Respuesta contrarrevolucionaria a Agustín Laje
Por Juan Carlos Monedero (h)
Lic. en Filosofía UNSTA
19-4-20
En una entrevista reciente, Agustín Laje
propuso que todas las personas que seamos contrarias al progresismo –hoy
dominante en los medios de comunicación, en las leyes, en las cátedras
universitarias– nos unifiquemos bajo el término “derecha” para mejor librar el
combate.
En efecto, desde un nuevo
video[1] sostuvo ciertos conceptos y propuestas en torno al lenguaje que debe
utilizarse en la batalla cultural. Por habernos ocupado de estos temas en
“Lenguaje, Ideología y Poder. La palabra como arma de persuasión ideológica:
cultura y legislación” (ediciones 2015, 2016 y 2019), tomamos el guante que nos
ofrece.
El objetivo de Laje es reunir a una
mayor cantidad de personas contrarias al progresismo (o sea: aborto, ideología
de género, eutanasia, legalización de la drogas, lobby gay, etc.) bajo el mote
de “derecha”, y así poder plantear una mejor batalla a esas nefastas prácticas
e ideas.
Respondemos que el fin
buscado conspira contra el medio elegido, y por tanto no estamos de acuerdo con
esta propuesta de Agustín Laje. Pasamos a detallar.
El planteo de Agustín Laje: unirnos en la
categoría “derecha”
El punto de apoyo de esta
propuesta es una descripción que Laje hace ya al principio del video. Él
retrata los distintos grupos “anti progresistas” y explica el origen de sus
diferencias de una forma un tanto odiosa y hasta injusta. Según él, se trata de
diferencias que califica de “menores” porque a él le parecen menores, a fin de
invitarnos luego a dejarlas de lado en aras de un “objetivo común”. ¿Por qué?
Porque, según sus palabras, la política sería el arte de “acercar a los
similares” y no a los idénticos.
Este es el punto de partida
del análisis de Laje.
Así, parecería que tener
principios innegociables y buscar asociarse con quienes los sostienen, sería
una búsqueda cuasi sectaria “de los idénticos”. Parecería que estos grupos
convierten causas opinables en absolutas, parecería que son ellos los grandes
culpables de la falta de unidad. Parecería que somos los responsables, por no
unirnos, de que el enemigo avance (¡!). Parecería que deberíamos dejarnos de
jorobar con diferencias teóricas y allanarnos, unificándonos bajo el paraguas
del término DERECHA.
¿Cantidad vs. Calidad?
Laje dice que “la política
es el arte de acercar a los similares y no a los idénticos”. Pero la política
no es esto, no es ni una cosa ni la otra. La política se define por la búsqueda
del bien común. Así lo dijo Benedicto XVI: “La justicia es el objeto y, por
tanto, también la medida intrínseca de toda política. La política es más que
una simple técnica para determinar los ordenamientos públicos: su origen y su
meta están precisamente en la justicia, y ésta es de naturaleza ética”.
Es un concepto cualitativo,
y no cuantitativo. Siendo este el punto de partida de Laje, todo el resto del
planteo queda fuertemente afectado por el sesgo de la premisa inicial. El
abordaje está herido, desde el vamos, por una análisis cuantitativo del asunto.
Él propone y reivindica la
dicotomía “derecha-izquierda”; probablemente sea cierto que la suma de todas
las personas anti progresistas bajo el término DERECHA desemboque en una
cantidad mayor que esas mismas fuerzas por separado. Sí. ¿Y? La cantidad no es
la que dirige el mundo. Adoptar esta dicotomía traería, además, otros
problemas. La disyuntiva “derecha vs. izquierda” simplifica los complejos
problemas sociales, económicos y políticos. Es un esquema reduccionista,
maniqueo, el cual –independientemente de su nacimiento en la sangrienta y
criminal Revolución Francesa–, hoy sirve a la causa de la confusión mental. En
otras palabras: sería una ventaja desde el punto de vista de la cantidad pero
un salvavidas de plomo desde la calidad.
¿Hacernos cargo de “la derecha”?
