Hay que combatir la ideología del europeísmo
Stefano Fontana
Brújula cotidiana,
30_04_2024
La Primera
Ministra italiana Giorgia Meloni también estará en la lista para las próximas
elecciones europeas, como todos los demás peces gordos del país. El aire que
sopla parece indicar la importancia de esta cita electoral no sólo por las
repercusiones nacionales del voto, sino más aún para Europa. En esta
entrevista, sin embargo, monseñor Giampaolo Crepaldi, obispo emérito de
Trieste, que en el pasado dirigió durante mucho tiempo la comisión “Caritas in
veritate” del CCEE (Consejo de Conferencias Episcopales Europeas), advierte
contra el “sueño” europeo convertido en europeísmo ideológico.
El próximo 8 de
junio se celebrarán elecciones al Parlamento de la Unión Europea. Hay muchas
razones para pensar que esta vez serán importantes, ¿está de acuerdo?
Ciertamente
persiste la duda sobre la participación, que nunca ha sido muy alta en el
pasado. Sin embargo, evaluando los temas que están sobre la mesa, creo que esta
ronda electoral es sin duda más importante que otras en el pasado. La Unión
Europea no ha demostrado su valía en los últimos tiempos. Muchos habían
señalado los graves defectos del Pacto Verde Europeo, pero nadie les ha
escuchado. Las políticas climáticas y de transición energética han sido
centralistas, costosas, ineficaces e ilusorias, provocando reacciones de
rechazo. La reciente votación parlamentaria sobre el aborto como derecho humano
ha puesto de manifiesto que quien controla el Parlamento es una ideología
destructiva y sin esperanza. La intromisión de las instituciones de la UE en
las elecciones parlamentarias polacas y el forzamiento de decisiones por parte
del gobierno de Hungría, nación que suele ser tratada como “ajena” a la Unión,
son algunos aspectos de una situación de crisis clara. A esto hay que añadir un
considerable fracaso en política exterior.
¿Prevé cambios
importantes en la composición del Parlamento Europeo o solo pequeños ajustes?
Recientemente ha
habido elecciones en algunos países europeos que se oponen fuertemente a esta
Unión Europea. Me refiero a las elecciones en algunos Länder alemanes y
especialmente en los Países Bajos. Siguiendo esta tendencia, algunos
observadores estiman incluso un desplazamiento de un centenar de escaños en el
próximo Parlamento Europeo. Sin embargo, es difícil hacer predicciones. Lo
único que me limito a señalar es que probablemente se producirá una
polarización de la composición del Parlamento, señal de que el futuro de la
Unión Europea no será un camino fácil, sino más bien duro. Esta polarización se
referirá principalmente a este aspecto: ¿frenaremos o incluso reduciremos la
transferencia de soberanía de los Estados o, por el contrario, aceleraremos la
unificación?
En los últimos
días, Mario Draghi ha adelantado algunos de los contenidos del informe que
redactó por encargo de la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der
Leyen. ¿Qué opinión le merecen estos contenidos?
Creo que Mario
Draghi no sólo habla a título personal, sino también en nombre de diversos
círculos de poder, financiero, económico y político con los que está
relacionado. Por lo tanto, hay que evaluar su discurso cuidadosamente. Me
parece que se sitúa en la perspectiva de un refuerzo rápido y decidido de la
Unión con la perspectiva de un Estado central, la creación de una deuda común,
un rearme europeo y la continuación de la transición medioambiental y digital.
Ha hablado de la necesidad de un “punto de inflexión”, pero me parece que su
propuesta está en continuidad con las tendencias actuales, que él querría
radicalizar y acelerar para avanzar hacia una nueva “soberanía” europea.
¿Qué diría al
respecto la Doctrina Social de la Iglesia?
Quien quiera
evaluar estos objetivos a la luz de los principios de la Doctrina Social de la
Iglesia tendría que hacerlo con un ojo particularmente crítico. El proyecto
aniquilaría las comunidades naturales, desde la familia hasta las comunidades
locales y las naciones, y crearía un superestado aún más alejado de los
ciudadanos y las comunidades orgánicas de lo que lo están hoy las instituciones
de la Unión. Continuar con las transiciones actuales en manos de semejante
Leviatán podría crear un sistema centralizado de control de la población con
peligros para la misma libertad que las democracias europeas tanto (y
excesivamente) esgrimen como su principal valor. Por no hablar de que la
financiación de las transiciones ecológica y digital requeriría inmensos
recursos e intervenciones que invadirían los derechos de propiedad privada.
