miércoles, 2 de abril de 2025

APUNTE

 

IDENTIDAD NACIONAL

 

Nos parece interesante reflexionar sobre los vínculos que existieron entre nuestros héroes, en relación a la tradición nacional. No tiene mucho sentido limitarse a repetir datos por todos conocidos, en relación a los próceres, sin procurar que su actuación sirva de ejemplo y guía para el presente. Y, para eso, es necesario ir más allá de los hechos, tratando de investigar la causa de los hechos. Puesto que (Font Ezcurra), “la historia es en esencia justicia distributiva; discierne el mérito y la responsabilidad”.

 

En momentos de crisis de Honda en nuestra patria, no podrá restaurarse la Argentina, mientras no se prometa en sus raíces verdaderas. Ocurre, sin embargo, que desde hace unos años han surgido de la nada, presuntos historiadores, empeñados en desmerecer la personalidad y la obra de los héroes, sembrando confusión y desaliento.

 

En realidad, el intento de desprestigiar a quienes consolidaron la nación, comienza muy atrás en el tiempo. Recordemos, por ejemplo, lo que escribió Alberdi, en su libro El crimen de la guerra (T. II, pg. 213): “San Martín siguió la idea que le inspiró, no su amor al suelo de su origen, sino el consejo de un inglés general, de los que deseaban la emancipación de Sud-América para las necesidades del comercio británico”.

Por cierto, que no ofrece ninguna prueba de lo que afirma, y ​​nunca se ha exhibido algún indicio del apoyo o recompensa por parte de Inglaterra, que debería haber existido si fuese cierta la sospecha. Incluso en el exilio en Europa, durante un cuarto de siglo, muchos visitantes pudieron comprobar que vivieron apenas con lo necesario, y hasta con penurias económicas, en algún momento.

 

En cambio, un personaje de poca monta, Saturnino Rodríguez Peña, que ayudó a escapar al General Beresford y otros oficiales ingleses, que estaban internados en Luján, luego de la invasión de 1806, fue premiado por sus servicios al Imperio Británico, con una pensión vitalicia de 1.500 pesos fuertes.

Por su parte, otro General argentino, Carlos de Alvear , siendo Director Supremo de las Provincias Unidas, escribió dos pliegos, en 1815, dirigidos a Lord Stranford y Lord Castlereagh, en los que decía:

“Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso”.

 

Estos documentos se conservan en el Archivo Nacional, y prueban una actitud que nunca existió en San Martín, cuya conducta fue siempre transparente y sincera.

 

Los ejemplos mencionados de Alvear y de Rodríguez Peña, hacen necesario rastrear el pasado para tratar de entender el motivo de sus actitudes. Desde antes de la ruptura con España, ya habían aparecido en el Río de la Plata dos enfoques, dos modos de interpretar la   realidad, diametralmente opuestos:

 

l) el primer enfoque, nace el 12-8-1806 , con la Reconquista de Buenos Aires, y podemos llamarlo Federal-tradicionalista ;

 

2) el segundo enfoque, surgido en enero de 1809, con el Tratado Apodaca-Canning , celebrado entre España e Inglaterra, cuando este último país, que había sido derrotado militarmente en el Río de la Plata, ofrece una alianza a España, contra Francia, un cambio de facilidades para exportar sus productos. A este enfoque podemos llamarlo Unitario-colonial .

 

No caben dudas de que San Martín se identifica con el enfoque tradicionalista, que se manifiesta con el rechazo de las invasiones inglesas, se afianza con la Revolución de Mayo y la guerra de la independencia y culmina en la Confederación Argentina, con el combate de la Vuelta de Obligado.

Quienes atacaron a San Martín y trabajaron su gestión, hasta impulsarlo a alejarse del país, se cuadran en el enfoque unitario. Son quienes consideraron más importante adoptar la civilización europea, que lograr la independencia nacional, y por “un indigno espíritu de partido” -decía San Martín- no vacilaron en aliarse al extranjero en la guerra de Inglaterra y Francia contra la Confederación.

Lo mismo hicieron en la batalla de Caseros   -cuando se aliaron   con el Imperio de Brasil-, donde llegaron a combatir 3.000 mercenarios alemanes contratados por Brasil. San Martín llegó a la conclusión de que “ para que el país pueda existir, es de absoluta necesidad que uno de los dos partidos en cuestión desaparece” (carta a Guido, 1829).

 

Una de las vías de difusión de la mentalidad unitaria-colonial, fue la masonería, que influyó en algunos próceres. Rodríguez Peña , por ejemplo, fue uno de los 58 residentes en el Río de la Plata, que se incorporó a las dos logias masónicas instaladas durante las invasiones inglesas (Estrella del Sur, e Hijos de Hiram).

Otros dos formaron parte de la 1ra. Junta de gobierno: Mariano Moreno y Castelli (Memorias del Cap. Gillespie).

Curiosamente, se ha pretendido vincular a San Martín a la masonería, cuando, además de no existir ninguna documentación que lo fundamente, toda su actuación resulta antinómica con los principios de dicha institución, cuyos miembros lo atacaron permanentemente, en especial Rivadavia (iniciado en Londres, integró las logias: Aurora y Estrella del Sur).

 De todos modos, en los años 1979/80, un investigador argentino consiguió terminar con cualquier duda, al recibir de las Grandes Logias de Inglaterra, de Irlanda y de Escocia, la confirmación oficial de que San Martín nunca estuvo afiliado a la masonería, y que la Logia Lautaro -que cumplió un rol importante en el proceso emancipador-, fue una sociedad secreta con fines políticos, y no tuvo ninguna relación con la masonería.

