Sorprende que en un periódico de orientación socialdemócrata como Le
Monde, se haya publicado un artículo digno de ser tenido en cuenta por la
sensatez de sus reflexiones. Resumiremos algunos párrafos.
Una agenda progresista para el campo; Roy Hora, Le
monde diplomatique, octubre de 2020, pp. 8 y 9.
“A comienzos de
la era liberal, Domingo F. Sarmiento creyó que el destino nacional dependía del
triunfo de una política agraria progresista, cuyo foco era la creación de una
campaña de pequeños propietarios. Hacia el 1900, Juan B. Justo recogió esa
antorcha e hizo del combate contra la gran propiedad una de las principales
banderas de su Partido Socialista. En la década de 1960, el deseo de empujar lo
que entonces se denominaba reforma
agraria seguía inspirando al arco progresista. Todavía en la década de 1970
esa patrulla perdida que era nuestro comunismo seguía insistiendo en la
necesidad de combatir la alianza entre el latifundio y el imperialismo, a la
que describía como el gran obstáculo para el desarrollo nacional.”
“Pese a todo lo
que se diga (casi siempre con poco fundamento), y pese a que no todo fue color
de rosa, en la Primera Globalización (1870-1914) hubo importantes mejoras
económicas y sociales en los distritos pampeanos, que alcanzaron a trabajadores
y chacareros.” “En estas condiciones, la reforma del régimen de tenencia del
suelo estaba condenada a ser la propuesta perdedora de una minoría.”
“Los logros de
esa Argentina que había abrazado el credo industrialista se pusieron de relieve
desde la década de 1940, cuando ese rumbo se asoció con una importante mejora
del bienestar popular. Desde entonces, el país creció menos que en el medio
siglo previo a la Gran Depresión, pero la compensó con una distribución más
democrática de los beneficios de ese crecimiento.”
“Ello ayuda a
entender por qué la Secretaría de Ambiente creada en 1991, más tarde convertida
en Ministerio, siempre estuvo a cargo de funcionarios sin formación o
competencia en la temática ni destrezas organizativas y de gestión del aparato
estatal. Un religioso sin experiencia en la función pública y un activista de
los derechos humanos que a lo largo de una carrera de más de una década como
legislador nunca se identificó con los problemas ambientales han sido sus
últimos responsables. Una consecuencia adicional de esta verdadera vergüenza
–reveladora de la relevancia que el tema merece para la elite gobernante,
además de su desperdicio de tiempo y recursos- es que la ausencia de orientación
desde la cumbre del Estado ha dejado el terreno libre para la emergencia de
grupos de activistas muy poco articulados con la comunidad científica y los
expertos en la materia. Transformar este panorama es una tarea prioritaria, y
al Estado le corresponde dar el primer paso.”
“Mirar al campo
como vía de entrada al futuro es una utopía reaccionaria”. “En nuestras grandes
ciudades se concentra nuestro drama social. Debemos imaginar cómo dinamizar los
débiles y empobrecidos mercados de trabajo urbanos, generando trabajo digno y
bien remunerado para todos. Una Argentina productiva que incluya a todos
requiere de la industria y de los servicios.”
“Luego de
décadas de proteccionismo, hemos forjado una de las economías más cerradas del
mundo. Cerrarla todavía más no va a darle impulso a una industria que está
integrada en cadenas de producción que trascienden nuestras fronteras. Si
erigimos muros más altos corremos el peligro de avanzar –como sucedió entre
2011 y 2015- no hacia una reindustrialización sino hacia una
desindustrialización por sustitución de importaciones. Un futuro peor que el
pasado.”
“No podemos
ingresar al mundo de la pos-pandemia por la puerta de una economía más cerrada.
Ese camino no conduce hacia una sociedad más integrada y más igualitaria, con
empleo digno para todos y todas. La utopía que se inspira en los logros de la
Argentina peronista, al igual que la que se inspira en los logros del
Centenario, es reaccionaria. Ambas son enemigas del progreso social y del
bienestar popular.”
“Sin un agro
dinámico, que incremente su capacidad exportadora, no contaremos con las
divisas necesarias para estimular a los sectores que generan más empleos (los
servicios y la manufactura, en este orden). Las divisas que Argentina necesita
imperiosamente para crecer de manera sustentable y mejorar el nivel de vida
popular vendrán, en parte, del vino de Mendoza o Salta, de los unicornios
informáticos y la industria del software, de la pesca, y quizás de Vaca Muerta.
Pero el grueso de esas divisas provendrán del agro pampeano y sus anexos
industriales.
Para acrecentar el potencial exportador de la región pampeana es preciso
reducir los impuestos que gravan las exportaciones. Las retenciones son fáciles
de percibir pero muy dañinas para el crecimiento. Castigan
proporcionalmente más a las empresas más alejadas de los puertos de embarque y
a las eficientes. Es decir, dañan a aquellas que realizan las tareas socialmente
más valiosas. En otro tiempo, en la era de las exportaciones dominada por el
trigo y la carne, las retenciones eran valoradas porque abarataban la canasta
alimentaria popular. Hoy esa función puede realizarse mejor a través de
transferencias focalizadas hacia los sectores de menores ingresos, que son los
únicos que deben recibir este tipo de ayuda. Para favorecer el crecimiento de toda la economía nacional, disminuir
las retenciones es el mejor camino.”
“Necesitamos impuestos que no impidan la creación de
valor y que, además, ayuden a forjar una sociedad más igualitaria. En el campo, esto significa más impuestos a
la tierra a cambio de menos tributos a las exportaciones. La tributación
progresista debe gravar la renta, no la capacidad de crear riqueza.
El autor es historiador; doctorado en la Universidad de Oxford,
investigador del Conicet.