Carlos Esteban, 31 Agosto, 2017
Infovaticana
La policía italiana no puede desalojar a las 60
familias que han ocupado el atrio de una basílica romana por ser “territorio
vaticano”, así que la policía del Papa debe hacer ese trabajo, si quiere evitar
que nazca un niño pronto en el país más pequeño del mundo.
En una Italia sumida en el caos de seguridad, al
superar este verano a Grecia como principal destino de los inmigrantes ilegales
subsaharianios, el Papa ha venido a revolver un debate enconado en el país al
defender el ‘ius soli’ como criterio para conceder la nacionalidad.
Francisco, que ha reiterado estos días su compromiso
con “los más humildes de la tierra”, está irritando a los gobernantes
italianos, algunos de los cuales no han vacilado en hablar de “injerencia” en
un momento de grave crisis.
Pero la casualidad ha querido que se le ofrezca a Su
Santidad una ocasión de hacer gala de la esperable coherencia: la ocupación por
un grupo de inmigrantes eritreos de la Basílica de los Santos Apóstoles. Porque
si bien la basílica en cuestión está fuera del Vaticano, en la plaza del mismo
nombre, es territorio vaticano desde los Tratados de Letrán que dieron
nacimiento al diminuto Estado que rige el Papa. De modo que si alguna de las
mujeres refugiadas diera a luz en la basílica -y parece que hay ya algunas
embarazadas-, el niño debería ser el primer ciudadano vaticano por nacimiento.
Este desconcertante caso legal ni siquiera de plantearía
en el caso de que cualquier otro pontífice ocupara la Sede de Pedro, pero
Francisco no es cualquier otro pontífice. Nadie en la escena internacional,
quizá con la escepción del banquero internacional George Soros, se ha destacado
tanto en la ardorosa defensa de una Europa sin fronteras, abierta de par en par
a los pobres del Tercer Mundo.
Recordábamos aquí que, ya en los inicios de la llamada
crisis de los refugiados, había pedido que “toda parroquia, que toda comunidad
religiosa, que todo monasterio, todo santuario de Europa acoja a una familia,
comenzando desde mi diócesis de Roma”. Y
a medida que la oleada de recién llegados anegaba nuestras costas y desbordaba
la capacidad logística de los países para acogerles, Su Santidad, lejos de
moderar su discurso, no ha dejado de elevar la apuesta.
Recientemente, Su Santidad ha propuesto un audaz plan
de 20 puntos para hacer frente a la emergencia humanitaria que ha desconcertado
a la mayoría de los observadores, católicos o no. Un punto en concreto, en el que
Francisco aventura la idea de que la dignidad del recién llegado tiene primacía
sobre la seguridad nacional, ha suscitado numerosas críticas desde
planteamientos tanto políticos como de teología moral, por cuanto supondría
primar la ‘dignidad’ de quienes llegan por encima de la vida de los nacionales
de los países de acogida.
Y no es un riesgo teórico o remoto, como por desgracia
hemos experimentado de forma brutal en Barcelona. Según Gilles de Kerchove,
coordinador aniterrorista de la Unión Europea, hay en el continente 50.000
‘radicales’, es decir, islamistas dispuestos a cometer masacres como las de
Barcelona, París, Bruselas, Birmingham…
Tampoco parece que la extraordinaria generosidad
desplegada por el Papa le haga en absoluto inmune a las acciones terroristas.
Por el contrario, el último vídeo difundido por el ISIS el pasado 24 de agosto
mostraba a sus combatientes pateando imágenes de Jesús, rasgando fotografías
del Papa y prometiendo llegar hasta Roma.
Uno de los combatientes, un tal Abu Jindal, mira
directamente a la cámara y dice en inglés: “Recuerden esto, infieles [kuffar,
un término insultante]: estaremos en Roma, estaremos en Roma, inshallá [Dios
mediante]”.
Las autoridades italianas se toman esta amenaza muy en
serio, y fuentes de las fuerzas de seguridad creen altamente probable que, en
efecto, miembros del Califato intenten un ataque en o cerca del Vaticano.
No hay mucho que pueda hacerse para prevenir ataques,
al menos en el sentido de limitar en lo posible la llegada de inmigrantes de
modo que pueda ejercerse un mínimo control de seguridad sobre ellos. De hecho,
las autoridades se vieron hace tiempo obligadas a reconocer que una parte
importante de los recién llegados ‘desaparecen’ a poco de llegar. Pero si su
‘dignidad’ y libertad para instalarse en nuestros países está por encima de
nuestra seguridad colectiva, poco puede hacerse.
Y poco puede hacer el Vaticano para, siendo coherente
con esta doctrina que muchos califican de extrema, negar la nacionalidad
vaticana a cualquier inmigrante nacido en su suelo, como podría ser pronto el
caso en la Basílica de los Santos Apóstoles, donde se hacinan sesenta familias.
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JUS SOLI: la nacionalidad se adquiere con el nacimiento
JUS SANGUINIS: la nacionalidad de quien nace es la de los padres