viernes, 27 de noviembre de 2015

LA DEMOCRACIA SIN AUTORIDAD: ¿QUÉ ES?

     Por  José Antonio Riesco

“-El gobierno puede perder autoridad y marchar hacia una crisis de poder si no responde con energía legal a las agresiones verbales y/o físicas de los agentes del anti-sistema político”.(Linz)

“-Dejar avanzar el patoterismo de los grupos violentos en los ámbitos públicos y sociales deteriora la autoridad del gobernante y lo torna débil y sumiso para sostener los intereses legítimos de la sociedad”. (B. Pelayo)


El nuevo gobierno, electo el día 22 del cte. en su rama Ejecutiva, se corresponde con las previsiones de la Constitución y las leyes. En ese marco jurídico dispone de todas las competencias propias del cargo; pero  no las que se le ocurra fraguar para su uso y abuso.

Autoridad y Anomia
Su signo principal es que el resultado electoral cerró el ciclo de una monarquía descontrolada y corrupta, y que, en su lugar, el nuevo debe actuar con las atribuciones y limitaciones propias de una república democrática. Esto, en un país donde es importante la proporción de habitantes y gobernantes con el hábito de ignorar o transgredir las reglas. De ahí, como principal capítulo, surge la necesidad de reconstruir la autoridad del Estado, hacerlo con habilidad y firmeza, con las previsiones  de la Constitución, pero hacerlo.

El estudio, encuestas de por medio, sobre la condición  “anómica” de nuestra sociedad (vivir ignorando las normas básicas), de que fueron autores Daniel Zovatto (politólogo), Antonio M. Hernández (constitucionalista) y el especialista Mora y Araujo (comunicación social), hace una década, se reiteró en 2014. Al menos en sus resultados. Allí se dijo y se dice, que el 83% de la población cree que, en muchos respectos, a los argentinos nos encanta existir y actuar al margen de las leyes.

 En las conclusiones señaló que en los primeros lugares en las transgresiones están los magistrados, los funcionarios y policías, sin excluir a otros. Ese carácter anómico incluye, como causa o efecto, la propensión individualista de muchas personas, de alto medio y bajo rango.. Los argentinos alardeamos –a veces con verdad, otras no--  de ciertas virtudes, aunque a cada momento veneramos a la “ley del vivo”, una suerte de mística pagana y popular.

Carecemos, en buena medida, de disciplina social, que es la condición básica de los pueblos fuertes. Nos fascina lo fácil, de rendimiento alto e inmediato, en el trabajo, el comercio y en los estudios. Con esta realidad tendrá que enfrentarse el nuevo Presidente que, si no la mira desde un lugar adecuado, recuperando la autoridad de la democracia, con sentido ético y legal, será mejor que se dedique a otra cosa.

“-No puede conseguirse ningún progreso verdadero con el ideal de facilitar las cosas”. H. Keyserling)
Vale recordar que, a diferencia del Absolutismo, donde la ley suprema era la voluntad del monarca, más los privilegios de los miembros de la Corte, con las revoluciones liberal-burguesas de los siglos XVII y XVIII, esa situación, aún gradualmente, dio un vuelco. Se afirmó la independencia de los jueces y del poder legislativo, mientras el rey retenía las funciones ejecutivas, el mando de las fuerzas armadas y el manejo de las relaciones exteriores.

Personalidad o personalismo
Más adelante, al sancionarse los sistemas “constitucionales” quedó sentado un principio fundamental: la ley pasó a ser obligatoria para los miembros de los tres poderes, de manera conjunta con las obligaciones de los ciudadanos comunes. Con ello nació el Estado de Derecho. En este escenario siempre fue decisiva la personalidad del Jefe de Estado.

En la Argentina hubo, antes de la Ley 8871 (sufragio) Presidentes con esos quilates, aunque las cosas se desfiguraron con el reconocido “personalismo” de Hipólito Irigoyen pese a su fe en la democracia; una modalidad que también exaltó Juan Perón.  Más actualmente, con los últimos doce años, vivimos y soportamos una experiencia extrema de dicha modalidad: apenas instalado el régimen K. el y la titular de la Presidencia procedió, de manera creciente, asumiendo los plenos poderes de un dictador. Lo denunciaron los politógos, la prensa y finalmente Mirta Legrand.


