ocasión de santidad
Por Bernardino
Montejano.-
Informador Público
Seguimos con los
temas penales y queremos que los lectores conozcan la historia del asesino
francés Jacques Fesch, condenado a muerte por homicidio, guillotinado en 1957,
hoy en proceso de beatificación.
Como no queremos
confundir más, es necesario conocer la historia de este hombre, que no tenía
intención de matar a nadie, pero que, al verse acorralado, mató a un policía.
Hijo del director
de un Banco, que poco se ocupaba de su prole, Jacques abandonó sus estudios a
los 18 años, entró en contacto con pandillas juveniles, muy mala compañía, se
casó por civil y luego abandonó a su mujer embarazada. Dejó el trabajo y
fugitivo de la realidad, planeó viajar a Tahití. Como necesitaba dinero para
comprar un velero, proyectó un asalto, las cosas se complicaron y asesinó a un
policía.
Tras un año de
cárcel, escribió: “Hace tres días que he recuperado la fe… por segunda vez en
mi vida caen las escamas de mis ojos y percibo la misericordia de Dios. Empezó
entonces su itinerario espiritual, “con una encendida devoción a la Virgen
María y un especial afecto por Santa Teresita del Niño Jesús” ¡que par de
intercesoras!, la Virgen, “omnipotencia suplicante” y santa Teresita, presente
en los casos más difíciles.
Escribió un diario
hasta su último día, en el cual se lee: “es necesario rezar sin cesar”, “no
tengo miedo de morir, sino de no morir cristianamente”, “la vida es, a pesar de
todo, una gran bendición”.
El arzobispo de
París, cardenal Jean-Mare Lustinger, al iniciar el proceso de beatificación,
aclaró: “Dios no canoniza el pecado, sino el arrepentimiento, porque nadie debe
sentirse excluido de su amor”.
Durante su
peregrinaje se carteaba con el P. Thomas, benedictino de la Abadía “La
Pierre-qui-vive”, su pequeño “hermano espiritual”.
La tarde de su
ejecución regularizó su situación y se unió con su mujer mediante matrimonio
religioso por poder, él en su celda y ella en la iglesia de
Saint-Germain-en-Laye.
Cuando Cristo
dice: “las prostitutas los precederán en el Reino de Dios” no canoniza la
prostitución, sino anuncia su arrepentimiento, porque habrá más alegría en el
cielo por un pecador que se arrepienta, más que por 99 justos que no tienen
necesidad de arrepentirse.
Poco antes de su
ejecución, el guillotinado exclamó con profunda fe: “Dentro de cinco horas veré
a Jesús”. Hoy compartirá la beatitud con Dimas, el buen ladrón.
El papa Benedicto
XVI recibió el 3 de diciembre de 2009 a Monique Fesch, hermana de Jacques. Es
raro que Francisco, con la importancia que le concede al tema, nunca hizo la
menor referencia a este Siervo de Dios. ¿Por qué será?
La respuesta,
anticipada anoche por mi mujer, me la dio un sacerdote esta mañana: Francisco
está contaminado por el pensamiento de Zaffaroni.
Como ya hemos
hablado del destructor del derecho penal, hoy presentaremos a su maestro y
entrañable amigo, el sacerdote Antonio Beristain Ipiña, quien, con mayor
cultura, nos muestra dónde palpita su corazón en su libro “El delincuente en la
democracia” (Universidad, Buenos Aires, 1985).
El esquema de
Beristain es sencillo: los presos en general son víctimas de injustas
estructuras políticas y económicas que los mueven a delinquir; en realidad los
verdaderos delincuentes son quienes manejan y usufructúan esas estructuras,
pero que no van presos por sus contactos, dinero e influencias.
Después de una
larga cita del obispo Helder Cámara, quien afirma que “lo intrínsecamente
perverso no es el socialismo sino el capitalismo y que la revolución sólo tiene
un vínculo histórico con el materialismo filosófico y el ateísmo, y es
consustancial al cristianismo, Beristain acusa a la prisión como al cuartel, la
escuela, el manicomio y amplios sectores de la Iglesia, de ser factores
reaccionarios” (p. 101).
Según él, la
realidad de la cárcel, tal como la practican hoy muchos países, “exige su
abolición “porque viola los derechos elementales de la persona y se apoya en
una concepción ilustrada a lo siglo XVIII” (p. 137).
Cita al mejicano
Jiménez Huerta, según quien, el actual sistema carcelario “es un instrumento
esencial para crear una población criminal reclutada casi exclusivamente en las
filas del proletariado, para afirmar el poder y al insumiso dominar” (p. 76).
Respecto de los
motines carcelarios, señala que “nacen por ineptitud del sistema, brotan por
los fines anacrónicos que las prisiones pretenden, más que por los medios que
se emplean en ellas” (p. 75).
El autor escribe
que “en un Estado democrático social de derecho, sancionar puede ser
obligación, pero nunca virtud, porque ella es perdonar con alegría, como el
padre del hijo pródigo” (p. 118).
Aquí, confunde
justicia con perdón; desconoce las palabras de San Isidoro de Sevilla: “La vida
humana se rige por el premio y por el castigo” y la elaboración brillante de
Santo Tomás de Aquino del tema de la vindicta, como virtud anexa a la justicia,
que supera los dos extremos viciosos: uno, por exceso, la crueldad e
inhumanidad que exagera el castigo, otro por defecto, la debilidad en la
aplicación de la pena merecida.
También postula
“prisiones abiertas”, donde los condenados deberán dormir en su celda “pero
durante el día podrán salir a trabajar y a algunos lugares de descanso” (p.
129). Lástima que no visitó como nosotros la cárcel de la República de San
Marino, donde sus deseos se hacen realidad; pero esto sólo se puede hacer en
poblaciones pequeñas o medianas, en las que existe un saludable control social.
En el prólogo,
Elías Neuman, desde su perspectiva judía, sugiere a los cristianos un par de
cosas: 1) Cristo, negado por los sabios, murió comprendido por un ladrón; 2) si
“volviera a la tierra, se encontraría más cómodo en una cárcel que en una
empresa nuclear” (págs.16/17).
Todo interesante,
ilustrativo y tal vez útil para entender el pensamiento y las preferencias del
papa Francisco en el ámbito penal.