Héctor Gambini
Clarín, 10-7-17
Los fueros se usaron durante la corona española cuando
hubo que recuperar territorio tras la expulsión de los moros. Para repoblar las
ciudades abandonadas por el enemigo, se dieron tierras y ciertos privilegios a
familias de estirpe o a sus descendientes como un incentivo para ir a
instalarse allí donde España volvía a ser católica. Para asegurar terreno y
religión, junto a los civiles llegaban militares y sacerdotes.
Los adelantados en tierra propia dejaban de ser
ciudadanos comunes. Sus fueros no eran únicamente hectáreas sino un estatus
especial ante la ley aunque no fuesen nobles.
Cinco siglos después, el soberano sigue otorgando
fueros, aunque ahora acotados a la vida política. La letra del Derecho dice que
el pueblo les da fueros a los legisladores para resguardar su tarea
parlamentaria de las presiones de los otros poderes. El espíritu del concepto
es sobre la libertad de opinión: ningún legislador podría ser perseguido
judicialmente por criticar al gobierno u opinar libremente sobre sus actos. Ni
coartado en su libertad de legislar. No es un invento argentino. Con variedad
de matices, la figura protege a la mayoría de los parlamentarios en las
democracias occidentales.
El problema es la corrupción.
Si los fueros protegen al aforado de las persecuciones
ideológicas, ¿deben también blindarlo de las acusaciones del robo al Estado,
las coimas o el desvío de fondos para enriquecimiento propio? ¿Deben los fueros
proteger a un ladrón? El costado más perverso de la imagen es el pueblo
blindando a quien le roba.
Los fueros son siempre un resguardo constitucional
pero nunca un certificado de impunidad. No en su espíritu. Ellos protegen la
figura del legislador, no a la persona que lo encarna circunstancialmente. ¿Y
si la persona es acusada de delitos de corrupción cuya víctima es el Estado al
que representa? Los fueros no impiden detener por estos delitos a los
legisladores en Estados Unidos, Inglaterra, Australia ni Holanda, donde la
protección se circunscribe a la libertad de expresión, la verdadera razón de
ser de los fueros.
El capítulo De Vido reinstaló las imposturas de la
política local: la tropa propia defendía a rajatabla los privilegios, sus
adversarios se los querían quitar y 29 diputados quedaron flotando a media
agua. Se aliviaron cuando el juez Rodríguez rechazó el pedido de desafuero y
detención para el ex ministro de Cristina por las cuentas turbias de Río
Turbio.
De Vido sólo habló después de la resolución del juez
que lo benefició. Dijo que quienes se opusieron a que lo allanaran el año
pasado no fue él sino sus abogados, que es como si un boxeador dijera que no
golpea él sino sus puños. Y que algunos colegas cercanos a su espacio político
"no resistirían allanamientos ni de 15 minutos". Pareció un mensaje
para templar el espíritu de alguno de aquellos indecisos.
Aunque opina de todo, Cristina no opinó sobre De Vido.
Hace 20 años había estado a favor de quitarle los fueros a Angeloz, dirigente
radical investigado por enriquecimiento ilícito. Por las dudas, De Vido
advirtió el sábado: "Lo que hice fue aplicar una política que nos daba el
Poder Ejecutivo". Lo acusan de desviar 265 millones de pesos, sólo en Río
Turbio.
Cristina volverá a obtener sus fueros este año, tras
las elecciones, pero nunca antes había llegado a esa condición con tres
procesamientos y acusada de liderar una asociación ilícita. Quizá se encuentre
pronto en la situación de De Vido. Ahí se verá qué tan firmes siguen aquellas
convicciones suyas del caso Angeloz.
Los fueros se usaron durante la corona española cuando
hubo que recuperar territorio tras la expulsión de los moros. Para repoblar las
ciudades abandonadas por el enemigo, se dieron tierras y ciertos privilegios a
familias de estirpe o a sus descendientes como un incentivo para ir a
instalarse allí donde España volvía a ser católica. Para asegurar terreno y
religión, junto a los civiles llegaban militares y sacerdotes.
Los adelantados en tierra propia dejaban de ser
ciudadanos comunes. Sus fueros no eran únicamente hectáreas sino un estatus
especial ante la ley aunque no fuesen nobles.
Cinco siglos después, el soberano sigue otorgando
fueros, aunque ahora acotados a la vida política. La letra del Derecho dice que
el pueblo les da fueros a los legisladores para resguardar su tarea
parlamentaria de las presiones de los otros poderes. El espíritu del concepto
es sobre la libertad de opinión: ningún legislador podría ser perseguido
judicialmente por criticar al gobierno u opinar libremente sobre sus actos. Ni
coartado en su libertad de legislar. No es un invento argentino. Con variedad
de matices, la figura protege a la mayoría de los parlamentarios en las
democracias occidentales.
El problema es la corrupción.
Si los fueros protegen al aforado de las persecuciones
ideológicas, ¿deben también blindarlo de las acusaciones del robo al Estado,
las coimas o el desvío de fondos para enriquecimiento propio? ¿Deben los fueros
proteger a un ladrón? El costado más perverso de la imagen es el pueblo
blindando a quien le roba.
Los fueros son siempre un resguardo constitucional
pero nunca un certificado de impunidad. No en su espíritu. Ellos protegen la
figura del legislador, no a la persona que lo encarna circunstancialmente. ¿Y
si la persona es acusada de delitos de corrupción cuya víctima es el Estado al
que representa? Los fueros no impiden detener por estos delitos a los
legisladores en Estados Unidos, Inglaterra, Australia ni Holanda, donde la
protección se circunscribe a la libertad de expresión, la verdadera razón de
ser de los fueros.
El capítulo De Vido reinstaló las imposturas de la
política local: la tropa propia defendía a rajatabla los privilegios, sus
adversarios se los querían quitar y 29 diputados quedaron flotando a media
agua. Se aliviaron cuando el juez Rodríguez rechazó el pedido de desafuero y
detención para el ex ministro de Cristina por las cuentas turbias de Río
Turbio.
De Vido sólo habló después de la resolución del juez
que lo benefició. Dijo que quienes se opusieron a que lo allanaran el año
pasado no fue él sino sus abogados, que es como si un boxeador dijera que no
golpea él sino sus puños. Y que algunos colegas cercanos a su espacio político
"no resistirían allanamientos ni de 15 minutos". Pareció un mensaje
para templar el espíritu de alguno de aquellos indecisos.
Aunque opina de todo, Cristina no opinó sobre De Vido.
Hace 20 años había estado a favor de quitarle los fueros a Angeloz, dirigente
radical investigado por enriquecimiento ilícito. Por las dudas, De Vido
advirtió el sábado: "Lo que hice fue aplicar una política que nos daba el
Poder Ejecutivo". Lo acusan de desviar 265 millones de pesos, sólo en Río
Turbio.
Cristina volverá a obtener sus fueros este año, tras
las elecciones, pero nunca antes había llegado a esa condición con tres
procesamientos y acusada de liderar una asociación ilícita. Quizá se encuentre
pronto en la situación de De Vido. Ahí se verá qué tan firmes siguen aquellas
convicciones suyas del caso Angeloz.