fundamentalismo
identitario y hostilidad racial en los campus universitarios de EEUU
Este estudio publicado en El Confidencial, tiene
claro que la cultura woke es producto de la revolución cultural llevada
adelante por la nueva izquierda marxista acuñada en la Escuela de Frankfurt. A
esta mixtura de ideologías se le llama “progresista” o “progre” lo mismo que a
las personas que adhieren a ella.
El pensamiento de base de estos artículos es la
defensa de las libertades fundadas en la Revolución Francesa, la ilustración y
el liberalismo. Digamos que es una de las tantas facetas de lo que hoy se ha
dado en llamar “conservadurismo”, es decir que buscan “conservar” la sociedad
que conocieron y vivieron.
Este artículo no participa de nuestra postura de
católicos que defendemos los derechos de Dios y de la Iglesia. Sin embargo, lo damos
a leer porque tiene muchos datos importantes para conocer la forma en que
trabaja y hasta dónde llega la dialéctica marxista para alcanzar sus objetivos de
destruir las sociedades a fin de fundar “un paraíso en la tierra”.
*****
De “El Confidencial”: 01/12/2021
Inauguramos
una serie sobre cómo la ideología de la teoría crítica racial se ha ido
fraguando en las universidades progresistas y extendiéndose después por la
cultura y las instituciones de EEUU
Lo
que solía considerarse una crisis de libertad de expresión en los campus universitarios
de élite de Estados Unidos, con sus escraches y sus códigos del lenguaje, sus “espacios
seguros” ([1])
y sus advertencias de “contenidos sensibles” ([2]),
está cristalizando en una sólida ortodoxia identitaria. Algunos de los campus
universitarios más selectos de los estados demócratas empiezan a mostrar
los rasgos de pequeños regímenes fundamentalistas.
Guiados
por una teoría que no permite la duda, y al abrigo de la indignación desatada
por casos como el asesinato de George Floyd, sus rectorías han creado poderosos
comités, ideologizando los temarios, e incluso organizado confesiones públicas
de prejuicios raciales. Un verdadero clima dogmático que, como tal, no tolera
herejías. Esta ideología, que suele aparecer bajo los nombres de 'teoría
crítica racial', 'movimiento de la justicia social', 'antirracismo'
o, más sencillamente, 'wokismo', se ha ido fraguando en las
universidades progresistas y extendiéndose por la cultura y las instituciones
de EEUU.
Este capítulo primero -dedicado a las universidades
y las empresas- servirá de introducción.
En el segundo, veremos cuál es el origen de
este credo, por qué ha cuajado ahora, y por qué está siendo criticado
por los veteranos de los derechos civiles.
El tercero irá dedicado a su desembarco en
las escuelas primarias,
Y el cuarto, a las fundaciones e iniciativas
que están surgiendo para contrarrestarlo. La mayoría de profesores y empleados que
denuncian este ambiente aparentemente hostil lo hacen de forma anónima.
Algunos pocos, como Jodi Shaw - coordinadora de Apoyo a los Estudiantes de
Smith College - y Aaron Kindsvatter -profesor de pedagogía terapéutica en la
Universidad de Vermont- optaron por hacerlo a cara descubierta
“Empecé
a sentirme mal cuando nuestra universidad adoptó la idea de que nos teníamos
que ceñir a los estándares DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión)”,
dice Aaron Kindsvatter. “Me preocupaba cómo iba
a ponerme firme con lo que esperaban de mí. DEI es una especie de nombre en
clave de la retórica y las ideas de la izquierda más extremista, y querían que
sólo enseñara eso. Me ponía enfermo intentando buscar una manera de mantener
una conversación con la clase sin adoctrinarla con estas ideas”.
El
profesor Aaron Kindsvatter dice que durante dos años y medio padeció problemas
de estómago (…) del estrés que le producía pensar en dar clase y en enfrentarse
a una facultad donde se sentía cada vez más aislado. Como consecuencia de los
cambios departamentales efectuados en 2018 y 2019, debía basar el temario según
las instrucciones de Ibram X. Kendi y Robin Jeanne DiAngelo, autores,
respectivamente, de 'Cómo ser antirracista' y 'Fragilidad blanca': los dos
superventas de la teoría crítica racial.
Según
Kendi y DiAngelo, en Estados Unidos el racismo de los blancos determina todas
las interacciones humanas. Es una fuerza tan sutil y tan penetrante, tan
imbricada en las instituciones y en las costumbres, que la única manera de reducirla
es entrenando nuestros sentidos: aprendiendo a localizarlo, cuestionarlo y
combatirlo; aprendiendo a ser 'woke', a estar 'despiertos' ante las terribles
agresiones que anidan en las palabras y en los comportamientos.
Ambos
libros presentan, de manera transparente, una visión binaria del mundo. “No hay
neutralidad en la lucha contra el racismo”, escribe Ibram X. Kendi. “Uno o bien
permite que las inequidades raciales sigan perseverando, como racista, o bien
se enfrenta a las inequidades raciales, como antirracista. No hay término medio
(...). La declaración de neutralidad del ‘no racista’ es una máscara del
racismo”.
Para
Robin Jeanne DiAngelo, no existe una persona blanca que no sea racista: ni
siquiera ella, que suele reconocer abiertamente su “visión racista del mundo”.
Porque el racismo, además de ser inherente a los caucásicos ([3]),
es incurable. Lo único que pueden hacer los blancos es mantenerlo a raya con un
riguroso entrenamiento mental. Un examen constante de sus prejuicios, difíciles
confesiones en grupo, y otras técnicas que ella ofrece en su libro y en sus
charlas a empresas y universidades. La dinámica es la misma que con Kendi. Se
trata de una doctrina perfecta, incuestionable, en la que solo hay dos
opciones: o confesar el racismo o no, en cuyo caso el blanco estaría dando
muestras de “fragilidad blanca”: estaría negando la realidad. DiAngelo y Kendi
no se han inventado la teoría crítica racial, que lleva 30 años desarrollándose
(o más de 60, si buscamos su semilla en los posmodernistas franceses). Lo que
han hecho ha sido darle una dimensión práctica, un manual de acción aplicable a
todos los aspectos de la existencia.
Jodi
Shaw, antigua coordinadora del Smith College, un
bucólico y exclusivo campus universitario femenino de Massachusetts,
conoce bien estas tácticas. En enero de 2020 tuvo que asistir, junto al resto
de empleados, a un curso obligatorio sobre sensibilización racial. Durante el
ejercicio, el 'educador antirracista' fue pidiendo a los empleados de Smith que
expresaran en público los sentimientos raciales que habían experimentado en su
niñez. Cuando llegó el turno de Shaw, esta dijo que se sentía incómoda y que
prefería pasar. El educador lo entendió como un claro síntoma de 'fragilidad
blanca', y acusó a Shaw de usar este ardid como un “juego de poder” propio de
los blancos.
La
negativa de Shaw a participar resultaba ser una agresión racista. “En Estados
Unidos, es ilegal preguntarle a alguien por su raza en una entrevista de
trabajo, y sin embargo querían que la raza formara parte de mi empleo”, dice
Shaw, y asegura que, en otras circunstancias, no le hubiera importado hablar a
unos desconocidos de sus sentimientos raciales, pero, a esas alturas, ya había
sido trastocada por un año y medio de hostigamiento racial.
Los
problemas de Shaw y de otros empleados comenzaron en verano de 2018, cuando una
estudiante afroamericana, Oumou Kanoute, dijo haber sido víctima de racismo
porque un conserje y un policía del campus le preguntaron qué hacía en un
comedor vedado, en ese momento, a los estudiantes. Kanoute desveló en Facebook
la identidad del conserje y lo acusó de racista. Mientras Kanoute concedía
entrevistas a ABC News, CNN o 'The Washington Post', Smith College adoptaba un
frenesí de medidas para combatir el “racismo sistémico”. Entre ellas, la
segregación de las residencias de estudiantes, talleres de sensibilización
racial y un “equipo de respuesta al sesgo” ([4]),
que permitía denunciar anónimamente cualquier mensaje, imagen o palabra
considerados discriminatorios por algún individuo o colectivo.