 

El enfoque unitario-colonial , está influenciado por el iluminismo y el romanticismo, que se puede sintetizar en una frase de Sarmiento: “los pueblos deben adaptarse a la forma de gobierno y no la forma de gobierno a la aptitud de los pueblos”.  

Precisamente lo contrario sostenía San Martín: “a los pueblos no se les debe dar las mejores leyes, sino las mejores que sean apropiadas a su carácter”.

 

Podemos resumir las diferencias entre ambos enfoques, en el enfrentamiento que tuvo San Martín con Rivadavia, desde que regresó a Buenos Aires, en 1812, hasta su alejamiento definitivo (1824). El mismo año de su llegada, le tocó a San Martín intervenir en el pronunciamiento militar que desalojó al Triunvirato, integrado por Rivadavia.

La decisión obedeció a la incompetencia del gobierno que no acertaba a entender hasta donde se extendía la patria, y actuaba como si se limitara a la ciudad de Buenos Aires. Entre otros errores, ordenó el regreso del Ejército del Norte que, de no haber sido desacatada por Belgrano, habría permitido que el ejército realista llegara al Paraná.

   

Con respecto al interior, Rivadavia, que se ufanaba de no haber pasado nunca más allá de la plaza Miserere, insistía en tratar a las provincias con altanería, considerando que la autoridad debía estar concentrada en la capital. San Martín, no solo veía al interior como una parte del país que debía complementarse con Buenos Aires, sino que ambos debían integrar una unidad superior; primero, la unión de los virreinatos de Lima y el Río de la Plata, más la Capitanía de Chile; luego, la América Española, como una nación desprendida del imperio español.

 

Con respecto al exterior, Rivadavia aspiraba a mejorar nuestra vida pública hasta ponerla en línea con los modelos europeos. Pretendía captar el apoyo de Inglaterra y Francia, con el ofrecimiento de buenas ganancias, y la disposición a acatar sus directivas. Veía el futuro argentino en el presente de Europa.

San Martín, por el contrario, creía que Europa estaba en el pasado, la España perdida se reencontraba en América, la Europa caduca rescataba aquí su juventud.

Procuró, sí, que alguna potencia extranjera jugara a favor nuestro, para lo cual definiría previamente un objetivo, al que debían supeditarse las negociaciones posibles.

 

La cultura de un pueblo se mantiene vigorosa, cuando defiende sus tradiciones, sin perjuicio de una lenta maduración. La identidad nacional se deforma cuando se corrompe la cultura y se aleja de la tradición, traicionando sus raíces. La nación es una comunidad unificada por la cultura, que nos da una misma concepción del mundo, la misma escala de valores. Se proyecta en: actitudes -costumbres – instituciones

 

La nacionalidad es tener

glorias comunes en el pasado;

 voluntad común en el presente;

  y aspiraciones comunes para el futuro.

 

Quienes han logrado suprimir el calendario el Día de la Raza, instituido por el Presidente Irigoyen, amenazan con dejarnos sin filiación, sin comprender que la raza, en este caso, no es un concepto biológico, sino espiritual. Constituye una suma de imponderables que hace que nosotros seamos lo que somos y nos impulsa a ser lo que debemos ser, por nuestro origen y nuestro destino.

Ese sentido de raza es el que nos aparta de caer en el remedo de otras comunidades cuyas esencias son extrañas a la nuestra. Para nosotros, la raza constituye un sello personal inconfundible; es un estilo de vida.

 

La identidad nacional, está marcada por la filiación de un pueblo. El pueblo argentino es el resultado de un mestizaje, la nación argentina no es europea ni indígena. Es el fruto de la simbiosis de la civilización grecolatina, heredada de España, con las características étnicas y geográficas del continente americano.

Un modelo del criollo, fue Hernandarias, nacido en Paraguay dos siglos antes de la emancipación, y que fue reelegido varias veces como Gobernador del Paraguay, y verdadero caudillo de su pueblo.

 

Lo que caracteriza una cultura es la lengua, en nuestro caso el castellano. Los colonialistas consideraban a este un idioma muerto, pues no era la lengua del progreso, y preferían el inglés o el francés.

Dos siglos después, muchos argentinos manifiestan los mismos síntomas del complejo de inferioridad. Muchos jóvenes caen en la emigración ontológica ; en efecto, se van a otros países, creyendo que van a poder ser en otra parte. Olvidan la expresión sanmartiniana: serás lo que debas ser, sino no serás nada.

 

Con respecto a las instituciones, el embrionario Estado argentino adoptó el federalismo, que respetaba la autonomía de las provincias históricas. De allí que la Constitución de 1819, de cuño liberal, destruyó la resistencia en el interior. Las autoridades porteñas ordenaron al Ejército del Norte y al de San Martín que interrumpieran las acciones militares contra los realistas, para enfrentar a los caudillos.

San Martín desobedece pues era evidente la prioridad de continuar la campaña libertadora. Belgrano renuncia al mando; y uno de los jefes de su ejército, el Cnel. Juan Bautista Bustos , subleva a las tropas en la posta de Arequito, comenzando un largo período de luchas civiles.

 

Recién con la Constitución de 1853, se pudo afianzar la organización institucional, pues en su texto se logró un equilibrio entre el interior y Buenos Aires, al respetarse los pactos preexistentes, que menciona el Preámbulo, en especial el Pacto Federal de 1831, ratificado por el Acuerdo de San Nicolás (1852), en que las provincias resolvieron organizarse bajo el sistema federal de Estado.

