lunes, 27 de junio de 2016

TROMPETAS CELESTIALES


Escribe Juan Luis Gallardo
La Nueva, 22/06/2016

Michael Burt es un escritor inglés, nacido en 1900, seguidor de Chesterton y autor, entre otras cosas, de una saga memorable conformada por tres novelas: El caso de la joven alocada, El caso de las trompetas celestiales y El caso del jesuita risueño. Todas ellas publicadas en la colección El Séptimo Círculo de Emecé, que dirigieran Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.

¿A qué género pertenecen estas novelas? Se supone que al policial pero, en rigor, aunque encajen en dicho género, también se las puede considerar teológicas, metafísicas. Cosa que no debe sorprender ya que Burt era un experto en demonología y ciencias ocultas, disciplinas que dominaba dentro de la más estricta ortodoxia católica.

Del terceto de novelas citadas diría que se destaca El caso de las trompetas celestiales, que he tenido el placer de releer en estos días. Es una historia de brujas que, lejos de los relatos infantiles, ha sido abordada con total seriedad intelectual, resultando a la vez estremecedora.

No pretendo, desde luego, reseñar para mis lectores el argumento del libro, pues me reduciré a informarle que se trata de una aparente intriga policial que deriva en una aventura de carácter sobrenatural, ambientada en las mesetas de Sussex.

Pero a lo que voy es a informar que, dentro de esa aventura, juega un papel fundamental cierto personaje, cuya naturaleza no llega a quedar absolutamente en claro, aunque se advierta que cuenta con oscuros poderes cuyo origen se sitúa en el más allá. Ese personaje se apellida Drinkwater. Que podría traducirse llanamente como Bebeagua.

También nos hace saber el autor que Drinkwater no es un sujeto único en su género pues, al referirse a casos más o menos análogos al sucedido en Sussex, señala que en uno ocurrido en Francia participó un señor Boileau y en otro, ocurrido en Italia, un señor Bevilacqua. Apelativos todos cuya traducción equivale a Drinkwater.

En mi nota publicada el mes pasado expresé que, durante los últimos meses de 1954 y primeros de 1955, Perón se hallaba en un conflicto con la Iglesia que hubiera resultado impensable años antes. Impensable porque, hasta entonces, las relaciones entre el gobierno peronista y la jerarquía eclesiástica habían sido apacibles y hasta cordiales, armonizando la doctrina justicialista con la doctrina social de la Iglesia.

Pero, durante el período mencionado, tales relaciones se rompieron, entre otras razones debido a la presencia en el gobierno de varias figuras que eran sumamente adversas al catolicismo.

Una de esas figuras fue el ministro de Acción Social y Salud Pública que, designado el 27 de julio de 1954, estuvo en funciones hasta el 21 de septiembre de 1955. Y contribuyó de manera importante a agravar el conflicto con la Iglesia cuando, el 31 de diciembre de 1954, impulsó la reapertura de prostíbulos en el país. Dicho ministro había nacido en Junín, en 1912, y se llamaba Raúl Conrado Bevacqua, sinónimo de Bevilacqua.

Sobrevenida la revolución del 16 de junio, Perón ofreció una tregua a la oposición, que no tuvo mayor eco. Y, el 31 de agosto de aquel año, se despachó con un discurso tremendo, en el cual invitó a que sus seguidores se proveyeran de alambre de fardo para ahorcar adversarios, agregando que por cada uno de aquéllos que cayera deberían caer cinco de éstos.

Contaba alguien que, cuando Perón se dirigía al balcón para pronunciar ese discurso, se le acercó Bevacqua diciéndole que tomara un calmante, pues se lo veía muy agitado. Y, en vez de un calmante, le suministró un excitante. Que contribuyó a aumentar la violencia del discurso..


No tiene nada de malo llamarse Bevacqua. Pero, en el contexto apuntado y después de leer El caso de las trompetas celestiales, las coincidencias señaladas aparecen al menos como sugestivas.