¿Es solo el narcotráfico?
POR JUAN ALBERTO
YARÍA
La Prensa,
17.03.2024
Miles de fuerzas
federales se abaten sobre Rosario. Me pregunto ¿nada más que eso hace falta? Me
pregunto porque no soy un experto en narcotráfico y observo los cientos de
puestos de venta en ciudades importantes. Distintos centros de CABA, el
conurbano como oferta inclaudicable de estupefacientes, Córdoba y sus múltiples
centros de venta, etc.; y fundamentalmente sobre el problema de las fronteras y
los puestos por donde entran, así como las rutas, ríos y carreteras.
Pero el máximo
olvido es la falta de generación de un programa nacional de preveción que tome
todas las familias, los medios de comunicación, escuelas para padres, formación
de líderes juveniles. Intervención temprana y detección precoz son claves en
esta pandemia que vivimos, máxime cuando nuestro país junto a Uruguay son los
que lideran el consumo de marihuana y cocaina en América latina. Argentina es
uno de los primeros países del mundo en consumo puberal de alcohol.
Preguntémonos por
qué puede haber un programa de prevención del cáncer de mama, de la gripe, de
la covid, del cáncer de próstata, del dengue, etc, y no así del consumo de
drogas y alcohol. No es casual esto.
Rosario durante
más de treinta años canceló todo programa preventivo estructurado, se limitaron
la apertura de centros asistenciales, se publicitó un uso controlado de drogas
especialmente en adolescentes. O sea, se estimuló la oferta; de ahí también la
multitud de ofertantes.
NUESTRA TORRE DE
BABEL
La Argentina es
una verdadera torre de Babel por la confusión de lenguas existentes eludiendo
tratar los temas centrales en un verdadero enredo “onanista” de palabras sin
sentido y esto fomenta la confusión. El gran Dante Alighieri nos enseñaba que
“la confusión es el principio del mal de las ciudades”.
Nuestro país se
encuentra rodeado de países productores e incluso algún país caribeño ha
decidido, en lugar de sacar petróleo de sus selvas, producir y exportar cocaína
y también se lamentan que los Estados Unidos esté prefiriendo el fentanilo y
haya bajado ahí el consumo de cocaína.
La industria de la
venta y producción de drogas no solo utiliza manos de obra, corrompe, sino que
se ha transformado en un supra Estado mundial que opera sobre la “marioneta” de
los Estados nacionales bajo el imperativo de los “dólares o el plomo”.
El dinero que
mueven está entre los primeros del mundo: petróleo, armas, drogas, juego. La
implantación necesita de un mercado publicitario; el narcomarketing que día a
día naturaliza el consumo por distintas vías: ídolos, streaming, programas
tecnológicos, “redes negras” de internet, etc. Incluso programas municipales
que invitan a consumir a jóvenes con cuidado (verdadera hipoteca de los más
desvalidos por su inmadurez cerebral y la consolidación de la identidad en
marcha).
No importa lo que
muestren los estudios mundiales del daño de las drogas, no importa la multitud
de “zombies” que vemos por las calles, no importa el dolor de familiares que
ven a sus hijos psicotizarse o dementizarse.
Una verdadera
torre de Babel nos rodea por la confusión existente. Las palabras pierden su
originalidad más profunda. Las drogas como tóxico quedan suplantadas por las
drogas como otra “ortopedia” más y por supuesto prestigiada que proporciona
esta sociedad del vacío.
Hemos olvidado,
entre otras cosas, producto del narco-marketing y de la naturalización del
consumo, el daño que está en juego a través del consumo que se evidencia en la
clínica.
Tóxico deriva de
la palabra “toxon” que quiere decir arco, refiriéndose al uso de flechas
envenenadas. Lo tóxico es un veneno y así nos encontramos en esta sociedad de
la técnica y del espectáculo, el “veneno” se convierte en un consumo
prestigiado. Es casi una costumbre social, un uso recreacional compartido. Lo
farandulesco se une a lo trivial y resulta difícil cuestionar esto.
