por la Patria
Por Germán
Masserdotti
La Prensa,
12.10.2025
Coyunturas como la
elección de autoridades y de legisladores en la vida política de cualquier país
pueden convertirse en una saludable ocasión para reflexionar en torno al bien
común de la patria y de la participación cívica de cada uno de los ciudadanos.
Para no adoptar un enfoque meramente individualista habría que agregar una
palabra sobre la participación familiar en esta materia. Nos hemos acostumbrado
tanto al sufragio individual que hemos perdido de vista que el hombre es un ser
social por naturaleza y, por lo tanto, familiar. Ocuparse del sufragio de este
tipo exigiría otra nota.
La realidad
natural de la vida social humana implica un requisito básico a fin de que ella
sea fructífera: la coherencia entre la esfera individual y comunitaria del
mismo hombre. Dado que la conciencia moral es la misma siempre y una de sus
manifestaciones es la “conciencia social”, es decir, el juicio normativo que se
formula sobre las acciones que influyen en la vida en común, establecer una
separación en donde no debe haberla resulta un artificio.
Un ejemplo
reciente de la vida parlamentaria argentina vale para ilustrar lo dicho: si,
como individuo, estoy a favor del respeto de la vida humana y, por lo tanto, en
contra del aborto, como diputado o senador debo ser coherente y votar en el
mismo sentido, es decir, a favor de un proyecto de ley como el de los Mil Días
y en contra de otro como el de la legalización del aborto. Sin embargo, no
siempre sucede así. Ésta es la cara de aquellos que acceden a un cargo público
y que no son consecuentes con el juicio de su conciencia. Obviamente, hay más
de una manera de falsificarla.
CIUDADANOS
Pero hay otra cara
de la vida política. Es la de los ciudadanos que tienen el deber y el derecho
del voto. En la Argentina, aunque no solamente en ella, existe un mal hábito:
descargar la responsabilidad en los otros o culparlos. Nosotros siempre somos
inocentes. En todo caso, pecaríamos de ingenuos. Pero siempre, como Pilatos,
nos lavamos las manos. Es cierto –si se trata de la “oferta” electoral– que los
ciudadanos no eligen a los candidatos que se postulan. La físico-química y la
mecánica-dinámica políticas nos los ofrecen o, mejor dicho, nos los imponen. En
todo caso, los ciudadanos eligen a los candidatos ya postulados por otros. No
obstante, tenemos algo de poder: la emisión del voto. Es poco en un sentido,
pero es mucho en otro. La clave está en votar a conciencia.
En este caso,
también existen falsificaciones de la “conciencia electoral”: hay que votar por
alguien; si voto en blanco, favorezco a la mayoría; voto en contra de otros;
etcétera. Me olvidaba: el voto útil. Tal vez se trate de la expresión más
berreta de la “participación” política.
A propósito de lo
dicho, y teniendo en cuenta que, en nuestro país, todavía, el catolicismo tiene
algo de influencia, es interesante traer a cuento un texto de José Manuel
Estrada escrito en 1883. Atención al año: fue escrito hace más de 142 años.
Escribe Estrada:
“Los católicos argentinos han sido inadvertidos y lo son todavía. Han creído
que su fe no debía influir en sus resoluciones políticas ni rectificar sus
simpatías de partido. Por eso, multitud de hombres fieles a la fe han cooperado
a la elevación de políticos, cuyas creencias, si ese nombre puede darse al
escepticismo, estuvieron en abierta contradicción con las suyas. Este
latitudinarismo ha desvirtuado las más de las veces precauciones con que la ley
fundamental de la república quiso resguardar el carácter de la sociedad y de
sus instituciones (...). Entre tanto, no se ha entendido que la apostasía
notoria ataje a nadie los caminos de la presidencia. La armonía de ideas
secundarias, y a veces subalternas preferencias de círculos y predilecciones
personales, han bastado para reclutar adeptos y combinar acciones políticas sin
miras altas ni profundas, cuyos frutos amargan, pero infortunadamente no
aleccionan a muchos. (...). Los católicos han prescindido de las cuestiones de
su fe en sus combinaciones políticas, y por su tolerancia y abandono han
contribuido indirectamente a que arraiguen las supersticiones del liberalismo
en el régimen de los negocios públicos. Los males arrecian de día en día, y se
acerca la hora de recobrarse y reflexionar” (La Unión, 1° de abril de 1883).
EL LIBERALISMO
Nuevamente pido un
minuto de atención: el núcleo de liberalismo no es la ley de la oferta y de la
demanda, la separación de poderes u otro ejemplo relacionado con la economía y
la política –que, en todo caso, son versiones superficiales de algo más
profundo–. El núcleo del liberalismo está en la separación –no en la
distinción– entre la fe y la vida social, en particular, la política. Es lo que
la Iglesia –ya que hablamos de catolicismo– condenó en más de una oportunidad.
Se podría invocar a León XIII con Libertas pero otro tanto al Concilio Vaticano
II con la Gaudium et spes como el mismísimo Catecismo de la Iglesia Católica
que recepta el magisterio social del cual, como bien ha afirmado Benedicto XVI
en Caritas in veritate, no existe una versión “pre” y “post” conciliar.
Estrada escribió
sus palabras en 1883. Junto con otros bravos católicos argentinos como Tristán
Achával Rodríguez, Pedro Goyena, Emilio Lamarca, supo librar el buen combate para
que la Argentina de ese entonces continuara siendo católica. Tiempos recios los
suyos. Ellos y otros grandes argentinos no se conformaron con la corriente de
la época. Es cierto que no vencieron in tempore pero, a diferencia de otros
contemporáneos suyos que se subieron al caballo ganador, fueron coherentes con
su conciencia cristiana.
PROBLEMA
La realidad
nacional en 2025 es otra. La Argentina ha dejado de ser católica hace rato. Si
se elige una fecha indicativa de la aceleración del proceso, podría, simbólicamente,
apuntarse 1983. Pero podría parecer que la única responsabilidad fue de las
dirigencias sociales, en particular, la política –rectius, partidocrática–. No
es así y no hay que hacerse los giles –para giles ya hay una Odisea–. Porque el
problema argentino, sin dejar de ser político, no lo es en primer término: en
realidad, es religioso con repercusiones en la política. Estrada nos ofrece
algunas claves: “Los católicos argentinos han sido inadvertidos y lo son
todavía. Han creído que su fe no debía influir en sus resoluciones políticas ni
rectificar sus simpatías de partido”. “Los católicos han prescindido de las
cuestiones de su fe en sus combinaciones políticas, y por su tolerancia y
abandono han contribuido indirectamente a que arraiguen las supersticiones del
liberalismo en el régimen de los negocios públicos”.
Está en nuestra
conciencia moral social con sentido cristiano y patriótico de la vida la clave
de la participación política coherente y eficaz. El liberalismo es pecado.