viernes, 12 de julio de 2013

¿HACIA DÓNDE DAREMOS EL SIGUIENTE "PASO"?



 Acercándose lentamente las próximas Elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) nos encontramos con los matices que suelen dibujar los fenómenos electorales, cada vez que éstos tienen lugar.

En ellos suelen manifestarse sentimientos de los más variados, entre los que se destacan los fanatismos, que nunca faltan, tanto a favor (como es el caso del “voto a ciegas” donde se pondera a una persona o partido por sobre las ideas o el proyecto que representa) como en contra (“voto castigo”) de los representantes a elegir; las adhesiones parciales (“votar al menos malo”) o totales a un partido, una idea, o un proyecto; la indiferencia política, como síntoma claro de una sociedad egoísta, inmadura y caracterizada por una cabal desaprensión social; y por último, están los que se sienten “silenciados” ante la falta de representación en la esfera política, por no encontrar canalizadas sus ideas, valores y principios.

La gravedad que encierra la crisis de representación política actual se pone de manifiesto si consideramos que la comunidad política tiene su origen y fundamento en la sociedad civil, a la cual debe servir. El fenómeno es complejo. Por un lado podemos mirarlo desde la óptica de los representantes que surgen, o debieran surgir, como consecuencia o fruto de determinados intereses, necesidades y aspiraciones de diferentes sectores.

Sin embargo, hoy parece darse el proceso inverso, es decir, surgen los candidatos y luego se buscan adhesiones para tener algún sector que representar. Suele darse, también, un posterior alejamiento de los candidatos en relación a la realidad inicial a la cual deben su origen. Esto último puede deberse al desentendimiento, voluntario o no, del “representante” para con el conjunto social; o bien, debido a que el cuerpo social no se involucre lo suficiente para madurar una propuesta representativa adecuada. Consecuentemente, cabe destacar que el Sistema Representativo estará en falta, en tanto no se escuchen todas las voces, resonando éstas en la esfera política, y construyendo, de este modo, una sociedad que nos involucre a todos.

Si, como enunciamos en el párrafo anterior, los partidos y representantes surgen como fruto de determinados intereses, necesidades y aspiraciones de sectores sociales, cabe preguntarnos: ¿cuáles son los valores sobre los que la sociedad se está construyendo? El pasado 30 de Mayo el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, ha dicho que  “entre el odio y el fanatismo se necesita un punto de encuentro“. Siendo benevolentes podríamos decir que entendemos cuál es el sentido de dicha frase. Sin embargo, creemos que el hecho de no considerar la importancia del contenido de las palabras utilizadas no debe pasar inadvertido, pues nada bueno puede surgir tras el encuentro entre el odio y el fanatismo.

Bien decía Leonardo Castellani que “el que no respeta mucho las palabras, no respeta mucho las ideas. El que no respeta mucho las ideas, no respeta mucho la Verdad. Y el que no ama enormemente la Verdad, simplemente se queda sin ella. No hay peor castigo”. Creemos que la pérdida de respeto hacia la Verdad explica cabalmente esta crisis, que se pone de manifiesto en la ausencia de los Valores Fundamentales, los cuales, de estar presentes, deberían inspirar a toda idea, ya sea aquella representada políticamente como la exigida por la sociedad.

Para salvar esta crisis de representación urge recuperar lo que debe ser el alma de la política, es decir, la vocación de servicio, la cual purifica y da sentido al poder. La misma, se verá sacrificada cada vez que el afán egoísta por el poder y las riquezas, se encarguen de pervertir la búsqueda del Bien Común, haciéndola estéril.

Vemos cómo los partidos políticos se van desdibujando, al ir perdiendo la columna vertebral de los valores que deben constituirlos. Han dejado de ser una escuela cívica para los ciudadanos, olvidando, al mismo tiempo, la elección conforme a la mayor aptitud y competencia que deben definir a sus representantes. Bueno sería que no se deje de lado la cultura nacional, entendida ésta como la savia de todo pueblo, siendo necesaria una purificación de todos los contaminantes seculares e ideológicos, que nos han hecho perder la identidad, como fruto de un fenómeno globalizante y despersonalizante de alcance masivo. Dicho fenómeno ha dañado el patrimonio moral buscado desde los inicios, haciéndonos perder de vista la dignidad de toda persona humana, de la familia y en definitiva, de la Patria, en pos de un individualismo cada vez más acentuado y que preocupa.

Recuperar el sentido último de nuestra Nación en la conciencia ciudadana es el único camino para paliar las consecuencias nocivas de esta crisis. Como sociedad debemos exigirnos que nuestros dirigentes se caractericen por su magnanimidad (donde su única grandeza sea la del sacrificio propio en pos de Bien Común), por su honestidad, por su solidaridad y el compromiso verdadero con el pueblo a quien representan y a quien se deben y, finalmente, por su austeridad, dejando de lado cualquier tipo de privilegios irritantes y desproporcionados en detrimento de la sociedad.

Resulta escandaloso en nuestros días, percibir la amplia brecha social entre distintos sectores del pueblo, donde solo algunos tienen acceso a las diferentes oportunidades que debieran ser garantizadas en forma universal. Lastiman los numerosos ejemplos de la clase dirigente que, una vez en el poder, se han enriquecido abruptamente, olvidando la razón de ser de su función.

Bien lo dibujó Tomás Moro al decir: “En efecto, vivir uno entre placeres y comodidades, mientras los demás sufren y se lamentan a su alrededor, no es ser gerente de un reino sino guardián de una cárcel”. Esto, no es otra cosa que solo un matiz más del grave problema moral que, como Nación, estamos atravesando sin inmutarnos, expresándose claramente en quienes debieran representarnos.


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