martes, 16 de diciembre de 2008

Mons. Aguer: "Hay un sesgo ideológico en las escuelas"


Entrevista: El rumbo de la educación.
La principal voz de la Iglesia en el área educativa cuestiona algunos contenidos que se imparten en las aulas estatales

Por Mariano de Vedia


"La escuela ha perdido autoridad", dijo monseñor Aguer, que lleva en su pecho la cruz pectoral que recibió del cardenal Eduardo Pironio

"Yo soy alumno de los colegios estatales y tengo recuerdos gratísimos, aún del secundario, que fue tan criticado y al cual se le atribuía un carácter enciclopédico. La diferencia con lo que pasa hoy es abismal."

Para monseñor Héctor Aguer, egresado del colegio estatal Urquiza, de Flores, y con 36 años de vida sacerdotal, la escuela ha perdido autoridad.

Arzobispo de La Plata desde junio de 2000, hoy siente más de cerca los problemas que afectan a los 800.000 docentes y 10 millones de alumnos del país, a los que se suman los padres.

La Conferencia Episcopal Argentina acaba de designarlo por el voto de los obispos presidente de la Comisión de Educación Católica, por tres años, y su misión pastoral no se agota en los colegios católicos de su jurisdicción, sino que se extiende "a los niños que van a escuelas estatales, muchos de los cuales, si no la mayoría, son bautizados en la Iglesia Católica", afirmó Aguer, en una entrevista con LA NACION.

Varios son los problemas que advierte en el mapa educativo nacional, que en los últimos años ha tenido reformas y contrarreformas.

"Cuando se plantean demasiadas reformas de la enseñanza quiere decir que se reconoce que hay un problema difícil de resolver. Esas reformas sucesivas están indicando que no conseguimos definir un rumbo, que nos permita avanzar seriamente y con frutos más o menos constatables".

Aguer, de 65 años, tiene claro que el problema no es sólo del sistema educativo. "Es un problema de la sociedad argentina, de la cultura nacional, de factores que interfieren en el orden de la educación. Existen muchos factores de deseducación, se entrometen en la escuela y ponen de relieve los principales problemas", comentó.

-¿Qué problemas le preocupan?

-Un problema es el desplazamiento de las autoridades educativas. Habría que reivindicar el valor auténtico de la autoridad, que se la suele identificar con el autoritarismo. Pero autoridad, en su etimología, significa hacer crecer, aumentar, engendrar. Hoy se ha quebrado la relación natural entre maestro y discípulo. El mismo desplazamiento lo encontramos en la relación familiar, en la autoridad de los padres. Los maestros de la sospecha han erosionado erosionado el sentido natural de la autoridad.

-¿A quiénes se refiere con "maestros de la sospecha"?

-Al influjo, quizás difuso pero que se puede constatar, que han tenido en la cultura Marx, Nietzche y Freud. Detrás de la palabra autoridad hay una tradición pedagógica, sobre todo de Occidente, que se concreta en la figura del maestro. La escuela ha perdido autoridad. Eso influye enormemente en la posibilidad de la realización concreta de un proceso educativo. Otros problemas son la formación docente y la desubicación de muchos padres, que suelen depositar a los chicos en el umbral del colegio. Muchos maestros no están suficientemente preparados para hacer frente a las demandas educativas actuales.

-¿A qué lo atribuye?

-A distintos factores. Es también consecuencia del descenso de calidad de la educación general, que alcanza también a los profesorados. La sociedad ha cambiado mucho, se ha puesto más dinámica. Hoy hay que actualizarse con mayor rapidez. En mi infancia, una maestra se dedicaba exclusivamente al único grado que tenía. Eso hoy es difícil que se dé.

-¿Qué nivel de enseñanza requiere hoy más atención por parte del Estado?

-Todos. Los problemas se dan en todos los niveles. Quizás en algunos se ven con mayor fuerza. Es la situación crítica de la sociedad argentina la que entra en la escuela con sus demandas. En la provincia de Buenos Aires, la definición del nuevo secundario es muy problemática.

-¿Los problemas se reflejan con más intensidad en el secundario?

-Sí, porque toma a los chicos en la adolescencia. Además, todavía se registran muchos casos de deserción, pese a que el secundario es obligatorio. Me pregunto si se podrá cumplir con esa obligatoriedad, porque hay muchos hechos sociales que interfieren, muchas familias que no pueden mandar sus hijos al colegio.

-¿Qué deficiencias muestra la formación de los adolescentes?

-Varias. Algunas, de arrastre. Se ha perdido un método de aprendizaje. El propio gobierno bonaerense lo dijo cuando lanzó el movimiento de la reforma de la reforma: se había perdido en la escuela primaria la transmisión de los saberes básicos. Los saberes básicos son leer, escribir, calcular. Eso es una confesión tremenda. Los chicos tienen hoy dificultades para aprender. Incluso, el acceso a Internet no siempre les ayuda a aprender.