Tres
meses después del incidente con Kanoute, la investigación oficial concluyó que
no había habido discriminación. Pero la maquinaria DEI ya era imparable. De
repente, el criterio racial pasó a ser la base de todas las decisiones del campus,
no solo en las contrataciones y asignaciones de tareas: cualquier actividad o
medida caía bajo alguna de las categorías 'woke', como “apropiación cultural” ([5]),
y tenía que ser cancelada o repensada. Shaw describe, en su queja oficial ante
el estado de Massachusetts, las amenazas contra profesores y empleados que no
se ajustaban a la ortodoxia, y cómo los conflictos entre alumnos se resolvían
en base a sus etnias, y las acusaciones constantes de “privilegio blanco” a
personas como ella, madre soltera de dos hijos que ganaba 45.000 dólares brutos
al año (menos de los 78.000 que cuesta la matrícula anual en Smith). Shaw,
armada con la Ley de los Derechos Civiles de 1964, denunció estas
circunstancias ante la dirección, pero el campus estimó que Shaw carecía
de “competencia cultural” y fue recortándole, sin avisar, sus
responsabilidades.
“La dinámica es el miedo”, dice Jodi
Shaw. “Sé de profesores que cambiaron el temario para evitar posibles
reacciones de los estudiantes. El personal se lo piensa dos veces antes de
dirigirse a los alumnos, porque saben lo que les puede suceder”. La exempleada
añade que este “ambiente racialmente hostil” le dejó una costosa factura física
y mental, de la que aún se está recuperando.
La
primera vez que Aaron Kindsvatter escuchó el término 'whiteness', o blancura,
aplicado al color de la piel, fue cuando un colega de su facultad ofreció a los
profesores blancos ayuda para luchar con esta condición. “En ese momento, creí
que esa persona no estaba pensando, que se había dejado llevar por la pasión, y
que yo me iba a olvidar”. “Pero empecé a escuchar más y más al respecto y,
recientemente, en las notas de una de las reuniones de nuestra Facultad de
Educación, el comité responsable de la implementación declaró que la mayoría de
las personas de la universidad eran cómplices de supremacía blanca y que
deberían mejorar para apoyar a los colegas y profesores de color”.
El
pasado junio, el Comité de Diversidad, Equidad e Inclusión de la universidad
dio un curso titulado 'Centrando la conversación en la blancura'. Trataba
de cómo la blancura llevaba siglos oprimiendo a la humanidad con sus dos
esencias, que son el racismo y el capitalismo. “El racismo es el agua en la que
nadamos”, dijo Paul Marcus, “educador antirracista blanco”, en la charla.
“Mantener la blancura se vuelve crucial a la hora de facilitar el crecimiento
económico y el capitalismo. Racismo y capitalismo están estrechamente
entreverados”.
La presión a los profesores para que adoptasen estos puntos
de vista.
Cuando Aaron Kindsvatter trató de alternar los textos de Kendi y DiAngelo con
los de otros pensadores que daban una perspectiva distinta sobre el racismo -como
los afroamericanos Shelby Steele o Coleman Hughes- Kindsvatter recibió una
advertencia por enseñar “materiales controvertidos” en sus clases. La asfixia
académica aumentaba a la par que sus dolores de estómago, y decidió colgar su
testimonio en YouTube: 'Racismo y religión secular en la Universidad de
Vermont'. El profesor, hablando pausadamente, dice que no quiere que su
alocución se malinterprete y que espera que los alumnos sepan que él comprende
las injusticias a las que han podido ser sometidos. Después, advierte sobre los
peligros de asociar una serie de “males sociales” a una raza determinada, e
invita a la facultad a iniciar un diálogo al respecto.
48 horas después, varios grupos estudiantiles
cursaron una petición en los más puros términos “antirracistas”: “La mentalidad
de ‘no veo la raza’ del profesor Aaron Kindsvatter ha probado ser dañina
contra cualquier tipo de justicia racial societaria y por esa razón estamos
exigiendo su dimisión inmediata” porque “Un miembro de la facultad,
especialmente uno que enseña cursos de terapia, no puede tener esta ideología
empleada por supremacistas blancos”. El rector y la decana de la universidad agradecieron,
en un comunicado, a los estudiantes que “plantaron cara a las posiciones
defendidas en el vídeo” y prometieron que los alumnos se iban a sentir “seguros
y apoyados”.
Kindsvatter
seguía así la estela de Jodi Shaw, que visiblemente exhausta, se había decidido
a tirar de la manta en Smith College y que en su primer vídeo de YouTube
expresaba: “Pido a Smith College que deje de reducir mi persona a una categoría
racial. Dejad de decirme lo que debo pensar y sentir sobre mí misma”. … “Dejad
de pretender que sabéis quién soy o cuál es mi cultura en base al color de mi
piel. Dejad de pedirme que proyecte estereotipos y suposiciones sobre otros en
base a su color de piel”.
Smith
College respondió diciendo que Shaw no representaba a la universidad y
prometiendo a sus estudiantes de color que haría todo lo posible para
mantenerlos seguros. Al vídeo siguió un pesado tira y afloja con la
administración y Jodi Shaw acabó dejando su empleo. Las desventuras de Shaw y
Kindsvatter no representan una dinámica racial de gente de color contra gente
blanca. Tanto Vermont como Massachusetts están entre los estados más blancos de
Estados Unidos: la mayoría de las prácticas expuestas en este artículo han sido
ideadas y aplicadas por blancos, como blancos son ambos rectores y la mayoría
de los profesores y personal de ambas instituciones. De la misma forma,
numerosos intelectuales negros y veteranos de los derechos civiles han sido
críticos con estas políticas y con esta ideología, que además suele
considerarlos personas marginadas, débiles e indefensas ante todo tipo de
abusos.
“La mayoría de la gente en todos los grupos
raciales no es proclive a dejarse arrastrar por las teorías queer (=raro) ([6])
o racial”, afirma Helen Pluckrose, coautora del libro 'Cynical Theories' y
fundadora de Counterweight, una asociación sin ánimo de lucro que asesora a
quienes se están viendo discriminados por la teoría crítica racial, tanto
dentro como fuera de las universidades. Counterweight
-al igual que otras fundaciones- se creó tras los sucesos del verano pasado. El
asesinato de George Floyd a manos del policía Derek Chauvin desató la mayor ola
de protestas en EEUU desde los años sesenta (…) Los partidarios de la doctrina
'woke', graduados en estas universidades, habrían aprovechado la indignación
para promover su agenda por los cuatro rincones de Estados Unidos.
Counterweight
recibe diariamente una media de 30 o 40 peticiones de ayuda por parte de
personas que están siendo obligadas a aceptar, en su universidad o lugar de
trabajo, una ideología racial con la que no están de acuerdo. El 70% de estas
quejas viene de Estados Unidos. Tres de cada cuatro, del mundo empresarial.
“Realmente, nuestra prioridad son los empleados, y particularmente las personas
que no tienen las habilidades para defenderse ante los argumentos de la
teoría”, dice Pluckrose. “Tenemos a gente de los servicios de emergencia, ingenieros,
bibliotecarios... Personas de todas las facetas de la vida”.
Diez
días después de la muerte de Floyd, Robin Jeanne DiAngelo impartió una
conferencia ante 184 congresistas demócratas. “A todos los blancos que estáis
escuchando ahora mismo, creyendo que no me estoy dirigiendo a vosotros”,
declaró, “os estoy mirando directamente a los ojos y diciendo: eres tú”.
DiAngelo no tenía tiempo de atender las innumerables peticiones que se
acumulaban en su buzón. Google, Amazon, Facebook, Microsoft, Netflix, American
Express, Nike, Under Armour, Goldman Sachs o CVS fueron algunas de las empresas
que solicitaron su ayuda para entender mejor el racismo. DiAngelo y Kendi
parlamentaban diariamente en los grandes canales de televisión y sus libros
eran propulsados a la cumbre de los más vendidos, hasta el punto de que las
editoriales tuvieron dificultades en abastecer la demanda de tantos lectores
interesados.
El
buzón de Helen Pluckrose también se llenó de mensajes. Pero, en su caso, se
trataba de personas agobiadas por los talleres antirracistas que sus empresas,
colegios o fundaciones les hacían cursar. Una práctica común en estos talleres,
según los testimonios recopilados por Pluckrose, es pedir a los blancos que
escriban largas redacciones sobre los actos de racismo que habían infligido
durante sus vidas. A los negros, por el contrario, redacciones sobre los
crímenes de los que se supone que habían sido víctimas. Los talleres que
imparte la propia DiAngelo están entre los más agresivos, e incluyen
interrogatorios y confesiones públicas que suelen acabar en lágrimas. Con
algunas diferencias: a los negros se les permite llorar frente a los
asistentes. A los blancos se les pide que, sin van a llorar, salgan de la sala.
