Por Anand Giridharadas
"Nosotros somos aquellos a los que hemos estado esperando", dijo el presidente Obama durante la campaña. Esa frase mesiánica contiene la promesa de un nuevo estilo de política en este tiempo de mensajes en Tweeter (Tweets) y fanáticos del Poker online (o Pokes, como se los conoce). Pero fue vaga, un paradigma deslizado como quien no quiere la cosa en nuestras bebidas. Hasta hoy el gusto ha resultado agridulce.
¿Podemos gobernar todos?
Hay un debate vivaz en curso acerca de lo que algunos llaman Gov 2.0. Un bando ve en Internet una oportunidad sin precedentes para recuperar la democracia directa al estilo ateniense. La visión aparece en un reciente documental británico, "Us Now" (Nosotros ahora), que pinta un futuro en el que todo ciudadano se conecta al estado tan fácilmente como a Facebook, eligiendo políticas, cuestionando a los políticos, colaborando con los vecinos.
"¿Podemos gobernar todos?", pregunta la película al comienzo. (Por supuesto que puede verse en la red).
La gente de este bando señala la ayuda que representa la tecnología informática para los movimientos de bases, desde Moldavia hasta Irán. Ponen como ejemplo a la India, donde los votantes ahora pueden acceder vía mensaje de texto a información sobre los antecedentes penales de candidatos parlamentarios, y a África, donde los celulares permiten controlar mejor las elecciones. Destacan la nueva facilidad para difundir conocimiento científico y académico confiable a un público amplio. Observan la manera en que Internet, al democratizar el acceso a datos y cifras, alienta a los políticos y ciudadanos por igual a basar sus decisiones en algo más que intuiciones.
El otro bando ve menos color de rosa a Internet. Sus miembros tienden a ser entusiastas respecto de la red y la participación cívica, pero son escépticos respecto de que internet sea una panacea para la política. Lo que les preocupa es que la Web crea una ilusión falsamente tranquilizadora de igualdad, apertura y universalidad.
"Vivimos en una era de experimentación democrática, tanto en nuestras instituciones oficiales como en las muchas maneras informales en que se consulta al público", escribe James Fishkin, cientista político de Stanford, en su nuevo libro, When the People Speak ("Cuando la gente habla"). "Se pueden utilizar muchos métodos y tecnologías para dar voz a la voluntad del público. Pero algunos dan una imagen de la opinión pública como si fuera a través de un espejo ridículamente deformante".
Debido a que es tan fácil filtrar lo que uno lee online , lo que domina el debate son los puntos de vista extremos. Los moderados están subrepresentados, por lo cual los ciudadanos que quieren mejores servicios de salud parecen menos numerosos que los fanáticos del poker. La imagen de apertura e igualdad de Internet oculta las desigualdades en términos de raza, geografía y edad.
Las mentiras se difunden como un incendio descontrolado en la red. Eric Schmidt, CEO de Google, que no es ningún tecnófobo, alertó en octubre pasado que si morían las grandes marcas del periodismo en las que se confía, Internet se convertiría en un "pozo ciego" de mala información. Wikipedia piensa agregar una capa de edición -¿recuerdan la edición?- para artículos sobre gente viva.
Quizás lo más amenazante sea que la apertura de Internet permite a grupos bien organizados simular apoyo, "capturando y apareciendo falsamente como la voz del público", como escribió Fishkin en un intercambio de e-mails.
No hay manera de volver atrás el reloj. Ahora tenemos a la opinión pública presionando sobre la política más que nunca antes. La cuestión es cómo canalizarla y filtrarla para crear sociedades más libres y exitosas, porque poner simplemente cosas online no es cura de nada.
"En este momento, la conversación no es si Internet es más importante y se va a generalizar", dijo Clay Shirky, un teórico de Internet y autor de Here Comes Everybody: The Power of Organizing Without Organizations ("Aquí vienen todos: el poder de organizar sin organizaciones"). Y agregó en una entrevista telefónica: "Ahora que es tan importante, en realidad es demasiado importante como para no analizar las cuestiones constitucionales y de gobierno involucradas".
Se está a la búsqueda de la metáfora adecuada. ¿Cuál es el nuevo rol del gobierno? ¿Una plataforma? ¿Una máquina expendedora, en la que ponemos dinero para extraer servicios? ¿Un facilitador? ¿Y cuál es por cierto nuestro nuevo rol, el de "aquellos que hemos estado esperando"?
Traducción de Gabriel Zadunaisky
© The New York Times
Extractado de La Nación, Enfoques, 20-9-09