 

La emancipación de los países americanos coincide con el surgimiento del constitucionalismo escrito, y por lo tanto es lógico que quienes conducían los nuevos Estados buscaran afirmar su independencia a través de un instrumento jurídico. En el caso de San Martín, recordamos que, siendo teniente coronel del ejército español, cumplió funciones en Cádiz, donde fue testigo del debate por la sanción de la Constitución, que sería promulgada en 1812.

Al volver ese año al Río de la Plata, San Martín comprendió la inconveniencia de seguir utilizando la máscara de Fernando VII, uno de los motivos del derrocamiento del 1er. Triunvirato, que se negaba a declarar la independencia.

 

El segundo Triunvirato (Paso, Nicolás Rodríguez Peña y Álvarez Jonte) convocó a la Asamblea General Constituyente de 1813, que sin embargo no proclamó la independencia, ni aprobó una constitución.

 

Cuando se reunió 3 años más tarde el Congreso de Tucumán, continuó esta cuestión sin resolverse, y San Martín siguió insistiendo en la independencia que fue proclamada el 9 de julio, pero sólo con respecto a España. San Martín, advertido de gestiones que procuraban la incorporación de nuestro territorio a Inglaterra o Portugal, exigió que se incorporara al acta un agregado que dice: “y de toda otra dominación extranjera”, propuesto por el diputado Medrano en sesión secreta.

San Martín no disimuló su desacuerdo con el proyecto unitario de Rivadavia, y, en cambio, se alegró por la adhesión de las provincias al Pacto Federal de 1831, sosteniendo que, estos países no pueden por muchos años regirse de otro modo que por gobiernos vigorosos, resaltando los males que han ocasionado la convocatoria prematura a congresos.

 

En esta hora que nos toca vivir, resulta evidente que solo podrán resistir los embates de la globalización y conservar su independencia, los Estados que se afiancen en sus propias raíces, y mantengan su identidad nacional. El ex Presidente Avellaneda, en un discurso famoso, con motivo del regreso a la Argentina de los restos del Gral. San Martín, sostuvo que: “los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de sus destinos; y los que se apoyan sobre tumbas gloriosas, son los que mejor preparan el porvenir”.

------

De modo sintético, procuraremos señalar la relación armoniosa que existe entre los principales próceres.

 

SAN MARTÍN Y ROSAS

Los antecedentes que hoy se conocen, demuestran que hubo una relación de admiración mutua entre estos próceres, de los cuales es posible anunciar una suerte de vidas paralelas. San Martín, llevando la libertad a tres pueblos. Rosas, consolidando la obra del Libertador. Resulta explicable que los dos hayan experimentado esa atracción recíproca, que suele existir entre aquellos dirigentes de empresas semejantes.

 

Cuando muere el Libertador, la Gaceta de Buenos Aires, por orden de Rosas, publica durante diez días una biografía muy bien escrita del Padre de la Patria. La firma “un argentino”, pero se sabe que el autor era el joven Bernardo de Irigoyen, que trabajaba para el Gobernador.

 

La misma disposición favorable, nos encontramos en San Martín respecto a Rosas, siendo de destacar el mayor gesto de aprecio y admiración consistentes en legarle su sable, en el párrafo tercero de su testamento ológrafo, firmado el 23-1-1844 y depositado -como era costumbre de la época- en la Legación Argentina en París:

“El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de la América del Sur, le será entregado al General de la República Argentina, don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República, contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataron de humillarla”.

Algunos han sostenido que SM estaba enfermo y por eso tomó esa decisión.

Resulta, sin embargo, que el mismo prócer, en carta que le escribe a Rosas, el 10 de junio de 1839 (5 ​​años antes) , le dice:

“...porque lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su Patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”.

 

 

 

 

Bibliografía:

-Francés, Carlos. “Reciprocidad entre San Martín y Rosas”; revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Nº 60, 2000, págs. 108/119.

-Fernández Cistac, Roberto. “San Martín y la intervención extranjera”; ibídem, págs. 120/127.

SÍNTESIS DOCTRINARIA

 

BIÓTICA

Respaldada por la doctrina cristiana


ABORTO

Evangelium vitae, Juan Pablo II, 1995

 

54. Explícitamente, el precepto «no matarás» tiene un fuerte contenido negativo: indica el límite que nunca puede ser transgredido. Implícitamente, sin embargo, conduce a una actitud positiva de respeto absoluto por la vida, ayudando a promoverla ya progresar por el camino del amor que se da, acoge y sirve. (...)

 

58. Entre todos los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el aborto procurado presenta características que lo hacen particularmente grave e ignominioso. El Concilio Vaticano II lo define, junto con el infanticidio, como « crímenes nefandos ». Hoy, sin embargo, la percepción de su gravedad se ha ido debilitando progresivamente en la conciencia de muchos. La aceptación del aborto en la mentalidad, en las costumbres y en la misma ley es señal evidente de una peligrosísima crisis del sentido moral, que es cada vez más incapaz de distinguir entre el bien y el mal, incluso cuando está en juego el derecho fundamental a la vida.

Ante una situación tan grave, se requiere más que nunca el valor de mirar de frente a la verdad y de llamar a las cosas por su nombre, sin ceder a compromisos de conveniencia oa la tentación de autoengaño.