Adam
Steinbaugh, abogado de la Fundación para los Derechos Individuales en la
Educación (FIRE, por sus siglas en inglés), encargada de defender la libertad
de expresión en el campus, reconoce que siempre es difícil medir la
evolución de la libertad de expresión en las universidades. Actualmente,
convivirían dos tendencias: en algunos campus universitarios tratan de
reforzar activamente el derecho de alumnos y profesores a hablar sin ser
víctimas del acoso o de la censura. Otros, sin embargo, ven crecer el número de
incidentes relacionados con profesores a los que se les presiona para que
cambien “el contenido o punto de vista de sus enseñanzas”.
Jodi
Shaw dice “Estoy inundada de 'e-mails' de personas que se sienten aisladas, que
no tienen con quién hablar o que han perdido el empleo. Y no se atreven a
hablar entre ellos por miedo a sufrir represalias. Me pasaba en Smith. Hablé
con muchas personas que se sentían de manera parecida a como me sentía yo, pero
que nunca hablaban entre ellas”. Otra organización, CriticalRace.org, ha
diseñado un mapa de Estados Unidos en el que se pueden seguir todas las
iniciativas de la teoría crítica racial que se emprenden en las universidades
americanas. Una base de datos que, según su responsable, William Jacobsen,
sirve como guía para todos aquellos estudiantes o padres de estudiantes que
quieran saber qué centros han tomado el rumbo 'woke'. Pero quizá no haga falta
visitar estos enlaces o ponerse en contacto con estos grupos porque la doctrina
'woke' se palpa en los principales medios de comunicación, y en los recovecos
del día a día en Estados Unidos. En todos los sectores se transita una línea
que divide la noble preocupación por la desigualdad y el racismo, de la ciega
devoción a un dogma identitario.
Doctrina
'woke' (II): los orígenes del gran despertar. Poder, neolengua y culto al
agravio
El Confidencial - Actualizado: 01/12/2021
La gran ventaja del movimiento
‘woke’ es que resulta contraintuitivo. A primera vista, parece una continuación
de las marchas por los derechos civiles. El imaginario es el mismo: las
manifestaciones y los carteles vibrantes, la celebración de la diversidad y la
cruzada por un mundo más justo. Es como si hubiera recogido el legado de Martin
Luther King, que a su vez lo había heredado de los abolicionistas, y le hubiera
dado un sabor más dinámico, más contemporáneo. El “arco moral de la historia”
avanza imparable y ninguna persona decente querría estar del lado contrario.
Esta percepción es muy común y muy comprensible.
El racismo es real, como lo son las agresivas
desigualdades sistémicas de Estados Unidos, y la energía del movimiento que
lucha contra estas fuerzas, hoy, está en la izquierda identitaria. Es ‘woke’.
Hasta el punto de que sus tropas se han extendido a Hollywood, los medios de
comunicación y hasta las grandes corporaciones: volcadas en brazos de casi
todas las consignas que salen de Black Lives Matter. ¿Problemas? Claro. También
el Dr. King y los suyos cometieron algunas tropelías, cayeron en algún exceso de
celo. Pero quizás ahora mismo este clima de tensión nos acabe llevando, en el
medio plazo, a una sociedad más justa y equilibrada.
A medida que pasa el tiempo,
sin embargo, una parte de la propia izquierda ve cómo crece el lado negativo de
la balanza ‘woke’: sus vertientes radicales se generalizan, las cazas de brujas
son cada vez más draconianas ([7]),
hay extraños rituales colectivos y una cambiante neolengua que solo entiende
una pequeña casta difusa, erigida en portavoz de los oprimidos. Lo que parecía un
movimiento civil adquiere, en su versión más dura, los contornos de una secta;
un culto a la indignación y a la diferencia que nada tiene que ver con el
activismo tradicional, o que parece, incluso, su perfecto reverso.
Por ejemplo: numerosos
colegios de Estados Unidos están poniendo en práctica los llamados “grupos de
afinidad racial”. Es decir, celebran sesiones en las que separan a los niños
por razas: los blancos con los blancos y los de color con los de color, con la
idea de “empoderarlos” y “desarrollar su identidad” para que puedan enfrentarse
a una vida plagada de opresiones. Así, a los niños blancos se les enseña a
vigilar su racismo; a los niños de color, a vigilar el racismo de los niños
blancos. Sé que en España, donde decir “conversos y conversas” en un libro de
texto causa revuelo, esto puede ser difícil de creer. Pero si algo bueno tienen
los activistas ‘woke’ es que están tan convencidos de tener razón que son muy
transparentes en sus prácticas. Lo documentan todo ellos mismos. “Las investigaciones
demuestran que los niños, a la edad de tres años, están activamente
involucrados en entender su mundo”, dice la guía de preguntas y respuestas
sobre los “grupos de afinidad racial” que se aplican en la escuela pública
Beverly Cleary, en Portland. “Es importante apoyar a los niños para que
adquieran conciencia de las diferencias mutuas y conectarlos positivamente con
su propia identidad. Los niños son empoderados para afrontar y desafiar el
prejuicio y la ignorancia con las herramientas y experiencias que les damos”.
Esto está pasando en escuelas de Oregón, Nueva York o Illinois. Por eso, como
veremos en el siguiente capítulo, dedicado a las escuelas e institutos, esta
ideología está alarmando especialmente a los padres de niños birraciales. Consideran
que ellos tiraron barreras al formar una familia; unas barreras que este
adoctrinamiento está volviendo a levantar.
El ‘wokeism’ radical no
estaría completando el trabajo de Martin Luther King. Lo estaría deshaciendo.
Entonces, ¿por qué “grupos de afinidad racial”? ¿Qué conjunto de ideas puede
estar detrás de la segregación y otras iniciativas? En este capítulo
estudiaremos el origen de la ideología ‘woke’, las razones por las que parece
tratarse de un culto y los motivos por los que ha cuajado en este particular
momento de la historia. El ‘wokeism’ es, en resumen, posmodernismo aplicado; de
ahí su carácter abstruso, deshilvanado y lleno de contrasentidos. Como el
propio posmodernismo. Esta corriente filosófica, nacida en Francia en los años
60, se considera la reacción teórica a una serie de cambios trascendentales:
las guerras mundiales habían quebrado el mito del progreso perpetuo de
Occidente; el marxismo había perdido su brillo; el tercer mundo se emancipaba y
surgían países y puntos de vista nuevos; la tecnología transformaba la vida
diaria, etc. Muchas certezas reventaron en pedacitos. Ya nada era sólido, ni
auténtico, y filósofos como Jacques Derrida, Jean-François Lyotard o Michel
Foucault ([8])
se pusieron a deconstruir esta realidad frustrante. Toda la realidad: lenguaje,
historia, literatura, instituciones. Disputaron y dieron la vuelta a todo, en
un perpetuo juego de imaginación y pesimismo. Cuestionaban las raíces mismas de
la Edad Moderna. De ahí su etiqueta de filósofos 'posmodernos'.
Praxis
revolucionaria
Esta fase “altamente
deconstructiva” del posmodernismo, como dicen Helen Pluckrose y James Lindsay
en su libro 'Cynical Theories', se apagó en los años 80. Pero algunas de sus
ideas sobrevivieron. Se mezclaron con la escuela crítica de los neomarxistas, de
donde sacaron más concreción y una finalidad política, y han ido ganando fuerza
en distintas disciplinas académicas relacionadas con el género, la raza o la
descolonización. En la última década estas ideas han dado el salto de los
departamentos universitarios al mundo real. Han desarrollado una “praxis
revolucionaria”.
Conceptos de esta praxis revolucionaria
Uno.
El testimonio de la persona
considerada oprimida es sagrado e incuestionable. Según Lindsay y Pluckrose, el
constante ejercicio posmoderno del escepticismo hizo que “la frontera entre lo
que es objetivamente verdadero y lo que es subjetivamente experimentado dejase
de ser aceptada”. Por eso el ‘wokeism’ rechaza la existencia de una gran verdad
objetiva y le rinde obediencia, por el contrario, a la “experiencia vivida”. El
testimonio personal es igual o más válido que cualquier esforzado razonamiento
empírico. Un talismán impermeable a la duda. El pensador que dio a la
subjetividad una aplicación práctica fue Derrick Bell, primer profesor titular afroamericano
de la Universidad de Harvard. Bell adoptó la subjetividad y la experiencia
personal como elementos clave para entender la relación entre los sistemas
legales y las minorías. Un negro, decía, no podía ser juzgado por los mismos
parámetros legales que un blanco, pues su experiencia era distinta. Bell
cuestionó los conceptos de racionalidad y neutralidad jurídica, y movió el
centro de gravedad de su teoría al subjetivismo. La idea de Bell, esbozada en
los años 70, echó a volar y acabó conformando uno de los mantras ([9])
identitarios más poderosos: el convencimiento de que la autenticidad, el valor,
el oro, está en lo padecido. Como apunta el historiador Mark Lilla en 'El
regreso liberal', cada vez es más común empezar una alocución de esta forma: “Como
mujer soltera...” o “Como hombre asiático...”. Una manera, según Lilla, de
arrogarse una posición privilegiada y levantar una barrera contra posibles
críticas.
