martes, 18 de julio de 2017

LULA, HUMALA Y EL MITO DEL HIPERPRESIDENCIALISMO


Los gobernantes constitucionales de América latina enfrentan enormes limitaciones que empañan su gobierno y su legado

Andrés Malamud
LA NACION, 18 DE JULIO DE 2017


Algunos intelectuales que escriben sobre política afirman, con envidiable convicción, que el presidencialismo es equilibrado en Estados Unidos y exagerado en América latina. Mientras en el Norte funcionan los frenos y contrapesos, dicen, en el Sur padecemos de hiperpresidencialismo. Esta creencia se origina en los escritos de Juan Bautista Alberdi y el chileno Diego Portales, que buscaron adaptar la Constitución norteamericana a las necesidades de la América española. Y lo hicieron bien. Después pasaron dos siglos.

En 1787, los patriotas estadounidenses enfrentaban la amenaza de la tiranía. Para evitar otro rey como el inglés decidieron construir una presidencia limitada por el Congreso, el Poder Judicial y el sistema federal. Pero en el siglo siguiente los patriotas sudamericanos enfrentaban, en vez de la tiranía, la anarquía. Décadas de independencia habían degenerado en caudillismo y guerra civil. El objetivo de las nuevas constituciones fue entonces concentrar el poder, no moderarlo. Ahí hunde sus raíces el mito moderno del hiperpresidencialismo.


Sin embargo, los gobernantes constitucionales de América latina no son hiperpresidentes. ¡Ya querrían! En realidad, enfrentan enormes limitaciones que empañan su gobierno y su legado. Enormes y de cuatro tipos: limitaciones de poder, limitaciones de mandato, limitaciones de la sucesión y limitaciones de la libertad.

El poder presidencial es más limitado de lo que se imaginan en las bibliotecas de derecho. Las causas son tres: estructurales, institucionales y sociales.


Los politólogos brasileños Daniela Campello y César Zucco estudiaron las causas estructurales y concluyeron que, en los países en desarrollo, los votantes premian o castigan a sus presidentes por causas ajenas a la gestión. Su investigación revela que es posible predecir la reelección de un presidente o de su partido sin apelar a factores domésticos, sino considerando solamente el precio internacional de las commodities y la tasa de interés de Estados Unidos.

También hay frenos institucionales para el poder presidencial. En 2008, una votación no positiva del Senado mostró el límite del poder de los Kirchner. En Brasil, ningún presidente puede gobernar sin una coalición parlamentaria. En Colombia, el Poder Judicial liquidó la segunda reelección de Álvaro Uribe. En toda la región, el presidente es fuerte mientras los demás poderes lo permitan.

La calle también controla. La ira popular se ha mostrado efectiva a la hora de enfrentar medidas indeseadas. Para seguir con el ejemplo de la Argentina en 2008, el voto rebelde del vicepresidente Cobos fue posible porque se montó sobre la previa movilización ciudadana.

Acotado el poder presidencial, el segundo grupo de limitaciones apunta al mandato. Desde las transiciones a la democracia, uno de cada seis presidentes latinoamericanos ha sido incapaz de completar su período constitucional. El politólogo argentino Aníbal Pérez-Liñán y su colega estadounidense Kathryn Hochstetler señalan la confluencia de tres factores: crisis económica, escándalos de corrupción y ruptura de la coalición gobernante. Esta "tormenta perfecta" fue la que acabó con el mandato de Dilma Rousseff. Ella había heredado no sólo la presidencia, sino también la crisis económica y el Lava Jato de su mentor, y al final no tuvo ni los recursos materiales ni la personalidad para salvar su coalición. Dilma cayó como antes habían caído Collor de Mello, Bucaram y De la Rúa, para mencionar sólo algunos. Lo único "híper" de sus presidencias fue la velocidad con la que dejaron el palacio presidencial al grito de "golpe".

Pero ni Collor ni Dilma fueron víctimas de golpes como Juan Perón, Salvador Allende o el boliviano Paz Estenssoro. En nuestros días, las interrupciones presidenciales son civiles y no violentas. Además, las elites parlamentarias que destituyen a sus presidentes suelen montarse sobre masivas manifestaciones populares. Y aunque no lo crean los gobernantes depuestos, la democracia los sobrevive. Esta nueva forma de inestabilidad presidencial, la interrupción de mandato con ocasional anticipación de elecciones, muestra rasgos de parlamentarización y no de crisis del presidencialismo.

Celebrada por algunos como avance democrático y denunciada por otros como golpe, la caída de un presidente no siempre resuelve la crisis y a veces la agrava. La interrupción del mandato puede superar la crisis en la cual está sumergido el presidente, pero no la situación económica o los problemas democráticos del régimen. Así, quitarle el mandato a Carlos Andrés Pérez por corrupción no cambió el rumbo del Titanic económico y político venezolano, y remover a Otto Pérez Molina expresó menor tolerancia hacia la corrupción en Guatemala, pero no tornó más serio el gobierno del comediante Jimmy Morales.

En cualquier caso, el mandato de los gobernantes constitucionales de América latina puede verse acortado por ciudadanos movilizados y congresos fuertes. Al parecer, el sistema de pesos y contrapesos funciona mejor que el hiperpresidencialismo.

El tercer grupo de limitaciones presidenciales afecta la capacidad de imponer un sucesor y controlarlo. La tragedia sucesoria de Lula es evidente, pero presidentes más personalistas también han fracasado a la hora de continuarse. Cristina se vio obligada a designar a un candidato que despreciaba, y encima perdió. Hugo Chávez cedió a la influencia cubana cuando nombró a Maduro como su delfín, con el resultado de que el régimen terminó traicionando la democracia y hoy se desfleca. Rafael Correa, exitoso al hacer elegir a Lenín Moreno, acaba de autoexiliarse en Bélgica mientras tuitea acusaciones de traición. Todo indica que los hiperpresidentes que no nombran a la esposa tienen la sucesión corta.

El cuarto grupo de limitaciones afecta la capacidad ambulatoria de los presidentes después de dejar el cargo. Carlos Andrés Pérez, otrora prócer de la Internacional Socialista, acabó su vida en el exilio. El mexicano Salinas de Gortari, el ecuatoriano Bucaram y el boliviano Sánchez de Lozada sobresalen entre las jaurías de ex presidentes que no pueden volver a sus países. La prisión acoge a unos cuantos: Menem la sufrió pocos meses, Fujimori se perpetúa en ella, Ollanta Humala y Lula preparan el catre.

En síntesis, los presidentes latinoamericanos suelen tener poder limitado, mandato acortado, sucesor renegado y libertad denegada. El concepto de hiperpresidencialismo constituye una licencia poética en el mejor de los casos y un error de análisis en el caso más frecuente. Si ustedes existen, señores hiperpresidentes, den dos golpes en la mesa y hagan un buen gobierno. En la mesa, dijimos.

Cada vez que un intelectual enojado critica el hiperpresidencialismo latinoamericano y elogia la institucionalidad de los países normales, Bush padre e hijo, el matrimonio Clinton y el clan Trump reprimen una carcajada.