viernes, 16 de agosto de 2024

LA ESTUPIDEZ

 


 de una escuela emancipada

 

Por Carlos Daniel Lassa*

La Prensa, 15.08.2024

 

Suele atribuírsele al destacado físico alemán Albert Einstein la siguiente frase: “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana”.

En la educación, hace un buen tiempo que esta infinita estupidez está bastante consolidada. Una de las manifestaciones más claras es esta: considerar a la educación en términos de revolución o emancipación.

En realidad, esta pseudoeducación produce un individuo incapaz de emanciparse de nada, comenzando por su propia falta de cultivo interior.

Dentro de las incontables carencias que reciben nuestros estudiantes hay una que se destaca: la ausencia del hábito del pensar. Ciertamente, un joven que pretenda ser dueño de sí mismo, para poder emanciparse verdaderamente del error y de la estupidez (que todos llevamos dentro), debe necesariamente saber pensar.

Pero veamos: esta nueva mentalidad que deambula por las instituciones educativas se nutre de algunos dogmas indiscutibles. Por ejemplo: que toda autoridad es incompatible con la emancipación, con el pensar y con la verdadera libertad del hombre.

 

¿QUÉ PASA CON LA AUTORIDAD?

La primera de las premisas que enarbolan los educadores que ven en la emancipación la solución a todos los problemas es considerar a la autoridad y a la razón como términos antagónicos.

Es necesario observar que esta dialéctica opositiva (autoridad vs. razón) tiene su origen en el racionalismo iluminista. Para este último, la razón humana no necesita de ninguna otra realidad para completarse. De allí el rechazo inicial de Dios y del pecado original. El hombre es un ser completo que se basta a sí mismo para ser.

Este racionalismo ha generado, entre otras cosas, concepciones perfectistas de la política que han sido devastadoras. Se llegó al absurdo de pensar a la política como instancia salvadora del hombre.

Esta hybris anética (léase: desmesura desvinculada de la ley) condujo al más absoluto escepticismo respecto de la política. En efecto, ¿cómo seguir creyendo en una instancia que no solo no ha sido capaz de darme lo que prometía, sino que, además, me ha provocado un enorme daño?

La autoridad, dentro de la atmósfera cultural del siglo XVIII, se concibe como represión. Pero en realidad, el término auctoritas procede del verbo latino augere, que significa “hacer crecer”. Por el origen etimológico, esta palabra está conectada con los términos augustus (aquel que acrecienta) y también auxilium (ayuda proporcionada por una potencia superior).

Consecuentemente, esta auctoritas no solo que no se opone a la razón, sino que, más bien, la exige. En efecto, como acertadamente dice Gadamer, la autoridad no se funda en un acto de sumisión y abdicación de la razón, sino en un acto de reconocimiento y conocimiento.

Expresa Gadamer que, toda vez que se admite la autoridad, se la está reconociendo como algo que está por encima de uno mismo, no solo en juicio sino también en perspectiva. Por lo tanto, ser capaz de aceptar su perspectiva me permite elevarme y poder crecer en mi ser.

Desconocer la autoridad equivaldría a negarme a crecer, impedir ser mejor. Equivaldría a la prolongación de aquel acto primero del que les hablaba al principio que es la estupidez. Al respecto, el filósofo Michele Federico Sciacca refiere en su obra ‘L’oscuramento dell’intelligenza’, que la stupidità radica en la pérdida del límite cuyo reconocimiento es signo de inteligencia.

 

OBEDIENCIA Y EDUCACIÓN

Por todo lo expresado podemos afirmar que el verdadero maestro es aquel que posee una auténtica auctoritas sobre su discípulo. Es maestro ese “augusto” poseedor de un ascendiente intelectual y moral que se propone como fin principal el crecimiento de su alumno.

Pero, a su vez, este “augusto” requiere de la obediencia, enteramente racional, de su discípulo. En efecto, alguien puede acrecentar su ser solo si es capaz de escuchar (audire) a aquel que está por encima (ob) de él en la virtud. De ahí el término ob-ediencia (ob-audire).

¿Cómo podríamos aprender a pensar sino a partir de alguien que piense y sea capaz de saber cómo se hace? ¿Cómo ser justos sin la presencia de un maestro que otorgue a cada uno de sus alumnos aquello que les corresponde?