Dos.
Tu identidad racial, sexual o
de género definirá el 100% de tu existencia. Viniendo del punto anterior, ¿qué
pasaría si nos encontrásemos con dos testimonios personales mutuamente
excluyentes? ¿A quién creeríamos? La profesora Kimberlé Crenshaw solucionó este
problema en 1989, cuando acuñó el concepto de 'interseccionalidad' ([10]).
Esta idea explica cómo las características dadas de la raza, el género o la
orientación sexual se solapan entre sí para crear una jerarquía de la opresión.
Así, una mujer negra lesbiana estaría más oprimida que una mujer negra, a su
vez más oprimida que una mujer blanca, a su vez más oprimida que un hombre.
Algo que te ha dado el azar, como la pigmentación cutánea, tiene una
importancia mucho mayor que, por ejemplo, la riqueza, el carácter o el trabajo
duro. Cuando la poeta Amanda Gorman decidió que sus poemas tenían que ser
traducidos por mujeres jóvenes, activistas y, a ser posible, negras, la idea
subyacente era esa: la interseccionalidad. Estas características predominaron
sobre la experiencia o el talento de los traductores, y algunos perdieron su encargo.
Tres.
La opresión es como el aire:
está en todas partes. Otro de los conceptos posmodernos que más han influido en
el movimiento ‘woke’ es el de las “epistemes”
([11]),
desarrollado por Michel Foucault. El pensador decía que no hay conocimiento
objetivo, sino solo epistemes: es
decir sistemas de conocimiento creados
por grupos concretos para defender su poder. Para el ‘wokeism’, la episteme
actual, la Ilustración, el movimiento filosófico de los siglos XVII y XVIII
sobre el que se fundamenta Occidente, con sus valores de libertad individual,
secularismo o fe en el método científico, solo sería un artificio del hombre
blanco hetero occidental: un vasto y sutil régimen autoritario. El solo hecho
de vivir en los términos de esta episteme, con sus ideas y su lenguaje,
resultaría opresivo para quienes no son hombres blancos heteros.
Cuatro.
“El lenguaje es violencia”.
Dado que el conocimiento es opresivo, los ‘woke’ están obsesionados con las
palabras. Las palabras son armas: instrumentos afilados que un grupo ha creado
para mantener su dominio. De ahí, por ejemplo, que el ‘wokeism’ de género,
prevalente en España, rechace el uso del masculino por defecto para designar el
plural, y prefiera llegar al mayor grado posible de concreción, como: “niños,
niñas y niñes”. Sería una manera de cuestionar la supuesta episteme
creado por el “heteropatriarcado”.
Aquí está la explicación de
las “microagresiones”, de la corrección política y de uno de los mantras del
‘wokeism’: El lenguaje es violencia. Lo cual aporta la coartada para escraches
y cancelaciones. Se trata de hacer la revolución, y esta solo se hace atacando
la raíz, a los mismísimos pilares de una sociedad. Estas premisas
contextualizan las decisiones de segregar a los alumnos, o la declaración de
que las matemáticas, la meritocracia o la puntualidad son racistas, o de que la
familia nuclear es una construcción del hombre blanco occidental y que una
alternativa sería vivir en formato 'pueblo', como se enseña a los niños en el
distrito escolar público de Búfalo.
Se trata de hacer la
revolución, y esta solo se hace atacando la raíz, a los mismísimos pilares de
una sociedad. Desmontándolo todo para volverlo a montar desde cero. Una nueva
episteme. He aquí la diferencia fundamental entre el movimiento de los derechos
civiles y la vertiente radical del movimiento ‘woke’. El primero actuaba dentro
de la democracia liberal: quería perfeccionarla. Extender sus derechos y
libertades a las mujeres y a las minorías, como se hizo sucesivamente a lo largo
del siglo XX y se trata de hacer todavía. El segundo, en cambio, considera que
la democracia liberal está podrida de raíz. No quiere mejorar ni ampliar sus
valores; quiere destruirlos y construir otros nuevos. Pero hay un quinto punto
en la filosofía de los identitarios radicales.
Cinco.
Nada de lo anterior, en
realidad, tiene sentido. En la elaboración de estos puntos ya hay algunas
contradicciones. El testimonio personal es sagrado, pero a las personas se nos
encierra en categorías raciales totalmente rígidas. Nuestra individualidad es
sagrada solo cuando encaja en estos estereotipos preconcebidos. Si un
intelectual afroamericano como Glenn Loury o Coleman Hughes rechaza estas ideas
y denuncia paternalismo en ellas, por ejemplo, es automáticamente excluido y
tachado de “negro que se odia a sí mismo”. El profesor de Lingüística de la
Universidad de Columbia John McWhorter, progresista afroamericano que se ha
echado sobre los hombros la tarea de derribar lo que él llama el 'neorracismo',
dice que estas interminables contradicciones hacen del ‘wokeism’ una religión.
Es algo en lo que solo se puede tener fe, porque no tiene sentido. Aquí van
cinco tautologías ([12])
de las 10 que presenta McWhorter:
1.
“Apoya
que la gente negra cree sus propios espacios y mantente fuera de ellos. Pero
busca amigos negros. Si no lo haces, eres un racista”.
2.
“Debes
de esforzarte eternamente en entender las experiencias de los negros. Pero
jamás podrás entender lo que es ser negro, y si crees que lo entiendes, eres un
racista”.
3.
“Cuando
los blancos se van de vecindarios negros, es huida blanca. Pero cuando los
blancos se mudan a vecindarios negros, es gentrificación ([13])”.
4.
“Si
eres blanco y solo sales con gente blanca, eres un racista. Pero si eres blanco
y sales con una persona negra, estás, aunque sea interiormente, exotizándola
como un 'otro”.
5.
“Los
negros no pueden ser hechos responsables de todo lo que hace cualquier persona
negra. Pero todos los blancos deben de reconocer su complicidad personal en la
perfidia de la historia de la ‘blancura”.
Es posible que esta madeja de
contradicciones se deba a que el identitarismo
no nace del mundo real, sino de los monocultivos universitarios. Son ideas
levantadas sobre ideas levantadas sobre ideas que ya originalmente eran
complejas y provocadoras: un intento de asombrar a la burguesía parisina de los
años 60. Para probar precisamente este punto, que la teoría crítica racial o
sexual o de género solo es un montón de aire caliente, tres académicos
pergeñaron el siguiente ardid: escribieron 20 trabajos universitarios
absolutamente delirantes y absurdos, pero envueltos en las más genuinas
obsesiones identitarias, con su neolengua y su odio feroz a los enemigos de la
humanidad: la blancura y el patriarcado. El profesor de Filosofía Peter
Boghossian, el doctor en Matemáticas James Lindsay y la investigadora Helen
Pluckrose escribieron estos trabajos en 10 meses y los presentaron a las más
prestigiosas revistas académicas de la teoría crítica. En uno de ellos,
titulado 'Entrando por la puerta de atrás: retando la homohisteria, la
transhisteria y la transfobia del hombre hetero a través del uso receptivo de
juguetes sexuales penetrantes', los autores aducían que un hombre hetero
podía ser curado de sus prejuicios introduciéndose objetos cada vez más grandes
en el ano. El documento fue escrito, en parte, con pasajes de Mein Kampf en
lenguaje feminista. Fue un éxito. Fue aceptado, revisado, aprobado y publicado
(luego, cuando los autores anunciaron su broma al mundo, retractado).