-¿La escuela se siente desbordada en este nuevo escenario?

-Hay escuelas en las que las funciones extraescolares han venido ocupando demasiado tiempo: comedores, centros de contención. Eso hace que la transmisión académica de conocimientos haya quedado reducida en algunos lugares a niveles muy elementales.

-¿Las escuelas privadas están mejor preparadas para atender estas debilidades?

-En cierto modo, sí. Los problemas sociales y culturales también influyen en el alumnado de las escuelas privadas. Pero, por ejemplo, las huelgas docentes no se dan con tanta severidad.

-¿Ha habido un pasaje de alumnos de escuelas estatales a privadas?

-Sí, en forma muy notable, lo cual, como antiguo alumno de escuelas estatales, no me hace demasiado feliz. Además, según cómputos recientes de la provincia de Buenos Aires, un alumno en las escuelas de la Iglesia le cuesta al Estado provincial menos de la mitad que lo que le cuesta un alumno en escuelas estatales. La libertad de enseñanza supone, también, una economía para el Estado.

-¿Hoy está afectado el derecho de los padres a elegir libremente la educación para sus hijos?

-En cierto modo sí, en cierto modo no. Pueden elegir la educación de sus hijos y enviarlos a una escuela privada, confesional, aquellas familias que pueden pagar una cuota, que en nuestros colegios parroquiales son muy accesibles. Pero hay algunos que no pueden pagar. En ese caso, la familia no puede cumplir con su aspiración. Pero, además, hay otro elemento: los contenidos de los programas que tienen vigencia en las escuelas estatales muchas veces no tienen en cuenta las convicciones morales, filosóficas, religiosas de las familias. En ese sentido, los padres de esos alumnos no pueden ejercer plenamente el derecho a la libertad de educación.

-¿Dónde se registra esta restricción?

-Particularmente en los programas de algunas materias recientes, como construcción de ciudadanía o educación sexual, salud y adolescencia, y aún en otras, como historia. Los programas oficiales y la bibliografía que se imparte tienen un sesgo ideológico notable. Los alumnos que van a la escuela estatal reciben lo que se transmite allí, aún cuando eso fuera en contra de las convicciones de sus padres.

-¿Ese sesgo ideológico se fue acentuando en los últimos años?

-Creo que sí. Tradicionalmente hemos criticado el carácter laicista de la educación argentina. Sin embargo tenemos que reconocer que la escuela del laicismo clásico transmitía una serie de valores humanos fundamentales que hoy resultan cuestionados en este sesgo ideológico de algunos programas recientes.

-¿Por ejemplo?

-La definición de la familia, el matrimonio, los problemas acerca de la educación sexual, la vida; juicios históricos sobre la realidad argentina y sobre el papel de la Iglesia en la historia nacional. Y se ha ido imponiendo en las ciencias sociales una filosofía constructivista del conocimiento y esa orientación niega el orden natural.

-¿Es una tendencia que se da en otros países?

-Se da en otros países porque se trata de un nuevo giro que ha tomado la cultura de la Ilustración. Incluso, se ha dicho que la reforma educativa argentina ha imitado a la española. La globalización supera hoy todas las fronteras y en este ámbito se verifica también.

-¿Le preocupa que el gobierno impulse determinados contenidos de educación sexual?

-Sobre este tema ha habido un trámite bastante complejo, porque en el Ministerio de Educación de la Nación se formó en su momento una comisión asesora, en la cual participaban también algunas personas nombradas por el Consudec, del ámbito eclesial, pero la inmensa mayoría profesaba esta ideología constructivista y se notaba sobre todo los tópicos característicos del feminismo extremo en estos temas, la perspectiva de género, de tal modo que las orientaciones que sugería nuestra gente no han sido tomadas debidamente en cuenta. Con todo, yo creo que los institutos de la Iglesia tendrán que transmitir esta enseñanza de acuerdo a los principios de la fe y la moral cristiana. En eso vamos a reivindicar siempre nuestra libertad.

-En el documento oficial se promueve la enseñanza obligatoria de los métodos anticonceptivos.

-Sin ninguna valoración moral y transmitiendo, además, una información parcializada. El problema es qué concepción del hombre se transmite. Lo que está en juego aquí es la dignidad de la persona humana.

-¿Más allá de la orientación, los docentes están preparados para impartir educación sexual?

-Los mismos docentes manifiestan que ellos no se sienten preparados. Y es lógico. Porque, en realidad, el ámbito ideal para la transmisión de estos conocimientos es la familia, sobre todo en los niveles iniciales, entre jardín de infantes y sexto grado. En los cursos superiores se podrá hacer de un modo curricular, pero allí también habrá que respetar la libertad de conciencia y la elección de los mismos padres. Ha habido casos concretos en las mismas escuelas de intromisión de casas promotoras de anticonceptivos y preservativos. Si eso es educación sexual? se trata de cosas muy delicadas y que tienen que ver con lo más íntimo en la orientación de la vida personal.

