jueves, 16 de mayo de 2024

LA PENA DE MUERTE


 ocasión de santidad

 

Por Bernardino Montejano.-

 

Informador Público

 

Seguimos con los temas penales y queremos que los lectores conozcan la historia del asesino francés Jacques Fesch, condenado a muerte por homicidio, guillotinado en 1957, hoy en proceso de beatificación.

 

Como no queremos confundir más, es necesario conocer la historia de este hombre, que no tenía intención de matar a nadie, pero que, al verse acorralado, mató a un policía.

 

Hijo del director de un Banco, que poco se ocupaba de su prole, Jacques abandonó sus estudios a los 18 años, entró en contacto con pandillas juveniles, muy mala compañía, se casó por civil y luego abandonó a su mujer embarazada. Dejó el trabajo y fugitivo de la realidad, planeó viajar a Tahití. Como necesitaba dinero para comprar un velero, proyectó un asalto, las cosas se complicaron y asesinó a un policía.

 

Tras un año de cárcel, escribió: “Hace tres días que he recuperado la fe… por segunda vez en mi vida caen las escamas de mis ojos y percibo la misericordia de Dios. Empezó entonces su itinerario espiritual, “con una encendida devoción a la Virgen María y un especial afecto por Santa Teresita del Niño Jesús” ¡que par de intercesoras!, la Virgen, “omnipotencia suplicante” y santa Teresita, presente en los casos más difíciles.

 

Escribió un diario hasta su último día, en el cual se lee: “es necesario rezar sin cesar”, “no tengo miedo de morir, sino de no morir cristianamente”, “la vida es, a pesar de todo, una gran bendición”.

 

El arzobispo de París, cardenal Jean-Mare Lustinger, al iniciar el proceso de beatificación, aclaró: “Dios no canoniza el pecado, sino el arrepentimiento, porque nadie debe sentirse excluido de su amor”.

 

Durante su peregrinaje se carteaba con el P. Thomas, benedictino de la Abadía “La Pierre-qui-vive”, su pequeño “hermano espiritual”.

 

La tarde de su ejecución regularizó su situación y se unió con su mujer mediante matrimonio religioso por poder, él en su celda y ella en la iglesia de Saint-Germain-en-Laye.

 

Cuando Cristo dice: “las prostitutas los precederán en el Reino de Dios” no canoniza la prostitución, sino anuncia su arrepentimiento, porque habrá más alegría en el cielo por un pecador que se arrepienta, más que por 99 justos que no tienen necesidad de arrepentirse.

 

Poco antes de su ejecución, el guillotinado exclamó con profunda fe: “Dentro de cinco horas veré a Jesús”. Hoy compartirá la beatitud con Dimas, el buen ladrón.

 

El papa Benedicto XVI recibió el 3 de diciembre de 2009 a Monique Fesch, hermana de Jacques. Es raro que Francisco, con la importancia que le concede al tema, nunca hizo la menor referencia a este Siervo de Dios. ¿Por qué será?

 

La respuesta, anticipada anoche por mi mujer, me la dio un sacerdote esta mañana: Francisco está contaminado por el pensamiento de Zaffaroni.

 

Como ya hemos hablado del destructor del derecho penal, hoy presentaremos a su maestro y entrañable amigo, el sacerdote Antonio Beristain Ipiña, quien, con mayor cultura, nos muestra dónde palpita su corazón en su libro “El delincuente en la democracia” (Universidad, Buenos Aires, 1985).

 

El esquema de Beristain es sencillo: los presos en general son víctimas de injustas estructuras políticas y económicas que los mueven a delinquir; en realidad los verdaderos delincuentes son quienes manejan y usufructúan esas estructuras, pero que no van presos por sus contactos, dinero e influencias.

 

Después de una larga cita del obispo Helder Cámara, quien afirma que “lo intrínsecamente perverso no es el socialismo sino el capitalismo y que la revolución sólo tiene un vínculo histórico con el materialismo filosófico y el ateísmo, y es consustancial al cristianismo, Beristain acusa a la prisión como al cuartel, la escuela, el manicomio y amplios sectores de la Iglesia, de ser factores reaccionarios” (p. 101).

 

Según él, la realidad de la cárcel, tal como la practican hoy muchos países, “exige su abolición “porque viola los derechos elementales de la persona y se apoya en una concepción ilustrada a lo siglo XVIII” (p. 137).

 

Cita al mejicano Jiménez Huerta, según quien, el actual sistema carcelario “es un instrumento esencial para crear una población criminal reclutada casi exclusivamente en las filas del proletariado, para afirmar el poder y al insumiso dominar” (p. 76).

 

Respecto de los motines carcelarios, señala que “nacen por ineptitud del sistema, brotan por los fines anacrónicos que las prisiones pretenden, más que por los medios que se emplean en ellas” (p. 75).

 

El autor escribe que “en un Estado democrático social de derecho, sancionar puede ser obligación, pero nunca virtud, porque ella es perdonar con alegría, como el padre del hijo pródigo” (p. 118).

 

Aquí, confunde justicia con perdón; desconoce las palabras de San Isidoro de Sevilla: “La vida humana se rige por el premio y por el castigo” y la elaboración brillante de Santo Tomás de Aquino del tema de la vindicta, como virtud anexa a la justicia, que supera los dos extremos viciosos: uno, por exceso, la crueldad e inhumanidad que exagera el castigo, otro por defecto, la debilidad en la aplicación de la pena merecida.

 

También postula “prisiones abiertas”, donde los condenados deberán dormir en su celda “pero durante el día podrán salir a trabajar y a algunos lugares de descanso” (p. 129). Lástima que no visitó como nosotros la cárcel de la República de San Marino, donde sus deseos se hacen realidad; pero esto sólo se puede hacer en poblaciones pequeñas o medianas, en las que existe un saludable control social.

 

En el prólogo, Elías Neuman, desde su perspectiva judía, sugiere a los cristianos un par de cosas: 1) Cristo, negado por los sabios, murió comprendido por un ladrón; 2) si “volviera a la tierra, se encontraría más cómodo en una cárcel que en una empresa nuclear” (págs.16/17).

 

Todo interesante, ilustrativo y tal vez útil para entender el pensamiento y las preferencias del papa Francisco en el ámbito penal.