Pero el trabajo que realmente
triunfó se titulaba 'Reacciones humanas a
la cultura de la violación y la performatividad 'queer' en los parques urbanos
de perros en Portland, Oregón'. La supuesta autora, Helen Wilson, había
pasado más de 1.000 horas observando cómo fornicaban los perros de Portland,
examinando sus genitales y estudiando las reacciones de sus dueños, que, cuando
un perro montaba a una perra, lo permitían. Pero no cuando un perro montaba a
otro perro. Un signo inequívoco de su machismo. El trabajo sugería tratar como
perros a los hombres, correa al cuello incluida, para curar su toxicidad. A los
editores de 'A Journal of Feminist Geography' les encantó. El 'paper' no solo superó
el proceso de revisión académica, sino que además recibió un premio. Los falsos
autores no esperaban que, de sus 20 trabajos, cuatro llegaran a publicarse,
tres estuvieran en proceso de hacerlo y otros cuatro hubieran sido
considerados. El destape de la broma dolió mucho en el mundo ‘woke’, y a
Boghossian le abrieron un expediente por “mala conducta” en la Universidad
Estatal de Portland, donde daba clases.
“Algo va mal en la
universidad, especialmente en ciertos campos dentro de las humanidades”, escribieron
los tres autores al revelar el tinglado. “Los estudios que están menos basados
en encontrar la verdad y más en atender a los agravios sociales se han
establecido firmemente, o se han vuelto completamente dominantes, dentro de
estos campos”. Pluckrose, Lindsay y Boghossian aclaran que no todas las
investigaciones y métodos que se utilizan en estas disciplinas, los estudios
raciales, sexuales o de género, están en la vertiente extremista y
pseudocientífica de la teoría crítica, que es adonde iba dirigido
específicamente su troleo.
Profesores hostigados por la
teoría crítica, como Aaron Kindsvatter, sugieren que su vaguedad es
intencional. Al identitarismo le interesaría estar cimentado sobre arenas
movedizas, envuelto en una jerga escolástica y preñado de tautologías y
contradicciones. Sería un territorio traicionero que facilita las inquisiciones
diarias; nadie está nunca en terreno seguro. Cualquier persona es susceptible
de caer en desgracia, lo cual preserva el poder de la turba y de sus ideólogos.
Al identitarismo le interesaría estar cimentado sobre arenas movedizas,
envuelto en una jerga escolástica y preñado de contradicciones Hace unas tres
décadas que estas ideas circulan por las universidades estadounidenses, sobre
todo las más elitistas, en los estados demócratas.
Phillip Roth ya describió en
su novela 'La mancha humana', del año 2000, una caza de brujas en un campus
neoyorquino, donde se acusa a un profesor de racista por un banal malentendido.
El legendario ensayista Harold Bloom, de la Universidad de Yale, echaba pestes
de lo que él llamaba la “escuela del resentimiento”, obsesionada con derribar
el canon europeo por la identidad racial de sus autores. Estas universidades
eran ya monocultivos endogámicos ([14])
donde resultaba difícil encontrar una opinión discordante.
Según los datos del Higher
Education Research Institute, en 2014 había seis profesores de izquierdas por
cada profesor conservador en los campus de EEUU. Si miramos a las humanidades
la asimetría era mucho mayor, y en las exclusivas universidades de Nueva
Inglaterra, donde se tienden a concentrar estos problemas, la proporción llega
a ser de 28 docentes progresistas por cada docente conservador. La manera de
pensar de aproximadamente la mitad de la población de EEUU ha desaparecido de
estos campus; se ha extinguido. En 2014 había seis profesores de izquierdas por
cada profesor conservador en los campus de EEUU Pero el cuadro, así, no está
completo. Algo pasó para que estas ideas acabasen trasladándose al mundo real:
a las oficinas de las empresas, las redacciones de los periódicos y los
consejos de las fundaciones, dando pie a una nueva y poderosa narrativa
cultural en la izquierda. Al cuadro le falta un ejército. Unos creyentes. Uno
de los primeros en captar que algo no andaba como debería fue Greg Lukianoff,
abogado y presidente de FIRE (Fundación para los Derechos Individuales en
Educación). Lukianoff observó que, desde 2014, los ataques a la libertad de
expresión en las universidades estadounidenses se habían disparado:
1.
Proliferaban
las desinvitaciones, los escraches y varios métodos de censura y presión a las
rectorías. Lukianoff vio también que los estudiantes se habían vuelto de
cristal.
2.
El
contenido de algunos libros, como 'El gran Gatsby' (1974) o 'Matar a un
ruiseñor' (1963), los afectaba profundamente; en ellos aparecían palabras y
escenas aparentemente traumáticas, hasta el punto de que los profesores ponían
avisos de sensibilidad en ellos.
3.
Tercera
observación de Lukianoff: los servicios de ayuda psicológica de las universidades
no daban abasto. Cualquier incidente, imagen, comentario o pregunta sospechosa
era una “microagresión” y acababa con una visita al terapeuta del campus.
4.
Lukianoff,
además, había sido depresivo, y percibía en muchos alumnos tendencias propias
de la depresión: lo veían todo en blanco y negro, eran tremendistas y querían
que el mundo se adaptase a sus caprichos.
Greg Lukianoff y un profesor
de Psicología Política de Yale, Jonathan Haidt, unieron fuerzas para entender
lo que estaba pasando. Su libro, 'The Coddling of the American Mind'
('El consentimiento de la mente americana'), identifica algunos motivos por los
que la Generación Z, nacida después de 1995, habría desarrollado unos rasgos
psicológicos bastante diferenciados con respecto a las generaciones anteriores.
Una de las razones es lo que ellos llaman la “crianza paranoica” desarrollada
en los años 90. A raíz de dos famosos casos de secuestro, la televisión
desarrolló todo un género de crónica negra, las fotos de los niños perdidos
empezaron a pegarse en las paredes y cartones de leche, y la paternidad ya no
volvió a ser lo mismo. El mundo de jugar hasta el anochecer sin supervisión
adulta, ensayando los peligros y ventajas de una futura vida independiente,
pasó a la historia. Una burbuja protectora cubrió las infancias de la Generación
Z. Se trata, además, de la primera generación nacida con internet. Cuando
tenían uso de razón, los Z ya aprendían, jugaban y hasta socializaban por el
ordenador. Cuando alcanzaron la adolescencia, el iPhone se había convertido en
parte de nuestras vidas. Sus identidades se desarrollaron en un ecosistema
diferente: con avatares, placeres instantáneos, comparaciones constantes y el
poder de blindarse de aquello que no les gustaba, pero que quizás les hubiera
servido para generar algunos callos. Estos y otros factores pueden explicar,
dicen Lukianoff y Haidt, por qué esta generación sufre muchos más problemas
psicológicos que cualquiera de las anteriores. Entre 2005 y 2017, la proporción
de jóvenes de entre 12 y 17 años que sufrió un “gran episodio depresivo en el
último año” subió un 50%, hasta el 13,2% de los encuestados. Los casos de
suicidio adolescente también se dispararon.
Además, las universidades a
las que entraron en 2013 también habían cambiado. No solo eran monolitos
progresistas, sino que, además, se parecían más que nunca a una empresa. Tenían
que tener al cliente (el estudiante) contento: cómodo, querido, protegido y
hasta obedecido. Una matrícula anual en EEUU puede costar hasta 75.000 dólares.
Y los campus se pelean por ofrecer el mayor confort posible. Aquí se
habría producido la magia, el conjuro: la coincidencia en el tiempo de una
ideología centrada en la identidad, el agravio y la terrible y constante
opresión a la que nos somete el sistema, y una generación preparada para hacer
suyos estos presupuestos: que de alguna forma son la vívida imagen del internet
con el que crecieron. Un espacio posmoderno de pequeñas subjetividades, donde
construir y deconstruir es posible, y donde los relatos más delirantes son el
pan de cada día. “Ocurre algo curioso cuando tomas a seres humanos jóvenes,
cuyas mentes han evolucionado para la guerra tribal y una forma de pensar de
nosotros/ellos, y llenas esas mentes de dimensiones binarias”, dijo Jonathan
Haidt durante una conferencia. “Les dices que un lado de cada binario es bueno
y el otro es malo. Enciendes sus antiguos circuitos tribales, preparándoles
para la batalla. Muchos estudiantes encuentran esto excitante; los inunda de
una sensación de significado y propósito”. Desde 2018, estas remesas de graduados
se suman al mercado laboral, llevando sus reivindicaciones y métodos al tejido
institucional de Estados Unidos; doblando un brazo a los consejeros delegados,
a los editores, a los alcaldes. Y desembarcando, también, a las escuelas
primarias.
Doctrina
'woke' (III): vuelve la segregación racial a las escuelas de EEUU
Historias que reflejaban,
sobre todo desde el asesinato de George Floyd hace un año, una toma de control
ideológica en numerosos colegios e institutos norteamericanos.
