de líderes
religiosos mundiales, un proyecto ateo
Stefano Fontana
Brújula cotidiana,
14-09-2022
El viaje de
Francisco a Kazajistán desde hoy, 13 de septiembre, hasta el 17 de septiembre
ha sido ampliamente cubierto por los medios de comunicación. A través del
programa detallado dado a conocer por la Santa Sede hemos sabido que no se
reunirá con el Patriarca Kirill tal y como se había especulado anteriormente, y
en cambio sí se sabe que puede haber un momento para ver al Presidente chino Xi
Jinping. Sobre todo, se ha explicado que Francisco participará en el 7º
Congreso de Líderes de Religiones Mundiales y Tradicionales que se celebrará en
Astana, ahora Nur Sultan, “como mensajero de la paz” en un momento en que el
mundo está muy necesitado de ella.
Las noticias han
insistido mucho en la importancia de estos encuentros religiosos para la paz y
la armonía. Todo esto es ya bien conocido, pero la trascendencia de la reunión
de los líderes religiosos se presta también a otras valoraciones, de las que
los medios de comunicación oficiales –es decir, prácticamente todos- no hablan.
Veamos...
Comencemos por
examinar qué es este Congreso de Líderes de Religiones Mundiales y
Tradicionales. Surgió en 2003 por iniciativa del entonces presidente de
Kazajistán y tiene como objetivos buscar “puntos de referencia humanos comunes
en las religiones mundiales y tradicionales” y poner en funcionamiento una
“institución interreligiosa internacional permanente para el diálogo de las
religiones y la adopción de decisiones acordadas”. Se trata de la llamada “ONU
de las Religiones”.
El Congreso
funciona a través de una Secretaría que, según se desprende de la página web
oficial, ejecuta las decisiones, prepara los materiales, redacta los
documentos, acuerda las cuestiones clave y, sobre todo, coordina “la
interacción con las estructuras internacionales en materia de diálogo
interreligioso e intercivilizado”. Hasta la fecha, han funcionado 19
secretarías. La actual secretaría está compuesta por diez representantes del
islam, cinco del cristianismo de los cuales uno es católico, cuatro
representantes del budismo, uno del taoísmo, uno del sintoísmo, uno del
hinduismo, tres de instituciones internacionales y cinco representantes de la
República de Kazajstán. Como se puede ver, la composición del Secretariado
no ofrece muchas garantías de equilibrio, los católicos están casi
completamente ausentes de él, y parece funcionar más para los contactos con las
instituciones. Ciertamente, la ONU de las religiones no puede permanecer ajena
a las asambleas de los organismos internacionales con los que debe sintonizar
los problemas de la paz y la armonía.
La Iglesia
Católica había enviado a cardenales como Tomko, Etchegaray o Tauran a congresos
anteriores, pero el Papa nunca había ido. Juan Pablo II había visitado
Kazajistán en 2001, pero en un viaje pastoral que no tenía relación con el
Congreso Mundial de Líderes de Religiones Mundiales y Tradicionales. Ahora,
Francisco va allí, en cambio, más por el Congreso que por Kazajistán.
Su viaje está
ciertamente en consonancia con la encíclica Fratelli tutti, con la declaración
de Abu Dahbi y con su concepción del diálogo interreligioso. Pero esto no puede
eliminar, si acaso alimenta, las perplejidades e interrogantes sobre una
inversión de imagen tan importante en un foro tan frágil como es el Congreso, y
sobre un proyecto de ONU de las religiones que recuerda más a los proyectos del
internacionalismo ilustrado que a las intenciones del universalismo católico.
El pensador más
ilustre que ha proporcionado las bases para un proyecto como el que se está
llevando a cabo en los Congresos de Kazajstán ha sido sin duda Immanuel Kant.
Para ello escribió sus dos tratados sobre La paz perpetua (1795) y La religión
dentro de los límites de la mera razón (1793). Como buen “pietista”, Kant
redujo la religión a la razón y la fe a la moral. Lo único que tiene que hacer
el creyente es “portarse bien”, todo lo demás es superstición. Y tiene que
hacerlo porque es lo único que puede hacer. La religión kantiana es, por tanto,
una religión universal, porque la razón y la moral son universales. También es
una religión sin dogma, porque sus principios son los principios de la moral
que la sola razón es capaz de fijar en la conciencia.
El universalismo
iluminista y masónico siempre se ha adherido a estas premisas. Sin embargo,
Antonio Rosmini, y Sofia Vanni Rovighi con él, dijeron que Kant era
filosóficamente ateo. Porque esa moral a la que había que reducir la religión,
era la moral “del mundo”, la moral dominante, podemos decir el humanismo de la
ONU. La moral natural que también busca el Congreso del que hablamos, no es la
moral natural, sino que es la moral actual, el mínimo común denominador de lo
que los hombres (y las instituciones internacionales) consideran hoy el bien y
el mal. Si se tratara de una moral natural, entonces exigiría el Dios verdadero
como cumplimiento de sus exigencias y no el sincretismo de varios dioses.
Una vez más
veremos al Papa rezar con sintoístas y taoístas. ¿Quién sabe si esto servirá
realmente para la paz? Los caminos del Señor son misteriosos y entenderlos no
está a nuestro alcance. Pero plantearse cuestiones serias y radicales sobre la
participación de la Iglesia católica en esta nueva moral cívica sincretista,
que sólo puede surgir de poner entre paréntesis la verdad o no verdad de las
religiones y reducirlas a la moral convencional de las instituciones
internacionales, me parece un deber verdaderamente moral y religioso.