Por otro lado, si nos
llevamos de la propuesta de Agustín Laje estaríamos “haciéndonos cargo” de todo
el contenido del término Derecha, indiscriminadamente. La confusión sería aún
mayor.
Con “hacernos cargo” no nos
referimos al contenido que el periodismo progremarxista le asigna a la palabra
“derecha”. No: nos referimos al contenido que los propios derechistas
reivindican. ¿Por qué tenemos que asumir como propias decisiones del Gobierno
de los Estados Unidos respecto de las Guerras en el Medio Oriente? ¿Por qué
tendríamos los argentinos que incorporar a Ronald Reagan o a la cínica Margaret
Thatcher, a quien no le tembló el pulso para hundir al Crucero General
Belgrano, aquel 2 de mayo de 1982, donde perdieron la vida 323 tripulantes
argentinos? ¿Por qué debemos hacernos cargo de las decisiones de la
Administración Bush y el apoyo norteamericano a Israel? ¿Por qué tenemos que
hacernos cargo de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, o la masacre de
las ciudades alemanas de Hamburgo y Dresde, donde murieron decenas de civiles
en una noche? ¿Por qué debemos entregarnos maniatados a la tiranía de un
término en nombre del cual el Gobierno Militar, en la Argentina de 1976-1983,
desfinanció las empresas nacionales, hostigó publicaciones verdaderamente
patriotas como Cabildo, y entregó el capital nacional a empresas extranjeras?
¿Tenemos que hacer este
“harakiri mental”, pasando por alto todo esto, porque el progresismo hoy
prevalece en los medios de comunicación? Más que una propuesta, parece un
chantaje: suena a como estamos perdiendo y estamos de rodillas, no les queda
otra que aceptar lo que sin duda no aceptarían si estuvieran de pie.
Es un hecho que los que
somos adversarios del progresismo estamos desunidos y dispersos; es un hecho
que tenemos enemigos comunes, rechazos en común y pocos principios positivos
compartidos. Pero el remedio no puede ser peor que la enfermedad.
Si borramos todas las
denominaciones y nos quedamos con “Somos de Derecha, ¿y qué? ¿Qué problema
tenés?” nos estaríamos haciendo cargo de muchas injusticias (presentes y
actuales) y de muchas ideas equivocadas. No sólo personajes y hechos
históricos.
Así, por ejemplo, estaríamos
asumiendo (implícita o explícitamente) que la intervención del Estado es
siempre nefasta, que el mercado no puede jamás ser regulado sin injusticia
moral –por mencionar algunas– y asumir esto sería contrario a la Doctrina
Social de la Iglesia. En la Argentina, concretamente, consideramos que sería un
suicidio intelectual asumir como propias las críticas (menores, accidentales o
circunstanciales) del “gorilismo de derecha” al peronismo, por ejemplo.
No se puede enfrentar el
error del progresismo lesbomarxista abortero desde el error de la derecha
liberal pro-norteamericana. En otras palabras, unirnos para mejor luchar contra
un enemigo común pero abandonando otras verdades no es honorable. Y a la larga,
ni siquiera será práctico.
Hablarle “al taxista”
Laje sostiene que no podemos
usar –o que, al menos, sería tonto hacerlo– un lenguaje más elevado, y que
“tenemos que hablarle al taxista”; o sea, al hombre común. Esta suposición que
él desliza no está comprobada: ¿de dónde saca que “la causa” de que el hombre
común, el taxista como él le dice, no se suma a la lucha contra el progresismo
por culpa del lenguaje con que se le habla del tema? ¿No puede haber acaso
otros motivos? ¿No puede existir un conjunto de motivos? ¿Cómo saberlo? ¿Por
qué dar por sentado que el problema es ese? ¿A título de qué?
Al ser una presuposición
gratuita, puede ser gratuitamente rechazada.
En este punto, esta idea de
bajar el lenguaje para hablarle “al taxista” hace acordar precisamente al
planteo católico-progresista de los años 60’: “bajemos el lenguaje para que la
gente nos entienda y retorne a la Iglesia”. Lo hicieron: bajaron el nivel del
lenguaje pero la gente se siguió yendo de los templos.