“Hay un policía asesino sentado en cada
escuela donde aprenden los niños blancos (...). A los niños blancos se les deja
sin supervisión y tranquilos en sus escuelas, casas y comunidades para que se
unan, refuercen y protejan sistemas que arrebatan la vida negra. (...). Estoy
harta de que los blancos se regodeen en su depravación autorizada por el Estado
(...). ¿Dónde está la urgencia para reformar las escuelas donde se adoctrina a
los niños blancos en la muerte negra y se les protege de las consecuencias?
(...). Id a reformar a los niños blancos. Porque ahí está el problema: en los
niños blancos que son criados desde la infancia para violar cuerpos negros sin
remordimientos ni rendición de cuentas. Ese policía no aprendió a quitarle la
vida a George Floyd en su entrenamiento policial o en el trabajo. Pasó toda su
vida preparándose para ese momento, con sus padres y su familia, profesores,
entrenadores, vecindarios e iglesias”.
Este artículo, escrito el
pasado junio por Nahliah Webber, directora ejecutiva de Orleans Public Education
Network, circuló entre los padres y profesores de la escuela Collegiate School,
en el Upper West Side de Manhattan. La propia escuela los animó a leerlo, dos
veces. La segunda vez, la madre de dos alumnos, Megyn Kelly, decidió quitar a
sus hijos del centro.
Conocemos el testimonio de
Kelly porque es una mujer rica, famosa, acostumbrada a la polémica y dueña de
una empresa mediática. Hasta 2017 fue presentadora del canal conservador Fox
News y hoy tiene su podcast, donde explicó las razones por las que había retirado
a sus hijos. El artículo en cuestión fue la gota que colmó el vaso. ¿Es que nos
tendremos que creer que las escuelas de Estados Unidos se han convertido en
madrasas de la izquierda identitaria?
Pero las personas que desde
hace años monitorean la libertad de expresión en las universidades, llevaban
tiempo recibiendo testimonios de padres y profesores preocupados. Historias que
reflejaban, sobre todo desde el asesinato de George Floyd, una toma de control
ideológica en numerosos colegios e institutos. “Un profesor de escuela puede
requerir que un niño blanco de 12 años confiese su privilegio blanco”, dice a
El Confidencial Erika Sanzi, directora de relaciones de Parents Defending
Education, una asociación sin ánimo de lucro que trata de limitar el
adoctrinamiento en las escuelas. “Ha habido muchos ejemplos de estas cosas, que
tienen distintos nombres. Los llaman ‘matrices de opresión’, o ‘mesas de
privilegio’, o ‘jerarquía de privilegio’, y ensalzan las características
inmutables: la raza, el género, la orientación sexual y si eres o no
transgénero. Lo que hacen es enseñar a los niños quiénes son los opresores y
quiénes los oprimidos”.
Parents Defending Education
(PDE) no tiene ni un mes de historia. Fue fundada el pasado 30 de marzo por
Nicole Neily. Ese mismo día, sin ni
siquiera haberse anunciado en los medios de comunicación, empezó a recibir
mensajes de padres y profesores alarmados por la imposición de la ortodoxia
racial en las escuelas.
Activismo
político en las clases
“Siempre hemos sabido que el
sector de la educación tiende a la izquierda. Pero ahora ha cambiado hasta el
punto de que hay activismo político en las clases, donde a los estudiantes se
les pide que sean lobistas ([15])”,
dice Erika Sanzi. “Sus deberes consisten en escribir cartas y hacer llamadas
telefónicas a los legisladores en contra de determinada propuesta de ley.
También conozco un caso en el que se pidió a los estudiantes de quinto curso
[10 años de edad] que escribiesen cartas a sus congresistas pidiéndoles que
cancelasen el Día de Colón y lo cambiasen por el Día de los Pueblos Indígenas”.
Sanzi aclara que cambiar el Día de Colón o discutir una ley no es algo malo en
sí mismo; lo malo es obligar a menores, muchos de los cuales todavía creen en
Papá Noel, a que se conviertan en activistas. O pedirles que confiesen en clase
su orientación sexual para que el profesor sepa si hay que ponerlos en el grupo
de los opresores o en el de los oprimidos. Porque de ello depende, además, su
evaluación.
Antes de seguir, otras
aclaraciones: criticar programas que se autodenominan “antirracistas” no
implica negar la existencia del racismo, como tampoco implica rechazar en
bloque las iniciativas a favor de una mayor diversidad e inclusividad, sino
solo aquellas que pueden estar quebrantando la Ley de los Derechos Civiles de
1964. La propia PDE sugiere una lista de organizaciones que trabajan por la
diversidad sin incurrir por ello en la segregación o el hostigamiento racial a
los niños. El adoctrinamiento no se da, ni mucho menos, en todas las escuelas e
institutos del país, pero sí en los suficientes como para distinguir un patrón
nacional claro y en expansión. Solo en Manhattan hay varios conflictos
abiertos. (…)
"Acoso"
a los alumnos
Paul Rossi, profesor de
Matemáticas de Grace Church School, una escuela e instituto del East Village,
cuenta que, durante una reunión segregada de Zoom, en la que solo podía haber
profesores y alumnos de raza blanca, decidió preguntar a los presentes qué
pensaban de encasillar a las personas con base en su raza. “Parece que mis
preguntas rompieron el hielo”, dice Rossi. “Estudiantes e incluso unos pocos
profesores ofrecieron un amplio abanico de preguntas y observaciones. Muchos
estudiantes dijeron que el debate fue más sustancial y productivo de lo que
esperaban”. La alegría de Rossi duró poco. Sus preguntas fueron filtradas a la
dirección, que lo reprendió por “dañar” a los estudiantes, dado que estas eran
cuestiones de “vida y muerte”, y le recordó que su deber, como profesor, era
“servir el bien mayor y la verdad más alta”. El jefe de estudios le dijo a
Rossi que sus declaraciones durante la reunión de Zoom podrían constituir un
caso de “acoso” a los alumnos. Pero no valía con amonestarlo en privado. Según
Rossi, “el director de la escuela mandó a todos los consejeros del instituto
que leyesen en alto una reprimenda pública de mi conducta a cada uno de los
estudiantes de la escuela. Fue una experiencia surrealista, caminar yo solo por
los pasillos y escuchar las palabras que llegaban desde cada aula”. Días
después de publicar el texto, Rossi fue relevado de sus labores de profesor
para el resto del año. El director de Grace Church, George P. Davison,
recomendó a Rossi que se quedase en casa por “motivos de seguridad”.
Grace Church es un caso precoz
de ortodoxia racial. “En 2014 asistí a un seminario obligatorio de teoría
crítica racial titulado ‘Deshaciendo el racismo”, dice Paul Rossi. “Era un
seminario de tres días, todo el día, muy de extrema izquierda, explícitamente
racializado, en el que la identidad blanca era resaltada y la blancura tratada
como una propiedad de la sociedad”. Un año después, la dirección de Grace
acudió a un retiro organizado por Carle Institute, un grupo especializado,
según su página web, en “educar” a los docentes blancos en “el desarrollo de su
identidad blanca” para poder dar clase a estudiantes de color. A la vuelta del
retiro, Grace Church anunció que se convertiría en una “escuela antirracista”.
La decisión se tomó sin debate alguno, dice Rossi, y en parte por razones
prácticas. “Dado que las universidades ya eran muy ‘woke’, queríamos crear
estudiantes que fuesen vendibles a esas universidades”.
Ese fue el principio de la
pesadilla que ha terminado con Rossi en un “limbo”, apartado de sus quehaceres
e incluso amenazado. “Empezamos a tener más y más programas antirracistas en los
cursos, e incluso fuera de las clases”, recuerda. “Se crearon ‘grupos de
afinidad’, reuniones segregadas solo de blancos, o solo de BIPOC [neolengua
'woke’ para personas ‘no blancas’], y todo se volvió más y más extremo”. El
profesor asegura que “la línea entre expresión y violencia se volvió más
borrosa”, de manera que “el lenguaje ‘del daño’ se usaba para silenciar a los
estudiantes”. Por ejemplo: uno de los alumnos preguntó en clase “cómo se
convierte un hombre en una mujer”. La pregunta, según Rossi, hizo que el
profesor castigara al alumno después de clase “por hacer daño a la comunidad
LGBT” y le hiciera una advertencia. El caso de Grace Church forma parte de un
patrón. Solo entre las escuelas de élite de Manhattan está el incidente de
Dalton School, donde varios padres publicaron un manifiesto contra la
imposición de la ortodoxia racial en las aulas; Riverdale School, donde, entre
otras cosas, el vídeo de comienzo de temporada animaba a los niños a vigilarse
unos a otros en busca de comportamientos sospechosos; Collegiate School, o
Brearley School. Eso de los que han salido a la luz. En Manhattan.