Precisamente en el caso del aborto se percibe la difusión de una terminología ambigua, como la de « interrupción del embarazo », que tiende a ocultar su verdadera naturaleza y atenuar su gravedad en la opinión pública. Quizás este mismo fenómeno lingüístico sea síntoma de un malestar de las conciencias. Pero ninguna palabra puede cambiar la realidad de las cosas: el aborto procurado es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento .

La gravedad moral del aborto procurado se manifiesta en toda su verdad si se reconoce que se trata de un homicidio y, en particular, si se consideran las circunstancias específicas que lo cualifican. Quien se elimina es un ser humano que comienza a vivir, es decir, lo más inocente en absoluto que se pueda imaginar: ¡jamás podrá ser considerado un agresor, y menos aún un agresor injusto!

Es débil, inerme, hasta el punto de estar privado incluso de aquella mínima forma de defensa que constituye la fuerza implorante de los gemidos y del llanto del recién nacido. Se halla totalmente confiado a la protección y al cuidado de la mujer que lo lleva en su seno.

Sin embargo, a veces, es precisamente ella, la madre, quien decide y pide su eliminación, e incluso la procura.

 

Es cierto que en muchas ocasiones la opción del aborto tiene para la madre un carácter dramático y doloroso, en cuanto que la decisión de deshacerse del fruto de la concepción no se toma por razones puramente egoístas o de conveniencia, sino porque se quisiera preservar algunos bienes importantes, como la propia salud o un nivel de vida digno para los demás miembros de la familia.

A veces se temen para el que ha de nacer tales condiciones de existencia que hacen pensar que para él lo mejor sería no nacer. Sin embargo, estas y otras razones semejantes, aun siendo graves y dramáticas, jamás pueden justificar la eliminación deliberada de un ser humano inocente.

 

59. En la decisión sobre la muerte del niño aún no nacido, además de la madre, intervienen con frecuencia otras personas. Ante todo, puede ser culpable el padre del niño, no sólo cuando induce expresamente a la mujer al aborto, sino también cuando favorece de modo indirecto esta decisión suya al dejarla sola ante los problemas del embarazo: de esta forma se hiere mortalmente a la familia y se profana su naturaleza de comunidad de amor y su vocación de ser «santuario de la vida».

 

No se pueden olvidar las presiones que a veces provienen de un contexto más amplio de familiares y amigos. No raramente la mujer está sometida a presiones tan fuertes que se siente psicológicamente obligada a ceder al aborto: no hay duda de que en este caso la responsabilidad moral afecta particularmente a quienes directa o indirectamente la han forzado a abortar.

También son responsables los médicos y el personal sanitario cuando ponen al servicio de la muerte la competencia adquirida para promover la vida. Pero la responsabilidad implica también a los legisladores que han promovido y aprobado leyes que amparan el aborto y, en la medida en que haya dependido de ellos, los administradores de las estructuras sanitarias utilizadas para practicar abortos.

 

Una responsabilidad general no menos grave afecta tanto a los que han favorecido la difusión de una mentalidad de permisivismo sexual y de menosprecio de la maternidad, como a quienes debieron haber asegurado —y no lo han hecho— políticas familiares y sociales válidas en apoyo de las familias, especialmente de las numerosas o con particulares dificultades económicas y educativas.

Finalmente, no se puede minimizar el entramado de complicidades que llega a abarcar incluso a instituciones internacionales, fundaciones y asociaciones que luchan sistemáticamente por la legalización y la difusión del aborto en el mundo.

En este sentido, el aborto va más allá de la responsabilidad de las personas concretas y del daño que se les provoca, asumiendo una dimensión fuertemente social: es una herida gravísima causada a la sociedad ya su cultura por quienes deben ser sus constructores y defensores.

 

Como escribió en mi Carta a las Familias, «nos encontramos ante una enorme amenaza contra la vida: no sólo la de cada individuo, sino también la de toda la civilización». Estamos ante lo que puede definirse como una «estructura de pecado» contra la vida humana aún no nacida.

 

60. Algunos intentan justificar el aborto sosteniendo que el fruto de la concepción, al menos hasta un cierto número de días, no puede ser todavía considerado una vida humana personal.

En realidad, « desde el momento en que el óvulo es fecundo, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo.

Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces. A esta evidencia de siempre... la genética moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: una persona, un individuo con sus características ya bien determinadas.

 

Con la fecundación inicia la aventura de una vida humana, cuyas principales capacidades requieren un tiempo para desarrollarse y poder actuar». Aunque la presencia de un alma espiritual no puede deducirse de la observación de ningún dato experimental, las mismas conclusiones de la ciencia sobre el embrión humano ofrecen « una indicación preciosa para discernir racionalmente una presencia personal desde este primer surgimiento de la vida humana: ¿cómo un individuo humano podría no ser persona humana?

».Por lo demás, está en juego algo tan importante que, desde el punto de vista de la obligación moral, bastaría la sola probabilidad de encontrarse ante una persona para justificar la más rotunda prohibición de cualquier intervención destinada a eliminar un embrión humano.

 

« El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida ».

 

62. El Magisterio pontificio más reciente ha reafirmado con gran vigor esta doctrina común. (...) También la nueva legislación canónica se sitúa en esta dirección cuando sanciona que «quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae», es decir, automática. La excomunión afecta a todos los que cometen este delito conociendo la pena, incluidos también aquellos cómplices sin cuya cooperación el delito no se hubiera producido... Ninguna circunstancia, ninguna finalidad, ninguna ley del mundo podrá jamás hacer lícito un acto que es intrínsecamente ilícito, por ser contrario a la Ley de Dios, escrita en el corazón de cada hombre, reconocible por la misma razón, y proclamada por la Iglesia.

