Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo
Queridos amigos y hermanos: Paz y Bien. Estamos ya en pleno fragor de campaña electoral, para la cita que tenemos el próximo domingo 22 de mayo, de cara a los comicios municipales y autonómicos. Hemos sido convocados y es menester responsable participar como ciudadanos y como cristianos a la hora de elegir a nuestros representantes democráticos.
¿Se presenta la Iglesia Católica a estas elecciones? Es una pregunta retórica, que es fácil responder. Incluso podemos dar la palabra al Beato Juan Pablo II, que lúcidamente abordó esta cuestión: la Iglesia «no propone sistemas o programas económicos y políticos, ni manifiesta preferencias por unos o por otros, con tal que la dignidad del hombre sea debidamente respetada y promovida, y ella goce del espacio necesario para ejercer su ministerio en el mundo. Pero la Iglesia es "experta en humanidad", y esto la mueve a extender necesariamente su misión religiosa a los diversos campos en que los hombres y mujeres desarrollan sus actividades, en busca de la felicidad, aunque siempre relativa, que es posible en este mundo, de acuerdo con su dignidad de personas» (Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 41). Es así.
La Iglesia no tiene un partido que la represente, ni como tal nos presentamos detrás de unas siglas. Y esto vale absolutamente para todos los partidos, si bien no hay neutralidad cuando evaluamos la cercanía o la lejanía de sus programas y actuaciones, respecto a nuestra manera de entender la justicia y los derechos de las personas desde la doctrina social de la Iglesia. Como indicaba en ese mismo texto el Beato Juan Pablo II, «la doctrina social de la Iglesia no es, una "tercera vía" entre el capitalismo liberal y el colectivismo marxista, y ni siquiera una posible alternativa a otras soluciones menos contrapuestas radicalmente, sino que tiene una categoría propia. No es tampoco una ideología, sino la cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar esas realidades, examinando su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana».
Es normal que los diferentes partidos políticos intensifiquen en estos días sus diversos actos para explicar a los ciudadanos cuáles son los programas que quisieran poder desarrollar si obtuviesen el respaldo popular. Es deseable que haya una limpieza en la campaña, que no consiste en la destrucción del rival político, sino en la propuesta de lo que se desea llevar a cabo como un servicio al bien común, subrayando los retos más emergentes, saliendo al paso de las problemáticas sociales y humanas que tenemos ante nosotros y que condicionan la vida real de miles de conciudadanos.
Existen dificultades para escuchar sus propuestas o evaluar su propia gestión con quienes emplean la mentira como herramienta y el ataque visceral como talante. Engañar al electorado demagógicamente, tiene consecuencias tremendas a la hora de encontrar cauces de solución a los problemas. Tenemos ejemplos bien recientes, en donde la mentira irresponsable ha ahondado una crisis económica que afecta a un incontable número de personas y de familias.
Se trata de elegir a quienes creíblemente pondrán remedio con el justo empleo de los recursos y la gestión de los presupuestos; la defensa de la vida en todas sus fases, la maternidad y los retos de la familia; de la educación integral no entendida como cincel manipulador al servicio de una ideología; de los más desfavorecidos y sus situaciones de desempleo y vivienda, de la violencia y sus causas en una sociedad frívola y crispada; del desencanto de nuestros jóvenes y la atención social a los ancianos; de nuestra convivencia en un mundo culturalmente plural.
Es hermosa y noble la dedicación a la política cuando se entiende como un servicio real a las personas reales, sin injerencias indebidas y sin inhibiciones lamentables. El perfil cristiano del político también existe, viva o no con total coherencia las exigencias de nuestra fe. Y a él miramos cuando en lo que propone hacer o en lo que da cuenta de lo ya hecho, son reconocibles nuestros valores cristianos.
OVIEDO, lunes, 16 de mayo de 2011 (ZENIT.org)