un llamado a la paz
POR GABRIEL
CAMILLI
La Prensa,
17.03.2024
Cuando la guerra
en Ucrania ya ha sobrepasado su segundo aniversario, el Parlamento Europeo y
las elecciones presidenciales de Estados Unidos están en el horizonte.
La opinión pública
europea debería poder influir más sobre su clase dirigente para que el apoyo a
Ucrania no se realice en detrimento de los intereses nacionales de los socios
de la UE.
Los europeos
parecen pesimistas sobre las posibilidades de Ucrania de ganar la guerra,
mientras que una mayoría piensa que terminará con algún tipo de acuerdo.
Se sentirían
decepcionados si Donald Trump fuera reelegido, y muchos creen que su victoria
también podría ser una victoria para Vladirmir Putin. En la mayoría de los Estados
miembros, una pluralidad querría que Europa mantuviera su apoyo actual o lo
aumentara, en caso de que Estados Unidos redujera su ayuda.
Los líderes de Ucrania y Europa necesitan ajustar su lenguaje y definir el significado de una "paz duradera" para evitar que Putin se aproveche de la fatiga de la guerra.
En este contexto,
el Papa Francisco causó recientemente un gran revuelo con sus claras palabras
sobre el llamado a la paz en el conflicto ruso-ucraniano. Recordando que
"la negociación no es una rendición", el Santo Padre, en este caso,
se dirigió sobre todo a Kiev para pensar en una salida realista a una guerra
que ahora parece estratégicamente congelada.
OTROS LÍDERES Y
PENSADORES
No es frecuente
que los teóricos de las relaciones internacionales ocupen un lugar central en
el discurso público sobre asuntos de política exterior y de seguridad. John
Mearsheimer lo hace con regularidad, aunque le gusta señalar que el
establishment de la política exterior de Estados Unidos “no le escucha”, ni a
él ni a otros realistas estructurales. Sin embargo, el análisis de Mearsheimer
sobre las causas de la guerra rusa contra Ucrania ha atraído la atención mucho
más allá de la academia y los think tanks de Washington.
Su argumento ha
encontrado tanto detractores feroces como insólitos partidarios en todo el
espectro político. Los opositores de extrema izquierda al imperialismo
estadounidense se sienten reconfortados por su crítica a la ampliación de la
OTAN, mientras que los seguidores del republicanismo de corte Make America
Great Again quedan seducidos por los elementos aislacionistas y de “la fuerza
hace el derecho” de su tesis. Muchos partidarios de la soberanía ucraniana han
equiparado la tesis de Mearsheimer con una forma elaborada de racionalizar el
derrotismo y hacer concesiones más aceptables; en esencia, forzar un acuerdo no
deseado sobre los ucranianos que incluya el reconocimiento de las reclamaciones
rusas sobre Crimea, posiblemente incluso sobre Donetsk y Lugansk.
En estas interpretaciones de Mearsheimer, los ucranianos no se ven tanto como un actor clave en el desarrollo de la tragedia, sino más bien como una desafortunada víctima de la política de las grandes potencias. El mismo rechazo reflexivo se aplica a otros argumentos promovidos por representantes de la realpolitik, como Henry Kissinger, o comentaristas anclados a la advertencia de George Kennan, en 1997, contra la expansión de la OTAN.
(ver https://www.politicaexterior.com
/articulo/ideas-ofensivas-ucrania-mearsheimer-y-los-limites-del-realismo/).
En estos días
también corrió fuerte, en las redes, un video del candidato a presidente Robert
Kennedy, hijo del senador Robert Kennedy y sobrino del expresidente John F.
Kennedy, denunciando esta guerra en Ucrania, quien dijo: “Esta es una guerra
que nunca debió haber ocurrido, es una guerra que los rusos intentaron
resolver… lo principal era mantener la OTAN fuera de Ucrania… los grandes
contratistas militares (como también lo advertimos en ‘La Prensa’) quieren
añadir nuevos países a la OTAN todo el tiempo… ¿Por qué? Porque de esa forma
ese país tiene que ajustar sus compras militares a las especificaciones de
armas de la OTAN…” y sigue diciendo el candidato: “Le preguntaron a Mitch Mc
Connell (es un político estadounidense afiliado al Partido Republicano que
actualmente representa al estado de Kentucky en el Senado y es el líder de la
minoría republicana): ¿podemos permitirnos gastar 113.000 millones de dólares
en Ucrania?”.