------------------------------

 

ANTICONCEPCIÓN

Evangelium vitae, Juan Pablo II, 1995

 

13. Para facilitar la difusión del aborto, se han invertido y se siguen invirtiendo ingentes sumas destinadas a la obtención de productos farmacéuticos, que hacen posible la muerte del feto en el seno materno, sin necesidad de recurrir a la ayuda del médico.

La misma investigación científica sobre este punto parece preocupada casi exclusivamente por obtener productos cada vez más simples y eficaces contra la vida y, al mismo tiempo, capaces de sustraer el aborto a toda forma de control y responsabilidad social.

Se afirma con frecuencia que la anticoncepción, segura y asequible a todos, es el remedio más eficaz contra el aborto. Se acusa además a la Iglesia católica de favorecer de hecho el aborto al continuar obstinadamente enseñando la ilicitud moral de la anticoncepción.

La objeción, mirándolo bien, se revela en realidad falaz. En efecto, puede ser que muchos recurran a los anticonceptivos incluso para evitar después la tentación del aborto.

Pero los contravalores inherentes a la «mentalidad anticonceptiva» —bien diversa del ejercicio responsable de la paternidad y maternidad, respetando el significado pleno del acto conyugal— son cuentos que hacen precisamente más fuerte esta tentación, ante la eventual concepción de una vida no deseada.

De hecho, la cultura abortista está particularmente desarrollada justo en los ambientes que rechazan la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción.

Es cierto que anticoncepción y aborto, desde el punto de vista moral, son varones específicamente distintos: la primera contradice la verdad plena del acto sexual como expresión propia del amor conyugal, el segundo destruye la vida de un ser humano; la anticoncepción se opone a la virtud de la castidad matrimonial, el aborto se opone a la virtud de la justicia y viola directamente el precepto divino «no matarás».

A pesar de su diversa naturaleza y peso moral, muy a menudo están íntimamente relacionados, como frutos de una misma planta. Es cierto que no faltan casos en los que se llega a la anticoncepción y al mismo aborto bajo la presión de múltiples dificultades existenciales, que sin embargo nunca pueden eximir del esfuerzo por observar plenamente la Ley de Dios.

Pero en muchísimos otros casos estas prácticas tienen sus raíces en una mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad y presuponen un concepto egoísta de libertad que ve en la procreación un obstáculo al desarrollo de la propia personalidad.

Así, la vida que podría brotar del encuentro sexual se convierte en enemigo a evitar absolutamente, y el aborto en la única respuesta posible frente a una anticoncepción frustrada.

lamentablemente la estrecha conexión que, como mentalidad, existe entre la práctica de la anticoncepción y la del aborto se manifiesta cada vez más y lo demuestra de modo alarmante también la preparación de productos químicos, dispositivos intrauterinos y «vacunas» que, distribuidas con la misma facilidad que los anticonceptivos, actúan en realidad como abortivos en las primerísimas fases de desarrollo de la vida del nuevo ser humano.

-------------------------------

-------------------------

 

EMBRIONES

Evangelium Vitae, Juan Pablo II, 1995

 

La valoración moral del aborto se debe aplicar también a las recientes formas de intervención sobre los embriones humanos que, aun buscando finos en sí mismos legítimos, comportan inevitablemente su destrucción. Es el caso de los experimentos con embriones, en creciente expansión en el campo de la investigación biomédica y legalmente admitida por algunos Estados.

Si « son lícitas las intervenciones sobre el embrión humano siempre que respetan la vida y la integridad del embrión, que no lo expongan a riesgos desproporcionados, que tengan como fin su curación, la mejora de sus condiciones de salud o su supervivencia individual », se debe afirmar, sin embargo, que el uso de embriones o fetos humanos como objeto de experimentación constituye un delito en consideración a su dignidad de seres humanos, que tienen derecho al mismo respeto debido al niño ya nacido ya toda persona.

La misma condena moral concierne también al procedimiento que utiliza los embriones y fetos humanos todavía vivos —a veces « producidos » expresamente para este fin mediante la fecundación in vitro— sea como « material biológico » para ser utilizado, sea como abastecedores de órganos o tejidos para trasplantar en el tratamiento de algunas enfermedades.

 

En verdad, la eliminación de criaturas humanas inocentes, aun cuando beneficia a otras, constituye un acto absolutamente inaceptable.

 

 

Una atención especial merece la valoración moral de las técnicas de diagnóstico prenatal, que permiten identificar precozmente eventuales anomalías del niño por nacer. En efecto, por la complejidad de estas técnicas, esta valoración debe hacerse muy cuidadosa y articuladamente.

Estas técnicas son moralmente lícitas cuando están exentas de riesgos desproporcionados para el niño o la madre, y están orientadas a posibilitar una terapia precoz o también a favorecer una serena y consciente aceptación del niño por nacer. Pero, dado que las posibilidades de curación antes del nacimiento son hoy todavía escasas, sucede no pocas veces que estas técnicas se ponen al servicio de una mentalidad eugenésica, que acepta el aborto selectivo para prevenir el nacimiento de niños afectados por varios tipos de anomalías.

Semejante mentalidad es ignominiosa y totalmente reprobable, porque pretende medir el valor de una vida humana siguiendo sólo parámetros de «normalidad» y de bienestar físico, abriendo así el camino a la legitimación incluso del infanticidio y de la eutanasia.