Espacios
seguros
Los programas DEI ([16])
(Diversidad, Equidad e Inclusión) que se están practicando en escuelas e
institutos de todo Estados Unidos no son idénticos entre sí. Pero podemos
identificar algunos elementos comunes, presentes en colegios privados y
públicos, desde Nueva York a California pasando por Illinois, Virginia o Nueva
Jersey.
El primer paso, como decía
Erika Sanzi, suele ser clasificar a los niños en base a sus características
inmutables. Es habitual que se celebren sesiones o comidas segregadas por raza
(los “grupos de afinidad racial”) (…9 El objetivo de la llamada Iniciativa de
Equidad Racial de Excelencia Inclusiva es proporcionar “espacios seguros” (sin
miembros de otras razas) para que cada grupo racial pueda compartir sus
experiencias, “afirmar su identidad” y “construir comunidad”. Siempre
coordinados por un miembro del comité DEI.
Otras veces la segregación es
más sofisticada. En el área de Cupertino, en Silicon Valley, donde está la sede
de Apple y la familia media gana 172.000 dólares anuales, la Meyerholz
Elementary School enseña a sus alumnos (de cinco a nueve años) a “deconstruir
sus identidades interseccionales” ([17]).
Es decir, les da un “mapa de la identidad” donde se incluyen las diferentes
razas, géneros, idiomas, religiones, estructuras familiares y grados de
capacidad física, y se les pide a los niños que marquen las suyas con un
círculo. Luego, en base a la intersección de estas características (por
ejemplo: asiática, mujer, familia tradicional, cristiana, etc.), se les
adjudica un puesto en la jerarquía de la opresión.
La palabra clave en estas
prácticas es “deconstruir”. Como vimos en los dos capítulos anteriores, los
radicales ‘woke’ en su vertiente racial consideran que todos los males sociales
provienen de la “blancura”: la cultura de la raza blanca, que nos ha traído el
colonialismo, la esclavitud, el capitalismo y el racismo, y que tiene su
fundación en valores mucho más sutiles, como son el perfeccionismo, la
meritocracia, la “adoración de la palabra escrita”, el “derecho al confort” y
la objetividad. Así que la misión de una verdadera educación “antirracista” es
desmantelar estos valores supremacistas blancos, y hacerlo de raíz: desde los
dos años de edad. Antes de que el niño se haga mayor y sea un caso irreparable
de opresión y toxicidad. El pasado octubre la red de colegios del Distrito
Escolar Unificado de San Diego, que reúne a 106.000 estudiantes, dejó de tener
en cuenta, a la hora de poner nota, la media de los trabajos entregados durante
el año, la impuntualidad y el comportamiento de los alumnos en clase. Penalizar
por estas infracciones a los estudiantes de color, considerados víctimas de
todo tipo de desventajas sistémicas, sería someterlos al yugo de la blancura.
“Si realmente vamos a ser un distrito escolar antirracista, tenemos que
enfrentarnos a prácticas como estas que existen desde hace años y años”, declaró
Richard Barrera, vicepresidente del distrito. “Creo que esto refleja la
realidad de lo que los estudiantes nos han descrito [‘experiencia vivida’] y es
un cambio pendiente desde hace mucho tiempo".
Cómo
“desmantelar la supremacía blanca" en las matemáticas
Pero
estos solo son ajustes superficiales. Académicos de la Universidad de Claremont
y las organizaciones UnboundEd y Quetzal Education Consulting presentaron una
guía sobre cómo “desmantelar la supremacía blanca” en la enseñanza de
matemáticas. Dado que la objetividad es un constructo ([18])
blanco, en el documento se recomienda a los docentes que dejen de centrarse en
que los alumnos alcancen la “respuesta correcta”.
Dice el documento: “Vemos que
la cultura supremacista blanca en la clase de matemáticas se manifiesta cuando:
a) el foco se pone en obtener la respuesta ‘correcta’, b) la
práctica independiente se valora más que el trabajo en equipo o la
colaboración” c) o “las estructuras de participación refuerzan las
formas de ser dominantes”.
Entre las soluciones que se
proponen, están: a) “Cultivar la identidad matemática”, b) “adaptar
las políticas de deberes a las necesidades de los estudiantes de color” c)
y “exponer a los estudiantes a ejemplos de personas que han usado las
matemáticas como resistencia. Aportar oportunidades de aprendizaje que usan las
matemáticas como resistencia”.
A pesar de ser un manual
relativamente reciente, ya ha circulado con fruición por los comités DEI [Diversidad, Equidad e Inclusión]” de los colegios. De hecho, el Departamento de
Educación de Oregón lo ha incluido en una 'newsletter' (boletín informativo) de
recomendaciones a los profesores del estado. Porque el ‘wokeism’ también se
extiende a las alturas administrativas.
La Asamblea Estatal de
Illinois, por ejemplo, ha renovado los criterios para otorgar la licencia a
futuros docentes. Desde ahora, los educadores tendrán que ser “conscientes de
los efectos del poder, del privilegio, y de la necesidad del activismo y de la
acción social” de los estudiantes. Otros elementos habituales de los programas
DEI, que consisten en aplicar la narrativa “antirracista” a todas las
asignaturas, no solo a las matemáticas; en buscar cuotas raciales ([19])
perfectas en todos los estamentos del colegio; en hacer firmar a los profesores
y alumnos documentos en los que reconocen todo tipo de injusticias históricas,
y aceptan que, si no son “culturalmente sensibles”, se les haga rendir cuentas;
administrar sesiones de “instrucción antirracista”; crear “espacios seguros” y
servicios de ayuda psicológica a las minorías; pagar la deuda estudiantil de
los alumnos negros, y crear un comité que “audite y suplemente” dichas medidas.
La toma ideológica de los
centros tiene dos vertientes: la primera, de manera orgánica, con
cada remesa de profesores jóvenes graduados en universidades ‘woke’. Habría una
brecha generacional bastante pronunciada entre estos docentes jóvenes y
militantes, y quienes ya están en la cuarentena. La segunda, vía
de entrada es cuando los comités escolares, para demostrar su compromiso contra
el racismo en un momento de presión social, como el verano de 2020, contratan a
“consejeros de equidad (o igualdad)”. Estos llegan, hacen y deshacen, y todo
empieza a envolverse en la neolengua ‘woke’; incluso los mensajes internos y
las comunicaciones del director.
Paul Rossi, al hacer pública
la situación en Grace Church School y al haber sido suspendido de empleo, se ha
unido a la Fundación Contra la Intolerancia y el Racismo para ayudar a otras
personas en sus circunstancias. “Estoy siendo abrumado por la gente de clase
media, de clase media-baja, gente familiar, que está viendo cómo esta ideología
se introduce en sus distritos escolares, en las juntas escolares... Debido a la
pandemia, han podido ver en las pantallas del ordenador de sus hijos temarios
racializados extremadamente perturbadores”, dice Rossi. “Las mismas cosas que
sucedieron en mi escuela están sucediendo por todo el país. Colegios públicos,
privados e incluso algunos católicos”.
Andrew Guttman, el padre de
una niña de Brearley School, publicó una carta en la que decía que ya no
volvería a matricular a su hija en este colegio del Upper East Side. “No puedo
tolerar una escuela que no solo juzga a mi hija por el color de su piel, sino
que la anima y le pide que prejuzgue a otros por el suyo”, dijo Guttman. “Me
opongo al uso vacuo, inapropiado y fanático (...) de palabras como ‘equidad’,
‘diversidad’ e ‘inclusividad’. Si la administración de Brearly estuviera
realmente preocupada por la llamada ‘equidad’, estaría debatiendo sobre cómo
anular sus preferencias de admisión de herencias, parientes y aquellas familias
con bolsillos especialmente hondos”.
Paradojas
del 'wokeism'
Esta es una de las paradojas
del ‘wokeism’: que los vengadores de los oprimidos proliferan en ambientes
elitistas. Los “consultores de equidad” pueden llegar a cobrar más de 10.000
dólares por una charla y suelen venir de los campus más exclusivos.