Ahora bien, primero tenemos
que deshacer el equívoco. ¿A qué se refiere Laje cuando dice “su lenguaje”? Si
por “el lenguaje del taxista” nos referimos al sentido común, estamos de
acuerdo. Pero si en cambio nos referimos a las palabras desgastadas y engañosas
de los medios de comunicación, mil veces no. Esto no queda claro en la
entrevista.
Ahora bien, en última
instancia lo que tenemos que hacer, en realidad, no es hablarle “al taxista” en
su lenguaje sino elevar al hombre. Darle la oportunidad. Darle la oportunidad
de descubrir por sí mismo todas las grandes mentiras del mundo moderno,
confiando en que la inteligencia del taxista ES CAPAZ de comprender; confiando
que en última instancia lo mejor de ese taxista está secreta pero
indudablemente hermanado con la verdad de las cosas.
No podemos subestimar al
taxista. Al contrario: tenemos que elevarlo, y considerar que SÍ ESTÁ
capacitado para entender cuestiones complejas, propias de las Humanidades, y
que si no las conoce será por falta de tiempo pero no por falta de capacidad.
Tenemos que elevar al taxista, no achatar el discurso.
Más problemas del término “la derecha”
En recta filosofía, el
pensamiento humano se define por su relación con la verdad, no por una posición
locativa.
El discernimiento político
se vuelve imposible con las palabras derecha e izquierda: en efecto, es fácil
cuando hablamos de Stalin y Franco. Claro: Franco está a la derecha y Stalin a
la izquierda. Pero el que no es tan marxista como Stalin, está a la derecha de
Stalin, aunque siga siendo marxista. ¡Esto históricamente ocurrió, señores! El
que es menos derechista que Franco, está a la izquierda de Franco, aunque sea
de derecha. ¡También tuvo lugar! ¿Nos damos cuenta? Son categorías que no resuelven
ni aclaran, al contrario. Confunden.
En ese sentido, ¿cómo no
recordar aquella frase joseantoniana, según la cual la izquierda es nefasta
porque quiere cambiarlo todo, incluso lo bueno, pero la derecha tampoco es una
opción válida, porque quiere dejar todo como está, incluso lo malo?
No queremos ser “la derecha”, queremos ser
fieles a la verdad
El criterio cuantitativo que
Laje propone para la formación y unificación de los sectores anti progresistas
es contrario no sólo a la mentalidad metafísica –que juzga las cosas según el
paradigma de verdad vs. falsedad, bien vs. mal– sino contraria… ¡al mismo Laje!
En efecto, en TODOS los
debates que Laje ha librado –generalmente acompañado por Nicolás Márquez– él
apela a una mentalidad muy diferente a la del video que comentamos. En este
video que habla de la organización del sector antiprogresista, Laje sostiene
criterios utilitaristas. Pero en sus debates invoca argumentos propios de una
visión metafísica de la realidad:
cuestiona a la ideología de
género por anticientífica;
cuestiona el aborto como
algo inmoral;
señala el feminismo como una
falsedad,
critica el lobby gay como
sostenedores de mentiras, etc.
En suma, utiliza palabras propias de la
mentalidad metafísica.
Inexplicablemente, a la hora
de procurar estrategias de asociación y unificación entre quienes resistimos el
progresismo, Agustín Laje muta de criterio y abraza opciones utilitaristas.
Si es verdad, como lo es,
que tenemos que luchar por imponer una categoría en los debates –o al menos popularizarla–,
debemos restaurar el binomio verdad-falsedad, bien-mal.
Esto es auténticamente
CONTRARREVOLUCIONARIO.
Son estos los términos que
deben primar en toda conversación o discusión pública: restaurar las categorías
propias del hombre metafísico. Recomponer estas categorías es la tarea que
debemos hacer. Por eso, el gran ideólogo marxista Mao Tsé Tung –en su ensayo
Sobre la contradicción– escribió:
“Es tarea de los comunistas
denunciar esta falacia de los reaccionarios y de la metafísica, divulgar la
dialéctica inherente a las cosas y acelerar la transformación de las cosas, a
fin de alcanzar los objetivos de la revolución”.
