Por Vicente Massot.
23-7-15
Si a alguien se le ocurriese —con base en el resultado
de la segunda vuelta electoral que se substanció el pasado domingo en la
capital federal— calificar la performance de Horacio Rodríguez Larreta de
victoria pírrica, estaría exagerando. Pero si, en lugar de tomar al próximo
jefe de gobierno porteño como objeto de análisis, centrase en Mauricio Macri el
argumento, llevaría alguna razón. Pirro, rey de Epiro, se hizo famoso en la
antigüedad por el costo final de sus victorias en los campos de batalla de lo
que luego sería Italia: triunfaba sobre sus enemigos pero, a la postre, las
consecuencias que se seguían de su acción bélica transformaban el éxito en
fracaso. Por eso se habla de victorias a lo Pirro.
No le caben las generales de la ley a Rodríguez
Larreta porque —más allá de lo apretada que fue la elección— tiene por delante
cuatro años para administrar una ciudad que conoce como pocos, con una
situación acomodada en la Legislatura porteña. Lousteau no volverá a competir
con él y difícilmente podría sumar la misma cantidad de votos en un comicio
futuro. Por lo tanto, en este caso ganar por tres puntos no significa haber
dejado jirones de su integridad en el camino. Todos preveían —y los del Pro
antes que ninguno— una diferencia de, cuando menos, ocho puntos. Con lo cual
todos se equivocaron. Pero, de ahora en más, el horizonte del futuro lord mayor
luce despejado.
Distinto resulta el caso de su jefe y candidato a la
presidencia. La magra diferencia que no afectó a su delfín sí, en cambio, hizo
mella en la estrategia de campaña de un partido que el domingo no salía de su
asombro y que reflejó la preocupación que lo embargaba al dar la cara sus
principales dirigentes.
Sería incorrecto sostener que a tal punto lo ha a
afectado a Macri el resultado que ya no podrá recomponerse de cara al duelo que
sostiene con Daniel Scioli por el máximo galardón. Dicho lo cual, no lo es
decir que tuvo algo o bastante de pírrica su victoria frente a Lousteau. En
primera instancia, el Pro fue víctima de las expectativas generadas desde hace
un par de meses. De no haber montado tamaño triunfalismo, el impacto habría
sido diferente. Sobre el particular podría trazarse —sin faltar a la verdad—
una comparación entre lo que sucedió en Santa Fe y lo que acaba de ocurrir en
Buenos Aires. Es cierto que allá perdió y acá salió airoso; pero ello no quita
que en uno y otro distrito las expectativas le jugaron en contra. En el litoral
tanto como en la capital todo indicaba que ganaría el Pro. Cuando perdió Del
Sel, y ahora que apenas superó a Lousteau por escasos tres puntos, parte de su
estrategia se desmoronó.
Piénsese tan solo en este dato que no es antojadizo,
ni mucho menos: por sólo tres puntos no naufragó la candidatura de Mauricio
Macri. Es que si el artífice de la famosa 125 hubiese doblegado a Rodríguez
Larreta, en el estrado donde Macri pronunció su discurso el domingo a la noche
hubiera tenido que anunciar el fin de sus aspiraciones presidenciales. Esto
habla a las claras de una improvisación que el Pro ya había puesto de
manifiesto desde abril —cuando dieron comienzo los comicios provinciales— y que
ahora se halla fuera de duda.
¿En qué cabeza cabe darle la espalda a la principal
candidata posicionada en términos de votos y de imagen en la Capital —nos
referimos a Gabriela Michetti— para respaldar a un excelente gerenciador con
escaso carisma político? Los resultados están a la vista: casi pierden la
pulseada. ¿A quién se le ocurre llevar a Carlos Reutemann en la boleta del Pro
sin la exigencia de que recorriese la provincia en apoyo a Miguel del Sel?