Cuestiones que ahora siguen siendo -al menos formalmente- responsabilidad de
los Estados pasarían a ser competencia central y, por poner un ejemplo, en el
ámbito de la educación podríamos asistir a una “pedagogía de masas”, como la
llaman algunos expertos, regida por el poder central. Una especie de
aplanamiento y homologación de las mentes de los ciudadanos al europeísmo como
ideología.
Entiendo que usted
es más partidario de la otra línea, la del enfriamiento de los procesos de
unificación.
Creo que en este
momento sería más oportuno ralentizar los procesos de unificación, evaluar el
camino recorrido hasta ahora, redescubrir culturalmente lo que es esencial para
Europa y lo que la unificación de la Unión Europea ha perdido o descuidado
hasta ahora. Es necesario parar la carrera y reflexionar más.
¿Se refiere
también a las raíces cristianas?
Me refiero a
muchas cosas, a las raíces cristianas, a la familia, a la preservación de las
culturas nacionales, a la dislocación subsidiaria del poder político, a la
gestión de las migraciones que la Unión ni siquiera ha sabido poner en marcha,
al valor de las tradiciones, a las libertades gestionadas desde abajo, a la
autoorganización de las comunidades locales, a la preservación de muchas
identidades que se han perdido sin que nadie sepa decir por qué, hasta una
reflexión geoestratégica más calibrada.
En cuanto a las
raíces cristianas, permítanme un par de observaciones. La cultura de la Unión
Europea es esencialmente atea y anticristiana, oculta tras el principio de
libertad religiosa. Sin embargo, reconociendo esto, también hay que decir que
una revalorización del cristianismo no puede tener lugar por razones
“históricas”, es decir, sólo porque forma parte de nuestro pasado. No es una
razón suficiente, porque cualquiera puede decir que ese pasado ya es pasado.
Tendrá que basarse en la “verdad” de la religión cristiana, es decir, en una
nueva conciencia de que la vida política europea necesita a su vez que sea
verdad.
Aquí, sin embargo,
reside la responsabilidad de la Iglesia católica...
Ciertamente,
porque es sobre todo tarea suya mostrar la verdad de la religión cristiana, una
verdad que es la razón última de que sus pretensiones sean válidas en público y
no sólo en privado. Debo decir que sobre este punto existen hoy no pocas
dificultades. La Iglesia, incluso recientemente, ha sostenido que la laicidad
es el lugar ideal para el encuentro, el diálogo y la paz. Pero si esto es así,
la religión cristiana se convierte en una de tantas instancias éticas y la
Iglesia en una de tantas organizaciones de formación cívica. El principio de
libertad religiosa no debe entrar en conflicto con la pretensión de la Iglesia
católica de tener algo propio y único que decir y hacer. La razón del papel
histórico, público, social y político de la Iglesia católica no puede ser sólo
el derecho a la libertad religiosa. Benedicto XVI había profundizado en este
tema, y sus observaciones habían suscitado gran interés incluso en el
pensamiento laico, pero tengo la impresión de que no ha tenido continuidad.
En su opinión,
¿cuál es la principal deficiencia en la visión de la Iglesia católica sobre la
Unión Europea?
Yo diría que es la
aceptación del proyecto europeo como algo incuestionable a priori, válido en sí
mismo, con el que hay que colaborar pero sin propuestas fuertes, sin denunciar
los principales errores. No olvidemos que el europeísmo también puede ser una
ideología cuando se sitúa por encima de todo. En un reciente documento de cara
a las elecciones de junio, por ejemplo, los obispos de Comece, la Comisión de
las Conferencias Episcopales Europeas de las Naciones de la Unión, se han
limitado a invitar a la participación y a decir que el proyecto europeísta es
válido y hay que ayudar a que se desarrolle. Esto me parece demasiado poco.
También observo otra debilidad con respecto a los llamados padres fundadores de
la Comunidad Europea que más tarde se convirtió en la Unión Europea. Se exalta
demasiado la fe católica de los tres padres fundadores, hasta el punto de que
todo el proceso que siguió, incluida la situación actual, es católico. No es
correcto situar las cosas en una línea forzada de continuidad con un cierto
catolicismo primitivo. Además, esto puede eclipsar el hecho de que en los
orígenes de la Unión está también el Manifiesto de Ventotene, de un tenor
ideológico muy diferente y que hoy parece triunfar.