También lo dijo uno de los
intelectuales y referentes del abortismo, Darío Sztajnszrajber, al defender en
el 2018 la práctica infame del aborto:
“Política, no metafísica”.
Agustín Laje,
lamentablemente, en este punto al menos está diciendo lo mismo. Sólo que Darío
es un zurdo desarreglado y Agustín es un hombre higiénico de derecha. Pero
veamos lo que dice Darío: según él, no sirve discutir metafísica “ya que nunca
nos vamos a poner de acuerdo”. Otra: “Saquemos a la verdad de la cuestión
pública, pongámosla entre paréntesis”. Pero Laje también plantea este
agnosticismo al menos en el nivel de organización del movimiento para combatir
la progresía; por eso nos urge a que todos los anti progresistas nos
unifiquemos –dejando de lado las diferencias teóricas y de principios– por un
motivo de fuerza mayor: “enfrente tenemos al marxismo, al lobby gay, al
feminismo, al abortismo”, o sea, a los orcos de Tolkien.
No dudamos de que enfrente
estén esos orcos repugnantes, pero preferiríamos que nos urja a procurar
conocer la verdad sobre los principios y sobre los temas que generan discusión,
para librar así el buen combate. No a dejar de lado los principios en pos de la
unidad. Se trata de algo parecido a lo que les decían los embajadores de
Estados Unidos a los países no comunistas durante la Guerra Fría: “somos
diferentes pero tenemos un enemigo en común: los soviéticos. Dejemos de lado las
diferencias menores frente al enemigo mayor”. ¿Recordamos cómo terminó esa
historia?
Y entonces, para Laje, “hay
que unirse” porque eso es lo más práctico; estar discutiendo para llegar a la
verdad sería como debatir el sexo de los ángeles mientras el Titanic se hunde.
Esto es lo que parece decirnos en el video.
Pero no es así. Primero,
porque debatir si vamos o no aceptar todas las injusticias históricas
realizadas por personajes reivindicados por la derecha –y las ideas erróneas de
la derecha– no es “debatir el sexo de los ángeles”. Es ser coherentes, es
procurar la verdad y la justicia.
Y en segundo lugar, tengamos
presente las palabras de Gilbert K. Chesterton: lo más práctico y útil es
empezar discutiendo los principios, lo más operativo es empezar por los
principios. Porque las preguntas mal contestadas no se esfuman. Porque lo que
se patea para adelante, termina apareciendo después y es peor. Y porque, como
dejó escrito Sun Tzú, el primer factor para valorar en una guerra es “la
doctrina”[2].
Por tanto, aunque la actitud
contestataria de Agustín Laje –cristalizada en “Soy de Derecha, no tengo miedo
a que me lo digan, me la banco”– nos guste, y nos parezca necesaria como
correctivo del complejo de inferioridad frente al progresismo, lo cierto es que
tenemos que reunirnos en la Verdad. No en la Derecha.
Tenemos que sentir el
orgullo de poder auto-afirmarnos como hijos y fieles custodios de la verdad, y
no como derechistas.
Tenemos que salir de la
dialéctica izquierda-derecha, no formar parte activa y gustosa de uno de sus
elementos.
Objeciones al planteo contrarrevolucionario
Se podrá objetar a nuestra
contra-propuesta –que quiere ser contrarrevolucionaria– que luchar por hacer
prevalecer la disyuntiva “verdad vs. falsedad” y “bien vs. mal” es cándida e
inconducente.
Se podrá objetar también que
“es muy fácil decir: nos reunimos en la Verdad”, pero puesto que la Verdad no
está tan clara en todos los temas, las discusiones seguirán indefinidamente.
