Por Félix Sammartino
Las elecciones del domingo barrieron con buena parte de las certezas que cultivaba el campo. El que hasta hace menos de una semana era el mayor frente opositor al Gobierno presenta ahora grietas muy difíciles de disimular. Hay claras evidencias que se rompió la alianza establecida en la revuelta de 2008 entre los productores y los sectores urbanos rurales que dependen de la economía agropecuaria. De buenas a primeras, lo que había sido el voto castigo del campo en las elecciones de Santa Fe y Córdoba se transformó en una parte importante del triunfo del oficialismo en ciudades y pueblos del interior del país. En localidades emblemáticas del agro por su perfil productivo o su historia gremial ganó el kirchnerismo.
Si bien mucho se debe a la torpeza con que se manejaron los partidos de la oposición, que además de fragmentarse no pudieron conformar una oferta electoral atractiva, no es fácil encontrar explicaciones para esta pirueta electoral.
Para este cometido nada fue más oportuno que a menos de una semana de las elecciones se reunieran más de 2700 productores y técnicos en el XIX Congreso de Aapresid. Además de plantear, escuchar y analizar los grandes desafíos que se presentan a la producción de alimentos, lo que allí se vivió tuvo mucho que ver con la escena final de una novela de Sherlock Holmes, donde el detective indaga en el living familiar a los sospechosos de un asesinato. Esta vez, sin muertos de por medio, la pregunta que realmente importaba y que se repetía en forma incansable por los pasillos y los stands comerciales, y que Jorge González Montaner, coordinador de la Comisión de Agricultura de la zona Mar y Sierras de Aacrea se animó a lanzar ante un auditorio de 500 personas, era: ¿quién votó a Cristina?
Vale aclarar que no existía un ambiente inquisitorio o la idea de expatriar a quién se confesara sino la imperiosa necesidad de develar una gran intriga.
Por lo que se pudo observar entre los productores, la respuesta sigue siendo negativa. Muy pocos piensan que la bonanza económica se deba a la gestión del Gobierno. La gran mayoría observa al kirchnerismo como una amenaza.
El combo que ofrece a diario el Gobierno, compuesto por retenciones a las exportaciones, inconsistencias conceptuales, revanchismo ideológico, excesiva intervención del Estado, discrecionalidad, falta de transparencia, trabas y destrucción de los mercados sigue provocando a los productores fuertes indigestiones. Y lo que es mucho peor si se piensa en el devenir de los próximos años: al Gobierno ya no le creen.
Ahora bien, al núcleo duro de productores que sufren de manera directa las malasangres por no poder comercializar el trigo o por haber liquidado buena parte de su hacienda, lo rodean como círculos concéntricos otros sectores de empresas de insumos, comercializadoras, fabricantes de maquinaria agrícola, elaboradoras de alimentos o compañías que brindan servicios varios. Aquí las señales políticas y económicas que les llegan son distintas. Les cabe a medida aquella frase de la campaña de Bill Clinton: "Es la economía, estúpido". Es evidente que cabalgan sobre un mayor consumo y que en algunos casos hasta son los beneficiarios directos del reparto discrecional de transferencias y subsidios. Muchas de estas empresas necesitan desarrollar una relación servil, casi de cortesanos con el poder central. Son los casos en que la actividad privada depende para desarrollarse del favor o de la venia del funcionario de turno. Probablemente en las últimas elecciones estos sectores, más algunos pobladores de pequeños centros urbanos satisfechos por el mayor movimiento económico, se han desacoplado de aquel compacto frente rural que se oponía al gobierno. El resultado fue que el voto del campo se dividió y como consecuencia se ha vuelto menos predecible y también menos contundente. Se registra una pérdida de masa crítica electoral.
Sin embargo, los porcentajes de la victoria oficialista en las elecciones del domingo han provocado un problema mucho mayor que la sorpresa y el estupor iniciales.
Generó una enorme confusión entre los productores acerca de lo válido y genuino que puede ser continuar levantando las banderas del reclamo y la queja en las actuales circunstancias. Las mayorías también intimidan. ¿Un resultado electoral de nivel nacional puede deslegitimar o desautorizar al reclamo sectorial? Hay dudas y se comienza a hablar de efectuar una autocrítica en la relación con el Gobierno.
¿Será cierto que el último domingo la sociedad dio la espalda a los productores como afirmó el presidente de Aapresid, Gastón Fernández Palma? A simple vista parece una exageración porque los que perdieron fueron en definitiva los partidos políticos de la oposición. Pero desde la hecatombe social sufrida en 2001, las instituciones no se han recompuesto y todo continúa demasiado mezclado.
Todo indica que para recuperar el funcionamiento armónico de los distintos sectores que componen la vida pública se hace necesario volver a definir cuanto antes los roles y las responsabilidades. Que de una buena vez por todas, de las cuentas impagas de la política se hagan cargo los políticos y que los dirigentes rurales tramiten tanto las protestas como las propuestas sectoriales.
Mientras tanto y con un clima internacional demasiado enrarecido, la otra pregunta que se formularía el gran Sherlock Holmes a la economía argentina es si tiene en claro que el viento de cola no soplará por siempre. Y que las oportunidades para atraer inversiones, aumentar la producción y generar empleo hay que aprovecharlas o simplemente se pierden. El mundo evidentemente no nos espera.
La Nación, Campo, 20-8-11