-¿Las escuelas acceden a que vayan los promotores?

-No conozco todos los elementos. Ya me parece alarmante saber que eso se ha dado. Espero que no siga ocurriendo. Estamos en una época de mucha sensibilidad sobre el tema. ¿En qué medida los padres de familia pueden quedarse tranquilos con lo que le van a enseñar a sus hijos pequeños en la escuela sobre estas cuestiones. El Estado tiene que reconocer aquí su propio límite.

-¿Le preocupa a la Iglesia la intensificación de paros docentes y la pérdida de días de clases?

-Les preocupa sobre todo a los padres de familia. En muchos casos, los paros causan perturbaciones muy serias a la vida familiar. Llama la atención esta repetición tan severa de paros docentes. Habría que buscar otras maneras de reclamar, que no perjudiquen a los chicos. No se trata sólo de llenar un cupo de días de clases al año. Hay que ver lo que significa desde el punto de vista de la ejemplaridad la actitud de los docentes. No es positivo esta multiplicación de huelgas.

-¿Hay una caída de la calidad de la enseñanza?

-Es una consecuencia de todo lo que venimos hablando. Hay un consenso generalizado acerca del descenso de la calidad de la educación argentina. Eso se da en un contexto de decadencia de la cultura popular. En un tiempo la Argentina era líder en América latina en materia de educación.

-¿Hubo algún quiebre que impidió al país alcanzar ese destino?

-La historia argentina es una sucesión de quiebres diversos. Somos grandes improvisadores y solemos zafar, más o menos, de las situaciones más críticas. Pero eso no nos permite remontar definitivamente, de un modo sostenido, hacia situaciones mejores. Y, sobre todo, de auténtica equidad social. El problema de la educación pone de relieve esta fragmentación de la sociedad argentina.

-¿Tienen alguna responsabilidad los padres o las familias?

-Así como hablamos de una decadencia de la cultura popular hablamos también de una crisis de la familia. Está pendiente todavía una interrelación de la familia con la escuela, que no es fácil de lograr. Lo notamos, incluso, en las escuelas católicas. Hay que trabajar mucho en ese sentido. Se ve con frecuencia que los padres que no siguen de cerca el proceso educativo de sus hijos se manifiestan rápidamente en la protesta, en la queja, sin advertir si ese gesto efectivamente es edificante. La relación escuela-familia debe ser reconstruida.

-¿La Iglesia tiene hoy más dificultades para desarrollar su tarea educativa en este contexto de familias en crisis?

-Por supuesto. En nuestras escuelas hay muchos alumnos que permanecen durante doce años, desde la primera salita de jardín hasta el último año del secundario. En esos años la institución debe plantearse una relación con la familia en términos claramente evangelizadores, en un diálogo evangelizador, de tal manera que el proceso educativo que se realiza en la escuela pueda ser acompañado por la educación que brinda la familia. Por lo menos, por el apoyo que la familia brinda sin retaceos a ese camino que en definitiva es el camino hacia la plasmación plena de la personalidad del muchacho o de la chica.

-¿En qué medida dificulta ese trabajo la multiplicación de casos de familias separadas o quebradas?

-Ese es un fenómeno que se da hoy con abundancia y que crea ciertamente dificultades. Pero la Iglesia tiene ciertamente propuestas pastorales para esos casos. Juan Pablo II habló en la exhortación apostólica Familiaris consortio sobre cómo atender estos casos de católicos separados, que han pasado a une nueva unión. Esos problemas repercuten luego en la situación psicológica y afectiva del niño. Y muchas veces afectan también el nivel del aprendizaje.

-¿Se avanza en el trabajo con los docentes para hacer un acompañamiento especial en estos casos?

-Los docentes hoy se ven exigidos porque se les demanda algo que va mucho más allá de lo que fue tradicionalmente su función, que consistía en la transmisión de conocimientos, ya que la familia hacía el resto. Hoy muchas veces los docentes tienen que asumir una función familiar supletoria. Para muchos chicos la escuela es en cierto modo su familia, o es un complemento indispensable del hogar en el que hay fallas muy serias. Eso requiere no sólo una formación específica, sino también un talante personal muy particular. La palabra docente es un término muy genérico, es el que enseña. Peor suena todavía "trabajador de la educación". A mí me gustaría poner en circulación otra vez un término sagrado: maestro. En el Evangelio, a Jesús se lo llama maestro. El que enseña en una escuela no desarrolla un oficio, sino una vocación. Y debe ser reconocida como una vocación. La aspiración sería que los docentes puedan prepararse para asumir esa vocación, con alegría, con generosidad. Por cierto, la sociedad debiera reconocerla en su valía y el Estado debiera apoyarla como corresponde para que no tengan necesidad de hacer protestas a cada rato por mejores sueldos.

Fuente La Nación

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www.diario7.com.ar, 15-Dec-2008