Los insultos del
Papa son inadmisibles
Brújula cotidiana,
27_04_2024
Los insultos
proferidos por el Papa Francisco no deberían sorprender demasiado a estas
alturas: ya sea hacia ciertas categorías de católicos o hacia otras personas,
por desgracia estamos acostumbrados a expresiones de desprecio que quedarían
mal en boca de cualquiera, más aún en la boca de un Papa. Sin embargo, en
algunas ocasiones es necesaria una aclaración, porque los juicios que expresa
son peligrosamente equívocos: es el caso de la última entrevista en vídeo
concedida a la televisión estadounidense CBS, en la que llama “necias” a “las
personas que niegan el cambio climático”.
En realidad, el
miércoles por la noche se han emitido solamente algunos fragmentos de la
entrevista que fue grabada la semana pasada, acompañados de un reportaje que
intenta contextualizar las opiniones del Papa. La entrevista completa de una
hora de duración se emitirá el 19 de mayo en el programa “60 Minutes” de Norah
O'Donnell, y constituye, a su manera, un acontecimiento histórico, ya que se
trata de la primera entrevista cara a cara concedida por el Papa Francisco a
una cadena de televisión estadounidense.
En el fragmento
emitido (ver a partir del minuto 4'53"), Norah O'Donnell le pregunta al
Papa: “¿Qué les dice a quienes niegan el cambio climático?”. El Papa Francisco
responde: “Hay gente necia. Y es necia aunque les muestres investigaciones, no
se las creen. ¿Por qué? Porque no entienden la situación o porque tienen sus
propios intereses. Pero el cambio climático existe”.
La pregunta ya es
una demostración de ignorancia e incultura, pero la respuesta es -por
desgracia- aún peor. Por eso sería útil al menos resumir los verdaderos
términos de la pregunta.
Para empezar,
nadie niega el cambio climático porque el cambio climático es la norma; desde
que se creó el mundo, el clima siempre ha cambiado, nunca ha habido
“estabilidad climática”. Cualquiera con un mínimo de educación recuerda haber
oído hablar de glaciaciones y periodos interglaciares, por ejemplo.
Paradójicamente, son los catastrofistas climáticos los que nos quieren hacer
creer que el clima tendría un equilibrio eterno si no fuera por las actividades
humanas que han hecho saltar todo por los aires desde la revolución industrial.
E incluso sobre el calentamiento global, es decir, un aumento de
aproximadamente 1 °C en la temperatura media global desde aproximadamente 1870
hasta nuestros días, no hay esencialmente ninguna disputa.
En cambio, lo que
se discute es la afirmación de que la actual fase de calentamiento no tiene
precedentes, que es responsabilidad única (o casi única) de la humanidad, que
las temperaturas tienden a subir de forma incontrolada y que todo ello tiene
consecuencias catastróficas para el planeta y para nuestras vidas. En
definitiva, hay quienes apoyan la existencia de una emergencia climática -y
éste es el pensamiento que subyace a las políticas climáticas y a la urgencia
con la que se está llevando a cabo la transición ecológica y energética- y hay
quienes niegan que exista emergencia alguna en relación con el clima, y quienes
advierten contra la inversión de miles de millones de dólares o de euros en
medidas que en ningún caso cambiarían la evolución del clima, sino que, por el
contrario, llevarían a cientos de millones de personas a la pobreza.
Evidentemente, el
Papa Francisco está con los primeros y ha hecho suya plenamente no sólo la
tesis de la emergencia climática, sino también el catastrofismo que la
acompaña. Desde este punto de vista, la encíclica Laudato Si' (2015) y, peor
aún, la exhortación apostólica Laudate Deum (2023) son la prueba de que el
Pontífice podría recibir fácilmente un carné honorífico de WWF o Greenpeace. Es
más, en Laudate Deum, núm. 58, el Papa Francisco también hace un guiño a los
extremistas de la Última Generación, aquellos que, para ser precisos, bloquean
el tráfico o destrozan obras de arte y otros lugares simbólicos: “En realidad
-escribe Francisco- ocupan un vacío en el conjunto de la sociedad, que debería
ejercer una sana presión, porque corresponde a cada familia pensar que está en
juego el futuro de sus hijos”.
Así que a esto se
refiere el Papa Francisco en su respuesta a Norah O'Donnell: los “necios”
serían entonces los numerosos científicos y expertos, entre ellos varios
premios Nobel, que niegan con datos en la mano las tesis catastrofistas y
denuncian la instrumentalización de la ciencia con fines políticos.
No necesitan que
les enseñen investigaciones, las hacen ellos mismos y llegan a resultados
completamente distintos de los impuestos por el pensamiento dominante, incluida
la Iglesia. Y es sencillamente ridículo que un Papa, sin competencia en la
materia, les diga que “no entienden la situación” o incluso les insulte
diciendo que la niegan porque están pensando en “sus propios intereses”:
estamos hablando de personas que han dedicado su vida al estudio y a la
investigación, que no necesitan lucirse para obtener beneficios de ello. Es
más, ponen en riesgo su posición precisamente por creer en la verdadera ciencia
en tiempos de ideologías totalizadoras.
Bastarían estas
simples observaciones para aconsejar al Papa que evite juicios precipitados
sobre las personas y que recuerde que -aunque no sea el Magisterio- en las
entrevistas es importante saber de qué se habla. Y también que intente escuchar
los argumentos de los científicos que niegan la existencia de una emergencia
climática: seguro que aprendería algo.
Pero el verdadero
problema es el que ya poníamos de relieve en el momento de Laudato Si', a
saber, la elevación de una tesis científica -por su propia naturaleza sujeta a
corrección o negación- a verdad de fe, que exige por tanto una acción moral
inmediata. Hoy, cualquier verdad proclamada por la Iglesia desde hace dos
mil años puede ser cuestionada, pero una tesis científica controvertida y
discutida como el Calentamiento Global Antropogénico (es decir, provocado por
el hombre) es una verdad absoluta; y la transición ecológica es un deber moral,
so pena de ser insultado públicamente por el propio Papa.
Y aquí ya no se
trata de opiniones divergentes o de incontinencia verbal, es la propia misión
de la Iglesia la que se cuestiona.