o la dignidad de
una República
POR DIEGO BAROVERO
La Prensa,
17.01.2021
Quizá como
consecuencia lógica del juego de contrastes y por oposición con los ejemplos (o
la falta de ellos) de la actualidad se ha mentado últimamente con mayor
difusión que antes la figura de Elpidio González.
Quizá algún
memorioso recuerde su figura pequeña y encorvada, de larga y canosa barba,
semejante a la de aquellos ancianos del Sanhedrin o los patriarcas del Antiguo
Testamento que con su valija de corredor de anilinas recorría la ciudad para
ganarse dignamente el pan. Era frecuente encontrarlo en la Avenida de Mayo y
Chacabuco, en la desaparecida Confitería "La Victoria" saboreando
cerveza o sidra tirada o un café con leche invitado por algún parroquiano que
recordaba su actuación pública.
Elpidio González
había tenido una dilatada trayectoria política y había sido uno de los
protagonistas principales de los tres lustros de gobiernos radicales y había
pagado caro su lealtad a la República y a su partido durante la llamada Década
Infame.
MILITANCIA RADICAL
Elpidio González
nació en Rosario el 1 de agosto de 1875 y era hijo del coronel Domingo González
y Serafina González. Cursó sus estudios primarios y secundarios en su ciudad
natal, egresando del Colegio Nacional de Rosario con el título de bachiller.
Posteriormente se trasladó junto con su madre a la ciudad de Córdoba e ingresó
a la Facultad de Derecho local cursando hasta el quinto año de la carrera de
abogacía sin concluirla
De muy joven
adhirió a la Unión Cívica Radical y su primera actuación relevante en el
terreno político se produjo durante la revolución radical del 4 de febrero de
1905, comandando un pelotón revolucionario. Tras la derrota del movimiento,
conoció por primera vez en su corta vida la cárcel por razones políticas.
Sancionada la
llamada "Ley Sáenz Peña", la Convención provincial de la UCR lo
proclamó candidato a gobernador de Córdoba con vistas a las elecciones de 1912,
postulación que declinó, si bien participó activamente de la campaña de su
partido y forja una sólida relación con H. Yrigoyen.
En 1916 primera
elección presidencial bajo el imperio del sufragio universal obligatorio y
secreto triunfaron los candidatos de la UCR, Elpidio González como miembro del
Colegio Electoral cordobés sufragó por el binomio Yrigoyen-Luna. Elpidio
también fue electo diputado nacional, pero resignó su sitial en el Congreso
para aceptar el encargo del nuevo presidente como ministro de Guerra, cartera
en la que desempeñó una importante labor sobre la que aún no se ha
profundizado.
Renunció al cargo
en setiembre de 1918 para ejercer la Jefatura de Policía de la Capital Federal,
cargo de ejerció casi hasta el final del mandato presidencial de Yrigoyen y
llevó a cabo una importante labor de reestructuración y equipamiento. En enero
de 1919 asomaba una crisis de tremendas consecuencias políticas y sociales,
"La Semana Trágica" circunstancia en la que González demostró
determinación y coraje a riesgo de su propia vida, procurando la solución
pacífica del conflicto que de todos modos será finalmente resuelto tras la
intervención del ejército bajo el liderazgo del general Luis Dellepiane.
DIVISION
PARTIDARIA
El 14 de marzo de
1922 renunció al ser consagrado candidato a Vicepresidente de la Nación por la
Convención Nacional del Radicalismo, acompañando en el binomio al Dr. Marcelo
Torcuato de Alvear. En los comicios nacionales resultó triunfante la fórmula
radical con 450 mil votos sobre 200 mil de la Concentración Nacional, expresión
política de los conservadores. El 12 de octubre de 1922 prestaron solemne
juramento los nuevos presidente y vicepresidente de la Nación, a la sazón
Máximo Marcelo Torcuato de Alvear y Elpidio González.
Las diferencias
que dieron origen a la división partidaria y la fundación del llamado
radicalismo antipersonalista en oposición a Yrigoyen fue motivo de
distanciamiento de aquella fórmula lo que no resultó impedimento para que
Elpidio ejerciera su mandato con estricto acatamiento al orden constitucional y
mantuviera su solidaridad política al expresidente, que resultó electo por
abrumadora mayoría para un nuevo mandato en 1928.