En realidad, precisamente el valor y la serenidad con que tantos hermanos nuestros, afectados por graves formas de minusvalidez, viven su existencia cuando son aceptados y amados por nosotros, constituyen un testimonio particularmente eficaz de los auténticos valores que caracterizan la vida y que la hacen, incluso en condiciones difíciles, preciosa para sí y para los demás.

La Iglesia está cercana a aquellos esposos que, con gran ansia y sufrimiento, acogen a sus hijos gravemente afectados de incapacidades, así como agradece a todas las familias que, por medio de la adopción, amparan a quienes han sido abandonados por sus padres, debido a formas de minusvalidez o enfermedades. (63)

-------------------------

ESTERILIZACIÓN

Catecismo

233 En cuanto a los medios para la procreación responsable, se han de rechazar como moralmente ilícitos tanto la esterilización como el aborto. (...)

 

Carta Encíclica Humanae Vitae, Pablo VI, 25-7-68

 

14. En conformidad con estos principios fundamentales de la visión humana y cristiana del matrimonio, debemos una vez más declarar que hay que excluir absolutamente, como vía lícita para la regulación de los nacimientos, la interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas.

Hay que excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer; queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación.

 

Tampoco se pueden invocar como razones válidas, para justificar los actos conyugales intencionalmente infecundos, el mal menor o el hecho de que tales actos constituirían un todo con los actos fecundos anteriores o que seguirán después y que por tanto compartirían la única e idéntica bondad moral.

En verdad, si es lícito alguna vez tolerar un mal moral menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien , es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiese salvar o promover el bien individual, familiar o social.

Es por tanto un error pensar que un acto conyugal, hecho voluntariamente infecundo, y por esto intrínsecamente deshonesto, pueda ser cohonestado por el conjunto de una vida conyugal fecunda. (14)

 

P. Domingo Basso, OP [1]

La esterilización quirúrgica anticonceptiva, eugenésica o no, ha sido taxativamente reprobada por el Magisterio en muchas oportunidades. Sólo es lícita la esterilización cuando, no existiendo otra posibilidad de terapia, haya que recurrir a ella; como la extirpación de ovarios enfermos, histerectomía oncológica, ablación de testículos y otros órganos del aparato sexual afectados por cáncer, etc.

En todos estos casos la indicación es exclusivamente terapéutica, aunque se siga de ella la esterilización definitiva o temporal, no directamente buscada.

 

Algunos, considerando que la ablación del útero es mayúscula, han creído que la ligadura de trompas, más sencilla, podría muy bien sustituirla.

Pienso que lo segundo (la ligadura) es intrínsecamente ilícita; de hecho no son las tubas, precisamente, las que están enfermas si es que hubiera realmente una patología; una ligadura, en este caso, sería una operación directamente anticonceptiva y, por ende, contraria a la norma moral.

 

[1] Nacer y morir con dignidad; Bogotá, SELARE, 1991, págs. 205/6.

--------------------

EUTANASIA

Evangelium vitae, Juan Pablo II, 25-3-1995, p. 67.

 

En el otro extremo de la existencia, el hombre se encuentra ante el misterio de la muerte. Hoy, debido a los progresos de la medicina y en un contexto cultural con frecuencia cerrado a la trascendencia, la experiencia de la muerte se presenta con algunas características nuevas. En efecto, cuando prevalece la tendencia a apreciar la vida sólo en la medida en que da placer y bienestar, el sufrimiento aparece como una amenaza insoportable, de la que es preciso librarse a toda costa.

La muerte, considerada «absurda» cuando interrumpe por sorpresa una vida todavía abierta a un futuro rico de posibles experiencias interesantes, se convierte por el contrario en una «liberación reivindicada» cuando se considera que la existencia carece ya de sentido por estar sumergida en el dolor e inexorablemente condenada a un sufrimiento posterior más agudo.

Además, el hombre, rechazando u olvidando su relación fundamental con Dios, cree ser criterio y norma de sí mismo y piensa tener el derecho de pedir incluso a la sociedad que le garantiza posibilidades y modos de decidir sobre la propia vida en plena y total autonomía.

Es particularmente el hombre que vive en países desarrollados quien se comporta así: se siente también movido a ello por los continuos progresos de la medicina y por sus técnicas cada vez más avanzadas. Utilizando sistemas y aparatos extremadamente atractivo, la ciencia y la práctica médica son hoy capaces no sólo de resolver casos antes sin solución y de mitigar o eliminar el dolor, sino también de sostener y prolongar la vida incluso en situaciones de extrema debilidad, de reanimar artificialmente a personas que perdieron de modo repentino sus funciones biológicas elementales, de intervenir para disponer de órganos para trasplantes.

 

En semejante contexto es cada vez más fuerte la tentación de la eutanasia, esto es, adueñarse de la muerte, procurándola de modo anticipado y poniendo así fin « dulcemente » a la propia vida oa la de otros. En realidad, lo que podría parecer lógico y humano, al considerarlo en profundidad se presenta absurdo e inhumano.

Estamos aquí ante uno de los síntomas más alarmantes de la «cultura de la muerte», que avanza sobre todo en las sociedades del bienestar, caracterizadas por una mentalidad eficiente que presenta el creciente número de personas ancianas y debilitadas como algo demasiado grave e insoportable.

