la doctrina libertaria, los impuestos son una
injusticia que paraliza las fuerzas productivas del mercado.
Cuando Milei decía
“la justicia social es una aberración”, lo decía porque está convencido de que
de esa forma se comete una injusticia que implica ayudar a unos con los
impuestos de los demás. Puede que, en el corto plazo, los planes sociales y los
subsidios a los servicios tiendan a bajar más paulatinamente de lo que él
desearía, pero el objetivo que explicitó infinidad de veces es que lo mejor que
le puede pasar al país es que desaparezca la intervención estatal.
...que lo iba a pagar
la casta, pero quizá se refería a que no lo pagaría lo que llama “la gente de
bien”
Así, cada uno
recibiría solo lo que consiguió con sus méritos y pagaría lo que deba pagar
según la ley de oferta y demanda. No más.
Es posible que
cuando Milei decía que “el ajuste lo va a pagar la casta”, lo hiciera en
función de que no lo va a pagar “la gente de bien”. Que, para él, es la gente
que no quiere mantener más al Estado y a los que viven de él.
Desde su punto de
vista, quien terminaría pagando el ajuste sería entonces “la gente de mal” que
se aprovecha de la “gente de bien”.
La casta es esa
“gente de mal”, esa que no quiere pagar lo que corresponde por el transporte
público o la tarifa de gas y luz, la que pretende cobrar un sueldo de una
empresa estatal que da pérdidas, la que exige una actualización de sus
jubilaciones sin importar si existen recursos para eso, la que reclama ayuda
porque no tiene aptitudes competitivas para encajar en el sistema laboral o la
que pide algún tipo de intermediación estatal para negociar el precio de los
alquileres o de los bienes de primera necesidad que consume.
Javier, querido.
Creo que Milei cumple o intenta hacer lo posible para cumplir.
Tienen su razón
quienes lo votaron y ahora apoyan las medidas de ajuste. Están en líneas con la
creencia de que el Estado (o este Estado) es el problema.
Y tienen su razón quienes no lo votaron y hoy
se quejan, porque comprueban que, al cumplir con esas promesas, sufrirán sus
consecuencias.
Nunca nadie como
él
Pero ninguno podrá
decir que él no les avisó.
Porque el quid de
la cuestión ya no es si Milei cumple, sino las implicancias sociales y
económicas que tendrá su cumplimiento.
Para “la gente de
bien”, la esperanza es que las consecuencias del prometido ajuste terminen
siendo afortunadas para la mayoría. O al menos que no les toque a ellos.
En cambio, para la
otra gente, la que no lo votó, los anuncios alimentan su desesperanza.
Lo que deriva en
el interrogante sobre qué es la gente.
El “¡Javier,
querido, el pueblo está contigo!” estuvo precedido de otros “Raúl, querido”,
“Carlos, querido”, “Néstor, querido”, “Cristina, querida”, “Mauricio, querido”.
En esta campaña electoral, también hubo otros queridos: Horacio, Patricia,
Sergio, etc.
La respuesta es
que el “pueblo” que “está contigo” no es “el” pueblo. No lo es en cuanto a
pueblo como sinónimo de totalidad de los habitantes de una nación. Tampoco lo
es como sinónimo de “la gente”.
Ni el pueblo es el
pueblo, ni la gente es la gente.
Ni pueblos ni
gentes. De hecho, el origen de la palabra pueblo no se refiere a todos los que
habitan un lugar, sino solo a los jóvenes varones que podían ir al combate y
tenían derecho a voto, no a gobernar. La palabra “gente” también viene del
latín, de “gens”, que significa tribu, familia, clan, un grupo de pertenencia
económico o social. Tampoco “gente” es sinónimo de sociedad.
No hay, en sentido
genérico, ni pueblos ni gentes. Lo que hay son sectores unidos por un mismo
sistema de creencias, valores e intereses. No es “el” pueblo el que quiere a
Milei o a Cristina. Son algunos sectores los que depositan en sus líderes la
expectativa de ser reflejados por ellos. Cuando esos sectores logran asociarse
con otros hasta convertirse en mayorías circunstanciales, consiguen acceder al
poder a través de esos líderes.
Y no es que haya
“gente de bien” ni “gente de mal”, lo que hay son sectores socioeconómicos en
pugna con otros sectores. En estos comicios, ese conflicto de intereses fue
transparente.
Recurriendo a los
resultados electorales (no al balotaje, que suma a votantes diversos obligados
a elegir entre dos opciones), se explica mejor esa pugna.
Qué Milei
gobernará
Por un lado, está
el 30% que conforma el núcleo duro del mileísmo (lo votó tanto en las PASO como
en las generales) y que apoya la eliminación del Estado, o por lo menos del
Estado como funciona hasta ahora. Un sector que apuesta a que, sin el costo de
la burocracia estatal, debería ganar más. O pagar menos, que es lo mismo.
Después está el
26% que en la segunda vuelta se sumó a ese núcleo duro, impulsado por alguna
coincidencia general sobre el rol del Estado o por el ánimo de cambio. Ni Milei
ni Massa eran los mejores representantes de sus intereses (por eso no los
votaron hasta el balotaje), pero eligieron al primero pensando que los
beneficiaría más.
Por fin, está el
44% que expresa a sectores que piensan que sin el Estado estarían peor. Ya sea
porque hoy se ven directamente cobijados por él, porque consideran que la
sociedad debe velar por cierta protección hacia los más débiles (aunque eso
implique un costo adicional para el resto) o porque entienden al Estado como
motor de crecimiento.
Gente bien/gente
mal. Cada uno de esos sectores puede creer que la razón está de su lado y que
son el bien. No que hacen lo mejor para defender sus genuinos intereses.
La postura de este
oficialismo como representante de “la gente de bien” es tan sesgada como la de
quienes, desde la oposición, consideran a Milei o a Macri como “antipueblo”.
La demonización de
los otros puede ayudar a consolidar la identidad de los propios.
Pero reincidir en la misma estrategia de simplificación política que tanto daño causa desde hace más de una década es un error social y económico que lo terminarán pagando todos los sectores por igual. Incluso lo pagará “la gente de bien”.