Porque el ex–corredor de Fórmula 1 no se movió de su casa y hasta se permitió
dudar del candidato a gobernador del Pro. ¿Qué lógica tiene confrontar con un
candidato que —en teoría— pertenece al mismo espacio, cuya primera declaración
luego de cerrados los comicios y conocidos los resultados fue un torpedo
lanzado en contra de Macri? …Con aliados así mejor hubiera sido convocarlo a
Aníbal Fernández y a Máximo Kirchner para que le diesen consejos. ¿Cómo
explicar la rotunda negativa a cerrar un acuerdo con Sergio Massa cuando el
dirigente de Tigre estaba entregado y aceptar que un Lousteau públicamente
hiciese saber su preferencia a la hora de votar: primero Sanz, y luego
Stolbizer, nunca Macri.
En el Pro convive un conjunto de improvisados que se
considera a sí mismo inteligente en grado superlativo —con Jaime Durán Barba a
la cabeza— y un pequeño equipo, liderado por Emilio Monzó, que tiene estaño
político y conoce los entresijos de éste tipo de campañas. El problema es que
la última palabra la tiene Macri, imantado intelectualmente, desde hace años, a
un gurú ecuatoriano cuya suficiencia no se corresponde bien con su track record
de éxitos. Por momentos, el Pro se parece, más que a un partido político, a un
casting en donde sus dos socios se encierran, discuten y finalmente deciden qué
rumbo corresponde tomar, haciendo caso omiso de la experiencia.
Mauricio Macri no está acabado. Al fin y al cabo su
pollo ganó en la ciudad y retuvo el bastión. Sigue midiendo bien en las
encuestas; y en las elecciones a las cuales se presentó —solo o acompañado— al
Pro le fue mejor hasta ahora que al Frente para la Victoria y que al Frente
Renovador. No hay razón, pues, para trazar un cuadro catastrofista ni pintar un
futuro negro que Macri no estaría en condiciones de evitar. Sergio Massa, fruto
de sus errores inconcebibles, ha rifado definitivamente sus posibilidades y no
tiene retorno. A Macri no le ha pasado lo mismo aunque lo del domingo haya sido
más que un susto. En realidad, ha sido un toque de atención que no debería
desatender si es que realmente desea llegar a la Casa Rosada.
Su reacción inmediata después del triunfo de Rodríguez
Larreta no pudo ser más desafortunada, al extremo de que se convirtió en el
puching–ball de todo el oficialismo por el cambio de discurso vertebrado, entre
gallos y medianoche, sin ninguna necesidad. Si quería hablar de Aerolíneas
Argentinas en el mismo momento que la empresa estatal había generado un verdadero
caos por la sobreventa de pasajes en plenas vacaciones de invierno, lo indicado
hubiera sido evitar el tema de la estatización y pegarle a la administración de
Recalde donde más le dolía: su incompetencia. Pero no: con una lógica difícil
de entender se metió en una atolladero de manera gratuita. Otro tanto hizo con
la asignación universal por hijo, y así podrían seguirse dando ejemplos de las
torpezas, gazapos y errores que lo pusieron en ridículo.
En compensación con estas andanzas de inexpertos, la
campaña de Daniel Scioli luce, por ahora, más sólida. Como el peronismo —y ni
qué decir el kirchnerismo— no se anda con vueltas cuando lo que está en juego
es el poder; y como la necesidad es ganar las elecciones, actúa como una
máquina, en una sola dirección, sin que le tiemble el pulso. ¿Alguien se
imaginaría una confrontación de las características de la que protagonizaron
Rodríguez Larreta y Lousteau en el FPV? —La sola idea sería inconcebible— ¿O
que el perdedor dijera que no votaría por Scioli y sí por Stolbizer, como si
tal cosa? Lo hubieran puesto de patitas en la calle.
Macri no perdió aunque el triunfo de Rodríguez Larreta
a él no le haya servido de mucho. Scioli por ahora no ganó aunque eso digan sus
voceros, encuestadores y periodistas amigos. De ahora en más, estarán solos en
la cancha con un mismo objetivo. Las PASO, a medida que se acercan, acrecientan
su importancia en todos los órdenes. La pelea, a suerte y verdad, ha comenzado.
Fuente: La Prensa Popular