lunes, 1 de julio de 2013

LA "DÉCADA GANADA" DE UN PAÍS PERDIDO



 MARCELO A. MORENO

Una gran potencia en esbozo”. Así tituló el periodista español Francisco Grandmontagne una serie de artículos sobre la Argentina que publicó en 1928 en el periódico “El Sol”, de Madrid.

En la primera de las notas, “Los saltos de la prosperidad”, Grandmontagne citaba: “Dice Simón N. Patten, el profesor de Pensylvania, que el ideal de todo americano debe ser hacer en su siglo lo que a Europa la ha costado diez.

La Argentina, con su progresista celeridad, cumplirá este programa.” Su conclusión era lírica: “¡La Argentina! La bella palabra se fija en la mente del proletariado universal, ofrece una esperanza a la desventura, da una ilusión al que sufre suerte adversa, estimula la energía a los que no se dan por vencidos en el tráfago de la vida, despierta nuevos vigores, induce a ensayos de nueva existencia.

Promesa de redención para todos, no pocos han hallado en su suelo el nuevo camino de un porvenir feliz ...” El español se deslumbraba con “el nuevo ElDorado” a principios del siglo XX.

¿Algún argentino, que no esté ebrio ni dormido, puede cobijar ilusiones parecidas a principios del siglo XXI?

Años antes, para el centenario, Leopoldo Lugones forzaba versos en sus “Odas seculares”. “Alcemos cantos en loor del trigo/que la pampeana inmensidad desborda / en mar feliz donde se cansa el viento/ sin haber visto límite a sus ondas”. O sino: “Rauda la masa echando un tibio aroma/ que a aquella simple industria da encanto/ de una maternidad blanda y recóndita./ En la fiel solidez del pan seguro,/ la vida es bella y la amistad sonora”.

Todo era fulgor entonces y promesa ofrecida y esperanza. Porque había hechos tangibles que sostenían al Granero del Mundo no como mito sino como símbolo de un futuro sin techo.

“En 1871 -escribía Grandmontagne- la superficie sembrada en Canadá ascendía a 6 millones de hectáreas. En la Argentina estaba limitada a 580.000. En 1914 Canadá extendía sus sembrados a 14.216.380, mientras la Argentina ampliaba su área a 24.091.726. (…) Los efectos del cataclismo social ruso y el progresivo aumento del consumo interior en Norteamérica colocan a la Argentina, después de la guerra europea, a la cabeza de los países exportadores de trigo.” Pero no es necesario ir tan lejos. En 1947 y 1949 Perón vendió a España 700.000 toneladas de trigo con créditos más que convenientes concedidos a un país aislado hasta el hambre por el mundo, a causa de la indisimulable simpatía de Franco hacia Hitler y sus amigos.

Hoy las cosas son muy distintas. Según señaló Matías Longoni en estas páginas respecto del trigo, “en la campaña 2012/13, la Argentina tuvo la superficie sembrada más pequeña de su historia, apenas 3,1 millones de hectáreas. Y la producción fue de 9 millones de toneladas, mucho menos que las 14,5 millones de un año antes.” La explicación se encuentra en la política agropecuaria del gobierno -que sigue castigando al “enemigo” campo-, lo que no redunda tampoco en un gran crecimiento industrial: el auto más vendido en la Argentina es brasileño.

Sería facilismo puro echarle la culpa de este estado de cosas a la década de los Kirchner. El historiador Luis Alberto Romero sitúa en los años 70 el principio de la decadencia argentina, allí cuando la salud, la educación, la obra pública, el transporte comenzaron andar mal lenta pero progresivamente.

Hubo de todo: casi una guerra civil seguida de una dictadura aniquiladora, una transición llena de dificultades y amenazas, diez años de neoliberalismo rematador y poco después otro decenio de capitalismo de amigos con asistencialismo. La corrupción prosperó mientras la sociedad civil se debilitó a causa de un autoritarismo que creíamos olvidado.

Y fueron muchos -mayoría por goleada- los malos gobiernos que padecimos.

No hay cuerpo de país que aguante tantos años de consecuentes desaciertos.

La llamada “década ganada” por el kirchnerismo -toda una ironía- no parece ser más que el patadón postrero a un rodar barranca abajo. La Presidenta ayer reiteró que necesita una década más en el poder para concretar sus aspiraciones: la doctora de Kirchner conoce bien el dudoso arte de meter miedo.

Porque el relato podrá ser tan vindicatorio e imaginativo como de costumbre, pero con el kilo de pan a 20 pesos y el 50% de los trabajadores con sueldos de menos de $ 3.700 al mes -cifra admitida por mismísimo INDEC-, no hay harina que alcance para amasarle a esta película ningún final feliz. Cien años después, la gran potencia que auguró el periodista español permanecía en esbozo; se asemeja a un sueño perdido.


Clarín, 30-6-13