Nahliah Webber, es autora de un artículo citado al principio, en el
que pide al Gobierno que “marque en rojo” los barrios donde la blancura es más
tóxica y los declare “incapacitados para la vida”, hizo su máster en la
Teacher’s School de la Universidad de Columbia. Un año de matrícula en esta
facultad vale 75.000 dólares.
“Como inmigrante de primera
generación que vino a Estados Unidos sin absolutamente nada en los bolsillos y
sin ni siquiera hablar inglés, no soy una persona privilegiada”, dice una madre
de Nueva Jersey, de origen eslavo. “Mejorar en la vida me ha llevado, como a
mis parientes y a la mayoría de mis amigos, muchos años de trabajo duro,
sacrificio y lucha contra las circunstancias y contra la discriminación. Así
que oír hablar de boca de un engreído acerca de los ‘privilegiados’ caucásicos
que tienen que ‘deshacer su racismo interior’ me resulta insultante”.
'Guerras'
escolares
La inmensa mayoría de las
denuncias, se hacen de forma anónima para evitar represalias. Si un padre o una
madre denuncia el programa DEI de la escuela a la que van sus hijos, corre el
peligro de ser acusado públicamente de racismo. Un grupo de padres de Loudoun,
en Virginia, se organizó para contrarrestar la teoría crítica racial que se
estaba comiendo los temarios y las políticas escolares. Poco después, un grupo
de Facebook llamado Padres antirracistas de Loudoun, de 600 miembros, llamó a
hacer una lista de esos padres que se oponían a la nueva ortodoxia racial: una
lista pública que incluyese sus direcciones, números de teléfono y lugares de
trabajo. Parents Defending Education recibe a diario quejas de todas partes,
desde Florida a Ohio, Texas, Minnesota o Tennessee. A veces por cosas inocuas
en las que PDE no se implica, como el hecho de que un profesor recomiende
puntualmente un libro “antirracista”; otras, por casos extremos como el de las
escuelas de élite de Manhattan o el distrito escolar público de Evanston, en
Illinois. El distrito escolar número 65, que engloba una veintena de colegios
públicos en esta localidad periférica de Chicago, confeccionó parte del temario
junto a activistas de Black Lives Matter. Como resultado, a los niños de cuatro
y cinco años se les lee en clase libros infantiles como “Un libro sobre la
blancura” de Anastasia Higginbotham, en el que una madre blanca sale apagando
la televisión cuando un policía blanco está disparando a un hombre negro, y
asegura a su hija pequeña que ellos no son racistas. En el libro se pide a los
niños blancos que firmen un “contrato que los ata a la blancura”, sostenido por
un demonio. Si el niño blanco firma este pacto con el diablo, obtiene “tierras
robadas, riquezas robadas, favores especiales” y el derecho de afectar
“indefinidamente” las vidas de “todos los humanos de color”.
Los padres de los niños, tienen
que examinarlos en casa acerca de qué es la blancura y cómo se manifiesta en la
vida diaria. Cuando algunos padres (de forma anónima) transmiten su
preocupación, la respuesta habitual, en este caso de la junta escolar del
distrito, es que sentirse “incómodos” es parte del “viaje a la equidad”. Por
ejemplo, en palabras de uno de los miembros de la junta, cuando “tu hijo llega
a casa y señala un privilegio que has tenido desde hace mucho, pero del que no
te habías dado cuenta”.
Una de las madres del
distrito, sin embargo, decidió quejarse abiertamente de lo que sucedía en las
aulas. Natural de Evanston, Ndona Muboyayi dice haberse criado en un hogar
“afrocéntrico”. Recuerda que, cuando era niña, en su casa había muñecas negras
y libros de historia y cultura negra. Su padre es congoleño y Muboyayi es
militante del NAACP: la más famosa asociación defensora de los derechos civiles
de los afroamericanos, fundada hace más de un siglo por W.E.B. DuBois, padre
del activismo negro. El pasado 3 de abril, Muboyayi, que se ha presentado a las
elecciones a la junta escolar, manifestó sus dudas sobre la enseñanza
“antirracista” que recibían sus hijos en Evanston. Según Muboyayi, a su hijo de
11 años, que siempre ha querido ser abogado, se le están quitando las ganas por
la insistencia de los profesores en la discriminación, el odio y las constantes
barreras que la gente blanca pone a los negros a cada paso de su existencia.
“Mis hijos siempre se han sentido orgullosos de quiénes son”, dice a 'The
Atlantic'. “Entonces, de repente, se empezaron a cuestionar a sí mismos por lo
que les enseñaban en la escuela al llegar aquí”. Muboyayi había vuelto a
Evanston después de vivir unos años en el extranjero.
Propaganda
divisionista
La afroamericana, de 44 años,
dice estar a favor de que se enseñen las luces y sombras de la historia: la
esclavitud, las leyes de Jim Crow, pero “de forma equilibrada con el resto de
la verdad”. En lugar de eso, en la escuela enseñan que “todos los blancos son
privilegiados y parte de un sistema de supremacía blanca”. “He pasado mucho tiempo
en África Central porque mi padre es del Congo”. “Y parte de la propaganda que
se está difundiendo ahora mismo aquí en Evanston es similar a parte del
divisionismo que tuvo lugar en Ruanda antes de la masacre. No estoy diciendo
que eso vaya a pasar aquí, pero cuando uno empieza a etiquetar a la gente de
forma negativa en base a su raza o su grupo étnico, esto lleva a la división y
a la destrucción, no a buscar un terreno común y soluciones positivas”.
Especialmente difícil lo
tienen, según varias de las personas entrevistadas para esta serie, los niños
birraciales. “Uno de nuestros primeros casos fue el de una mujer blanca que me
contó que su hijo de ocho años estaba disgustado”, dice Helen Pluckrose, que
ayuda a las personas a defenderse del adoctrinamiento ‘woke’ en sus colegios o
centros de trabajo. “El niño es mestizo y le habían contado que la blancura es
una fuerza opresiva y antinegra, y salió de clase con la impresión de que la
gente blanca era inherentemente mala y la gente negra estaba destinada a
fracasar en todo”. Su madre era blanca y su padre negro: ambos le habían
enseñado que la raza no importa. Ahora el colegio le estaba diciendo
exactamente lo opuesto. “A los estudiantes birraciales se les da a elegir en
qué grupo segregado quieren estar”, dice Erika Sanzi, de PDE. “Algunos deciden
que van a ir con los blancos, pero luego el personal les dice que no: tú tienes
que ir con el grupo BIPOC porque tú eres de color. Y luego le dicen: jamás podrás
ser tú mismo entre gente blanca”. Si por algún lado se está rompiendo el
silencio y los temores frente a la doctrina ‘woke’, es por los padres de los
niños a quienes se encasilla en rígidas categorías raciales y se les hace ver
el mundo como una lucha de poder entre tribus. “Aquí es donde la gente tiende a
ser más franca”, dice Helen Pluckrose. “Si estás intentando salvar tu empleo,
quizás lo dejes correr. Si a tu hijo le están diciendo cosas horribles, ahí es
cuando la gente será realmente honesta y no se morderá la lengua”.
[7] Draconiano: Se
aplica a la ley o castigo que es muy cruel o severo. Viene de Dracón, Legislador ateniense que redactó un código célebre por su
severidad (621 a.J.C.).
[8] Recordemos que estos pensadores pertenecieron a la Escuela de
Frankfurt cuya meta fue intentar cambios sociales masivos que desembocaran en
el Marxismo, pero no en términos económicos si no en términos culturales (ver
apunte Neomarxismo de 2017).
[10] La interseccionalidad es un enfoque que subraya que el sexo, el
género, la etnia, la clase, la orientación sexual y otras categorías, están
interrelacionadas.
[11] Episteme: Conjunto de conocimientos que condicionan las formas de entender e
interpretar el mundo en determinadas épocas .
[12] Tautología: repetición innecesaria de un pensamiento usando las
mismas o similares palabras y que, por tanto, no avanza información.
[13] Rehabilitación.
[14] 2ª acepción: La endogamia es una práctica según la cual un grupo de
individuos rechaza o niega la incorporación de individuos ajenos al propio
grupo. La palabra, como tal, se compone del prefijo endo-, que significa 'dentro',
y -gamia, que significa 'unión'.
[15] Activistas, grupo
de presión
[16] DEI = Diversidad, Equidad, Inclusión
[19] Las cuota raciales en el empleo y la educación son requisitos numéricos para contratar,
promover, admitir y/o graduar a miembros de un grupo racial en particular .