Por Pablo Sirvén
Como las bebidas
cola, que tienen su versión light, y como los supermercados que presentan
segundas marcas que aspiran a parecerse a los productos de primera línea, el
peronismo también dispone de distintas versiones al gusto de consumidores
heterogéneos.
El justicialismo
ofrece sus coreografías insólitas con participantes que dudan hasta el último
minuto al borde del trampolín si lanzarse o no a la pileta, o que amagan
hacerlo de cabeza y apenas les sale un indecoroso panzazo, casi como si
compitiesen en Celebrity Splash, el reality show acuático de Telefé.
Cínico y versátil, el
movimiento más popular de la
Argentina es una aspiradora de espacio en los medios, gracias
a la danza continua de jugadores ubicuos y lábiles con tipologías diversas
(audaces, timoratos, incondicionales y hasta los que impostan ser opositores)
que se repelen en serio, dramatizan diferencias que no son tales y que se
insultan o se abrazan según la ocasión.
"Los peronistas
somos como los gatos. Cuando nos oyen gritar creen que nos estamos peleando,
pero en realidad nos estamos reproduciendo", solía repetir Perón.
En el planeta
justicialista, ninguna pelea ni alianza es para siempre. Mientras tanto sacan
músculo dividiéndose y volviéndose a juntar en el momento menos pensado.
Brindan un espectáculo colosal que opaca sin remedio los movimientos mucho más
modestos y grises de las demás expresiones políticas.
Hoy hay kirchneristas
ortodoxos (los candidatos bendecidos por la Presidenta ),
kirchneristas light (como denominó Francisco de Narváez a la lista de Sergio
Massa) y no kirchneristas (la propuesta del propio De Narváez, que se nutre con
peronistas disidentes). Hasta unas horas antes del cierre de listas, el sábado
de la semana pasada, varios jugadores, que terminaron integrando un frente
determinado, podrían haberse incorporado al de la vereda de enfrente. Todo es
laxo, ambiguo e inestable, cero principio y la nada misma en lo programático.
El peronismo siempre
fue voluble pero al menos en lapsos más prolongados. Ahora, como en un abanico
desplegado, ofrece varias alternativas a la vez. Está en todos lados al mismo
tiempo.
Históricamente, el PJ
fluctuó en forma pendular en un arco ideológicamente amplísimo que rota del
neoliberalismo/desarrollismo (Perón, dando a la California generosas
prerrogativas para explotar el petróleo en la Patagonia , la década
menemista y los aportes que hicieron a ella, tanto como al kirchnerismo,
dirigentes provenientes de la
UCeDé ) al populismo cerrado (el Perón, de 1946 a 1951, y
Cristina Kirchner, de 2008 en adelante).
Su heterodoxo ADN
original (militares, conservadores populares, gremialistas y socialistas y
radicales desencantados) planteó de arranque una hibridez que el tiempo no hizo
más que acentuar.
¿Qué tipo de
presidente peronista podría haber sido Domingo Mercante en 1951? Nunca lo
sabremos porque Perón lo sentenció al ostracismo para hacerse reelegir (reforma
de la Constitución
mediante, en 1949).
Pero cuando el líder
justicialista estaba en un exilio que parecía perpetuo, apareció aquí el primer
desdoblamiento partidario, un "peronismo sin Perón" que terminó
costándole la vida al metalúrgico Augusto Timoteo Vandor, que pretendía
encarnarlo.
El caudillo, en
cambio, se sentía más cómodo en lo que en la actualidad acaba de volverse
contagiosa moda en dirigentes de distintas extracciones: desdoblarse en sus
esposas. Perón lo hizo en dos: primero en Eva, virtual cofundadora de su
movimiento, pero a la que no defendió lo suficiente para que fuese su
vicepresidente en el 51; e Isabel, su embajadora primero contra Vandor, en
1965, y luego su inevitable heredera política y de la presidencia tras su
muerte, en 1974.
Ya en los años 90 el
menemismo, inquilino principal por entonces del peronismo, creó sus propias
luchas internas, pero en vez de resolverlas en elecciones partidarias, llevó a
comicios presidenciales esa bifrontalidad. Así en 1995 confrontaron
Menem-Ruckauf (la fórmula triunfadora) vs. Bordón-Álvarez.
El fenómeno se
acentuó a partir de 2003 cuando hubo nada menos que tres candidatos peronistas
a presidente: Carlos Menem (quien ganó en primera vuelta), Néstor Kirchner
(ungido jefe de Estado por un escaso 22% de los votos, al renunciar el riojano
a competir en el ballottage) y Adolfo Rodríguez Saá (que había sido presidente
fugaz en la última semana del tumultuoso 2001 elegido por el Congreso).
También hubo tres
candidatos peronistas en las elecciones de 2007 y de 2011 (en el primer caso,
Cristina Kirchner, Roberto Lavagna -hoy un líbero que todos desean en sus
filas- y Alberto Rodríguez Saá; en el segundo, otra vez Cristina y Rodríguez
Saá, más el ex presidente provisional Eduardo Duhalde).
Perón vislumbró con
lucidez que la fortaleza de su partido radica en ser al mismo tiempo jugador
principal y árbitro de la política argentina y disponer de un incomparable
"vehículo" electoral al que todos quieren subirse. Lo explicaba el
líder con una humorada cuando decía que el espectro político local se dividía
en radicales, conservadores y socialistas. "¿Y los peronistas,
General?", siempre caía uno. Riendo y guiñando un ojo respondía: "Ah,
no, peronistas son todos"