Respondemos diciendo que
esta contra-propuesta no es más cándida que la propuesta de Agustín Laje. Pero
tiene esta diferencia esencial: no es utilitarista. Está basada en una
posición, si se quiere, idealista, pero que intenta ser fiel a las esencias y a
todas (no algunas) de las verdades en juego. En ese sentido es superadora
porque no pretende ignorar las consecuencias injustas que, en la actividad
económica, acarrea la primacía del capital por sobre la dignidad humana. Es
superadora porque pretende salir de la dialéctica “liberalismo vs. colectivismo”,
“derecha vs. izquierda”, y resolver las injusticias que el predominio del
dinero ha traído al mundo. No resolverlas con una injusticia de signo contrario
–como hace el marxismo– sino con la justicia propia que debe reinar en la
política, cuyo objetivo es el bien común completo.
Y en su favor, esta
propuesta se encuentra también apoyada por la experiencia histórica de los
fracasos que fueron producto de dejar de lado la doctrina para concentrarse en
la pura cantidad. Cuando los hombres dejaron de lado la teoría para unificarse,
terminaron perdiendo no sólo la teoría sino también la unidad:
Así ocurrió en 1891, cuando
León XIII decidió habilitar la formación de partidos políticos de católicos.
Fracturó la resistencia a la democracia masónica y laicista. ¿Logró la unidad
entre los católicos? No.
Así también pasó con algunos
documentos del Vaticano II (1962-1965), que fueron redactados en forma
deliberadamente ambigua (lo reconoce el cardenal Walter Kasper[3]), buscando
soluciones de compromiso verbales, porque el deseo de Pablo VI era no presentar
ante el mundo a una Iglesia dividida[4]. Los textos se aprobaron así, y luego
los católicos se sacaron los ojos los unos a los otros, intentado determinar el
significado de esos textos. Una batalla campal que dura hasta el día de hoy. Se
prefirió la unidad a las definiciones doctrinales, y se terminaron perdiendo
las dos.
Así ocurrió también en la
Argentina con el peronismo a comienzos de los 70’. La derecha peronista, el
peronismo de izquierda y el peronismo sindical se unificaron en el FREJULI. Sí,
ganaron las elecciones de 1973 con el 63% de los votos. Sí, ganaron con la
mayor ventaja numérica de la historia argentina. Pero el gobierno fue un caos,
un caos político, social y económico. La etiqueta del peronismo los había
unificado pero eso dejó de servir un minuto después de ganar las elecciones
presidenciales.
Conclusiones
La propuesta de Agustín Laje, más allá de sus
intenciones, responde a un esquema pensado en términos de poder y eficacia.
Entendámonos: no está mal buscar la eficacia. Es un deber pretender ser
eficaces. No está mal tener o buscar poder. Está bien buscar poder para hacer
el bien, y es un deber hacer un buen uso del poder que se tiene.
Pero no a cualquier precio.
No al precio de sepultar la teoría para alcanzar la unidad. Porque vamos a
perder la teoría y, tarde o temprano, perderemos también la unidad. De ahí que
sea un deber para todos los contrarrevolucionarios procurar la unidad en la
Verdad, y no sólo hacer la cómoda: plantear reparos al planteo derechista de
Agustín Laje.
Porque Laje señala algo que
indudablemente es cierto: el fraccionamiento de los grupos anti progresistas.
Si los que somos partidarios de la contrarrevolución no nos unimos ACTIVA Y
ORGANIZADAMENTE en los ideales contrarrevolucionarios, tarde o temprano los
antiprogresistas van a confluir (de buena o mala gana) hacia la derecha. Y no
los podremos culpar, máxime cuando el enemigo rabiosamente progresista no deja
de crecer. Será inevitable que eso pase, será lógico que eso pase y en un
sentido será culpa nuestra, por la falta de unidad en el campo
contrarrevolucionario. El momento de actuar es hoy.
[1] Cfr.
https://www.youtube.com/watch?v=AxOTz08hW_4
[2] Cfr. https://www.biblioteca.org.ar/libros/656228.pdf
[3] Cfr.
https://infovaticana.com/blogs/info-caotica/conversion-de-kasper-al-filo-lefebvrismo/
[4] Cfr.
https://www.youtube.com/watch?v=1-oYVgTnRvs (minutos 4 y ss.)