lunes, 12 de octubre de 2020

PARA UN DESARROLLO REALISTA

 


 

Sorprende que en un periódico de orientación socialdemócrata como Le Monde, se haya publicado un artículo digno de ser tenido en cuenta por la sensatez de sus reflexiones. Resumiremos algunos párrafos.

 

Una agenda progresista para el campo; Roy Hora, Le monde diplomatique, octubre de 2020, pp. 8 y 9.

 

“A comienzos de la era liberal, Domingo F. Sarmiento creyó que el destino nacional dependía del triunfo de una política agraria progresista, cuyo foco era la creación de una campaña de pequeños propietarios. Hacia el 1900, Juan B. Justo recogió esa antorcha e hizo del combate contra la gran propiedad una de las principales banderas de su Partido Socialista. En la década de 1960, el deseo de empujar lo que entonces se denominaba reforma agraria seguía inspirando al arco progresista. Todavía en la década de 1970 esa patrulla perdida que era nuestro comunismo seguía insistiendo en la necesidad de combatir la alianza entre el latifundio y el imperialismo, a la que describía como el gran obstáculo para el desarrollo nacional.”

“Pese a todo lo que se diga (casi siempre con poco fundamento), y pese a que no todo fue color de rosa, en la Primera Globalización (1870-1914) hubo importantes mejoras económicas y sociales en los distritos pampeanos, que alcanzaron a trabajadores y chacareros.” “En estas condiciones, la reforma del régimen de tenencia del suelo estaba condenada a ser la propuesta perdedora de una minoría.”

“Los logros de esa Argentina que había abrazado el credo industrialista se pusieron de relieve desde la década de 1940, cuando ese rumbo se asoció con una importante mejora del bienestar popular. Desde entonces, el país creció menos que en el medio siglo previo a la Gran Depresión, pero la compensó con una distribución más democrática de los beneficios de ese crecimiento.”

“Ello ayuda a entender por qué la Secretaría de Ambiente creada en 1991, más tarde convertida en Ministerio, siempre estuvo a cargo de funcionarios sin formación o competencia en la temática ni destrezas organizativas y de gestión del aparato estatal. Un religioso sin experiencia en la función pública y un activista de los derechos humanos que a lo largo de una carrera de más de una década como legislador nunca se identificó con los problemas ambientales han sido sus últimos responsables. Una consecuencia adicional de esta verdadera vergüenza –reveladora de la relevancia que el tema merece para la elite gobernante, además de su desperdicio de tiempo y recursos- es que la ausencia de orientación desde la cumbre del Estado ha dejado el terreno libre para la emergencia de grupos de activistas muy poco articulados con la comunidad científica y los expertos en la materia. Transformar este panorama es una tarea prioritaria, y al Estado le corresponde dar el primer paso.”

 

“Mirar al campo como vía de entrada al futuro es una utopía reaccionaria”. “En nuestras grandes ciudades se concentra nuestro drama social. Debemos imaginar cómo dinamizar los débiles y empobrecidos mercados de trabajo urbanos, generando trabajo digno y bien remunerado para todos. Una Argentina productiva que incluya a todos requiere de la industria y de los servicios.”

 

“Luego de décadas de proteccionismo, hemos forjado una de las economías más cerradas del mundo. Cerrarla todavía más no va a darle impulso a una industria que está integrada en cadenas de producción que trascienden nuestras fronteras. Si erigimos muros más altos corremos el peligro de avanzar –como sucedió entre 2011 y 2015- no hacia una reindustrialización sino hacia una desindustrialización por sustitución de importaciones. Un futuro peor que el pasado.”

 

“No podemos ingresar al mundo de la pos-pandemia por la puerta de una economía más cerrada. Ese camino no conduce hacia una sociedad más integrada y más igualitaria, con empleo digno para todos y todas. La utopía que se inspira en los logros de la Argentina peronista, al igual que la que se inspira en los logros del Centenario, es reaccionaria. Ambas son enemigas del progreso social y del bienestar popular.”

 

“Sin un agro dinámico, que incremente su capacidad exportadora, no contaremos con las divisas necesarias para estimular a los sectores que generan más empleos (los servicios y la manufactura, en este orden). Las divisas que Argentina necesita imperiosamente para crecer de manera sustentable y mejorar el nivel de vida popular vendrán, en parte, del vino de Mendoza o Salta, de los unicornios informáticos y la industria del software, de la pesca, y quizás de Vaca Muerta. Pero el grueso de esas divisas provendrán del agro pampeano y sus anexos industriales.

Para acrecentar el potencial exportador de la región pampeana es preciso reducir los impuestos que gravan las exportaciones. Las retenciones son fáciles de percibir pero muy dañinas para el crecimiento. Castigan proporcionalmente más a las empresas más alejadas de los puertos de embarque y a las eficientes. Es decir, dañan a aquellas que realizan las tareas socialmente más valiosas. En otro tiempo, en la era de las exportaciones dominada por el trigo y la carne, las retenciones eran valoradas porque abarataban la canasta alimentaria popular. Hoy esa función puede realizarse mejor a través de transferencias focalizadas hacia los sectores de menores ingresos, que son los únicos que deben recibir este tipo de ayuda. Para favorecer el crecimiento de toda la economía nacional, disminuir las retenciones es el mejor camino.”

 

Necesitamos impuestos que no impidan la creación de valor y que, además, ayuden a forjar una sociedad más igualitaria. En el campo, esto significa más impuestos a la tierra a cambio de menos tributos a las exportaciones. La tributación progresista debe gravar la renta, no la capacidad de crear riqueza.

 

El autor es historiador; doctorado en la Universidad de Oxford, investigador del Conicet.