Un régimen que convirtió al Congreso en una “escribanía”, o sea un órgano dependiente que, en las cosas fundamentales, se limitó a registrar los proyectos y disposiciones del mandamás. Sin olvidar las maniobras para transformar al Poder Judicial en algo semejante, son las que intentaron imponer el modelo “oyarbide” a los fiscales, jueces y camaristas. Lo más grave de esta distorsión de las instituciones es que dicha política de poder tuvo una amplia base popular. Los dictadores nunca lo hacen solos, se sostienen con su fuerza y artimañas, pero colgados de esa mezcla de ingenuidad y obsecuencia de grandes conjuntos masificados.

Allí militan los indigentes y muchos que provienen de las clases altas y de los estamentos profesionales. A unos y otros los recluta el carisma de quien ejerce el poder a fuerza de habilidad y psicopatías, sea en forma directa o usando groseramente a los “mecos”* privados y estatales. Sin excluir el reparto de canonjías o dividendos mal habidos. Y que no ha sido una novedad en nuestro derrotero político.

El nuevo titular del Ejecutivo, Mauricio Macri,  no podrá eludir ciertas exigencias que pondrán a prueba su personalidad política.  No podrá esperar que su presencia en un acto o un discurso cambie la historia, y sí contar con asesores que no actúen con un juego propio al margen del conjunto,  o sea que no existan como aplaudidores o alcahuetes.  Necesita Ministros de alta capacidad (estadistas) y que siempre lleven “in mente” que su función es técnica y, a la vez, imprescindible. que gobernar implica una misión política. Pero en el buen sentido, es decir que quien se precie de”político” no puede serlo si ignora cómo y por qué funciona la economía de la nación y en la salud moral y física del pueblo.

La tecnocracia es útil, acaso indispensable, a condición de no confundir el gobierno con un lavarropas automatizado. En su reciente perorata la Presidenta cesante acaba de sostener que el Estado “no es una empresa” pero olvidó recordar que tampoco es un chiquero.

Estos criterios incluyen –actualizándose como una sinergia--  las exigencia de aptitudes en el Ing. Mauricio Macri para la negociación , las previsiones, la claridad en los medios y objetivos, negarle privilegios a los favoritos y la parentela,  visión de conjunto para la problemática pública de un extremo al otro del territorio, serenidad ante los juicios duros de la oposición y sin dejar de castigar los agravios vía judicial. Entender que el cargo supone mucho poder en sus manos, aunque no el de la propiedad feudal en los tiempos medievales.

Democracia, autoridad y patoterismo
Advertimos antes las dificultades que, para el gobierno (control para los griegos), surgen del clima de anomia que es común y visible en buena parte de la población.  Está a la vista en el auge de la delincuencia, pero mucho más en la problemática de la vida cotidiana: en los negocios, la circulación peatonal y en vehículos, las gestiones profesionales, la actividad de la burocracia, el comportamiento en las instituciones educativas, etc.

El fenómeno tiene, asimismo, expresiones colectivas, ya que a cierto nivel de desarrollo --con la proliferación de los grupos de diversa entidad--  se dio el crecimiento de un potencial calificado en los diversos campos de la realidad cultural, y socioeconómica, o sea un pluralismo activo de actores que disponen de poder  financiero y técnico. Algunos habilitados para convocatoria de grandes recursos económico, dentro y fuera del territorio, y otros fuerzas sociales de envergadura y medios para paralizar la producción o los servicios públicos.

Unos y otros ocupan porciones importantes de poder que, aún no figurando en la Constitución, están en condiciones de ser causa efectiva para distorsionar las competencias de las instituciones de la legalidad e imponer sus objetivos (intereses) por sobre la autoridad de los órganos oficiales. En la medida en que sus operaciones, con variedad de modos encubiertos, no sirven, en general, a las necesidades comunes, se han ganado el mote de “grupos de presión. No son una novedad, aunque cobran notoriedad, si se descubren sus juegos y artimañas, afectando los intereses de la comunidad, sea la ciudad, la región o la estructura nacional.

La Argentina es un escenario cargado de grupos de presión, algo favorecido por la corrupción reinante en los niveles directivos de las tres jurisdicciones: municipios, provincias y orden nacional. Estos combinan con sus “socios” del sector privado. Nadie debería olvidar la costosa experiencia de YPF y de Somisa cuando en la pista de baile danzaban juntos empresarios argentinos y extranjeros, proveedores, licitatarios, equipos técnicos, sindicalistas y entorchados.

Ni dejar de advertir el notable aumento de cotización de las propiedades “privadas” en Santa Cruz que ya generaron las obras de Lázaro Báez. Todo con recursos públicos. A uno y otro rubro irregular lo protege y fomenta la complicidad y la ausencia de autoridad de cada gobierno de turno. ¿El país está listo para “el cambio”..??
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*Mecos :medios de comunicación  social.