Muy a menudo, éstas se ven aisladas por la familia y la sociedad, organizadas casi exclusivamente sobre la base de criterios de eficiencia productiva, según los cuales una vida irremediablemente inhábil no tiene ya valor alguno.

Para un correcto juicio moral sobre la eutanasia, es necesario ante todo definirla con claridad. Por eutanasia en sentido verdadero y propio se debe entender una acción o una omisión que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor.

« La eutanasia se sitúa, pues, en el nivel de las intenciones o de los métodos usados ​​».

De ella debe distinguirse la decisión de renunciar al llamado « ensañamiento terapéutico », o sea, ciertas intervenciones médicas ya no adecuadas a la situación real del enfermo, por ser desproporcionadas a los resultados que se podrían esperar o, bien, por ser demasiado gravosas para él o su familia.

En estas situaciones, cuando la muerte se prevé inminente e inevitable, se puede en conciencia «renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo las curas normales debidas al enfermo en casos similares».

 

Ciertamente existe la obligación moral de curarse y hacerse curar, pero esta obligación se debe valorar según las situaciones concretas; es decir, hay que examinar si los medios terapéuticos a disposición son objetivamente proporcionadas a las perspectivas de mejoría. La renuncia a medios extraordinarios o desproporcionados no equivale al suicidio oa la eutanasia; expresa más bien la aceptación de la condición humana ante la muerte.

 

En la medicina moderna van teniendo auge los llamados «cuidados paliativos», destinados a hacer más soportable el sufrimiento en la fase final de la enfermedad y, al mismo tiempo, asegurar al paciente un acompañamiento humano adecuado. En este contexto aparece, entre otros, el problema de la licitud del recurso a los diversos tipos de analgésicos y sedantes para aliviar el dolor del enfermo, cuando esto comporta el riesgo de acortarle la vida.

En efecto, si puede ser digno de elogio quien acepta voluntariamente sufrir renunciando a tratamientos contra el dolor para conservar la plena lucidez y participar, si es creyente, de manera consciente en la pasión del Señor, tal comportamiento « heroico » no debe considerarse obligatorio para todos.

 

Ya Pío XII afirmó que es lícito suprimir el dolor por medio de narcóticos, a pesar de tener como consecuencia limitar la conciencia y abreviar la vida, « si no hay otros medios y si, en tales circunstancias, ello no impide el cumplimiento de otros deberes religiosos y morales ». En efecto, en este caso no se quiere ni se busca la muerte, aunque por motivos razonables se corre ese riesgo. Simplemente se pretende mitigar el dolor de manera eficaz, recurriendo a los analgésicos puestos a disposición por la medicina.

Sin embargo, « no es lícito privar al moribundo de la conciencia propia sin grave motivo »: acercándose a la muerte, los hombres deben estar en condiciones de poder cumplir sus obligaciones morales y familiares y, sobre todo, deben poderse preparar con plena conciencia al encuentro definitivo con Dios.

Hechas estas distinciones, de acuerdo con el Magisterio de mis Predecesores y en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirma que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal.

Semejante práctica conlleva, según las circunstancias, la malicia propia del suicidio o del homicidio .

 

La eutanasia, aunque no esté motivada por el rechazo egoísta de hacerse cargo de la existencia del que sufre, debe considerarse como una falsa piedad, más aún, como una preocupante «perversión» de la misma. En efecto, la verdadera «compasión» hace solidarios con el dolor de los demás, y no elimina a la persona cuyo sufrimiento no se puede soportar. El gesto de la eutanasia aparece aún más perverso si es realizado por quienes —como los familiares— deben asistir con paciencia y amor a su allegado, o por cuantos —como los médicos—, por su profesión específica, deben cuidar al enfermo incluso en las condiciones terminales más penosas.

La opción de la eutanasia es más grave cuando se configura como un homicidio que otros practican en una persona que no la pidió de ningún modo y que nunca dio su consentimiento. Se llega además al colmo del arbitraje y de la injusticia cuando algunos, médicos o legisladores, se arrogan el poder de decidir sobre quién debe vivir o morir.

Cuando el hombre usurpa este poder, dominado por una lógica de necesidad y de egoísmo, lo usa fatalmente para la injusticia y la muerte. De este modo, la vida del más débil queda en manos del más fuerte; se pierde el sentido de la justicia en la sociedad y se mina en su misma raíz la confianza recíproca, fundamento de toda relación auténtica entre las personas. (64)

 

 

-------------------------

 

MANIPULACIÓN DE ÓRGANOS

Valor de la vida. Cultura de la muerte.[1]

 

¿Qué dice la doctrina cristiana sobre la donación de órganos?

Que es un acto de entrega y caridad. Pero que debe guardar las normas morales; lo que implica que no pueden extraerse órganos de personas vivas si existe grave riesgo para la vida, salud o funciones orgánicas de éstas. En este sentido, es esencial que se verifique la muerte real de la persona antes de producir la ablación de sus órganos vitales.

Recordemos que ante la duda, se debe presumir que existe una persona y por ello se la debe respetar al máximo. Además, siendo la persona una unidad sustancial de carne y espíritu, sus órganos no son algo suyo extrínseco (como su ropa), sino, bajo cierto aspecto, ella misma; por ello no se puede realizar la ablación sin su consentimiento (Vgr. no puede extraerse el riñón de una persona, por más que otro lo necesite, si ella no consciente la donación; ni pueden extraerse de menores o de personas con graves deficiencias mentales). (página 210)

 

La clonación es un procedimiento técnico mediante el cual se obtiene un nuevo individuo a partir de una célula extraída de otro individuo ya existente; con lo que ambos tendrán idéntica carga genética.

