POR HÉCTOR AGUER
La Prensa,
20.12.2023
La pregunta
estampada en el título nos lleva a considerar los orígenes de la organización
nacional. El artículo 2 de la Constitución promulgada en 1853 se ha conservado
invariable en las sucesivas reformas. En él se impone que el Gobierno Federal
sostiene el Culto Católico, Apostólico, Romano. Los Constituyentes no quisieron
formular los principios de un Estado Católico, pero tampoco optaron por la
alternativa de un Estado laico o ateo. La expresión sostiene ha dado lugar a
numerosas interpretaciones y a un debate entre especialistas del Derecho y
enemigos de la cláusula adoptada en 1853. Por entonces se tenía claro qué
significa Estado Católico; la historia ofrecía abundantes ejemplos.
En aquella segunda
mitad del siglo XIX, el Papa León XIII había actualizado la tradición secular,
especialmente en sus encíclicas “Diuturnum illud munus e Inmortale Dei opus”.
Los adversarios de la Iglesia y de su postura eran el liberalismo y el
socialismo. Entre nosotros, esas posiciones estaban corporizadas en la
masonería. El citado Pontífice propuso los fundamentos de la doctrina social
católica en un texto que se haría famoso, la encíclica “Rerum novarum”.
Los Constituyentes
argentinos tuvieron en cuenta la realidad de la sociedad argentina y no optaron
por la alternativa de un Estado laico o ateo, según la evolución de las ideas
de la Revolución Francesa. El sostiene que el artículo 2 de la Constitución
Nacional no se reduce al presupuesto de culto, sino que implica un
reconocimiento del carácter público de la religión católica, la apoya y la
fomenta.
LAS IDEAS DE
ALBERDI
La opinión al
respecto de Juan Bautista Alberdi causa una cierta perplejidad. El autor de las
Bases que inspiraron la Constitución pensaba que un Estado no puede sostener un
culto que no sea el propio suyo. Si no entiendo mal, esa expresión equivale de
algún modo a la idea del Estado Católico. La religión católica es el culto propio
del Estado Argentino. De tal manera se reconoce la realidad social y cultural
de un país en el cual la mayoría de los habitantes está bautizado en la Iglesia
Católica.
Los inmigrantes
españoles y sobre todo los italianos robustecieron esa realidad. Es verdad que
en las décadas finales del siglo XIX la acción de la masonería (el enemigo
secular de la Iglesia) tuvo una enorme influencia en los gobiernos de la época,
algunos de los cuales fueron de obediencia masónica; la Iglesia quedó
prácticamente recluida en los templos, sin un influjo real sobre la cultura.
Sin embargo, en varias Provincias del interior la fe y la vida cristiana
tuvieron amplio desarrollo y presencia.
VIDA RELIGIOSA DEL
PUEBLO
Para responder a
la pregunta que se formula en el título de este artículo, hay que juzgar sobre
el estado de la sociedad y la vida religiosa del pueblo. ¿Es la Argentina un
país católico?
El padre Leonardo
Castellani respondía: “sí, es católico mistongo”. Esta expresión tanguera y
lunfardesca significa poco serio. El gran pensador y escritor eximio acertó con
aguda perspicacia. La condición que afecta al catolicismo argentino explica de
algún modo los vaivenes históricos. Me permito añadir una característica de esa
condición.
Tradicionalmente,
los católicos argentinos no van a misa. El nuestro es un país sin Eucaristía.
El análisis que hoy día podría hacer un estudioso de la historia religiosa
argentina, puede reconocer dos momentos de apogeo protagonizado por laicos. En
los años 80 del siglo XIX, un grupo de católicos de vida pública, con cargos
políticos -diputados, especialmente- luchó contra la masonería en los campos de
la cultura y la educación: José Manuel Estrada, Pedro Goyena, a los que se
sumaron Achával Rodríguez Pizarro y algunos más defendieron la tradición
nacional adoptando una postura católica. que recibía el influjo del liberalismo
cristiano de Charles de Montalembert. Fueron laicos, anticipando en su
experiencia lo que sería la vocación laical según el Concilio Vaticano II,
ochenta años más tarde. Obispos había muy pocos y no tuvieron una participación
directa en los acontecimientos.
El segundo momento
fue el fenómeno de los Cursos de Cultura Católica, entre 1920 y 1945. Es
interesante señalar que se acercaron a ellos intelectuales y artistas que no
tenían ninguna pertenencia a la obra y presencia eclesial. En los Cursos se
formó toda una generación. Unos pocos sacerdotes acompañaron a este otro
movimiento laical.
JAVIER MILEI
Quemando etapas,
aplico el mismo interrogante a la actualidad, y me fijo como objeto la toma de
posesión del Presidente recién elegido, Javier Milei. El cual es exalumno de un
colegio católico, en el que, por hipótesis, debe haber recibido siquiera información
sobre la doctrina católica. Salta a la vista que no vive como católico, y llama
la atención su simpatía por el judaísmo. Inclusive, alguna vez ha mencionado su
deseo de convertirse al judaísmo. Mirando su caso superficialmente, notamos que
no se hace correctamente la señal de la Cruz, y que al entrar a la Catedral de
Buenos Aires esbozó una genuflexión mediante una “agachadita”. Deben ser restos
de su paso por el Colegio Cardenal Copello, de Buenos Aires.
