Denes Martos
sobre una hermosa e intencional paradoja:
el nacimiento del que estaba sin hogar
habría de ser celebrado en cada hogar.
G.K. Chesterton
Mi idea de la Navidad , tanto la pasada de moda
como la moderna, es muy simple: amar a los demás.
Piénsenlo:
¿por qué tenemos que esperar a Navidad para hacerlo?
Bob Hope
Es notorio lo
extendida que está la convicción de que la política es algo inmoral. Prácticamente
todas las personas decentes que conozco no tienen el menor interés en
participar de la política. Sin embargo, la pregunta surge por sí misma: si
todas las personas decentes – o, no exageremos: digamos que tan solo las
medianamente decentes – se mantienen alejadas de la política, ¿quién nos
representa? ¿Quién va a defender nuestros valores? ¿Quién nos defenderá del
crimen y la inseguridad?
Una vieja verdad,
casi de Perogrullo, dice que para que triunfen los partidarios del Mal lo único
que tienen que hacer los partidarios del Bien es no hacer nada. Especialmente
en política dónde lo vacíos de poder prácticamente no existen porque, ni bien
se produce uno, inmediatamente es ocupado por el más próximo, el más fuerte, el
más ambicioso, el más hábil o – a veces incluso – el más afortunado.
En principio y en
teoría, toda persona firmemente comprometida con valores permanentes tiene el
deber de luchar por ellos. Y en esto es muy cierto que la aproximación a esos
valores admite matices. Por eso es que se puede tolerar la disidencia, se puede
tolerar el discrepancia. Lo que no se puede tolerar es la mentira, la falsedad,
la falacia, la argucia, la hipocresía. Y, naturalmente, tampoco se puede
tolerar la mala fe.
A lo largo de ya
miles de años de Historia, la política ha sido definida de diferentes formas.
Hace más de 2.300 años atrás Aristóteles decía que el ser humano es un
"zoon politikon", un "animal político", un ser
prácticamente destinado a la política. Mil seiscientos años después, Santo
Tomás de Aquino rescataba a Aristóteles y afirmaba que la política es aquella
actividad que se relaciona con el Bien Común. Doscientos años más tarde,
Nicolás Maquiavelo, más crudamente pragmático, definía a la política como la
actividad relacionada con la conquista, la conservación y la expansión del
poder.
Como se ve, la
política puede ser concebida y definida de varias maneras. Y, sin embargo, a la
enorme mayoría de ellas les subyace un concepto común: se trata de una
actividad referida al orden de todo el conjunto social para disponerlo de tal
manera que armonice el bien particular con el bien común fortaleciendo y
consolidándolos a ambos. La sociedad se organiza sobre bases firmes cuando está
orientada a fortalecer al bien personal y al bien común en forma conjunta y de
manera armónica.
Para hacer esto
posible, el político debe respetar como mínimo las clásicas cuatro virtudes
cardinales: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Prudencia
para tomar decisiones correctas, en el momento adecuado y de la forma
apropiada. Justicia para saber dar a cada cual lo que le corresponde y para
saber qué le corresponde a cada cual. Fortaleza para mantener la constancia, la
disciplina, la entereza y la serenidad en casos de conflicto. Templanza para
conducirse con seriedad, mesura, sensatez y coherencia. Y para que estas
virtudes sean políticamente efectivas, todas ellas tienen que basarse sobre la
realidad objetiva y no sobre alguna quimera ideológica inviable.
Con todo, es cierto
que las virtudes cardinales y su ejercicio no agotan por completo el concepto
de la moral, sobre todo en materia política. La relación de la política con la
moral es algo muy complejo – y en ocasiones bastante conflictivo. Por de
pronto, como cualquier otra actividad, la política posee un "código de
conducta " que le es propio y que debe estar adecuado a los problemas que
la política debe enfrentar. Y, además de eso, – como, por ejemplo, en el caso
de grandes catástrofes o de amenaza de guerra, ya sea externa o interna – las
enormes tensiones a las cuales puede estar sujeta la política requieren
herramientas y procedimientos que no son ni necesarios ni pertinentes en otras
actividades. Pero, en todo caso, la actividad política no carece de un marco
normativo.
Lo que sucede es que,
contrariamente a la opinión juridicista hoy tan extendida, ese marco, no es
necesariamente el que establecen las leyes vigentes en un momento dado que bien
pueden llegar a ser caprichosas, oportunistas, tendenciosas, sectarias,
contradictorias o simplemente inaplicables, según los intereses y los criterios
de los políticos de turno que fueron quienes las dictaron – la Constitución
incluida. En primer término ese marco está dado por las virtudes arriba
mencionadas. El segundo ámbito normativo está dado por los valores
etnoculturales orgánicamente sustentados por la comunidad y que en buena medida
contribuyen a delinear con mayor precisión también el concepto del "bien
común". Por último, el tercer ámbito está dado por las posibilidades
concretas que admite la propia realidad habida cuenta de los deberes que el
político debe cumplir.
Lo que hay que tener
presente cuando se trata del tema de la moral y la política es la diferencia
que existe entre la moral que cabe exigirle al político como persona y la moral
que le cabe al político como gobernante. Porque el criterio moral aplicable a
la persona del político es hasta cierto punto independiente del criterio
aplicable a su actividad política.
