POR JORGE CASTRO
La anexión de Crimea
por Rusia reformula el mapa geopolítico mundial surgido de 1991, cuando el
colapso de la Unión
Soviética convirtió a EE.UU. en la potencia hegemónica de la
estructura unipolar de poder que duraría 17 años. Este vuelco estratégico
transforma al episodio ucraniano en la expresión de una nueva estructura del
poder mundial, en la que EE.UU. no ejerce más la unipolaridad hegemónica que
había asumido en 1991. Ahora comparte las decisiones estratégicas de
gobernabilidad del sistema con un grupo de países emergentes, entre ellos China
y Rusia.
No hay “nostalgia
imperial” en la crisis ucraniana, o un ansia obsesiva por renovar la “Guerra
Fría”, sino una revisión de la relación de fuerzas mundiales realizada en el
corazón de Europa, sobre la premisa de que la política internacional es ajena
al pasado y al futuro y sólo fiel al “eterno presente”.
Rusia, como sistema
de poder, es inseparable del colapso geopolítico de 1991, cuando se derrumbó el
régimen soviético y al mismo tiempo -y esto es lo más importante- se desintegró
el Estado ruso fundado por los Romanov en 1613.
Así cayó el sistema
político/militar cuatro veces centenario que ganó bajo su encarnación soviética
la Segunda Guerra Mundial, al imponerse al Tercer Reich en la batalla de
Stalingrado (1942-1943); y que luego disputó, en una muestra sin par de energía
política, durante 40 años la hegemonía mundial con EE.UU. No se comprende a
Rusia hoy sin advertir que la Unión Soviética cayó en 1991 mientras mantenía
intacta su estructura de defensa, incluso el arsenal misilístico de cabeza
nuclear con el que disputaba la primacía estratégica con EE.UU. La importancia
de Vladimir Putin en la historia rusa es porque ha reconstruido el Estado en
los últimos 15 años. Lo hizo mediante una cultura estratégica forjada en 1500
años de historia, fundada en las nociones de hegemonía, poder e imperio, luego
universalizadas en la etapa soviética por las figuras de Lenin y Stalin.
Es lo que Raymond
Aron denomina el “hecho ruso”.
Putin carece de un
plan estratégico integral en la crisis ucraniana. Actúa sobre la premisa de
que, en caso de conflicto, “(…)primero combato, y después veo”, que fue lo que
hizo tras el derrocamiento del presidente Victor Yanukovich en Kiev. Ahora,
tras anexar Crimea, Putin ha propuesto un acuerdo político, cuyos rasgos
esenciales son los siguientes: neutralidad de Ucrania, lo que implica el
rechazo a toda posible adscripción a la OTAN; estructura federal y
parlamentaria, desechando el sistema presidencialista y centralizado actual; y
ratificación de que el ruso es la segunda lengua oficial.
Por eso sugiere crear
un “grupo de apoyo internacional” (Rusia, UE, EE.UU.), que garantice la
“soberanía, integridad territorial y neutralidad de Ucrania”, y del que
participen todas sus fuerzas políticas y regionales.
Esta oferta
caracteriza el conflicto como la obra de una “profunda crisis del Estado
ucraniano”, que ha provocado una aguda polarización y un drástico agravamiento
de los antagonismos domésticos.
Está descartado el
uso de la fuerza militar por Occidente.
Así, Putin domina el
espacio y tiene el tiempo a su favor. Significa que se encuentra en situación
de fuerza y lleva las de ganar. George F. Kennan señaló que la política
exterior rusa, incluyendo la fase soviética, muestra dos rasgos permanentes: su
afirmación como gran potencia, con independencia del encuadre internacional; y
el reclamo constante de hegemonía en su cinturón exterior.
La preocupación rusa
por su status internacional -agrega Kennan- está en relación inversa con su
honda inseguridad doméstica; resultado de invasiones letales y de profunda
vulnerabilidad social y económica. La ausencia de Rusia de la historia mundial
como gran potencia es una rareza histórica propia de las últimas dos décadas.
Ahora, gracias a la nueva estructura del poder global, esa rareza histórica se
ha corregido.
Clarín, 23-3-14