Para hacer una valoración ética de la clonación, habría que distinguir si se trata de clonación de seres humanos, clonación en seres humanos, o clonación de animales y vegetales. Esto último (clonación de animales y vegetales) se hace desde hace bastante tiempo (de hecho, cuando se extrae un gajo de un arbusto y se lo planta para que de lugar a otro nuevo, se está practicando una forma de clonación vegetal). Estas clonaciones no son, en principio, objetos, si están al servicio de las necesidades del hombre. Deben sí ser practicadas con precaución porque la diversidad biológica es un bien a preservar, y porque aún no se sabe a ciencia cierta las consecuencias que pueden traer estas manipulaciones genéticas.

Pero no es lo mismo si se trata de clonar seres humanos. El hombre posee una dignidad superior al resto de los seres y debe ser respetada . No se puede manipular a la persona. Además, la procreación debe desarrollarse a través del acto de amor de los esposos: la clonación prescinde no sólo de la relación sexual sino incluso de la participación de dos padres. ¡El niño clonado nacerá sin padre o sin madre!

Cosa distinta es la clonación en seres humanos; es decir, la producción no de personas sino de tejidos orgánicos, que después pueden tener usos terapéuticos o para trasplantes en seres humanos. En principio, no hay objeciones éticas a los mismos, pues la parte (un órgano, un tejido) puede ser sacrificada en beneficio del todo (la persona). Si se trata de una clonación para trasplante en otra persona, deben respetarse las exigencias éticas que rigen los trasplantes de órganos. (págs. 190/192)

 

[1] AAVV. Elementos de bioética; Centro Tomista del Litoral, 1998.

-------------------------

REPRODUCCIÓN ARTIFICIAL

 

Evangelium vitae, Juan Pablo II, 25-3-1995

 

También las distintas técnicas de reproducción artificial, que parecerían puestas al servicio de la vida y que son practicadas no pocas veces con esta intención, en realidad dan pie a nuevos atentados contra la vida. Más allá del hecho de que son moralmente inaceptables desde el momento en que separan la procreación del contexto integralmente humano del acto conyugal, estas técnicas registran altos porcentajes de fracaso.

 

Este afecta no tanto a la fecundación como al desarrollo posterior del embrión, expuesto al riesgo de muerte por lo general en brevísimo tiempo. Además, se producen con frecuencia embriones en número superior al necesario para su implantación en el seno de la mujer, y estos así llamados « embriones supernumerarios » son posteriormente suprimidos o utilizados para investigaciones que, bajo el pretexto del progreso científico o médico, reducen en realidad la vida humana a simple « material biológico » del que se puede disponer libremente. (...)

 

Siguiendo esta misma lógica, se ha llegado a negar los cuidados ordinarios más elementales, y hasta la alimentación, a niños nacidos con graves deficiencias o enfermedades. Además, el panorama actual resulta aún más desconcertante debido a las propuestas, hechas en varios lugares, de legitimar, en la misma línea del derecho al aborto, incluso el infanticidio, retornando así a una época de barbarie que se creía superada para siempre. (14)

 

Libro: "Valor de la vida. Cultura de la muerte"[1]

 

La Iglesia defiende el derecho de los padres a la procreación, pero postula también que el fin no justifica los medios; que no basta una intención legítima para que el acto sea bueno. No se puede recurrir a cualquier medio, para obtener una procreación o satisfacer un interés de los padres.

 El matrimonio tiene derecho a realizar los actos que naturalmente llevan al embarazo, los esposos tienen derecho al débito conyugal, pero no tienen derecho al hijo, como si éste fuera una cosa, o como si se pudiera utilizar cualquier medio para tenerlo.

La procreación médicamente asistida (con asistencia de un médico) puede de hecho realizarse con sustitución del acto sexual (procreación artificial) o sin sustitución del acto sexual (tratamientos tradicionales para curar la infertilidad) como origen del nuevo ser. (...)

En los casos de procreación artificial, el embarazo proviene no del acto sexual de los padres sino de la intervención del médico, por lo que son contrarios a la ley moral al disociar la reproducción del acto sexual; privando al embrión de su derecho a ser concebido dignamente en el vientre de su madre, como fruto de un acto de amor y entrega de sus padres. Es indigno del hombre ser concebido en una sonda .

 

Esto sin contar el grave riesgo para la vida de los embriones que implican los procedimientos de procreación extrauterina. Aunque no se congelen ni seleccionen embriones, en los mejores laboratorios del mundo la fecundación in vitro alcanza su mayor porcentaje de éxito (24 %) transfiriendo cuatro embriones al seno materno; es decir, que cada embrión tiene un 6% de posibilidades de sobrevivir; lo que significa que cada 6 niños nacidos in vitro, mueren 94.

 

A lo que debemos agregar los atentados a la dignidad y derechos a la vida, integridad e identidad del embrión, en los procedimientos en los que se admite el congelamiento de embriones (donde la mortandad es mayor), la donación de semen u óvulos para procrear (donde el semen o el óvulo no provienen de su padre o de su madre -respectivamente- sino de un tercero anónimo, por lo que el hijo no va a nunca conocer a uno de sus padres), la cesión de vientres (se usa el vientre de otra persona para el embarazo), el deseo y/o selección de embriones, etc.

 

 

[1] AAVV. Elementos de bioética; Santa Fe, Centro Tomista del Litoral Argentino, 1998, págs. 185