redefine los pecados según la lógica política
Stefano Fontana
Brújula cotidiana,
19_09_2024
Vuelve el Sínodo
sobre la sinodalidad. Los trabajos en el aula de esta segunda sesión titulada
“Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión” tendrán lugar del 2
al 27 de octubre. Además, en los días previos, los sinodales tienen dos citas
en la Basílica de San Pedro: un retiro espiritual que durará dos días (del 30
de septiembre al 1 de octubre) y, a continuación, una liturgia penitencial que,
según las indicaciones de la Secretaría General del Sínodo, incluirá la
confesión pública de algunos pecados que aquí enumeramos: contra la paz, la
creación, los pueblos indígenas, los emigrantes, contra los abusos, contra la
mujer, la familia, los jóvenes, contra el pecado de la doctrina utilizada como
piedra arrojadiza, la pobreza, la sinodalidad, es decir, la falta de escucha,
de comunión y de participación de todos.
Este Sínodo no
goza de buena salud. Una encuesta demoscópica, inmediatamente eliminada por el
Vaticano, revelaba que la inmensa mayoría de los entrevistados no esperaba nada
bueno del sínodo. La fragilidad teológica en la que pretende basarse, las
tácticas de política eclesiástica a las que está sometido, la práctica de un
diálogo pilotado e inclusivo y, sobre todo, la percepción de que su punto final
ya está decidido y de que todas estas vías son instrumentales, han llevado a
utilizar la palabra “farsa”. Por tanto, parece que afrontan la segunda sesión
con cierto hastío.
El Sínodo sobre la
sinodalidad resulta ser algo forzado, un instrumento para hacer evolucionar la
práctica eclesial hacia algo nuevo sin decirlo, un proyecto práctico para
incluir una nueva sensibilidad, un modo de hacer que cambie el modo de ser, un
modo de sentir que cambie el modo de pensar la fe. Como ya hemos señalado en
otro lugar, esto también se pone de manifiesto en el Instrumentum laboris
redactado para esta segunda sesión, y lo encontramos confirmado en esa
rocambolesca lista de pecados por los que pedir perdón en la Liturgia
Penitencial del 1 de octubre.
Los pecados
enumerados carecen de forma, carecen de fondo, por lo que los fieles son
incapaces de valorar lo que significa pecar en el sentido de esos pecados. La
forma del robo es la apropiación de la propiedad ajena. Pero, ¿cuál es la forma
del pecado contra los pueblos primitivos o los inmigrantes? Uno no puede
arrepentirse y pedir perdón por algo que no puede definir y, por tanto,
evaluar. Pecar contra la paz, la creación, los pueblos indígenas o los inmigrantes
en general, sin evaluar el contenido de la acción, las circunstancias y las
intenciones, es superficial y poco indicativo moralmente. Es más, abre
fácilmente la puerta a contenidos políticos o ideológicos y, a la luz de ellos,
acaba llamando pecado a lo que más bien puede ser simplemente sentido común.
En particular, hay
dos pecados que resultan incomprensibles en la lista de la Liturgia
Penitencial: el de la “doctrina utilizada como piedra arrojadiza” y el pecado
contra la sinodalidad. Como es bien sabido, Francisco ha utilizado esta
expresión sobre la doctrina varias veces, pero no es más que un eslogan, una
“frase hecha” difícil de traducir al lenguaje teológico. Es una frase polémica,
para acusar a alguien, para estigmatizar cualquier actitud de fidelidad a la
doctrina frente a las amenazas de una pastoral temeraria, una forma de
reconocer la prioridad de la praxis sobre la doctrina sin afirmarlo
explícitamente, o para descalificar a quienes creen que los fundamentos
doctrinales nunca cambian.
La frase que
pretende expresar este pecado sigue la misma lógica que la lucha contra los
discursos de odio, que en el fondo es una forma de culpar a quienes dicen
verdades que no gustan al poder. También se parece a la condena de las fake
news: el poder es el primero en utilizarlas, pero luego llama a luchar contra
ellas cuando denuncian verdades que no gustan. A menudo, las fake news son la
única verdad que se escucha. ¿Tendremos que pedir perdón por recordar algún
principio doctrinal refutando a quienes quieren cambiarlo? ¿Se comparará a los
que recuerdan las verdades de siempre con los que tiran piedras?
Pero el pecado
contra la sinodalidad es el que más recuerda a una farsa. Si hay algo claro
sobre la sinodalidad, es que nadie sabe lo que es. El propio estamento
eclesiástico afirma que su naturaleza es ser proceso: no tenemos sínodo, somos
sínodo y por tanto somos proceso y camino, y será durante este camino cuando
descubramos, aunque nunca definitivamente, qué es la sinodalidad. No tendrá una
forma definida, sino que será una práctica a experimentar.
Teniendo en cuenta
esta base, ¿cómo puede establecerse un pecado contra la sinodalidad? Cuando la
autoridad establezca que tal o cual acción es un pecado contra la sinodalidad,
el proceso sinodal habrá evolucionado mientras tanto y podrían ser entonces los
censores quienes pecaran contra él. Cuando se asume una lógica historicista
-tal y como lo hace la sinodalidad como proceso- ya nada es pecado, porque
cuando el pecado es visto como tal ya se ha superado y no existe.