Uruguay es el
triste espectáculo de un país que los poderes globales aplaudieron por la
apertura de farmacias y los clubes cannábicos y hoy asiste a un aumento de la
venta ilegal de cannabis (más potente que la que se vende en farmacias). La
marihuana abrió puertas de la cocaína y otras drogas.
La confusión se
une a la frialdad. Fríamente se propone una salida tóxica para los problemas
humanos y así entramos de lleno a una salida tóxica para los problemas humanos.
Dentro de ese
contexto de banalización y frivolización de los problemas humanos, la droga es
un objeto de consumo más. En la ética mercantilista que descalifica cualquier
marco objetivo de valores, la droga si es demandada debe ser ofrecida como
cualquier objeto más sin tener en cuenta la salud.
A su vez esta
misma ética favorece la creación de la necesidad de drogas en la población,
especialmente juvenil, a través de mecanismo publicitarios diversos el
narco-marketing. Precisamente este narco-marketing fomenta la creación de un
mercado de consumidores y la oferta libre (como si fuera igual vender agua
mineral o jugo de naranjas); todo esto parece estar interconectado.
La existencia
tóxica se da dentro de un contexto social y espiritual que la promueve como
forma de olvidar los fundamentos: los afectos, la organización familiar y la
ética y finalidad de los grupos humanos.
El uso de drogas
en la antigüedad era restringido, y siempre unido a una cosmovisión mágica o
religiosa de la vida. También con fines médicos a través de chamanes o
sacerdotes de cultos precristianos (especialmente americanos) aunque de una
manera aislada y en parte ligado al escaso desarrollo de la tecnología médica o
a deficiencias en el concepto del fenómeno religioso. Para el aborigen era una
forma de conectarse, dentro de su peculiar cosmovisión con los dioses
funcionando como un intermediario. Era la forma posible de mediación sagrada
entre el hombre y lo sobrenatural.
LAS DROGAS COMO
TÓXICO
Las drogas como
tóxico y la alienación (alienus: extranjero de sí mismo) van de la mano; o sea
no poder hacerse cargo de sí mismo. Esta alienación es masiva y al ser masiva
es pandémica (o sea, toma a gran parte de la población) tanto a jóvenes como
adultos que también consumen o que asisten perplejos y confusos a esta
realidad.
Las palabras en su
uso reiterado pierden su sentido originario. Su raíz conceptual cae y se oculta
frente a la manipulación interesada de la vida cotidiana. Esto sucede con la
palabra droga y drogadicción, ya que la conducta tóxica queda silenciada y el
deterioro que generan también.
El mercado de
consumo moderno asocia el estudio de deseos humanos y el control de estos a
través de una oferta que responde a una publicidad que para ser efectiva debe
estar asociada a un cierto prestigio.
El mercado de
consumo, estudio de los deseos, control de estos y cultura publicitaria van
unidos. Son así estrategias modernas de poder para imponer conductas al
servicio del consumo. Pero hay una diferencia entre consumir fibras y consumir
drogas.
Los circuitos de
imposición de la droga y el alcohol utilizan una cultura publicitaria (en el
límite de la percepción) y una red de venta marginal.
La cultura
publicitaria subliminal se vale de modelos sociales, ídolos deportivos y
musicales, intelectuales disconformes. La enfermedad del consumo se transforma
en liberación transgresora. La marginalidad ética, en propuesta revolucionaria
y la decadencia moral del alcohólico y del drogadicto, en sus fases terminales
en el grito del oprimido.
El adolescente
asiste a esta torre de Babel y de no existir un plan nacional de prevención y
asistencia, poco podremos hacer ante Estados supranacionales con “armas”
publicitarias sofisticadas.
Asistimos inermes
mientras atacamos bunkers; aunque también están las fronteras, los puertos y
fundamentalmente la protección y cuidado de la vida de nuestros jóvenes, las
familias y los adultos responsables.
Solo la cultura
salva como decía el gran Ortega y Gasset: “… En el mar bravío de la vida el
salvavidas es la cultura” (las palabras, los valores, los cuidados).