A medias, el
inicio del período presidencial respetó la dimensión religiosa de la jornada
con un acto en la Catedral. Pero no fue el tradicional Tedéum, sino una especie
de conferencia interreligiosa, con la participación del judaísmo, de la
ortodoxia griega, de la confesión islámica y del evangelismo. La impresión que
causó la ceremonia -si vale este nombre cuando no hubo oración- es que la
Argentina ya no es un país católico, ni siquiera mistongo. Es verdad que el
arzobispo de Buenos Aires ejerció la presidencia y leyó un pasaje del
Evangelio. Era el final del capítulo 7 de San Mateo, la comparación entre la
casa edificada sobre roca -invulnerable a todas las tormentas- y la levantada
sobre arena movediza y por tanto frágil. El comentario del Arzobispo Primado
valoró los cimientos que nos permitieron conservar la casa a pesar de todas las
peripecias vividas. Es preciso fortalecer los cimientos: fraternidad, libertad
y memoria. Invocamos -dijo- al Espíritu Santo para que nos ayude a fraguar los
cimientos y así construir nuestra casa, la Argentina. Olvidé citar la confesión
anglicana, que estuvo representada por un arzobispo.
Me llamó la
atención cómo el Presidente siguió emocionado la intervención del rabino Shimon
Axel Wahnish, con el cual se estrechó largamente en un abrazo. Se explica,
porque éste es para él un padre espiritual. A propósito, éste es el lugar para
preguntarse: ¿cómo es posible que no haya habido uno solo del más de centenar
de miembros del Episcopado Argentino que se acercara a Javier Milei durante la
campaña, o después de su elección? La Iglesia, oficialmente, lo ignoró. La
responsabilidad de esa omisión recae sobre la dirigencia de la Conferencia
Episcopal. Es evidente que los ejecutivos del Episcopado esperaban el triunfo
de Massa. ¡Siempre fuera de foco!
Recuerdo, en
cambio, la perspicacia de dos Cardenales Primados en su comprensión del papel
político que le corresponde al cargo: Antonio Caggiano, durante muchos años
Obispo de Rosario, y luego de Buenos Aires, y Antonio Quarracino, arzobispo de
Buenos Aires. A pesar de los cambios registrados en la religiosidad de la
sociedad, aquellos dos no dudaron del carácter religioso como identidad
nacional. Siendo obispo auxiliar de Quarracino, lo acompañé en los Tedéum de
las fiestas patrias. Su Eminencia presidía la celebración revestido de capa
pluvial y llevando mitra y báculo. Las autoridades y otros invitados especiales
asistían con respeto. Era impensable un 25 de Mayo o un 9 de Julio sin Tedéum.
Se manifestaba claramente que los gobernantes estaban convencidos de esa
realidad histórica: la Argentina es un país católico. Oficialmente, la Iglesia
acompañaba al orden político, aunque los gobiernos fueran de distinto origen
partidario. Así fue desde siempre. Herencia de las raíces en España que
respetaron nuestros próceres.
Debo apuntar aquí
el influjo del Concilio Vaticano II, y la transformación de la sociedad avalada
por el progresismo contra el orden tradicional. En los últimos 50 años ha
decaído notablemente la práctica religiosa, se multiplicaron los grupos
evangélicos y pentecostales, el desbarajuste litúrgico fue total, la Iglesia
estuvo ausente de los centros donde se gestaban las vigencias culturales; a
pesar de las inquietudes religiosas de muchos jóvenes, hay que decir que la
evangelización católica de la sociedad ha fracasado.
Concluyo este
informe retomando el significado de la simpatía del nuevo Presidente por el
judaísmo. Asistió a una celebración tradicional de la comunidad judía, la
fiesta de Janucá, que se realizó en una plaza del barrio de Palermo, en Buenos
Aires. Se trata de una festividad de la luz; luciendo una kipá, como
corresponde ritualmente, encendió una vela en el candelabro de nueve brazos.
Señaló, desde el escenario, que “la principal lección es que la luz se impone
sobre la oscuridad; después de tantos años va a salir la luz y eso va a ser una
revolución moral porque la vamos a hacer sobre los valores”. Acompañaron a
Milei varios funcionarios. El Presidente no nombró a Dios, sino que invocó a
“las fuerzas del Cielo”, que según aseguró “van a apoyar a la Argentina y a
Israel”. Su participación fue más activa que en el acto interreligioso de la
Catedral.
Retomo lo que ya
he mencionado, la indiferencia de los obispos, entretenidos en sus divagaciones
estratosféricas. Ni uno solo se acercó al Presidente, como era su deber; esto
constituye una verdadera vergüenza, que no debe ser olvidada.
Héctor Aguer
Arzobispo Emérito
de La Plata.