lunes, 1 de julio de 2013

PERONISTAS DE TODOS LOS COLORES



Por Pablo Sirvén
    
Como las bebidas cola, que tienen su versión light, y como los supermercados que presentan segundas marcas que aspiran a parecerse a los productos de primera línea, el peronismo también dispone de distintas versiones al gusto de consumidores heterogéneos.

El justicialismo ofrece sus coreografías insólitas con participantes que dudan hasta el último minuto al borde del trampolín si lanzarse o no a la pileta, o que amagan hacerlo de cabeza y apenas les sale un indecoroso panzazo, casi como si compitiesen en Celebrity Splash, el reality show acuático de Telefé.

Cínico y versátil, el movimiento más popular de la Argentina es una aspiradora de espacio en los medios, gracias a la danza continua de jugadores ubicuos y lábiles con tipologías diversas (audaces, timoratos, incondicionales y hasta los que impostan ser opositores) que se repelen en serio, dramatizan diferencias que no son tales y que se insultan o se abrazan según la ocasión.

"Los peronistas somos como los gatos. Cuando nos oyen gritar creen que nos estamos peleando, pero en realidad nos estamos reproduciendo", solía repetir Perón.

En el planeta justicialista, ninguna pelea ni alianza es para siempre. Mientras tanto sacan músculo dividiéndose y volviéndose a juntar en el momento menos pensado. Brindan un espectáculo colosal que opaca sin remedio los movimientos mucho más modestos y grises de las demás expresiones políticas.

Hoy hay kirchneristas ortodoxos (los candidatos bendecidos por la Presidenta), kirchneristas light (como denominó Francisco de Narváez a la lista de Sergio Massa) y no kirchneristas (la propuesta del propio De Narváez, que se nutre con peronistas disidentes). Hasta unas horas antes del cierre de listas, el sábado de la semana pasada, varios jugadores, que terminaron integrando un frente determinado, podrían haberse incorporado al de la vereda de enfrente. Todo es laxo, ambiguo e inestable, cero principio y la nada misma en lo programático.

El peronismo siempre fue voluble pero al menos en lapsos más prolongados. Ahora, como en un abanico desplegado, ofrece varias alternativas a la vez. Está en todos lados al mismo tiempo.

Históricamente, el PJ fluctuó en forma pendular en un arco ideológicamente amplísimo que rota del neoliberalismo/desarrollismo (Perón, dando a la California generosas prerrogativas para explotar el petróleo en la Patagonia, la década menemista y los aportes que hicieron a ella, tanto como al kirchnerismo, dirigentes provenientes de la UCeDé) al populismo cerrado (el Perón, de 1946 a 1951, y Cristina Kirchner, de 2008 en adelante).

Su heterodoxo ADN original (militares, conservadores populares, gremialistas y socialistas y radicales desencantados) planteó de arranque una hibridez que el tiempo no hizo más que acentuar.

¿Qué tipo de presidente peronista podría haber sido Domingo Mercante en 1951? Nunca lo sabremos porque Perón lo sentenció al ostracismo para hacerse reelegir (reforma de la Constitución mediante, en 1949).

Pero cuando el líder justicialista estaba en un exilio que parecía perpetuo, apareció aquí el primer desdoblamiento partidario, un "peronismo sin Perón" que terminó costándole la vida al metalúrgico Augusto Timoteo Vandor, que pretendía encarnarlo.

El caudillo, en cambio, se sentía más cómodo en lo que en la actualidad acaba de volverse contagiosa moda en dirigentes de distintas extracciones: desdoblarse en sus esposas. Perón lo hizo en dos: primero en Eva, virtual cofundadora de su movimiento, pero a la que no defendió lo suficiente para que fuese su vicepresidente en el 51; e Isabel, su embajadora primero contra Vandor, en 1965, y luego su inevitable heredera política y de la presidencia tras su muerte, en 1974.

Ya en los años 90 el menemismo, inquilino principal por entonces del peronismo, creó sus propias luchas internas, pero en vez de resolverlas en elecciones partidarias, llevó a comicios presidenciales esa bifrontalidad. Así en 1995 confrontaron Menem-Ruckauf (la fórmula triunfadora) vs. Bordón-Álvarez.

El fenómeno se acentuó a partir de 2003 cuando hubo nada menos que tres candidatos peronistas a presidente: Carlos Menem (quien ganó en primera vuelta), Néstor Kirchner (ungido jefe de Estado por un escaso 22% de los votos, al renunciar el riojano a competir en el ballottage) y Adolfo Rodríguez Saá (que había sido presidente fugaz en la última semana del tumultuoso 2001 elegido por el Congreso).

También hubo tres candidatos peronistas en las elecciones de 2007 y de 2011 (en el primer caso, Cristina Kirchner, Roberto Lavagna -hoy un líbero que todos desean en sus filas- y Alberto Rodríguez Saá; en el segundo, otra vez Cristina y Rodríguez Saá, más el ex presidente provisional Eduardo Duhalde).

Perón vislumbró con lucidez que la fortaleza de su partido radica en ser al mismo tiempo jugador principal y árbitro de la política argentina y disponer de un incomparable "vehículo" electoral al que todos quieren subirse. Lo explicaba el líder con una humorada cuando decía que el espectro político local se dividía en radicales, conservadores y socialistas. "¿Y los peronistas, General?", siempre caía uno. Riendo y guiñando un ojo respondía: "Ah, no, peronistas son todos"


La Nación, 30-6-13