Al prepararse para
asumir por segunda vez la primera magistratura de la República, don Hipólito
tuvo hacia Elpidio un gesto inequívoco de respaldo y reconocimiento a su
inquebrantable lealtad al designarlo Ministro del Interior, cargo que asumió el
12 de octubre de 1928.
Es entonces que se
abre un período enigmático en la vida del legendario político, cuya conducta
exhibe gestos y actitudes que despertaron la suspicacia de contemporáneos,
cronistas e historiadores ya que parecen inspiradas en la ambición y el egoísmo
por suceder en el liderazgo al presidente y caudillo.
En 1930 se produjo
el más trágico acontecimiento de la historia institucional argentina, por
primera vez un gobierno legítimo y constitucional fue relevado por la fuerza de
un golpe cívico militar que instauró una dictadura.
La administración
de Yrigoyen fue incapaz de reprimir el acto de fuerza. La trama de la conspiración
fue descubierta por el ministro de Guerra Dellepiane que fue hostilizado por
motivaciones pueriles obligándolo a renunciar. Con el golpe en marcha González,
ministro del Interior e interino de Guerra procuró junto a los generales
Toranzo y Mosconi organizar una resistencia fallida desde el Arsenal ubicado en
avenida Garay y Pichincha. Pero la derrota de la democracia estaba cantada.
SOSPECHAS
INFUNDADAS
Si algún interés
inconfesable alimentó González con respecto a la conspiración y al golpe como algunos
intentaron afirmar, los hechos finalmente desmienten la especie ya que en el
período inmediato posterior a la caída del régimen constitucional fue
destinatario y víctima de la persecución y el estigma que la dictadura desató
sobre el radicalismo y sus principales exponentes comenzando por Yrigoyen.
Ambos, el presidente derrocado y su ministro compartieron reclusión abordo del
vapor "Buenos Aires", departiendo largamente en las horas de ocio
obligado.
Lo cierto es que
el comportamiento posterior de Elpidio demostró claramente que las sospechas
que recayeron sobre él eran absolutamente infundadas. De la revolución no podía
esperar ningún beneficio político ni económico en el orden personal. El
transcurso del tiempo así lo demostró.
No solamente se
rehusó a percibir la asignación especial como ex vicepresidente que le
correspondía por derecho sino que para ganarse la vida debió ingresar a la
conocida firma productora de anilinas "Colibrí", para desempeñarse
como corredor de comercio percibiendo una modesta remuneración que le obligaba
a vivir austeramente.
En la década de
los treinta, Elpidio pasó a un plano casi decorativo en el Radicalismo. No tuvo
prácticamente actuación cívica, quizá como un reflejo de dignidad y convicción
de que su tiempo se había acabado y que nuevas generaciones debían asumir los
roles directivos.
En la campaña para
los comicios de 1946 Elpidio retornó a la actividad política para acompañar a
la fórmula radical sostenida por la Unión Democrática integrada por los
radicales José Tamborini y Enrique Mosca. Luego de la derrota sufrida frente a
la candidatura del Coronel Juan D. Perón, el mítico ex ministro de Yrigoyen
volvió a su silencio político. A comienzos de 1951 fue sometido a una
intervención quirúrgica en el Hospital Italiano donde permaneció convaleciente
durante seis meses. Era un eufemismo, ya que no tenía dónde ir a vivir ni quién
le prodigara cuidados a su edad. Allí falleció el 18 de octubre a las 4,25 hs.,
rodeado del afecto de su ahijado Tito Anchieri, Orozco que fuera colaborador
suyo desde los tiempos de la Jefatura de Policía, Carlos Borsani e Ismael
Viñas.
El gobierno
decretó duelo oficial por dos días. Sus restos mortales fueron velados en el
Comité Nacional radical y llevados al cementerio de la Recoleta. Su inhumación
constituyó una apoteosis de su trayectoria política y su conducta civil. El
féretro conteniendo sus restos mortales reposa en el panteón del Monumento a
los Caídos en la Revolución del '90, junto a Alem e Yrigoyen. Como legado de su
personalidad política y su compromiso cristiano dejó indicado en su testamento
que sólo deseaba "ser enterrado con toda modestia, como corresponde a mi
carácter de católico, como hijo del seráfico padre San Francisco, a cuya
tercera orden pertenezco, suplico con amor de Dios la limosna del hábito
franciscano como mortaja y la plegaria de todos mis hermanos en perdón de mis
pecados y en sufragio de mi alma".
Diego Barovero
Presidente del
Instituto Nacional Yrigoyeneano.