Por ejemplo, tanto
como para tomar un ejemplo entre muchos, está – y no casualmente – muy
extendida la opinión de que nuestros políticos son ladrones que se roban el
dinero del Estado. Con lo cual fácilmente se salta a la simplista y equivocada
conclusión de que la política es una actividad básicamente mafiosa, turbia,
llena de corrupción, propia de ladrones. Considerando este ejemplo cabría
apuntar que estrictamente hablando, en realidad, robar dinero no tiene nada que
ver con la política. Porque el que roba es un ladrón. Punto. Sea médico,
ingeniero, oficinista, lavaplatos, chofer de taxi o pordiosero. Esencialmente
el hecho no tiene nada que ver con su actividad o su profesión. Es una falencia
MORAL PERSONAL. Lo que agrava la cuestión en el caso del político es que puede
hacer valer su poder para lograr impunidad; pero se trata de un agravante, no
de un determinante. En un caso así, PERSONALMENTE el político es inmoral, pero
como FUNCIONARIO, como gobernante, todavía puede (podría) ser una persona que
toma decisiones políticas correctas. Sería el típico caso del "roba pero
hace".
Obviamente, una cosa
no disculpa ni justifica a la otra. Pero el ejemplo sirve para ilustrar la
diferencia de los ámbitos y la distinción entre los criterios a aplicar. El
problema con la mayoría de nuestros políticos no es tan solo que son inmorales,
que es algo que los descalifica como personas. El mayor problema es que, además
de inmorales, son incompetentes e ineptos. Que es algo que los descalifica
hasta como políticos.
Frente a esto sería
realmente deseable que las personas decentes se den cuenta de una vez por todas
del poder que en realidad tienen. Porque ni son minoría, ni carecen de poder
como mucha gente equivocadamente cree. Lo que sucede es que el sistema está
montado con un criterio de selección negativo que hace que los oportunistas con
más ambición que capacidad y carentes de trabas morales tengan mayores
posibilidades de subir por la escalera de la función política y, una vez allí,
se concentren en beneficiarse personalmente. Con ello, o bien terminan
dedicándose solamente a una demagogia electoralmente redituable, o bien toman
decisiones aplicando ideologías y teorías perimidas, o bien impulsan medidas
ineficaces o simplemente inviables dictadas desde la más supina ignorancia e
incompetencia. En última instancia el verdadero problema no está tanto en las
personas carentes de moral y capacidad sino en el sistema que permite la
selección casi metódica de esta clase de personas. En este sentido uno casi
estaría tentado de decir: " es el sistema, estúpido".
Nuestros políticos
constituyen una secta de socorros mutuos. Se chicanean entre ellos y se ponen
palos en las ruedas en todo lo atinente a escalar posiciones pero, cuando la
cosa se les pone verdaderamente pesada, se cuidan las espaldas entre ellos. Y
lo pueden hacer porque a lo máximo que se exponen es a algún eventual
cacerolazo o a alguna forma de judicialización de la política a manos,
generalmente, de un juez amigo. Algo que puede obligar a la secta a cambiar sus
figuritas, pero que jamás va a lograr eliminar la colección completa de esas
figuritas que se cooptan entre ellas y se turnan alternativamente en los
puestos principales. El "que se vayan todos" no se logra haciendo
batifondo, sea con bombos o con cacerolas. Se logra con un poder que los
obligue a irse. Y la limpieza del ámbito político tampoco se logra con una que
otra condena judicial o con un corte de ruta. Se logra con un sistema que
expulse a los inmorales y a los ineptos, y que les impida el acceso al poder.
Definitivamente.
Siempre me llamó la
atención que las patotas son de delincuentes o aspirantes a delincuentes. Por
alguna misteriosa razón, las personas honradas no tienen el mismo instinto
gregario. Y el fenómeno es extraño porque si los corruptos tienen intereses que
defender, las personas decentes tienen valores que defender. Siempre me he
preguntado: ¿por qué los intereses tienen que ejercer una fuerza de agrupación
más fuerte que los valores? La pura verdad es que no termino de comprenderlo.
Pero la realidad me obliga a reconocer que es así. La condición humana
probablemente tiene mucho que ver con ello.
Y es una lástima.
Porque, si los decentes se agruparan, es seguro que conseguirían imponerse. Los
inmorales pueden ser poderosos, pero no son tantos.
Ni siquiera son tan
poderosos e invulnerables como ellos se imaginan.
Mentiría si dijese
que espero que el año que viene la decencia y los valores permanentes de
Occidente lograrán un avance sustancial. No lo espero. Pero lo deseo.
Y con el mismo anhelo
les deseo a todos ustedes una muy Feliz Navidad, colmada de la serenidad y el
cariño que implica esta celebración.
Y en cuanto al Año
Nuevo no me digan que no tengo una buena capacidad de previsión. ¿Se acuerdan
que en Mayo del 2011 les predije que no habría ningún fin del mundo este fin de
año? Pues, aunque no lo crean: ¡acerté! Hoy es 21 de Diciembre, es el solsticio
de verano en esta parte del globo, y estoy aquí, vivito y coleando como todos
ustedes gracias a Dios, en un mundo que fue y será una porquería ya lo sé según
Discépolo, pero, sea como fuere, va a durar unos cuantos millones de años más.
De modo que disfruten
el Año Nuevo y que sea uno más en una larga serie de buenos años para todos.
Eso, si nuestros
beneméritos gobernantes no disponen lo contrario, claro.
Pero es mi mejor y más
sincero deseo de todos modos.
Denes Martos
Diciembre/2012
www.denesmartos.com.ar