martes, 30 de julio de 2013

DISCURSO DEL PAPA ANTE AUTORIDADES EN RÍO DE JANEIRO



 
Infolatam
Río de Janeiro, 27 julio 2013

¡Excelencias, Señoras y Señores!

Agradezco a Dios por la posibilidad de encontrarme con tan respetable representación de los responsables políticos y diplomáticos, culturales y religiosos, académicos y empresariales de este Brasil inmenso. Saludo cordialmente a todos y les expreso mi reconocimiento.

Quería hablarles usando la bella lengua portuguesa de vosotros pero, para poder expresarme mejor manifestando lo que traigo en el corazón, prefiero hablar en castellano. ¡Os pido la cortesía de perdonarme!

Agradezco las amables palabras de bienvenida y de presentación de Don Orani y del joven Walmyr Júnior. En las señoras y en los señores veo la memoria y la esperanza: la memoria del camino y de la conciencia de su Patria y la esperanza que ésta, siempre abierta a la luz que irradia del Evangelio de Jesúcristo, pueda continuar desarrollandose en el pleno respeto de los principios éticos fundados en la dignidad transcendente de la persona.

Todos aquellos que poseen un papel de responsabilidad en una Nación, son llamados a enfrentar el futuro “con los ojos tranquilos de quienes sabe ver la verdad”, como decía el pensador brasileño Alceu Amoroso Lima ["Nuestro tiempo", in: La vida sobrenatural y el mundo moderno (Río de Janeiro 1956), 106]. Quería considerar tres aspectos de este mirar tranquilo, sereno y sabio: primero, la originalidad de una tradición cultural; segundo, la responsabilidad solidaria para construir el futuro; y tercero, el diálogo constructivo para encarar el presente.

1. Es importante, ante todo, valorar la originalidad dinámica que caracteriza la cultura brasileña, con su extraordinaria capacidad para integrar elementos diversos. El sentir común de un pueblo, las bases de su pensamiento y de su creatividad, los principios fundamentales de su vida, los criterios de juicio sobre las prioridades, sobre las normas de acción, se asientan en una visión integral de la persona humana.

Esta visión del hombre y de la vida, tal como la hizo propia el pueblo brasileño, mucho recibió de la savia del Evangelio a través de la Iglesia Católica: de entrada la fe en Jesúcristo, en el amor de Dios y la fraternidad con el prójimo. ¡Pero la riqueza de esta savia debe ser plenamente valorada! Ella puede fecundar un proceso cultural fiel a la identidad brasileña y constructor de un futuro mejor para todos. Así se expresó el amado Papa Benedicto XVI, en el discurso de apertura de la V Conferencia General del Episcopado Latino-Americano, en Aparecida.

Hacer que la humanización integral y la cultura del encuentro y de las relaciones crezcan es el modo cristiano de promover el bien común, la felicidad de vivir. Y aquí convergen la fe y la razón, la dimensión religiosa con los diversos aspectos de la cultura humana: arte, ciencia, trabajo, literatura… El cristianismo une transcendencia y encarnación; siempre revitaliza el pensamiento y la vida, frente la desilusión y el desencanto que invaden los corazones y saltan a la calle.

2. El segundo elemento que quería tocar es la responsabilidad social. Esta exige un correcto tipo de paradigma cultural y, consecuentemente, de política. Somos responsables de la formación de nuevas generaciones, capacitadas en economía y en la política, y firmes en los valores éticos. El futuro exige de nosotros una visión humanista de la economía y una política que realice cada vez más y mejor la participación de las personas, evitando elitismos y erradicando la pobreza.

Que nadie quede privado de lo necesario, y que a todos les sean aseguradas dignidad, fraternidad y solidaridad: esta es la vía a continuidad. Ya el tiempo del profeta Amós era muy fuerte la advertencia de Dios: «Ellos venden el justo por dinero, el indigente, por un par de sandalias; aplastan la cabeza de los débiles en el polvo de la tierra y hacen la vida de los oprimidos imposible» (Am 2, 6-7). Los gritos por la justicia continúan aún hoy.

