POR MYRIAM MITRECE
La Prensa,
15.05.2024
Los estudios en
psicología del desarrollo humano muestran que existen una serie de tareas
evolutivas que permiten la maduración de la personalidad.
Por más que las
teorías posmodernas insistan en que cada uno se hace a sí mismo, y que la
naturaleza humana es solo una imposición socialmente construida de la que
habría que desembarazarse, la realidad indica que existe un plan o proyecto
básico del cual se parte y para crecer hay que cumplir determinadas tareas
preestablecidas: los niños y adolescentes tienen que aprender, descubrir,
conocer y apropiarse de lo que su cultura tiene para ofrecerles y los adultos
transmitírsela, guiarlos y orientarlos para que puedan marcarla con su sello
personal y mejorar el entorno. Así ha sido por siglos y siglos.
TECNOLOGÍA QUE
AVASALLA
Si bien no podemos
desconocer sus ventajas, la tarea educativa se ve dificultada por el
aceleramiento y la masividad de las tecnologías digitales. Cada vez se tiene
menos tiempo para asimilar estas transformaciones y prever el impacto que
tienen en el desarrollo humano. La tecnología creció a pasos agigantados pero
la naturaleza humana sigue siendo la misma.
Los niños se
desempeñan fluidamente con ella y los dispositivos y plataformas digitales para
la comunicación y diversión son parte de su vida cotidiana. La virtualidad
permite experimentar mundos de fantasía como si fueran reales. Por otra parte,
la globalización pone cerca culturas distantes, haciendo posible la recepción
de mucha información sobre costumbres distintas y ajenas al propio espacio
geográfico y cultural.
Además, la
consciencia sobre la importancia del cuidado de la salud, los avances médicos
permiten una vida activa durante más tiempo, así, la juventud se vuelve un
ideal de persistencia, no de tránsito. Hace tiempo, los adolescentes eran lo
que iban en camino a ser adultos, hoy los adultos no quieren dejar de ser
adolescentes. Los vínculos, aún entre los mayores, parecen estar menos atados a
formalidades, las jerarquías se desdibujan y las relaciones se horizontalizan.
CREENCIAS SOCIALES
COMPARTIDAS
Estas vivencias
inducen a falsas creencias compartidas por la sociedad que se hacen manifiestas
a través de frases como “los chicos saben más que los grandes”, porque manejan
con más naturalidad los medios digitales. O también que “no existe una verdad
universal. Todo depende de la cultura en la que se vive”, “no se puede confiar
en los sentidos. La realidad es lo que cada uno construye” o “hay que ser
pragmático” y asumir que todo ha cambiado. Los limites se tornan difusos y los
parámetros cambiantes. Lo que antes era obvio, ahora es puesto en duda. Quienes
no hacen suyo este paradigma, se terminan volviendo, para el imaginario
colectivo, viejos, obsoletos.
EL CONFUSO LUGAR
DEL ADULTO
Ante esto el
adulto no encuentra fácilmente su lugar y surgen inquietudes: ¿cómo debiera ser
un adulto?, ¿qué le corresponde a un niño?, ¿qué función cumple la escuela?,
¿cómo debieran ser los padres? También surgen cuestionamientos sobre las tareas
evolutivas de los adultos. ¿Cómo guiar a la nueva generación si aún no se
encontró el propio camino?, ¿hacia dónde guiar si no hay una referencia
objetiva? Y, si lo viejo ya no es valioso ¿para qué transmitirlo?
CORTE GENERACIONAL
Quizás nuestra
época sea la que presencie por primera vez un corte generacional: una
generación de adultos que considera que los niños saben más porque se
desenvuelven mejor en el mundo tecnológico y que no tiene sentido transmitir el
pasado porque ya no sirve para enfrentar los nuevos desafíos. Adultos inseguros
que temen ser juzgados por sus pares, y se sienten incapaces de aceptar el
costo afectivo de la autoridad, que se debaten entre la autoridad y el miedo a
ser autoritarios, entre el reconocimiento del valor del dialogo y la falta de
tiempo, en muchos casos tratando de encontrar su propio lugar.
No es raro que, en
este contexto, sin un norte cierto, a los chicos se les dificulte soportar las
frustraciones y sientan escasa motivación para alcanzar bienes arduos; qué les
cuesten los compromisos duraderos, que los vínculos sean cada vez más líquidos
y las personalidades tan vulnerables que necesiten de un colectivo que las
defienda. El terreno es el propicio para que los organismos de poder siembren
ideologías que los hagan sentir libres y “empoderados”.
No es solución
añorar tiempos pasados. No todo tiempo pasado fue mejor. Ni producir cortes y
nuevos comienzos. Nada garantiza que la teoría de un progreso siempre
satisfactorio sea verdadera. La vuelta a lo real, al sentido común. Lo más
simple y lo más difícil. Como decía Chesterton: “Solo hay una cosa que requiere
verdadero coraje para decir, y es una verdad obvia”.