MARCELO A. MORENO
Una gran potencia en
esbozo”. Así tituló el periodista español Francisco Grandmontagne una serie de
artículos sobre la Argentina
que publicó en 1928 en el periódico “El Sol”, de Madrid.
En la primera de las
notas, “Los saltos de la prosperidad”, Grandmontagne citaba: “Dice Simón N.
Patten, el profesor de Pensylvania, que el ideal de todo americano debe ser
hacer en su siglo lo que a Europa la ha costado diez.
Promesa de redención
para todos, no pocos han hallado en su suelo el nuevo camino de un porvenir
feliz ...” El español se deslumbraba con “el nuevo ElDorado” a principios del
siglo XX.
¿Algún argentino, que
no esté ebrio ni dormido, puede cobijar ilusiones parecidas a principios del
siglo XXI?
Años antes, para el
centenario, Leopoldo Lugones forzaba versos en sus “Odas seculares”. “Alcemos
cantos en loor del trigo/que la pampeana inmensidad desborda / en mar feliz
donde se cansa el viento/ sin haber visto límite a sus ondas”. O sino: “Rauda
la masa echando un tibio aroma/ que a aquella simple industria da encanto/ de
una maternidad blanda y recóndita./ En la fiel solidez del pan seguro,/ la vida
es bella y la amistad sonora”.
Todo era fulgor
entonces y promesa ofrecida y esperanza. Porque había hechos tangibles que
sostenían al Granero del Mundo no como mito sino como símbolo de un futuro sin
techo.
“En 1871 -escribía
Grandmontagne- la superficie sembrada en Canadá ascendía a 6 millones de
hectáreas. En la Argentina
estaba limitada a 580.000. En 1914 Canadá extendía sus sembrados a 14.216.380,
mientras la Argentina
ampliaba su área a 24.091.726. (…) Los efectos del cataclismo social ruso y el
progresivo aumento del consumo interior en Norteamérica colocan a la Argentina , después de la
guerra europea, a la cabeza de los países exportadores de trigo.” Pero no es
necesario ir tan lejos. En 1947 y 1949 Perón vendió a España 700.000 toneladas
de trigo con créditos más que convenientes concedidos a un país aislado hasta
el hambre por el mundo, a causa de la indisimulable simpatía de Franco hacia
Hitler y sus amigos.
Hoy las cosas son muy
distintas. Según señaló Matías Longoni en estas páginas respecto del trigo, “en
la campaña 2012/13, la
Argentina tuvo la superficie sembrada más pequeña de su
historia, apenas 3,1 millones de hectáreas. Y la producción fue de 9 millones
de toneladas, mucho menos que las 14,5 millones de un año antes.” La
explicación se encuentra en la política agropecuaria del gobierno -que sigue
castigando al “enemigo” campo-, lo que no redunda tampoco en un gran
crecimiento industrial: el auto más vendido en la Argentina es brasileño.
Sería facilismo puro
echarle la culpa de este estado de cosas a la década de los Kirchner. El
historiador Luis Alberto Romero sitúa en los años 70 el principio de la
decadencia argentina, allí cuando la salud, la educación, la obra pública, el
transporte comenzaron andar mal lenta pero progresivamente.
Hubo de todo: casi
una guerra civil seguida de una dictadura aniquiladora, una transición llena de
dificultades y amenazas, diez años de neoliberalismo rematador y poco después
otro decenio de capitalismo de amigos con asistencialismo. La corrupción
prosperó mientras la sociedad civil se debilitó a causa de un autoritarismo que
creíamos olvidado.
Y fueron muchos
-mayoría por goleada- los malos gobiernos que padecimos.
No hay cuerpo de país
que aguante tantos años de consecuentes desaciertos.
La llamada “década
ganada” por el kirchnerismo -toda una ironía- no parece ser más que el patadón
postrero a un rodar barranca abajo. La Presidenta ayer reiteró que necesita una década
más en el poder para concretar sus aspiraciones: la doctora de Kirchner conoce
bien el dudoso arte de meter miedo.
Porque el relato
podrá ser tan vindicatorio e imaginativo como de costumbre, pero con el kilo de
pan a 20 pesos y el 50% de los trabajadores con sueldos de menos de $ 3.700 al
mes -cifra admitida por mismísimo INDEC-, no hay harina que alcance para
amasarle a esta película ningún final feliz. Cien años después, la gran
potencia que auguró el periodista español permanecía en esbozo; se asemeja a un
sueño perdido.
Clarín, 30-6-13