miércoles, 10 de septiembre de 2008

La debilidad de la ciudadanía


Por Carlos Cabana Cal.


La debilidad de la ciudadanía frente al avasallante poder de los políticos, es fácilmente notable. Se instalan en los Gobiernos, normalmente usando mecanismos muy cuestionables, pero efectivos para ellos y sus ambiciones. Es difícil encontrar quien los quiera, pero logran llegar y quedarse.

Cuesta mucho, por más que se intente, al menos en la Argentina de estos últimos años, desprenderse de figuras desgastadas, sospechadas, involucradas en centenares de negocios extraños, con amistades peligrosas, y un control sobre los aspectos más importantes de la vida política del país.

Con sólo dedicarse a estar algo atentos a los movimientos que realizan los gobernantes, a nivel nacional, provincial o municipal, puede verse que en la inmensa mayoría de los casos, el interés que en ellos prevalece es el del mejoramiento de sus situaciones personales. Se desconoce casi la vocación de servicio. Utilizan sus cargos como puentes para arribar a condiciones de vida que de otro modo- ejerciendo sus profesiones, siendo empleados o practicando el comercio-, no podrían alcanzar tan fácilmente.

El fenómeno se manifiesta también en el sindicalismo. Se actúa, en este terreno, de un modo paralelo al de la política, y entre esos dos ámbitos suelen complementarse a la hora de edificar los ambiciosos sueños de estos políticos y sindicalistas, obviamente para si mismo y sus adláteres.

Conforman una estructura muy fuerte desde donde se defienden a capa y espada, con tal de no perder tan altos privilegios.

Hasta aquí, lo que podría llamarse un diagnóstico a vuelo de pájaro. Lo más difícil es explicar las razones de tal comportamiento, el que termina sometiendo a la gran mayoría de ciudadanos, quienes quedan así desprotegidos ante tamaña organización de poder.

Lo primero que surge, al querer mencionar esas razones, es el conocido desinterés en involucrase en la política que muestra esa mayor parte de la ciudadanía, precisamente la perjudicada por su propia omisión.

Ante esta expresión crítica, manifestada en cualquier ámbito social de la Argentina, inicialmente las respuestas excusatorias surgen a raudales: 1) “No hay tiempo para dedicarse a la política”; 2) “No se consigue nada con hacerlo, frente al enorme poder de la corrupción”; 3) “Es un gran desgaste sin resultados buenos previsibles”; 4) “Uno termina “jugándose” sin que los demás hagan nada”; 5) “Tengo que atender a mi familia y mi trabajo”; 6) “Para eso están los que tienen vocación”; 7) “Hay que capacitarse para actuar en política”; 8) “Da una mala imagen estar en política, uno termina por embarrarse”; y así, tal vez decenas de excusas.

Si se cuenta con auténtica vocación de servicio y deseos de conseguir que la Argentina vuelva a encausarse de una vez por todas, cada uno de los puntos que aparecen en el párrafo anterior, puede ser discutido, pero habrá que reconocer que la mayoría de ellos, que constituyen nada más que una selección de entre otros muchos escuchados, contienen buena parte de verdad y reflejan lo que cualquiera puede percibir acerca de la realidad del país.

Por lo que se requiere una fuerte convicción y enorme vocación para enfrentarlos. Sin embargo, no habría- por lo menos no nos resulta fácil saberlo-, otro modo de intentar mejorar la situación que se describe, sin esa férrea participación cívica, que apunte a prevenir los hechos relatados y a combatir a quienes los promueven.

Un esfuerzo que parece imposible de sobrellevar, más sin embargo, estando en medio de la lucha esa visión pesimista podría cambiar, como sucede en muchos aspectos de la vida, cuando uno termina involucrándose.

Es un tema para un largo tratamiento, pero al menos podría intentarse aquí reflejar los principales lineamientos que requiere una conducta tendiente a perfeccionar el sistema democrático para conseguir Gobiernos justos y decentes, y además eficientes para la compleja administración que exige un país.

Habría que ir imaginando, por ejemplo, la posibilidad de crear estamentos distintos a los partidos políticos (tal vez, a modo de Foros, Ateneos o similares), si estos están tomados por la corrupción, no para sustituirlos, sino para complementarlos, utilizando mecanismos de control y vigilancia sobre los mismos. Hoy está acabadamente demostrado que los partidos políticos en la Argentina, así como están, “tomados” por archiconocidas figuras, no actúan, no sirven al sistema republicano, de modo que hay más de una justificación para trabajar, en ese sentido.

La creación de bandas intermedias compuestas por expertos en Derecho, Comunicación, Economía, Seguridad, Producción, etcétera, para actuar ante cada caso especial, podría ser una idea inicial de participación, la que de ningún modo atentaría contra nuestros principios constitucionales, sino que representaría un intento de salvataje del mismo sistema, hoy desfigurado y viciado, sin posibilidad de reconstruirse por sí mismo.

Sólo se trata, lo dicho, de una sugerencia amplia, como para ingresar en un debate que podrá ser enriquecido más sabiamente, quizás, por los distinguidos lectores con que este medio cuenta.

Lo que sí no podrá estar ausente, sea cual fuere el sistema o estrategia a utilizar, es una ineludible mayor y profunda participación de cada uno de nosotros para sacar al país adelante.

Tal vez, como una ayuda para comenzar a hablar, lo dicho sirva. Ojalá así sea.



NuevoEncuentro 09/09/08