Una educación que tiene su punto de partida en la obediencia es capaz de una auténtica emancipación: liberarnos de todo aquello que nos aleje de una vida virtuosa.

LA NECESIDAD DE LA EXPERIENCIA

La educación que defiende a rajatablas la actual emancipación considera que el primer acto del espíritu humano es la acción negativa sobre lo real: una acción que rechaza todo lo que proviene del exterior.

Esta acción primera convierte a este sujeto activo en un inhabilitado para adquirir experiencia. Y es inhabilitado de experiencia por cuanto no es capaz de que algo le pase, de que algo lo afecte y, consecuentemente, de que ese algo deje en su interior una huella que lo modifique. De allí, entonces, que un sujeto de experiencia se defina no tanto por su actividad como por su pasividad, por su receptividad, por su apertura. Sin embargo, no estamos frente a una pasividad inerte, sino a una pasividad que, frente a lo se le presenta, suscita su atención, su receptividad, su apertura esencial.

Precisamente, la palabra experiencia procede del término latino experiri (probar). Podemos decir, entonces, que la experiencia es un encuentro o una relación con algo que se prueba. Y probar solo puede hacerlo aquel que sabe obedecer, que deja de escucharse a sí mismo para recibir en su interior una palabra de mayor anchura que puede elevarlo y cualificarlo.

 

¿DE QUÉ EXPERIENCIA HABLAMOS?

Ahora bien, la pregunta que no podemos soslayar es esta: ¿qué es aquello que el discípulo debe ser capaz de probar (experiri) para ver acrecentado su ser, para empezar a transitar la senda de una auténtica educación? Esa realidad que exige ser probada y que lo coloca en la senda del verdadero progreso (el cual siempre es progreso en la verdad de su ser y del sentido de todo lo que es) es el pensar. Ya lo he dicho más arriba.

Y pensar es, como nos lo dijera el venerable Platón en el “Teeteto”, el diálogo del alma consigo misma que consiste en preguntar y en responder.

El maestro enseña a su discípulo tanto la dificultad del preguntar (para preguntar es menester tener alguna idea de lo preguntado y, a la vez, no saber todo acerca de lo preguntado), como la de recorrer el camino que va desde la pregunta hacia la respuesta.

En este trayecto, la inteligencia debe realizar tres actos fundamentales: definir, analizar y sintetizar. Pero, además, la inteligencia, luego de llegar a la respuesta en el momento sintético, volverá sobre sus pasos (reflexio) para comprobar si los actos de definir, analizar y sintetizar han sido realizados de un modo adecuado. Por eso, la reflexión es un acto segundo que sigue al acto primero que llamamos pensar.

Ahora bien, cuando el discípulo aprende a pensar guiado por el maestro, va a ser capaz de realizar, en primera persona, este acto de preguntar y responder. Y la respuesta a la que llegue va a ser “su” respuesta por cuanto el camino fue transitado por su propia inteligencia.

 

EL RUMBO ERRÁTICO DE LA EDUCACIÓN ACTUAL

La escuela actual, en lugar de seguir este modo natural de acceder al saber, ha estado ensayando (con reiterados fracasos) un camino bastante obtuso. Ofrece a sus educandos respuestas que nadie sabe a qué preguntas responden. Se asemeja a aquel cazador que, en lugar de apuntar a la presa para luego gatillar, arroja disparos al aire, sin ton ni son, para ver si, por azar, logra derribar algo.

Enseñar a pensar es poner al discípulo en condición de un verdadero progreso. Y va a ser real progreso si logra transformarlo en alguien capacitado para encontrar respuestas adecuadas a las preguntas que se formule.

Autoridad, obediencia, experiencia y pensar, pues, constituyen las cuatro instancias fundamentales de una auténtica educación. La destrucción de la primera ha conducido a una razón estúpida que ha perdido todo sentido del límite. De ello se ha seguido la incapacidad para obedecer y, consecuentemente, poder experimentar la alegría de pensar con cabeza propia.

No es casual que, de la muerte de ´augusto´, se ha originado la escuela que el filósofo francés Jean-Claude Michéa ha definido en una de sus obras como La escuela de la ignorancia.

En definitiva, es una escuela que, lamentablemente, perpetúa una forma de ignorancia disfrazada de educación.

 

* Doctor en Folosofía de la Universidad Católica de Córdoba.