… un presidente
honesto
Por Franco
Ricoveri
La Prensa,
17.09.2024
- Yo sé que sus
padres les tienen prohibido mirar las noticias y hacen muy bien, pero cuando
sean grandes y deban hacerlo, les va a agarrar tristeza al ver la galería de
mala gente que gobernó nuestra Patria. Por eso comienzo por una preguntita:
¿qué quiere decir ser honesto?
- ¡Que no roba!
-contestaron casi todos los nietos-.
- Y se quedan
cortos. La palabra “honestidad” es mucho más completa y abarca todas las cosas
que hacemos: es deshonesto tanto el que se porta mal con su familia, como el
que roba o el que se droga. Aunque nadie lo sepa. Con la “honradez” provienen
de otra muy olvidada: el “honor”. Ser una persona de honor significa que la
gente sabe que tenés palabra, que sos íntegro, entero. Eso está muy lejos de
ser solo una apariencia. Ser una persona honrada no se reduce por eso a “no
robar”, aunque hoy sea lo que más se ve. Deshonesto es todo aquél que traiciona
lo que tiene que ser, aunque nadie lo sepa. ¿Se acuerdan esa frase de San
Martín: “Serás lo que debas ser…”
- “…o eres nada” –
supieron responder-.
- Bueno, un
presidente deshonesto es “nada”, es siempre un traidor. Pero vamos a hablar de
lo contrario, de un Presidente que intentó ser fiel a lo que debía ser: Nicolás
Avellaneda. Y no les voy a contar todas las cosas que hizo, les voy a contar
sus “por qué y cómo”. Esas son enseñanzas que quisiera que aprendan. A
Avellaneda le tocaron tiempos como ahora, muy difíciles, cargados de ideologías
(hasta hay que aclarar que él mismo no estaba libre de ellas). Antes había sido
buen Ministro de Educación de un Presidente “muy complicado”: Sarmiento. Un
detalle que siempre encontramos en los que han hecho algo bueno: conocía y
quería a su gente. Tanto como ministro, como presidente, viajó mucho
recorriendo nuestro país mirando y oyendo. A los demás siempre les gustó más
viajar por el mundo que encontrarse acá con las necesidades reales, verlas y
“condolerse”. Pero para poder hacer eso hay que saber vencer las ambiciones
personales, el propio orgullo y ser humilde.
Siendo Presidente
volvió a su tierra, Tucumán, y primero quiso recorrer sus lugares y estar con
sus paisanos. Al saludar a los que lo esperaban en la calle les dijo: “Mírenme,
estoy más viejo, pero soy el mismo de siempre…”. Quizás eso es lo más grande
que se puede decir de él: no lo arruinó el poder. A la mayoría el poder los
destruye… Pero yo creo que, como les dije, a él lo salvó el que era un hombre
de Fe, católico, y que quería el bien de su gente, no lo aparentaba para
mendigar votos. Por eso se ocupó tanto por la educación. Había provincias, por
ejemplo, que se habían quedado sin ninguna escuela. Las tuvieron. Hizo mucho,
pero su gran preocupación era ver que estábamos divididos, que cada bando político
odiaba al otro y fomentaba la desunión. ¿Se acuerdan dónde está enterrado el
General San Martín?
- ¡En la Catedral
de Buenos Aires!
- Sí, ¡muy bien!
San Martín se había muerto en Francia. Fue Avellaneda el que trajo su cuerpo
años después y lo hizo en el marco de un plan político que llamó la
“Conciliación Nacional”. Como los egoísmos de los políticos se parecían mucho a
los de ahora, a Avellaneda se le ocurrió convocar a la figura del Libertador
para unirnos. San Martín fue elegido porque siempre estuvo arriba de las
miserias del poder y, al mismo tiempo fue, es y será el modelo de líder que nos
tiene que inspirar, como alguna vez lo charlamos.
- ¡Pero San Martín
estaba muerto! – dijo mi nieta mayor, a la que le gustan siempre los “peros”.
- Avellaneda hablaba
muy bien y ese no es un detalle menor. Porque el que habla bien respeta al
otro…
- … no me
contestaste, abuelo…
- Porque sos
ansiosa y no me das tiempo; hay que saber hablar y oír. Y Avellaneda sabía las
dos cosas. Veía las grandes necesidades de nuestra gente y que, divididos, no
habría salida. Entonces en uno de sus discursos dijo una frase genial. Es
difícil, así que escuchen bien: “Los pueblos que olvidan sus tradiciones,
pierden la conciencia de sus destinos, y las que se apoyan sobre tumbas gloriosas,
son las que mejor preparan el porvenir”. Y lo voy a explicar bien simple. Una
comunidad fuerte es como un árbol: tiene raíces, tradiciones. Sin raíces los
árboles y las comunidades se derrumban. Los muertos son tan importantes como
los vivos. Se los respeta, imita y recuerda. Y ellos nos ayudan, ¡claro que sí!
Son intercesores, ejemplo, aliento. Don Avellaneda fue hábil al buscar apoyo en
un genio como el Libertador. Si le hubiesen hecho caso, hoy tendríamos otra
Argentina y sus padres les dejarían ver noticias. Creo, chicos, que solo hay
una única forma para salir adelante: haciendo una Patria sanmartiniana.
- Pero entonces,
¿pudo lograrlo o no?
- Sólo en parte…
Las luchas políticas terminan siempre arruinando las mejores intenciones. Ah…
¡los “egos”! Huyan siempre de los que “se la creen”, porque si la autoridad no
es “servicio”, termina siendo traición.