viernes, 11 de enero de 2013

NUEVO ESTUDIO CUESTIONA ESTADÍSTICAS Y PRIORIDADES DE LA ONU





Por Rebecca Oas, Ph.D.

Un estudio mundial recientemente publicado demuestra que las enfermedades que ocasionan la mayoría de las muertes prematuras  y afecciones en el mundo, especialmente en niños, no están recibiendo una atención proporcionada dentro de las instituciones internacionales que confeccionan políticas.

Según el 2010 Global Burden of Disease Study (GBD 2010- Estudio sobre la carga de morbilidad mundial 2010) publicado en la revista médica The Lancet el pasado mes de diciembre, más de 1,4 millones de personas murieron por diarrea en 2010. Pese a que hubo una disminución del 41,9 % respecto de los niveles de 1990, la diarrea sigue siendo una de las principales causas de muerte, particularmente en niños. No obstante, la ONU no presta la misma atención a esta afección que a asuntos más «políticamente correctos» como ser las muertes por aborto. El GBD 2010 dio cuenta de 37100 muertes derivadas de complicaciones de abortos, sin embargo las agrupaciones que promueven el acceso a esta práctica de manera «segura» son importantes e influyentes dentro del sistema de la ONU y han ganado terreno vinculando el aborto a la mortalidad materna.

Los promotores del aborto intentaron evitar que The Lancet publicara un informe previo del autor del GBD, Christopher Murray, que revelaba que la Organización Mundial de la Salud (OMS) estaba dando parte de casi el doble de muertes maternas reales en el mundo.

Dicho informe sobre salud materna tuvo importantes repercusiones en muchas iniciativas de las Naciones Unidas que se basaron en estas cifras erróneas y motivaron que se las financiara de forma permanente. El nuevo GBD 2010 da a conocer una mayor reducción en la mortalidad materna, que llega a 254700 muertes por año (si bien no se trata de una cifra insignificante, es más de cinco veces inferior a la de aquellas causadas por diarrea).

El dr. Murray, que trabajó en la OMS antes de iniciar el proyecto GBD, disiente de otras estadísticas generadas por su ex empleador: en febrero, él y sus colegas informaron que la malaria causó 1,24 millones de muertes en 2010, muchas de ellas en niños. Esto constituye el doble del cálculo de la OMS para el mismo año.

El GBD 2010 fue realizado por investigadores independientes en vez de científicos relacionados con instituciones que confeccionan políticas. Al introducir el estudio, el editor de The Lancet, Richard Horton, señaló: «el éxito del GBD, entonces y ahora, radica en que establece condiciones iguales para todos, a fin de evaluar de manera independiente (e imparcial) las prioridades sanitarias que se plantean a los países».

Según una fuente de la ONU, el dr. Murray se convirtió en «persona no grata» en ciertos lugares de la Organización, cuando dejó la OMS para constituir una competencia que apunta a poner en entredicho la información de la OMS y las prioridades de las políticas sanitarias de la ONU.

Aunque el GBD 2010 ostentó un mayor número de enfermedades y factores de riesgo en su análisis a comparación de ediciones anteriores, incurrió en una sorprendente omisión. Las prácticas sexuales riesgosas no se examinaron como factor de riesgo para el VIH/Sida. Los autores explicaron que dicha exclusión se debió a la «falta de estimaciones sólidas de exposición o de abordajes existentes para determinar la proporción de infecciones por VIH atribuibles a las prácticas sexuales riesgosas por país a través del tiempo», y añadieron que «de ser cuantificables, las prácticas sexuales de riesgo probablemente darían cuenta de gran parte de la carga de morbilidad mundial». Los autores, no obstante, midieron dichas conductas en un análisis comparativo de riesgos previo.

Según ONUSIDA, los medicamentos para el VIH están salvando vidas, pero la conducta sexual de riesgo sigue saboteando los esfuerzos para prevenir nuevas infecciones, informó The Guardian el pasado mes de noviembre. Solo el 5 % del presupuesto para el VIH en los países más afectados se destinó a programas de modificación de conductas, cifra que se vuelve mucho más difícil de aumentar ante la ausencia de información cuantitativa de riesgo sobre conducta sexual.


Traducido por Luciana María Palazzo de Castellano

NUEVA YORK, 11 de enero (C-FAM)