Quién ostenta una función de guía debe tener objetivos muy concretos, y buscar los medios específicos para conseguírlos. Puede haber, sin embargo, el peligro de la desilusión, de la amargura, de la indiferencia, cuando las aspiraciones no se cumplen. La virtud dinámica de la esperanza incentiva a ir siempre más lejos, a emplear todas las energías y capacidades a favor de las personas para quienes se trabaja, aceptando los resultados y creando condiciones para descubrir nuevos caminos, incluso sin ver resultados, pero manteniendo viva la esperanza.

El liderazgo sabe escoger la más justa entre las opciones, después de haberlas considerado, partiendo de la propia responsabilidad y del interés por el bien común; esta es la forma para llegar al centro de los males de una sociedad y vencerlos con la osadía de acciones valientes y libres. En el ejercicio de nuestra responsabilidad, siempre limitada, es importante abarcar toda la realidad, observando, midiendo, evaluando, para tomar decisiones en la hora presente, pero extendiendo la vista hacia el futuro, reflexionando sobre las consecuencias de tales decisiones.

Quién actúa responsablemente, somete la propia acción a los derechos de los otros y al juicio de Dios. Este sentido ético aparece, nuestros días, como un desafío histórico sin precedentes. Además de la racionalidad científica y técnica, en la actual situación, se impone el vínculo moral con una responsabilidad social y profundamente solidaria.

3. Para completar el “mirar” que me propuse, además del humanismo integral, que respete la cultura original, y de la responsabilidad solidaria, termino indicando lo que tengo como fundamental para enfrentar el presente: el diálogo constructivo. Entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, hay una opción siempre posible: el diálogo. El diálogo entre las generaciones, el diálogo con el pueblo, la capacidad de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la verdad. Un país crece, cuando dialogan de modo constructivo sus diversas riquezas culturales: cultura popular, cultura universitaria, cultura juvenil, cultura artística y tecnológica, cultura económica y cultura familiar y cultura de los medios de comunicación.

ES imposible imaginar un futuro para la sociedad sin una vigorosa contribución de las energías morales en una democracia que evite el riesgo de quedar cerrada en la pura lógica de la representación de los intereses constituidos. Será fundamental la contribución de las grandes tradiciones religiosas, que desempeñan un papel fecundo de levadura de la vida social y de animación de la democracia. Favorable a la pacífica convivencia entre religiones diversas es la laicidad del Estado que, sin asumir cómo propia cualquier posición confesional, respeta y valora la presencia del factor religioso en la sociedad, favoreciendo sus expresiones concretas.

Cuando los líderes de los diferentes sectores me piden un consejo, mi respuesta es siempre la misma: diálogo, diálogo, diálogo. La única manera para una persona, una familia, una sociedad crecer, la única manera para hacer avanzar la vida de los pueblos es la cultura del encuentro; una cultura según la cual todos tienen algo de bueno para dar, y todos pueden recibir en cambio algo de bueno. El otro tiene siempre algo para darnos, desde que sepamos en los aproximar de él con una actitud abierta y disponible, sin prejuicios. Sólo así puede crecer la buena comprensión entre las culturas y las religiones, la estima de unas por las otras libre de suposiciones gratuitas y en el respeto por los derechos de cada una. Hoy, o se apuesta en la cultura del encuentro, o todos pierden; recorrer la vía justa hace el camino fecundo y seguro.

Excelencias, Señoras y Señores

Les agradezco por la atención. Acoged estas palabras como expresión de mi solicitud de Pastor de la Iglesia y del amor que tengo por el pueblo brasileño. La fraternidad entre los hombres y la colaboración para construir una sociedad más justa no constituyen una utopía, pero son el resultado de un esfuerzo armónico de todos en favor del bien común. Animo a los señores en su empeño en favor del bien común, que exige de la parte de todos sabiduría, prudencia y generosidades.


Les confío al Padre del Cielo, pidiéndole, por intercesión de Nuestra Señora Aparecida, que acumule de sus dones cada uno de los presentes, sus respectivas familias y comunidades humanas de trabajo y, de corazón, a todos concedo mi Bendición.