Y este dijo: “No
te preocupes, no se trata de Ucrania, se destinará a los fabricantes de defensa
estadounidenses”. También nos dice Kennedy: “Todas las tierras agrícolas, el
mayor y único importante activo de Europa, el granero de Europa, será entregado
a las multinacionales”. Agrego para rematar: “¿Qué crees que están haciendo con
esta guerra? tienen una estrategia muy antigua y la mantienen, nosotros en
guerra unos contra otros”.
LA VOLUNTAD POPULAR
En general, existe
una creciente propensión occidental a suministrar armas de largo alcance que
permitirían a Kiev atacar objetivos en lo profundo del territorio ruso,
aumentando los riesgos de una escalada del conflicto con Moscú.
Sin embargo, hay
que decir que tales armas difícilmente cambiarían el destino de Ucrania. Por
ejemplo, en el caso alemán, Berlín podría disponer como máximo de cien Taurus,
capaces de impactar a una distancia de 500 kilómetros.
Por lo tanto,
podrían potencialmente poner a Moscú bajo fuego. Pero su pequeño número
significa que, aunque su uso para posibles ataques en territorio ruso sea
extremadamente provocativo, no cambiaría el equilibrio general y, por lo tanto,
no cambiaría el equilibrio general.
Como han señalado
algunos expertos militares estadounidenses, lo que Ucrania realmente necesita
son proyectiles de artillería y sistemas de defensa aérea contra misiles y
drones rusos. Pero es precisamente este material el que la industria bélica
occidental no puede producir en cantidades suficientes.
El aventurerismo
occidental, por tanto, aumenta el riesgo de incidentes que podrían conducir a
un choque directo con Rusia, sin por ello revertir la suerte de Kiev.
Para salvar a
Ucrania, la búsqueda de un compromiso y acuerdo con Moscú sería mucho más útil,
como también quisiera la mayoría de la opinión pública europea. Pero, como
sabemos, en las "democracias" occidentales, los gobiernos rara vez
actúan como intérpretes de la voluntad de sus respectivas poblaciones.
No hay duda de que
el Papa Francisco conoce esta realidad El Papa Francisco causó recientemente un
gran revuelo con sus claras palabras sobre el llamado a la paz en el conflicto
ruso-ucraniano. Con sus palabras le recordó a Kiev que era necesario y oportuno
pensar en una salida realista a una guerra que ahora parece estratégicamente
congelada.
El Santo Padre no
cree en la inevitabilidad de una "Tercera Guerra Mundial
fragmentada", como definió la suma de crisis, escenarios complejos y
guerras locales y regionales que se han multiplicado desde su elevación al
trono papal en 2013. Jorge Mario Bergoglio, el Papa que llegó desde el fin del
mundo, nunca tuvo la intención de ser el pontífice llamado a presenciar el fin
del mundo tal como lo conocemos.
Se puede decir que
hay continuidad con Juan Pablo II y Benedicto XVI en el frente del
fortalecimiento de la doctrina social de la Iglesia, en la crítica a los
excesos de la globalización y en la defensa de un mundo pacífico y fundado en
el diálogo y el respeto entre los pueblos.
El Pontífice pidió
a Vladimir Putin que “detenga, aunque sólo sea por amor a su pueblo, esta
espiral de violencia y muerte”; y a Volodymyr Zelensky a “estar abiertos a propuestas
de paz serias” y a todos los “protagonistas de la vida internacional y a los
líderes políticos de las naciones”, con referencia implícita a Estados Unidos y
China, “a hacer todo lo que esté en sus posibilidades para poner fin a la
guerra en curso”. Palabras claras, que sólo una simplificación excesiva podría
llevarnos a ignorar.